¿De dónde provienen y como evolucionaron los ciervos?
Los paleontólogos nos dicen que los cérvidos están estrechamente emparentados con los tragúlidos; pequeños herbívoros selvícolas de los cuales se supone que los ciervos descienden. Todo comienza a fines del Oligoceno hace aproximadamente 30 millones de años atrás, cuando en el corazón de Asia no había otra cosa que frondosas pluviselvas. En ese contexto quizás aparecen los primeros ciervos.
Esos ciervos primitivos eran de pequeña talla, rechonchos, de patas cortas y cuerpo cilíndrico, carecían de cuernos los que eran reemplazados por largos y semicurvos colmillos superiores. Las especies actuales, que más se asemejan a estos protocérvidos, son el ciervo almizclero del Himalaya, y el ciervo de los arrozales de China. En una etapa posterior, comienzan a aparecer las especies con cuernos de cuyas características daré más detalles en el capítulo dedicado a este tema, pero antes es bueno aclarar que, entre las variedades de ciervos existentes en aquel entonces, aparece uno que muestra muy a las claras como se fue produciendo la evolución del colmillo al cuerno. Me refiero al Muntajac.
A partir del Mioceno medio y a lo largo de todo el Plioceno, se irán produciendo continuos e importantes cambios climáticos. Los periodos de sequía, comienzan a fracturar las homogéneas pluviselvas, se abren los bosques para dar lugar a estepas y pantanos, y surgen así nuevos ecosistemas acompañados de múltiples y enriquecedores ecotonos que contribuyen a estimular la aparición de nuevas formas de ciervos.
Aquellos pequeños y solitarios pobladores de la pluviselva, comienzan a explorar estos nuevos habitáculos. Del bosque pasan a los ecotonos de transición y de allí a los espacios abiertos; la alimentación, hasta ese entonces basada en el ramoneo de hojas, tallos y frutos, se desplaza hacia el pastoreo de especies herbáceas compuestas básicamente de gramíneas y leguminosas de mejor valor nutritivo.
Como un cambio induce a otros, se va produciendo así una secuencia o cadena de transformaciones que habrían de impactar en la anatomía, la fisiología, las pautas reproductivas y las conductas de estos primitivos prototipos.
Los espacios abiertos proponen también, nuevas formas de antipredación. Ya no se trata de olfatear al predador y escabullirse entre la maraña, ahora hay que detectarlo y huir prontamente por espacios más abiertos procurando sacar la mayor distancia posible del mismo.
Todos estos cambios produjeron tres hitos notables en la evolución de los cérvidos.
Primero hubo un cambio en las formas. Aumentó la talla, se alargaron las patas, y se fortalecieron los músculos para adquirir más velocidad y resistencia en la carrera. Esto fue a su vez, acompañado por el incremento en tamaño y complejidad de las cornamentas y el comienzo de un variable dimorfismo sexual, o sea, que los machos comienzan a hacerse más grandes que las hembras para imponer más fácilmente sus conductas reproductivas y jerarquías sociales.
Un cambio no menos importante, se produjo en el campo de las conductas. Los hasta ayer solitarios cérvidos, aprenden a agruparse en los espacios abiertos para detectar mejor el peligro y poder huir ordenadamente en grupos, dificultando así el ataque del predador. Esta convivencia forzosa dio lugar a nuevas estructuras sociales que, ineludiblemente, establecerían futuras formas de estratificación social. Comienza así el largo camino de la socialización.
Esta es la clase de nuevos ciervos que aparece a lo largo del Plioceno. Animales de mediana talla, provistos de largas cornamentas y que responden al primitivo diseño de las tres puntas sin horquetas ni coronas. El ciervo porcino, el axis, el sambar, y el ruso, serían los más conspicuos representantes de este grupo que ha logrado perdurar hasta nuestros días. No es de casualidad que todas estas especies habiten el subcontinente indio, lugar incluido o próximo, al primitivo ecosistema de donde salieron los antiguos protocérvidos.
