El jabalí

El esquivo fantasma de la noche

Por Eber Gómez Berrade

Peligroso, hábil, desafiante, así es el Jabalí europeo que recorre la mayor parte de nuestro territorio y que da a los cazadores la excusa de recogerse en la soledad de un apostadero cada vez que la luna nos muestra su rostro visible e iluminado en todo su esplendor. De los cuatro grandes de la caza mayor en Argentina, es la especie que cuenta con una mayor densidad poblacional, la que está más ampliamente distribuida, la que tiene la temporada más extensa y, por consecuencia, la preferida de los cazadores vernáculos. El jabalí brinda, además, una gran variedad de modalidades para su caza, y, así y todo, es uno de los trofeos más difíciles de conseguir. Como si esto fuera poco, su carne es una delicia -casi siempre-, que lo hace el favorito de parrillas, hornos y cacerolas. Eso sí, si hablamos de peligrosidad, creo también que es el que se lleva las palmas, pero eso lo vamos a discutir en algún fogón de campamento con Alfredo Díaz Heer al compararlo con los búfalos de la India, y con Carlos Coto para ver si no es el puma, el que encabeza ese ranking. Al jabalí le debemos buena parte de nuestra cultura cinegética, única en América latina. Sumado a esto y, gracias a la extensa duración de su temporada, le debemos también el poder mantener la llama encendida de nuestra actividad durante todo el año.

SU CAZA EN LA HISTORIA
El jabalí viene acompañando al hombre desde la noche de los tiempos.

Ya durante el período paleolítico, su caza fue registrada en pinturas rupestres de España y Francia que datan de entre 20 y 40 mil años de antigüedad. Saliendo de la prehistoria y adentrándonos en la historia antigua, los arqueólogos han encontrado escenas de sus cacerías grabadas en vasijas y mosaicos en Asia menor y en el Lejano Oriente.

En la Roma imperial, los gladiadores afortunados se enfrentaban – lanza en mano- con jabalíes en el circo (los desafortunados se enfrentaban a leones y tigres). Las cacerías ya eran también populares en esa época, tanto en Roma como en Grecia.

De hecho, en “Cinegéticus”, el primer tratado de caza del que se tiene registro, del griego Jenofonte, escrito en 354 AC, se mencionan en detalle los lugares para cazar jabalíes, así como las modalidades de captura, incluyendo redes y jabalinas (famosa lanza de arrojar, usado hoy en competencias olímpicas).

Platón, Virgilio, Flavio Arriano, mencionaron también en escritos su caza. La Edad Media trajo consigo, además del avance tecnológico en el uso de armas, como ballestas y arcos, la figura del coto de caza. De estas épocas datan los famosos tratados “Traité de la Chasse” de Gastón Phoebus, y “Livres du roy Modus et da la royne Ratio”, de Henri de Ferrieres.

El Renacimiento y el Barroco, por su parte, dieron cuenta de la pasión que despertaba la caza de jabalíes entre nobles y reyes, legándonos armas profusamente decoradas, exquisitos accesorios cinegéticos y cuadros de Rubens, Tiziano y Brueghel. Ya en épocas contemporáneas, Goya, Delacroix y Courbet plasmaron en sus lienzos vívidas escenas venatorias, muchas veces con el jabalí como protagonista.

Y SU HISTORIA EN NUESTRO PAÍS
Esta pasión europea por la caza del jabalí, desembarcó en Argentina a principios del siglo XX, gracias a la iniciativa de Pedro Luro, un polifacético personaje criollo, al que debemos buena parte de nuestra historia cinegética. Luro fue estanciero, médico, funcionario de gobierno, diputado, escritor, cazador y un bon vivant de aquella época -en la que se viajaba a Europa en barco con la vaca atada para tener leche fresca durante el viaje- y en la que Cole Porter, ponderaba a los argentinos ricos en sus canciones de jazz. Pero, por sobre todas las cosas, Luro fue un hombre de visión. Como sabemos, creó el primer coto de caza en Argentina, en la estancia San Huberto, en la provincia de La Pampa (hoy Parque Luro), donde introdujo fauna europea a imagen y semejanza de los mejores establecimientos cinegéticos del viejo continente. Según el escritor pampeano Amieva, autor del libro “El Parque Luro”, fue alrededor del año 1909 cuando ingresó la primera importación de jabalíes, provenientes de Francia. Según detalla en su obra, llegaron en dos jaulas, con un macho y seis hembras en cada una. Los datos aquí son nebulosos, infiriendo que a esa primera importación siguió una segunda con ejemplares de distinto origen. Luego de Luro, Aarón de Anchorena, otro personaje excéntrico y renacentista, introdujo entre los años 1924 y 1926, ejemplares procedentes de Alemania, que fueron a parar a la estancia Huemul, en la provincia de Río Negro.

