Se dice que la pasión es algo que inexorablemente va unido a la juventud.
Dentro del inconsciente colectivo ciertas actividades se asocian con un determinado período de la vida de quienes la practican. Es decir, para emprender cualquier tipo de aventura es condición sine qua non el transitar las primeras décadas de la vida, excluyendo a quienes promediamos más de los 40 o 50 años de la vida.
Pero los moldes se han hecho también para romperse, y si bien se considera a aquellos que lo hacen como la excepción de la regla, no por ello dejan de ser dignos de mención y sirven de ejemplo de aquel antiguo dicho de nuestras abuelas: “Viejos son los trapos”.
Este es el caso de Julio Moreschi y Néstor Apraiz, quienes a la fecha ostentan ser los cazadores no más viejos, pero sí de más edad en el Parque Nacional Nahuel Huapi.
Valga primero una aclaración. Está tácitamente establecido que para cazar en el Parque Nacional hay que ser joven. ¿Por qué? Por el esfuerzo físico que implica la cacería, con áreas de 4.800 hectáreas de promedio, sin acceso vehicular –solo a caballo–, recechando el ciervo a más de 1.300 metros sobre el nivel del mar en terrenos escarpados donde el ascenso entre montes y filos es la constante y bajo el clima hostil y cambiante de la cordillera.
Pero ello no es motivo de amedrentamiento para nuestros cazadores, los cuales acceden al diálogo con algo de sorpresa y un tanto incómodos, como si no entendieran bien por qué se les está entrevistando.
Moreschi: Nací el 19 de diciembre de 1939, tengo 6 hijos y 14 nietos y desde 1963 vivo en la Patagonia. Comencé a cazar a los 7 años de edad con mi abuelo en la provincia de Buenos Aires con una escopeta del calibre 14 y desde allí no paré más. A los 16 ya era socio del Tiro Federal de Buenos Aires y competí un montón de años hasta llegar a Bariloche.

Apraiz: Yo vine al mundo el 20 de diciembre también de 1939, por eso Julio (Moreschi) es mayor que yo –risas y miradas cruzadas–, nací en Córdoba y también empecé de chico, 12 años más o menos con una escopetita del 12 chico, a los 14 años y ya en Buenos Aires me hice socio del Tiro Federal Argentino y concursé hasta los 21 años. Al mismo tiempo cacé en todo el país hasta los 40 años, en ese entonces y debido a que sufrí un robo en el que perdí todas las armas hice un impasse.
¿Y cuándo comenzó a cazar en el Parque Nacional?
–Moreschi: Yo comencé a cazar aquí en el año 1989, desde entonces no he faltado una sola temporada, y si bien en 1999 y 2000 tuve la suerte de poder ir a Zimbawe y Namibia, un turno de caza en el Parque Nacional es algo que me permito todos los años, sin eso es que me falta algo.
A esta altura el diálogo ya superó la mecánica de la pregunta y la respuesta, los dos amigos se sienten más cómodos y de la técnica del reportaje pasamos a la fluidez de la charla.
–Apraiz: Siempre tuve dos amores que resultaron totalmente complementarios entre sí: la caza y la montaña y donde mejor los pude conjugar es en el Parque Nacional donde tengo los dos. En 1966 hice el I cruce registrado del hielo continental de este a oeste entre el Cerro Torre hasta el Cordón Mariano Moreno en la provincia de Santa Cruz, y eso lo alternaba con otras actividades como el tiro, en 1970 obtuve el récord con pistola en el Tiro Federal de Marcos Juárez en Córdoba, hasta hoy imbatido, pero también sentía que me faltaba algo sin la cacería. Cuando por negocios me establecí en Bariloche se dio la oportunidad y en estos últimos diez años tampoco falté a ninguna temporada. Moreschi se mete en el relato y cuenta que en realidad él lo convenció de volver a la actividad, tras haberse conocido en el año 2000 en el Grupo de Excursionistas Adultos del Club Andino Bariloche y sin insistir demasiado Néstor se convirtió en su compañero de cacería, “el único que tengo –dice este último–, solo cazo con Julio o con mi hijo, por eso varias veces subí en dos turnos distintos”.

Las mejores cacerías
Comienzan entonces los relatos de las mejores o peores cacerías.
Julio retoma el cuento:
–Sin duda el primer ciervo siempre se va a recordar, aunque después cacé mejores, ya llegué a las 30 cabezas en el Parque. Pero del que más orgulloso me sentí fue de uno en el Cerro Lagunita, no recuerdo la temporada, lo vio mi esposa y esperé casi tres horas para tenerlo a tiro. Tuve que moverme varias veces porque el viento cambiaba y nos acercábamos y nos alejábamos sucesivamente, al final lo más cerca que pude ubicarme era casi a 500 metros del animal y se me acababa la luz, me apoyé bien y disparé. Repetí el tiro dos veces más y en el último cayó, conté los pasos hasta que llegué hasta donde estaba el ciervo y no lo podía creer por la distancia, esta cacería solo la puedes hacer en el Parque Nacional.
Le toca ahora a Néstor y como disfrutando de cada palabra relata:
–Nunca me voy a olvidar del que cacé en el 2006 en el área Cerro Golondrinas, lo avisto subiendo por la ladera, y en ese año había tenido problemas con mi rifle y llevaba el viejo Máuser 7,65 de Julio. Yo lo había probado en el polígono del Tiro Federal y había resultado bien, pero con el ciervo delante es muy distinto, esperé que se parara y el mejor tiro me lo dio a 250 metros, era un hermoso 12 puntas que después resultó medalla de bronce del CIC. Al momento de gatillar supe que iba a caer en el lugar, un solo tiro y con rifle prestado, esa es la cacería que más recuerdo, tanto por la cabeza como por el tiro. Cuando cacé en La Pampa estuvo todo bien pero vivencias como estas solo las podés lograr en el Parque y hoy cuando miro las 12 cabezas cobradas es como un revivir todas esas recorridas cerros arriba y abajo siguiendo al ciervo.
A esta altura retomo el hilo de la conversación y pongo sobre la mesa el tema de los acompañantes.
Julio contesta primero:
–Todos mis acompañantes dejaron buenos recuerdos, pero sin duda el mejor que tuve y tengo es mi esposa Vilma, que no caza pero es indispensable para la cacería.
Néstor asiente, ya que en alguna oportunidad también subieron juntos, y habla de su hijo Néstor “un excelente cazador que me ha acompañado un gran número de veces y con el que siempre se disfruta”.
Una pregunta formulada a continuación genera una respuesta idéntica y al unísono:
¿Hasta cuándo van a cazar?:
“Hasta que el cuerpo aguante” respondieron los dos.
Y ya para finalizar, a modo de epílogo, pregunto: ¿y qué es la caza?, lo que genera un silencio meditativo, como el de quien va a tratar un tema importante.
Julio contesta: “La caza es básicamente aprovechar lo que el ambiente brinda reviviendo el rito de la persecución de la presa por el predador, disfrutando el hecho que esa persecución se ha convertido en un deporte”.
En tanto Néstor, tomándose un instante más antes de responder, me aclara que él no puede racionalizar lo que es la caza, pero me da una respuesta desde su propia visión: «Yo no sé qué es la caza, pero sí te puedo decir qué busco yo al cazar: estar en la montaña, si cazo está muy bien si no cazo también está muy bien».