A medida que se desplegaba esta nueva radiación expansiva, los cérvidos se van moviendo a esas zonas templadas que se extienden más allá del epicentro que tenía por eje geográfico los trópicos del centro y Sud de Asia mientras que los ciervos primitivos seguían localizados y circunscriptos a su primitivo ecosistema. Estos nuevos ciervos parten hacia el norte en dirección a Rusia y Siberia, hacia el este camino a China, Japón y América, entran en Europa por el oeste y bajan del Asia Menor buscando la cuenca del Mediterráneo. Para cumplir ese largo recorrido tardarán miles de años y dejarán un importante número de especies extintas en el camino, como testimonio doloroso de tal aventura. En ese acontecer histórico los sorprende un nuevo cataclismo climático. El progresivo enfriamiento del globo que culminaría con las glaciaciones del Pleistoceno.
Hubo cuatro glaciaciones y cuatro periodos interglaciares en Europa, Asia y América antes que los hielos desaparecieran del todo. Cuando los hielos avanzaban, la fauna se replegaba hacia el sur o hacia los que se conocen hoy, como refugios glaciares, o sea, a aquellos bolsones o corredores desprovistos de hielo. Durante los periodos interglaciares, los hielos retrocedían por efecto de las mayores temperaturas, dejando inmensos espacios descongelados donde la vida volvía a resurgir rápidamente poblando los nuevos ecosistemas.
Es fácil de imaginar los efectos que estos cambios climáticos produjeron en la flora y la fauna. Como consecuencia de todo esto, surgen nuevas especies vegetales y, por lo tanto, cambia la comida de los herbívoros. Aparecen también los ciclos estacionales y esas nuevas estaciones acentúan cada vez más los cambios climáticos. Los inviernos se vuelven largos y fríos, y los veranos cortos y apenas templados.
Impulsada por estos cambios, la fauna empieza a migrar en busca de zonas más favorables donde poder pasar más confortablemente los inviernos, o en caso contrario adaptarse a las nuevas propuestas climáticas, tal como aconteció, por ejemplo, con el mamut o el rinoceronte lanudo.
Esta conjunción de fenómenos, repercutirá también inexorablemente en las poblaciones de ciervos. Habiendo cambiado la comida, el clima y las estaciones, era evidente que tenían que aparecer nuevas especies de cérvidos.
-Los ciervos paleárticos
De esta nueva fauna pleistocénica surgirán los ciervos paleárticos, denominados así por su nueva ubicación geográfica, en oposición a las antiguas formas, que aún radicadas en sus viejos nichos seguirán siendo reconocidos como ciervos tropicales.
Los nuevos ciervos paleárticos se diferencian de los tropicales por sus nuevas conductas, su mayor tamaño, su acentuado dimorfismo sexual, y el mayor y más complejo diseño de sus cornamentas provistas ahora, de muchas puntas y de variados diseños.
La nueva y más pronunciada estacionalidad, introduce también severos cambios en la reproducción. Para que los nacimientos se produzcan en la época más favorable del año, bien alejados de los rigores del crudo invierno, la temporada de celo tiene que ser corta e intensiva, eso causará nacimientos simultáneos y sincronizados con el mejor momento de la primavera, tiempo en que los pastos se vuelven más nutritivos y adecuados para que produzcan leche abundante en las madres, de modo que los cervatos puedan tener una vigorosa y rápida crianza.
El grupo social de estos nuevos géneros de ciervos adquiere más cohesión, mayor comunicación entre miembros y una más vertical y rígida organización jerárquica.
Los modernos paleárticos forman un grupo heterogéneo y de gran tamaño. Entre muchos otros aparecen algunos que llegaron a nuestros días, entre ellos figuran el alce, el reno y el wapití, pero entre todos ellos, por el influjo de su gran personalidad, se destaca de manera inconfundible la figura del ciervo rojo.
El Ciervo Rojo Argentino
By Juan F. Campomar
(Extracto Cap.1)
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