La legendaria capacidad de adaptación e invasión de esta especie, hizo el resto. Y así es como hoy, un siglo después, los jabalíes se esparcen a lo largo y ancho de nuestro territorio, con una tasa de reproducción indomable.

CARACTERÍSTICAS Y TROFEO
Para la ciencia taxonómica, nuestro nunca bien ponderado “chancho”, es en realidad el Sus scrofa scrofa, originario de Europa. Existen otras subespecies -todos jabalíes por supuesto-, en los que encontramos los scrofa meridionalis en la isla de Cerdeña; los attila, esos monstruos enormes que vemos en Hungría, Rumania, Transilvania, el Cáucaso, Ucrania, Turquía e Irán; los usuricos de Japón; los cristatus de India; los vittatus de Indonesia; los taivanus de Taiwan; y el sueño de monteros y gourmets: los castillanus y baeticus de la península Ibérica.

En nuestros campos es muy común ver, además, cruzas de jabalí con el scrofa domesticus, que no es otro que el cerdo de granja, de lo que resulta el chancho cimarrón.

Todos ellos, son mamíferos artiodáctilos, de la familia de los suidos. De esa familia también son los africanos facoceros, giant forest hog, bushpig, etc., muy conocidos por los cazadores. Y para ampliar un poco más el panorama, digamos, además, que son bastante cercanos a nuestros autóctonos tayasuidos, que incluyen al pecarí labiado, de collar, quimielero, etc., pero que como se ve, pertenecen a otra familia zoológica.

En materia de pesos y alzadas, como lo saben los que han recorrido salitrales y caldenales, hay para todos los gustos, desde los cónicos y compactos jabalíes puros, hasta los cimarrones gordos, pesados y orejones. Nunca tan grande como la subespecie que habita en el este europeo, que parecen pequeñas locomotoras con dientes.

De todas maneras, para los fines cinegéticos, el trofeo sólo lo constituye sus colmillos. En este sentido, el tamaño corporal no es un indicador de calidad dentaria, aunque sí puede dar alguna pista sobre el género, ya que los machos suelen ser más grandes que las hembras. De todas maneras, como la caza del jabalí dista bastante de ser una ciencia exacta, y lo único constante es el azar, no habría que confiarse mucho.

Nunca se sabe si esa sombra oscura que se revuelca en el barro es un padrillo chico o una machorra grande.

Los colmillos del jabalí son formidables defensas, que lo transforman en una especie peligrosa, en situaciones que podríamos llamar de carga, pero que yo prefiero llamar arremetidas. De esta forma, me permito diferenciarlo de otras especies peligrosas como el búfalo o el oso, por nombrar sólo dos, bien distintas, cuya respuesta a la agresión desde el punto de vista etológico, genera un comportamiento más elaborado y preciso, y que excede a las consideraciones de este artículo. En otras palabras, yo diría que el jabalí es el más peligroso de las especies de planicie.

EL JABALÍ EN LOS LIBROS DE RECORDS
A los efectos de la medición, registro y premiación en el Libro de Records del Safari Club International, el jabalí europeo entra dentro de la categoría denominada “Wild Pigs and Pecaries of the World”. Esta clasificación incluye a una amplia gama de suidos de los cinco continentes.

El método de medición considera el largo de la defensa y su circunferencia medida en el sitio más ancho de ambas defensas. El puntaje final resulta de la sumatoria total de las mediciones registradas en dieciseisavos de pulgadas. Esta fórmula es la misma que diseñó Rowland Ward para su sistema de medición a fines del siglo XIX. En nuestro país, además, contamos con el método de medición de la Federación Argentina de Caza Mayor, que registra colmillos (superiores) y defensas (inferiores) por separado. Esta fórmula, basada en el sistema del Conseil International de la Chasse, mide longitud y circunferencia del juego de dientes, así como la longitud del área de desgaste de la defensa. Esa área, además permite estimar aproximadamente la edad del trofeo, aunque el factor etario tampoco es mensurable a la hora de la evaluación final para un libro de récords.

MODALIDADES DE CAZA
Pocas son las especies que brindan tantas y tan variadas formas de cacería.

