El origen de los Elaphus

Por Juan Campomar

Se entiende por tal denominación toda una especiación de ciervos paleárticos originada en las glaciaciones y sus espacios interglaciares subsecuentes en ese momento tan crítico del cuaternario que conocemos hoy como la edad del hielo.

Se presupone que el medio ambiente donde se originaron estas especies y sus siguientes sub especies se origina en una extensa región que hoy reconocemos como el Turquestan, vasta región asiática que incluye el sur de Rusia, Turquía, el Tíbet, Mongolia y el sur de China.

Según los que saben de este tema dicen – con ciertas dudas, por cierto – que es posible que el origen de los elaphus se basa en una subespecie de ciervo Sika de mayor tamaño: descubierto por los paleontólogos luego del cual a lo largo de dos mil años de evolución termina generando un Maral que por mutaciones sucesivas – orientadas hacia el gigantismo – termina creando ese magnifico Maral tal como lo conocemos.

Hay varias razones que justifican la teoría de que el Maral desciende del Sika. En primer lugar, el formato del cuerpo y la cornamenta, en segundo lugar, las manchas blancas que aparecen en la parte dorsal de algunos rojos, si a eso le sumamos dos argumentos genéticos, o sea, que aún hoy es posible hibridarlos generando crías viables y la perduración de varias conductas similares, sabiendo que una subespecie puede desaparecer pero que las conductas perduran toda esa línea argumental parece posible.

Los Marales se dispersan a lo largo de todo el Turquestán diversificándose según las regiones, y como corresponde en esos casos, algunos científicos hablan de sub especies y otro no. Lo que si es cierto que terminado el periodo glaciar, una rama de esos ciervos emigra hacia el Este generando tres sub especies de Wapitíes; el de Manchuria, el de de Kamchatka y al pasar este último por Beringia entra en la América del Norte generando el conocido Wapití norte americano.

La otra rama de los marales, la del Oeste, subiendo por el Danubio genera nuestro tan conocido ciervo rojo.

Los rojos del este de Hungría, Yugoeslavia y Rumania, los del centro en Checoeslovaquia, Polonia, Alemania, y los Alpes y los del oeste que incluyen Francia y España así lo testifican. Volvamos nuevamente a los marales, en la zona sur del Turquestán hay una frontera donde cohabitan los rojos asiáticos con los wapitíes. De esa mezcla aparece en las montañas del Tien Shan al sur de China un rojo, y el hangul o ciervo de Cachemira al norte de la India siendo necesario aclarar el neto predominio del rojo de modo que algunos autores consideran a ambos simplemente como rojos.

También es bueno saber que, debido al efecto glaciar, los mares bajaron dejando al descubierto puentes de tierra; de ese modo el ciervo rojo entra en Inglaterra, por el puente italiano se poblaron las islas de Córcega y Cerdeña, y provenientes de Turquía cruzando el puente del Mar Rojo se meten en el norte de África generando el ciervo de Berbería del cual aún hoy, perduran algunos ejemplares.

VEAMOS AHORA AL CIERVO ROJO ACTUAL.

Como mencionamos en los párrafos anteriores el ciervo rojo pertenece a la especie de cérvidos paleárticos, lo que significa animales que deben estar adaptados a la zonas templado- frías diferenciándose de los cérvidos neo tropicales mejor adaptados a las zonas- templado cálidas.

Regulados por ese tipo de clima, donde la variabilidad climática está más acentuada, esta clase de ciervos, tienen una estacionalidad bien definida en lo que concierne a la actividad reproductiva y eso repercute tanto en el macho como en la hembra.

Hay una razón fundamental y poco conocida que se mueve detrás de todo esto. Las crías deben nacer en primavera y en un breve espacio de tiempo para que a lo largo de la primavera y el verano logren llegar al otoño en una condición corporal tal que puedan sobrevivir al crudo invierno satisfactoriamente. Esto significa que los celos de ambos sexos deben estar sincronizados y ajustados de tal modo de demanda un breve e intenso periodo reproductivo y aquí entra en juego el fotoperiodo o por llamarlo de otro modo el efecto luz.

