A medio siglo del "Operativo Venado"

Por Carlos Rebella.

Casi cincuenta años atrás, aunque resulte odioso, la caza mayor era un deporte privativo de un hermético mundillo oligárquico integrado por latifundistas, parientes y allegados, con un denominador común: usufructuar la rica y variada fauna cinegética introducida por sus mayores. Algunos de esos privilegiados descendientes serán juzgados por la historia: son culpables de haber exterminado miles de antílopes en la estancia La Barrancosa, de la familia Facht; u otros tantos ciervos dama en Huetel, de los Unzué, para venderlos como despojos.

Por entonces no existían grupos fanáticos defensores a ultranza de la protección irrestricta, irresponsables que jamás propusieron soluciones ante la superpoblación silvestre que, sin control, inevitablemente conduce al desastre. Y cito al respecto una disposición de la UNION INTERNACIONAL PARA LA CONSERVACION DE LA NATURALEZA, (UICN) entidad representativa de más de doscientos países:

“… la reproducción incontrolada de las especies silvestres, atenta contra la naturaleza y las propias especies, por lo que se debe permitir la caza dentro de la ley …”

Decidí convocar a ciertos miembros de la comunidad venatoria, proponiendo la fundación de una Federación, con Personería Jurídica, que aglutinara a todos los clubes dispersos, con el objeto de presentar un frente homogéneo para impulsar proyectos, peticionar ante las Autoridades y otorgar el Carnet de Cazador Federado, con todas las responsabilidades deberes y derechos. Obviamente, descontaba el apoyo de las publicaciones a través de la pluma.

La idea prendió como reguero de pólvora, alentando la reunión constitutiva integrada por el Cnel. Juan L. Colomer, Dr. Miguel Copello, Ing. Alfredo Mac Dougal y quien suscribe. Poco tiempo después, con el auspicio invalorable del Tiro Federal Argentino de Núñez, se constituyó la Comisión Directiva Provisoria, con expreso mandato para invitar a todos los Clubes, Círculos y Asociaciones a enviar a sus representantes para conformar la C.D. definitiva, aprobar el Estatuto Social y elegir sus miembros. La respuesta superó cualquier expectativa, nos reunimos en la sede del Tiro, y allí nació la Federación Argentina de Caza Mayor, con el Dr. M. Copello presidente, C. Rebella Secretario, y un destacado Directorio.

El denuedo, la capacidad y el conocimiento de todos y cada uno, no tardó a mostrar resultados espectaculares e inéditos, como la promulgación de la Ley de Fauna Nacional, adoptada con pocas modificaciones por todas las provincias; la anulación de la Ley  que enmarcaban – a contrapelo del mundo – a todas las especies exóticas como plagas para la Agricultura y la Ganadería y creación de la Primera Comisión de Medición de Trofeos de Caza, presidida por el insigne especialista Ing. Mílan Echer entre muchos logros. Cabe mencionar que, luego de varios años como directivo, en desacuerdo con ciertas decisiones de la mayoría, renuncié al cargo y me alejé definitivamente.  

Sirva el prolegómeno, para divulgar los comienzos de la actividad cinegética organizada.

Poco tiempo después de la dimisión de dicho organismo y contando con el apoyo de un grupo de entusiastas cazadores deportivos, fundé el CIRCULO DE CAZA MAYOR, con el Dr. Manuel de Anchorena como Presidente, y así comenzó una fructífera etapa de logros deportivos y conservacionistas.

Uno de los tantos problemas que agobiaban la fauna autóctona, antes y ahora, era el estado crítico del Ciervo de las Pampas, venado, guazú ti o gamo, en el nicho acotado por la ensenada de San Borombón, provincia de Buenos Aires que, en el año 1960, apenas sumaba 500 ejemplares, acosados por la caza furtiva, chanchos cimarrones, gatos de pajonal y una alimentación impropia y escasa.

Valen algunos datos que ayuden al lector a comprender la tragedia ecológica que azotó a uno de los símbolos de nuestra riqueza silvestre, que hoy engalana el Escudo de la Provincia de San Luis, y adoptamos como emblema de nuestro Círculo. Hacia 1860, según estadísticas oficiales y comprobaciones realizadas por científicos como Darwin, Burmeister, Hudson y Ebelot, el venado u ozotoceros bezoarticus, contaba entre 2.700.000 y 3.000.000 de cabezas que, dos años después, perdió 80.000, muertos para comercializar cueros y carne. (Bianchi, 1983).

¡Antes del año 1900, se exterminaron a 1.700.000!, cifra ratificada por el profesor Juan Daguerre, quien calcula que, en ese lapso se exportaron 2.100.000 cueros. Un siglo más tarde del comienzo de la debacle, en 1960, frente a esos registros, comenzaron a oírse las primeras voces conmovidas por la catástrofe, que reclamaban control y ajuste. Aunque tarde, el clamor logró la sanción de una Ley que prohibió su caza, promovida por el Museo de La Plata, los Dres. Saenz, Angel Cabrera, Bordeu y Muñiz Barreto.