A lo largo de la historia y en variadas geografías se lo ha cazado sin parar a caballo, a pie, con perros y elefantes, a cuchillo y a lanza, con arco y flecha, ballestas, con armas de puño, fusiles y escopetas, al acecho, al rececho, en batida, de día y de noche, en bosques, pampas, montañas y humedales. En fin, no existe otra especie de caza mayor que brinde tantas y tan atractivas posibilidades al deportista como las que ofrece el jabalí europeo.

En España, por ejemplo, una de las formas más populares, es la denominada montería. Esta consiste en que los cazadores rodeen un área o mancha determinada de terreno, y ayudados por jaurías de perros o rehalas, empujen a los chanchos hacia alguno de los puestos donde se encuentran los monteros. También en España, así como en Alemania, Francia, Rusia y otros países europeos, los jabalíes son recechados a pie en bosques y montañas, cazados con arma corta y perros, y en algunos lugares, hasta perseguidos a caballo.

En la India Británica de los siglos XIX y XX, por ejemplo, los lanceros de su majestad, daban cuenta de sus aventuras en lo que ellos denominaban “pig sticking”, es decir una batida ecuestre, que permitía ubicarse a todo galope a la par del suido, para clavarlo con las largas lanzas reglamentarias. Un sport, y un entrenamiento de paso, que serviría luego para el combate contra los insurgentes de turno. De aquella época dorada, nos quedan los fabulosos relatos del Mayor Francis Yeats-Brown, que en su libro “The lives of a Bengal Lancer”, recuerda sus días como joven oficial del famoso regimiento de caballería 17° de Lanceros de Bengala, acantonado en la Frontera Noroeste de la colonia. En sus páginas, Yeats-Brown describe como periódicamente, junto a una media docena de compañeros disfrutaban de esas excursiones bajo un ardiente sol, con sus caballos, elefantes, batidores nativos y el shikari que guiaba la partida.

Hoy esa modalidad de lancearlos a caballo ha quedado en el pasado, aunque no el uso de lanza. De hecho, he tenido la posibilidad de participar en cacerías de jabalí a pie con lanza, que es una variante de la clásica cacería a cuchillo. Ambas modalidades implican un gran riesgo, pero las considero sumamente desafiantes y, por supuesto, muy excitantes.

Tanto para la caza a cuchillo como a lanza, el perro es el complemento esencial. En Argentina hemos sido pioneros en esta materia, gracias a los aportes cinológicos de los hermanos Antonio y Agustín Nores Martínez, quienes en su Córdoba natal, desarrollaron la raza especial para la caza del jabalí por antonomasia: el Dogo Argentino. Así fue que en la década de 1960, vio la luz este espléndido can de rastreo y pelea; en su sangre incluía genética de mastín español, bulterrier, bulldog inglés, gran danés, pointer, bóxer y mastín de los Pirineos. Como se ve, un cóctel de genes con las mejores características de cada una de esas razas, que hace de la caza de jabalí con perros y a cuchillo, una especialidad no apta para improvisados.

APOSTADO CON LA LUNA
Creo que no hace falta aclarar en estas líneas que la modalidad de caza de jabalí por excelencia en Argentina es, desde apostadero y en noches de luna llena. Para el cazador de chanchos, la luna es su compañera y aliada. Es aquel “cisne redondo en el río, ojo de las catedrales”, al decir del genial Federico García Lorca, y no un polvoriento y solitario satélite inerte. Desde siempre, poetas y marinos se valieron de la luna para desarrollar sus actividades.

Lo mismo ha venido ocurriendo con los cazadores, que, en cada plenilunio, se valen de su ayuda en interminables noches apostados, soportando fríos y calores desérticos, vinchucas, mosquitos y sueño. La posibilidad de cazar de esta manera durante todo el año dependiendo de la legislación vigente en cada provincia-, hace que además se haya convertido en la modalidad más popular.

No se necesita mucho. Un buen rifle, buenos prismáticos y mejor mira, ropa adecuada y un apostadero en el río, ojo de las catedrales”, al decir del genial Federico García Lorca, y no un polvoriento y solitario satélite inerte. Desde siempre, poetas y marinos se valieron de la luna para desarrollar sus actividades.

Lo mismo ha venido ocurriendo con los cazadores, que, en cada plenilunio, se valen de su ayuda en interminables noches apostados, soportando fríos y calores desérticos, vinchucas, mosquitos y sueño. La posibilidad de cazar de esta manera durante todo el año -dependiendo de la legislación vigente en cada provincia-, hace que además se haya convertido en la modalidad más popular.

No se necesita mucho. Un buen rifle, buenos prismáticos y mejor mira, ropa adecuada y un apostadero que puede estar ubicado en altura (en general, lo más común), al ras del suelo, o hasta en un pozo estratégicamente ubicado frente a un charco o un simple revolcadero.