Luego de los prolongados días de verano hacia mediados de febrero los días se acortan y por tal motivo la intensidad lumínica baja marcando la llegada del otoño, pero ese foto periodo de luz decreciente no se da de casualidad. Es un momento exacto cuando el periodo luminoso del día se equipara con la oscuridad de las noches y ese el momento donde comienza la etapa reproductiva del elaphus.

Voy a resumir en tres palabras como opera el sistema. El ojo percibe el acortamiento de la intensidad lumínica y se lo comunica al cerebro en cuyo espacio hay tres centros que gobiernan la secreción de las hormonas. Debido a ese efecto se produce un cambio hormonal tanto en el macho como en la hembra y llegado a estas instancias nos vemos obligados a ver qué pasa en cada uno de ambos sexos.

En la hembra hay una hormona, la luteína, que sostiene el embarazo facilitando el crecimiento del feto e impidiendo que esta vuelva a entrar en celo. Llegado el parto se produce un nuevo cambio, ahora es la prolactina la que manda, el rol que juega esta hormona es estimular la producción de leche para poder amantar debidamente a su cría impidiendo una vez más que esta entre nuevamente en celo: la prioridad ahora es alimentar a la cría- todo eso sucede a lo largo del verano donde los pastos son nutritivos y más abundantes, durante este periodo la cría al principio lacto- pastante comienza a mermar primero el consumo exclusivamente lácteo para intercalarlo con pasto, aliviando así a su madre la cual comienza recuperar su condición física. A partir de los primeros días de marzo cesa la lactancia y los ovarios están listos para comenzar a segregar los estrógenos que llegan a su pico de producción a mediados de mes. Como vemos en la hembra hay un delicado proceso hormonal que se va dando por etapas sincronizadas.

En el macho este proceso está mucho más simplificado, porque hay una sola hormona que manda: la testosterona. Ella sola y por sí mismo rige todo el proceso. Entre el diez y quince de febrero la testosterona comienza a elevarse rápidamente hasta el quince de marzo explota de tal forma que hasta le modifica las conductas, cosa que no sucede en la hembra que sigue conservando todos sus sentidos de alerta encendidos.

En la brama, el macho concentra toda su atención en la reproducción menospreciando parte de su instinto de supervivencia dejándolo, aunque sea solo en parte, en manos de las hembras que sí conservan el estado de alerta necesario, por esa razón, el cazador en brama debe prestarles tanta atención a las conductas de las hembras como a las del propio macho. De esa forma llegamos a la brama. Aspecto que comentaremos a continuación. Pero antes de finalizar todo lo que sucede en la pre brama, es bueno saber un poco que pasa en la post brama porque aquí vuelven a separarse las aguas. Tan pronto la hembra queda fecundada se corta la secreción de estrógenos para que comience a ponerse en marcha la hormona que sostiene nuevamente ese incipiente embarazo: pero como es solo el aroma que despiden los estrógenos lo que estimulan el deseo sexual del macho, ausente este olor, el macho pierde todo su interés por la hembra y sale inmediatamente a buscar otra hembra encelada de modo que a principios de abril cuando todas o la gran mayoría de las hembras se han preñado los machos se retiran de la bramera y parten en busca de sus invernaderos. Observando en profundidad todo el fenómeno reproductivo del ciervo rojo podemos llegar a la conclusión que sin celo no hay brama. Pero retornando al macho y su testosterona se desprende otra realidad.

Así como la hembra corta el celo tan pronto queda embarazada, en el macho la testosterona sigue siempre activa. Con la llegada del invierno y la luz siempre decreciente el nivel de esta hormona va mermando gradualmente hasta tocar su punto más bajo en agosto donde produce el volteo. Frente a esta nueva situación entran a jugar otras hormonas que activan el crecimiento de la nueva cornamenta. No me voy a meter en este tema por razones de espacio simplemente lo cito para que el cazador sepa cómo funciona el sistema hormonal en la vida de los elaphus.

El ciervo rojo es un animal social lo cual significa una ventaja evolutiva importante ya que siempre un grupo está mejor protegido y en estado de alerta ante el peligro que un animal solitario. Dentro de ese conjunto siempre hay un ejemplar maduro y con experiencia que lidera al grupo, y ese es el que generalmente está más avispado y como cualquier cazador sabe, es más difícil sorprender a un conjunto de animales cuando hay varios ojos que ven, varios oídos que escuchan y varias narices que huelen y basta que uno solo lo advierta el peligro, para que inmediatamente todo el conjunto se ponga en estado de alerta y listo para huir.