El CIRCULO DE CAZA MAYOR, no vaciló en sumarse a los esfuerzos, redactando un plan de rescate del pequeño ciervo, y los estudios preliminares para intentar lo que dimos en llamar OPERATIVO VENADO.

Para abreviar, diré que el puntapié inicial se dio en la estancia La Corona, de Manuel de Anchorena, nuestro presidente, desde donde partimos a bordo de cuatro camionetas tripuladas por el propio Manuel, Dalmiro Cutillo, Juan C. Benazzi, Alejandro Cholo Gorcelany, Enrique Garde y algún otro que lamentablemente olvido. Rápidamente llegamos a la cercana estancia La Porteña, sita sobre la ruta 11 y atravesada por el canal 15, que entre otros, vuelcan las precipitaciones pluviales al Atlántico.

Gracias a la desinteresada colaboración de don Carlos Arrechea, mayordomo del Establecimiento, y guiados por algunos baquianos, recorrimos un camino elevado con relleno, hasta que dejamos de ver las praderas más o menos feraces, cercanas a ruta 11, reemplazadas por tierras anegadizas y malolientes: los cangrejales. Estábamos en la franja costera de la ensenada, bañada casi a diario por las aguas salobres del río-mar, siguiendo el ritmo milenario de las mareas. Cientos de miles de hectáreas conformaban un humedal inhóspito, cubierto en parte de vegetación hidrófila de bajo contenido alimenticio, e intransitable excepto ciertas lomas que solo los lugareños transitan. Por lo demás, millones de agujeros cobijaban a otros tantos cangrejos de la especie llamada violista, que mide entre 2,5 y 3ctms. Desde el talud, atónitos, comprendimos que no existía la menor oportunidad de ingresar con los vehículos, y arrearlos para que los paisanos intentaran enlazarlos o pialarlos.  

Comenzábamos a pagar el precio de la inexperiencia y fallas logísticas. Parecía derrumbarse el sueño rescatista, que posibilitaría recuperarlos para ser implantados en nuevos asentamientos, donde las condiciones de vida y protección garantizaran su reproducción y posterior asentamiento a lo largo y ancho de medio país, su territorio desde siempre. Ese intento que nos acusaba de improvisados, finalizó entre asado y sugerencias, que pronto darían frutos.

La primera reunión de C.D., fue destinada íntegramente al análisis de las diversas propuestas que se barajaron, todas frustradas por la falta de recursos, y la magnitud de la Quijotada: era indispensable un helicóptero, y la parafernalia que lo mantenga operativo. Anchorena, ex embajador en Gran Bretaña, y varios de nosotros, disponíamos de algunos contactos que significaban una luz en el fondo del túnel.

Se inició una verdadera cruzada en busca de ayuda que, ante los fines altruistas que eran de interés nacional, no defraudaron.

El COLEGIO MILITAR DE LA NACION, la FUERZA AÉREA ARGENTINA y el CIRCULO DE CAZA MAYOR, mancomunados en el esfuerzo, pusieron en marcha un operativo que hasta entonces ninguna de las tantas sociedades proteccionistas que proclaman imposibles, llevó a cabo, ni entonces ni nunca: todo fue obra de la iniciativa de los cazadores deportivos.

El segundo empeño, apoyados incondicionalmente, nos encontró en el campamento montado en La Porteña. Contábamos con un helicóptero H–10, piloteado por el capitán Canosa, camionetas para transportar las reses, jaulas ad hoc, un rifle que disparaba dardos adormecedores y un camión tanque cargado con combustible especial.

A media mañana, en un día apacible, volábamos con tripulación completa: piloto y tres pasajeros. Planeábamos localización por aire, acosarlos para que ingresen a los pantanos y empaquen, dispar el dardo y recuperarlos uno a uno, aterrizar y dejarlos en manos del equipo encargado de encajonarlos y trasladarlos a La Corona, donde Manuel había preparado un corral de 15 hectáreas, cercado con alambre olímpico. El primer acercamiento auguró un final feliz: logramos empantanar al primero, unos 3 o 4 metros, desde donde Dalmiro lanzaría el dardo. Parecía pan comido, hasta que asomó el rifle y disparó.

Estaba escrito que los astros no se alinearon para nosotros. La saeta, envuelta en el vendaval producido por las aspas, se perdió definitivamente, muy lejos del blanco. Cuando perdimos la tercera, regresamos sin saber si reír o llorar ante el destino. Desechada el arma, alguien sugirió utilizar una larga caña tacuara, apoyada casualmente contra las paredes de un galpón, colocar un lazo en el extremo, y armar una lazada.

La idea era enlazarlo hasta la captura.  Pero, entre esquives del venado y el maldito viento, la soga flameaba como un trapo, imposibilitando la maniobra. Ante el nuevo fracaso, Dalmiro, el más audaz y corajudo, sugirió una arriesgada maniobra: capturarlos mano, una locura total, que luego festejaríamos.