Hoy en día hay muchos otros recursos que ayudan al cazador en su cometido: cebaderos automáticos, palos con gasoil para rascaderos, cámaras trampa, software con aplicaciones de dirección de vientos, y una lista más o menos larga a gusto de cada cazador. Ahora, en este punto, me permito evitar deliberadamente la mención de visores nocturnos y luz artificial para la caza nocturna, ya que independientemente de la legislación propia de cada lugar-, los considero personalmente recursos que desdibujan la esencia misma dela deportividad del lance cinegético.

Precisamente, y en armonía con esa deportividad, sí considero dos activos fundamentales que el cazador debería tener: paciencia y un profundo conocimiento del comportamiento de la especie. Desde rayones, hembras, machorras, padrillos jóvenes y por fin, los chanchos viejos – que no por nada, llegaron con vida a esa edad, esquivando balas, perros y cuchillos-, todos comparten patrones etológicos definidos que es imprescindible conocer de antemano.

En una típica situación de caza, de noche, con la tímida luz lunar, a unos 50 o 60 metros de distancia, poco es lo que se puede distinguir del cuerpo del jabalí, más allá de una fantasmagórica sombra oscura en movimiento. Lo que definirá, en mayor o menor medida, la característica del padrillo viejo, es su mismo comportamiento. Allí radica la clave para identificar andares esquivos, entradas tardías y desconfiadas al charco, movimientos alejados de la piara, testeos constantes del viento, pasos precavidos y hasta el uso de sombras para camuflarse. Los sentidos de oído y olfato de estos animales son legendarios, lo que los convierte en un gran antagonista. El reconocimiento previo de la aguada, para identificar pasadas, huellas, bosta y rascaderos también será fundamental, a la hora de tener un panorama más claro de qué esperar cuando caiga la noche. El lance se transforma así en un combate intelectual entre presa y cazador, donde a la hora de la verdad, no hay nada escrito, ni mucho menos garantías. El azar, además, es siempre una constante. Y todo esto para que, en cuestión de segundos de pura adrenalina, se decida o no, el disparo final. Simplemente apasionante.

¿CON QUÉ CAZARLOS?
En este apartado sólo daré una breve reseña sobre las armas de fuego más usadas en la caza del jabalí, ya que, en esta edición especial, Jorge Macellaro ha escrito sobre este tema en particular. Omitiré, el uso de cuchillos, lanzas, arcos, flechas, perros, caballos y elefantes, que no son realmente lo mío.

La elección del arma dependerá naturalmente de la modalidad que se elija. Para un rececho, a plena luz del día, con perros o a caballo, lo mejor es una carabina corta con algún calibre suficiente como para detener, como mínimo, una arremetida. En mi opinión, lo recomendable, es algo que pueda recargarse rápido y con facilidad: nada de monotiros. Cerrojos Mauser, palanqueros o incluso algún doble, si el calibre no es desproporcionado y esté diseñado para parar cargas de elefantes. La idea es que, en pleno lance, se pueda disparar rápidamente y con precisión. Como este tipo de cacería puede darse en montes y tal vez a muy corta distancia, diría que nada de mira telescópica. Tener una visión periférica clara es básico para evitar incidentes con compañeros de cacería o perros. Alza y guion debería ser suficiente. Si, en cambio, el terreno elegido está en las sierras de la precordillera, el desierto pampeano o las montañas de Patagonia (por nombrar sólo algunas regiones bien definidas), y en las mismas condiciones, es decir: de día, con caballos o a pie, la recomendación es la misma en cuanto al sistema de alimentación, pero aquí sí puede ser conveniente el agregado de una mira telescópica. Es muy probable que se tenga que echar mano a tiros largos, o a la carrera, que requieran de una gran precisión, y hasta un buen swing. Ahí es cuando uno toma conciencia de lo rápido que corren los jabalíes.

La otra modalidad donde la mira telescópica es mandatoria, es naturalmente la caza desde apostadero. En esta circunstancia, dicho instrumento se transforma en la parte más importante de equipo. Sé que no hace falta hacer mucho hincapié en este tema, pero digamos que la mira telescópica elegida debería ser de muy buena calidad y de gran luminosidad, aunque no necesariamente de gran cantidad de aumentos. Al cazar de noche, la luz natural disponible será la poca que permita el albedo lunar, es decir variable y modesta, en cambio el trofeo estará bastante cerca, y a una distancia previamente estimada.