Esa es la característica que predomina dentro de un conjunto de hembras por tener estas, una estructura social más numerosa y compacta, pero si no me equivoco, además sospecho que todo esto se debe a que es la hembra la que tiene que proteger a su cría del ataque de los predadores.

El grupo de machos tiene una estructura social más laxa y desordenada. Hay una tendencia en los machos viejos a vivir en soledad o a lo sumo en compañía con un animal más joven: durante el invierno, que es cuando más se agrupan, ese grupo no esta tan compacto y ordenado puesto que por propia naturaleza conductual el macho es por sí mismo más individualista.

Planteadas así las cosas, es fácil concluir que la hembra es la custodia de la especie, y que es bueno recordarle a aquellos que deben manejar un coto que si sabemos manejar las cuadrillas de hembras lograremos tener buenas bramas debido a que la sociabilidad de los elaphus, aun siendo ciervos sociales, es una sociedad dividida donde ambos sexos que solo se junta en ese breve espacio donde los machos invaden el territorio de las hembras para cumplir con la misión de mantener la genética funcionando, pero terminada la brama cada sexo retorna a sus respectivos territorios volviendo a establecer una sociedad bipartita.

Esto que pinta ser una apariencia caprichosa tiene su lógica y su razón de ser. Si machos y hembras compartieran todo el año un territorio en común los machos privarían a las hembras de una parte importante del recurso forrajero que precisa una hembra para para gestar y amamantar a su cría. Ahí está la verdadera razón, por la cual los machos emigran debiendo ceder territorio y alejarse a lugares más inhóspitos ya que, como estos tienen menos demandas nutritivas puede arreglarse con un forrajeo de peor calidad.

De lo escrito hasta ahora surge una coincidencia biológica de intereses recíprocos que podemos sintetizar de este modo. Al macho le interesa la hembra en celo y al cazador le interesan los cuernos que este lleva en la cabeza haciendo omisión de la hembra, para que el circo siga funcionando.

Puesto que al cazador solo le interesa el trofeo y en una época determinada, a partir de este momento empezaremos a incursiona en el tema de la caza.

Habría dos formas de cazar el ciervo rojo: en la bramera o en los invernaderos, pero como la ley solo permite cazarlo en los quince o veinte días que dura la brama, debemos acatar esas reglas del juego y a eso atenernos. Puestas así las cosas sería bueno saber; aunque sea aproximadamente, cuantas hembras hay en el coto y donde poder hallarlas para no andar buscándolas al azar y desparramando olores y ruido en plena brama. Dejemos que el macho haga ese trabajo para juntarlas y agruparlas.

Es necesario que el cazador tenga una idea clara de lo que es una brama y una estrategia armada para no hacer un enchastre cuando llega al campo que puede llegar hasta cortarla. Nada de reflectores, movimientos innecesarios, ni ruidos anormales. Para cazar en brama el cazador debe moverse con cautela y precaución teniendo en cuenta que la brama es un estilo único y muy peculiar del cazar, en este tipo de caza no se sale a buscar un animal al voleo, sino que el cazador se dirige directo al animal a través de su bramido – casi podríamos decir que el ciervo nos está llamando – pero además nos está diciendo algo de sus estados de ánimo – eso que los españoles llaman la dicha – tema de lo cual me referiré en los próximos párrafos.

Eso sí: en brama debemos saber montear siguiendo las clásicas reglas del juego, el viento, el rececho silencioso y el ojo muy abierto.

La caza del ciervo rojo argentino, me animo a decirlo, es casi única en su género por los diversos escenarios en el cual se practica: es podríamos decir, fascinante por los distintos estilos que requiere. En ese majestuoso escenario solitario, inmenso, de la Patagonia el paisaje solo y en sí mismo ya es toda una aventura.

Acá cabe de todo, el caldenal y los espesos fachinales pampeanos, las vastísimas estepas de la precordillera patagónica, o los majestuosos bosques de la alta cordillera ¡si hasta podemos darnos el lujo de elegir! Gracias Luro por la herencia que le dejaste tantas generaciones de cazadores que la siguen aprovechando. Cada escenario ofrece sus propias estrategias y cada una de ellas tiene sus propias reglas, la primera es como decimos los argentinos “saber leer el campo” lo cual es todo un desafío; no es lo mismo cazar en Patagonia que en la Pampa donde las geografías son tan distintas.