Luego del decolaje, se consiguió, gracias a la destreza del piloto, – otro loco de remate como todos los Tripulantes – empantanamos un macho de hermosa cornamenta, agotado por la carrera y enterrado hasta la panza. El Negro, como cariñosamente llamábamos, cuando la máquina estaba unos 3 o 4 metros de altura, se lanzó al barrial apestoso junto al animal, lo abrazó y maneó las patas hasta que con los patines a unos centímetros del piso, lo cargamos. Los vítores se escucharon en China: teníamos a la primera conquista. Una vez en el campamento, el veterinario lo sedaba, extraía sangre y luego se lo cargaba rumbo a La Corona. Durante tres días, se apresaron 14 machos y siete hembras, sin sufrir bajas. Cinco de ellos se alojaron en el inmenso Parque del Colegio Militar.

En Julio de 1968, alentados por los resultados, programamos un nuevo operativo, que en oportunidad sumo la ayuda de Y.P.F., y un nuevo helicóptero de la Policía Provincial, lamentablemente con dos asientos, lo que trajo más dificultades, ya que el grueso del esfuerzo recaía en un solo rescatista.

Además, como los animales no cabían en la cabina, utilizamos una camilla que la Policía utiliza para socorro. El frío reinante y el chorro de aire del rotor, pusieron a prueba la voluntad y el espíritu de sacrificio de todos. No fue menos importante el accionar de la Dirección de Fauna provincial, con Héctor González Tucci al frente de un equipo de veterinarios que reservaron las vidas de las capturas, tan estresadas que sus pulsaciones llegaron a más de 25. En todos los casos, los ciervos fueron pesados, medidos, y revisados exhaustivamente, y analizada su sangre, y, cuando fue posible, la orina. 

Obviamente, me ocupé de cubrir, desde el punto de vista periodístico, todos los detalles de los Operativos, que fueron reflejado en generosos espacios que alcanzaron millones de lectores. Aunque no sea más que un ejemplo, valga reproducir el artículo aparecido en LA NACION que, como todas, fue un premio a tantos sacrificios y esfuerzos.

“…Y fue ciertamente una aventura de caballeros andantes, aunque a los jamelgos se sumaran helicópteros y vehículos, porque el medio, cubierto de tembladerales, hacía no ya difícil, sino riesgosa la tarea… Pero, vencidas todas las dificultades, el éxito coronó la empresa: un numeroso lote de machos y hembras fue capturado… Parte de los animales fueron destinados a un espacio cedido por el Colegio Militar, y la mayoría a una estación de recría, La Corona, propiedad del Dr. Manuel de Anchorena… Es difícil narrar las incidencias del rescate. Hombres y animales terminaron convertidos en estatuas de barro… helicópteros y caballos servían de monta a los buscadores, y el lazo, vieja baquía criolla, trabajaban a destajo…Ejército, Fuerza Aérea, Policía, Instituciones pública, propietarios del campo La Porteña y sus empleados, empujaron a los cazadores deportivos durante semanas con frío, sudor y barro, en una esa zona desértica e inhóspita, para ubicar y capturar los huidizos ungulados… Todo esto puede parecer extraño pero no lo es tanto: fue un esfuerzo en el que se unió lo deportivo con lo práctico, traduciéndose, en definitiva, como un beneficio para el país. El conservacionismo es un movimiento que cada vez tiene más difusión entre los amantes del arte venatorio, y a ese espíritu obedeció el OPERATIVO VENADO, decidido paso adelante en el camino del enriquecimiento de la fauna silvestre nacional…”

Si bien en el nicho de La Corona, la especie logró varios años brillantes, reproductivos y sin mortandad, con una manda que llegó más de 50 ejemplares, un lustro después, la zona fue azotada por el flagelo de la fiebre aftosa – por esos tiempos casi incontrolable – que mató 21 animales. Un golpe tan terrible como injusto que todos padecimos. Las desgracias parecían perseguir el destino de nuestro venado: en 1976, otro infortunio se llevó a los que sobrevivieron a la muerte. En el invierno de ese año, un brote de entero toxonemia severa, y otro de gastroenteritis parasitaria, terminó con los sueños y los venados. Como una burla del destino, los alojados en el predio del Colegio Militar de la Nación, fueron destrozados por varios perros vagabundos que lograron atravesar el inseguro alambrado de malla. 

Inexorable, el paso del tiempo se llevó a los Cotos Celestiales a la gran mayoría de los entusiastas participantes de estos Operativos.

Solo resta por decir que, solo en los países del primer mundo, que disponen de recursos ilimitados, se han realizado con éxito capturas conservacionistas. Las señoronas que se reúnen para tomar té frente en lujosas confiterías, hasta la fecha – y ha pasado medio siglo – nunca aportaron ideas sensatas, ni prácticas factibles para salvar especies en peligro. Más allá del eterno pobrecitos los animales, no han propuesto soluciones opuestas viables y sensatas, más allá de peticionar ante el Estado – que apenas puede manejar, mal, la pobreza – que se aboque a un trabajo que le atañe, pero que está lejos de sus recursos.

Y para demostrar que los sectores que nos demonizan, están movidos por la irracionalidad y el encono, debo rematar esta evocación destacando la actitud deleznable de la múltiples Asociaciones proteccionistas, que dicen velar por nuestra fauna: ninguna reconoció el trabajo del CIRCULO DE CAZA MAYOR, que fundara cuando aún no peinaba canas.