Por eso, para estas situaciones: luminosidad sobre aumento. Siempre.

En materia de calibres para el jabalí europeo, considero que cualquiera del 30 es óptimo.

Siempre se puede cazar con calibres menores, pero a mi modo de ver, es más responsable hacerlo con algo que arranque del nunca bien ponderado .308 Win., el venerable 7,65mm, .30-30 Win., o los más modernos (y potentes) .30-06 Springfield, .300 Win. Mg., .338 Win. Mg., .375 H&H Mg, o incluso hasta el africano .416 Rigby.

Ahora bien, la decisión final a la hora de elegir el calibre adecuado, debería basarse en dos puntos centrales: primero las características intrínsecas del calibre y, luego, la solvencia en el manejo del arma. Me explico: si la cacería se desarrolla por la noche y en apostadero, la distancia máxima de tiro difícilmente supere los 70 metros hasta el charco.

En ese caso, una punta muy veloz como la de los magnum (.7 Rem. Mg, .300 Win.Mg., los Weatherby, etc.), es probable que no alcance su máxima efectividad hidráulica en tan corta distancia. En la situación de disparar contra un blanco potencialmente peligroso, rápido y elusivo, con pobres condiciones de luz, la balística terminal de la punta será determinante, la que deberá arrojar la mayor cantidad de energía dentro de la pieza, causando consecuentemente el mayor daño tisular posible, evitando una posterior y frustrante huida del trofeo.

El otro punto a considerar es que, cualquiera sea el calibre elegido, deberá ser necesariamente cómodo al momento de disparar. De nada sirve usar un .458 Win.Mg. si provoca miedo al retroceso (flinching). Vale aclarar que estas sugerencias, -las de usar el calibre que desarrolle una balística apropiada a las condiciones de caza y manejarlo con solvencia-, son válidas para todo tipo de caza mayor, no sólo de jabalíes.

En cuanto a escopetas -cargadas con cartuchos del tipo Brenneke- y armas de puño, son otra gran elección para la caza del chancho, especialmente como respaldo. Útiles tanto con un padrillo, empacado adentro de un matorral, o para salir a buscar un trofeo herido que se escapó de la aguada en mitad de la noche. Por supuesto que la decisión de ir por un chancho herido de noche quedará en manos del cazador, pero digamos que no es lo más recomendable. Si hablamos de estos casos, escopeta del calibre 12/70 y revólveres .357Mg. o 44Mg. son ideales.

LA BALA EN SU SITIO
Por último, dos aspectos claves más.

El primero: el uso de munición blanda. Aunque se diga muchas veces que “los chanchos son duros”, no lo son tanto como para requerir una punta sólida que pueda bandearlo y echar a perder el disparo. En cambio, cualquier punta blanda de buena calidad y expansión controlada, no tendrá problemas a la hora de penetrar la piel del jabalí e interesar cualquiera de los órganos internos.

El segundo aspecto básico: el punto de impacto. Apuntar en lo posible -dadas las circunstancias de la caza nocturna-, a las áreas donde se encuentran alguno de los órganos vitales.

Para ello se deberá conocer de antemano la anatomía básica del jabalí, es decir, saber por dónde pasa la columna vertebral, e identificar la ubicación del denominado “triángulo vital”, aquella área donde reposan los órganos que alimentan con oxígeno el sistema nervioso, compuesto por corazón, pulmones y grandes vasos. Por las dificultades propias de esta modalidad, el tiro al cerebro no es muy recomendado, no solo porque se trata de un blanco pequeño, sino por el riesgo de dañar la boca y arriesgarse a perder el trofeo.

Otra sugerencia válida, es poder identificar los puntos de impacto en diferentes posiciones. Los jabalíes no suelen cooperar a la hora del disparo, quedándose quietos y dando su perfil más fotogénico, así que mejor ser precavido y estudiar (o recordar) los gráficos con esos puntos antes de salir al campo. Y si esto es una buena idea, una mejor será que, una vez abatido el trofeo, el mismo cazador al momento de despanzar el chancho, compruebe “in situ” y con las manos en las tripas, la ubicación real y tamaño de cada uno de los órganos vitales. Haciendo esos deberes, el próximo trofeo será, seguramente, mucho más fácil de abatir.

Como se ve, la caza del jabalí, no sólo es versátil en términos de modalidades, temporadas y lugares para ejercerla, sino que además lo es en diversidad de armamento y opciones de calibres disponibles.

Grandes ventajas que reafirman la popularidad que disfruta la caza del jabalí europeo entre la comunidad de cazadores en todo el mundo y particularmente, en Argentina.