Lo segundo que debe hacer un cazador es conocer las costumbres de su presa y eso, nos viene del remoto paleolítico a través de una frase que nos dejaron los bush man, “el mejor cazador es el que mejor conoce las conductas del animal que caza “quizás el rugido de un león les serviría, pero ello es esporádico.

A cambio de ello el, en la época reproductiva el rojo vocaliza con todo, o sea a la búsqueda suma el idioma que manda a través de su bramido.

Cuando un cazador escucha ese bramido: si en ese momento no se emociona, mejor es que se dedique a jugar al ajedrez.

En argentina hay dos ciervos que braman el dama y el rojo, pero el dama solo gruñe en tanto que el rojo vocaliza y eso marca una diferencia porque a través de la vocalización expresa también, sus estados emocionales. Cada macho tiene su forma de bramar y a algunos los conocía sin verlos, me bastaba escucharlo bramar para saber poder identificarlo por los sitios donde andaba.

En los tantos años que anduve trajinando atrás del rojo al principio me dicaba a seguirlo, o de noche a escucharlos, hasta que un día conseguí un disquete con varias tonalidades y explicaciones y desde ese momento descubrí que “por ahí pasaba la cosa”.

No son tantos los cazadores que practican este arte más bien diría que son los menos, pero dentro de ese grupo encontré un par de ellos que son verdaderos maestros: ese no es mi caso, porque considero que eso es un verdadero y espontaneo talento: pero sea como sea, a mí me resulto un instrumento invalorable por que podía dialogar con ellos y decidir “en que andaban”.

Hay bramidos largos de varias tonalidades, propios de un desafío agresivo proveniente de un macho que desafía al macho alfa que resguarda un harem de hembras y de seguro es que este responda en el mismo tono, también hay “bramidos agudos e itinerantes” que se acercan o se alejan indicándonos la presencia de un ciervo en búsqueda de hembras. No falta tampoco el oj-oj que emite el macho del harem cuando quiere repuntar para reintroducir nuevamente a alguna hembra que quiere apartase del harem; o cuando algún vareto imprudente quiere meterse dentro del grupo para expulsarlo.
Estos son algunos – entre tantos otros – los elementos de juicio que saca el cazador desde su sitio de observación o cuando se está aproximando para “hacer la entrada final”: en conclusión, si usted escucha un macho solo que brama en un punto fijo se trata de un macho que repunta su grupo de hembras, si en ese perímetro usted escucha dos o más machos bramando, lo más probable es que usted este escuchando un macho de harem y otros machos satélites que lo están desafiando para robarle el botín, en ese caso, abra bien los ojos no sea que de pronto y de manera inesperada se tope con algún vareto desplazado o con alguno de los satélites: lo digo por experiencia. Si por otras circunstancias usted se cruza con un macho en búsqueda no lo siga de atrás porque a esa clase de ciervos camina más rápido que nosotros, brámelo, pero siga caminando que a veces se paran a escuchar y observar a ver si pueden localizar a su presunto rival, acorte distancias y espérelo en lugar visible: a lo mejor tiene suerte.

Voy a relatar dos anécdotas de este tipo para que se vea lo que puede suceder en estos casos. Una tarde retornamos al campamento con las manos vacías después de una larga jornada cuando tarde, sobre el anochecer, escuche un ciervo que venía bramando firme en dirección al campamento y lo empecé a bramar, pocos minutos después apareció en el descampado, lo observe con los prismáticos y me di cuenta que valía poca cosa, pero venia firme y con intenciones agresivas; me hice bien visible y le pegue un grito, se detuvo estupefacto, no podía entender que era aquello parado que tenía enfrente pero basto un segundo grito para que entendiera todo.

En la segunda ocasión, se trataba de un buen catorce que lo venía observando tres días seguidos y nunca me daba tiro. Yo estaba sentado en una a barda y lo observe cruzar el valle, venía a paso firme dirigiéndose a la barda, lo brame, pero no respondió iba apurado y derecho al encame: calcule la distancia que me separaba de él y acorte las distancias cuando trasfilo le chifle y me regalo el disparo.

Así es la caza siempre van a aparecer las buenas y las malas, no se aflija que eso es bueno para seguir juntando experiencias.
Esas experiencias que aprendí sobre la brama están relacionadas a múltiples factores.

Es bien sabido que la brama es fluctuante y tiene sus altibajos puesto que es un proceso biológico y no mecánico. Un día es muy activa, otros esta entrecortada y hasta pude cortarse. En un coto, a veces solo se escucha en solo sitio mientras esta silenciada en otros grupos que eran activos el día anterior, y esos pormenores son los que ahora sintéticamente voy a describir. Si dentro del coto hay varios cazadores distribuidos en distintos sitios, generalmente la falla se debe a una sobrepresión, o un mal manejo de esa bramera: o porque no; la presencia de furtivos que merodean.

Recuerdo un lugar muy especial que reunía todas las condiciones para ser una excelente bramera: mallines pastosos surcados por pequeños arroyuelos, buenos cañadones circundantes y suficiente vegetación donde los ciervos podían refugiarse durante el día. Pero había dos problemas en ese edén: en primer lugar, estaba pegado a una ruta donde circulaban autos y camiones lo que, además, facilitaba el “desembarco” de furtivos nocturnos y lo otro era, que del opuesto lado de la misma había pequeños pobladores siempre deseosos de meterse adentro. Consecuencia, nunca vimos un solo ciervo en ese sitio: la brama siempre se daba “campo adentro” donde las condiciones no eran tan propicias.

Otra de las razones se debe a que un pequeño grupo de ciervas ya están todas preñadas y entonces los machos se desplazan a otros sitios en busca de mejores oportunidades – ahí es donde aparecen los machos trashumantes – finalmente pude aparecer un efecto más sutil, inevitable e impredecible: me estoy refiriendo a las comunes variaciones climáticas. La relación frio /calor, los fuertes vientos, las lluvias o las nevadas en la alta cordillera son más que suficientes para modificar la brama porque los ciervos, igual que nosotros, son también susceptibles a estos cambios. La parte más sutil para que esto suceda se debe dar previamente, un cambio en las presiones atmosféricas, que en todo el mundo zoológico es más perceptible que en el nuestro, de modo que los animales advirtiéndolo se “encuevan” horas antes entrando en estado de latencia.

Si los días son muy calurosos, o el campo está muy presionado “por el efecto caza” es frecuente que los machos bramen solo de noche y eso a veces se puede solucionar.

En mi campo de La Pampa zona muy marginal y alejada del mundo, logre crear una población de ciervos por un tiempo ignorada. Durante un periodo de años, aprovechando esa oportunidad para abstenernos de cazar, (lo cual no impedía que lo disfrutáramos plenamente) para que esa población creciera: sin la colaboración de mi encargado Ramón García eso hubiera resultado imposible de lograr.

Ramón como buen pampeano, era un entusiasta cazador, pero él se entusiasmó tanto como yo en tal emprendimiento. Recuerdo que una de las reglas del juego que le propuse en más de una ocasión era “Ramón si aparece un ciervo muy grande apriétele el gatillo que yo me borro” pero eso nunca sucedió porque las condiciones no se dieron y porque me decía que él tampoco estaba dispuesto a hacerlo.

Entre tantas aventuras y experimentos que hicimos juntos, se me ocurrió una idea para solucionar el tema de la brama nocturna luego de un día muy caluroso puesto que llegada la noche casi siempre refrescaba en esas zonas.

Salíamos de noche después de cenar y caminábamos a escuchar la brama, temprano a la mañana siguiente nos ubicábamos a distancia del sitio donde la noche anterior habíamos escuchado brama, y nos separábamos, y empezábamos a bramarnos entre nosotros poco tiempo después lográbamos escuchar las respuestas: habíamos logrado encender la brama que nosotros mismos habíamos creado. Entonces volvíamos contentos al rancho. No lo aseguro, pero eso es posible.

De esta manera doy por cerrada esta nota, queda mucho más por comentar de nuestro ciervo rojo argentino, pero en esta ocasión y ateniéndome a lo que se me habían solicitado me volví historiador, biólogo y cazador haciendo solo hincapié en la brama.