Comenzaremos este libro buscando los orígenes del ciervo rojo en el tiempo y los largos espacios que debió cubrir como especie. Para lograr esta meta, deberemos prepararnos a emprender un largo recorrido que incluye la paleontología, la historia y sus relaciones con el hombre de todos los tiempos. Semejante emprendimiento comprende relatar una serie de acontecimientos de la más diversa índole algo difícil de ordenar por las múltiples variantes que incluye esta temática: por esta razón este primer capítulo quizás no pueda mantener una descripción ordenada de los sucesos. Aclarada esta situación, comenzaremos a describir este largo periplo.
Si queremos encontrar a nuestro ciervo, tendremos que llegar hasta esa encrucijada de caminos donde la antigua paleontología, la tradicional zoología y la moderna biología se unen en un punto.
A partir de ese punto buscaremos el camino que más rápidamente nos lleve hasta el ciervo rojo. Pero como ese camino evolutivo es largo, para lograr esa hazaña deberemos a su vez, proyectarnos a través de inciertas rutas paleontológicas que nos conduzcan hasta el momento histórico en que hacen su aparición en el mundo animal los primeros ciervos, esos pequeños protocérvidos elementales que en nada se parecen a nuestro elaphus.
Eso significa relatar, de la forma más sintética posible, la azarosa aventura que emprendieron esos primeros cérvidos para poder llegar exitosamente hasta nuestros días.
Desde siempre los animales (zoología) interactuaron con su medioambiente, (ecología) y como toda especie que fue producto de una evolución, los antecesores de los ciervos actuales dejaron una historia escrita (paleontología) que nos explica la sucesión de acontecimientos que determinaron las actuales características de los pocos afortunados que llegaron hasta nuestros días, de ahí la conexión que existe entre las tres ciencias.
Los archivos paleontológicos marcan lo anterior, el nexo del pasado que se conecta con la zoología actual, en otras palabras, nos llevan del pasado al presente relatando la historia evolutiva de cada especie. Lógicamente no podemos esperar grandes precisiones en esta clase de historias pues como bien decía Teilhard de Chardin, el paleontólogo encuentra pedazos de troncos y ramas que solo le ayudan a imaginarse como era el árbol, de modo que la sumatoria de fragmentos dispersos y la imaginación, que forma parte del cuento, es suficiente para poder concebir siquiera en parte, eso que podríamos llamar “el mundo de los ciervos”. Describir con claridad y poder de síntesis “el mundo de los ciervos” es una tarea harto difícil de emprender, ya que es bueno aclarar, que la biología ha sido siempre una materia compleja, árida y difícil de simplificar, sobre todo si se pretende volverla amena y accesible al gran público que es el verdadero objetivo de este libro. Veamos pues como nos ingeniamos para salir del atolladero.
Los Cervinae, estrictos herbívoros
Zoológicamente hablando, el ciervo rojo es un mamífero del orden de los artiodáctilos pertenece al suborden de los rumiantes y de la familia Cervidae la subfamilia de los Cervinae. Se trata de animales estrictamente herbívoros, rasgo específico este, que define el rol que estos juegan en el mundo animal.
Los herbívoros se sustentan de la más elemental fuente de alimentos que ofrece la naturaleza. Me estoy refiriendo a aquellos múltiples productos que elabora el reino vegetal a partir de la energía solar, el agua y el anhídrido carbónico. Los herbívoros son entonces – y esto es lo más importante – el eslabón que une dos reinos, formando así un puente entre dos sistemas vivientes: el mundo vegetal y el reino animal: y esa es la importancia fundamental que estos animales revisten dentro de la cadena ecológica.
Encargados de transformar esa materia vegetal en producto animal, cumplen con la fundamental transferencia de pasto a carne, y por esa descollante razón, los ecólogos los han denominado consumidores o transformadores primarios.
Para que esa transferencia se cumpliera eficazmente, fue primero necesario que se produjese a lo largo del tiempo, una compleja y profunda transformación de la anatomía y la fisiología de todo el aparato digestivo. Especialización adaptativa esta, que tardó miles de años en gestarse para llegar finalmente al logro deseado.
Una de las más importantes diferencias que separa a los herbívoros rumiantes de los omnívoros y carnívoros, es que los primeros deben invertir de 7 a 10 horas diarias consumiendo forraje, y otras 5 a 8 horas para re-masticarlo en ese proceso comúnmente llamado rumia, mientras que los segundos gastan mucho menos tiempo en la ingestión y transformación del alimento disponiendo así de más tiempo libre para realizar otras actividades vitales. ¿Cuál es la razón de este desfasaje? Simplemente que la materia vegetal es más pobre en cantidad y calidad de nutrientes que los alimentos de origen animal.
Por esa razón, los herbívoros deberán ingerir y almacenar más comida para obtener la misma cantidad de unidades energéticas o proteicas, lo que les obliga a reemplazar con cantidad lo que les falta en calidad, y eso los lleva forzosamente, a acumular grandes cantidades de forraje en sus tres sobredimensionados compartimentos estomacales a saber: el rumen, la redecilla, y el omaso, cada uno de los cuales irá transformando y refinando cada vez más, los groseros vegetales inicialmente ingeridos.
La digestión de un rumiante contempla por lo tanto las siguientes etapas:
A pesar de todo este prolongado y complejo proceso, hay pérdidas importantes de toda aquella materia vegetal impregnada de celulosa y lignina, que al no poder ser fermentada es así eliminada por las heces.
El desdoblamiento del pasto se cumpliría así en dos fases: 1) El ataque bacteriano o fase fermentativa, y 2) la digestión enzimática o fase química. En la primera, el pasto es fermentado por acción de las bacterias y protozoarios presentes en los tres primeros compartimentos del rumen. En la segunda etapa, los vegetales desdoblados, más los restos de bacterias y protozoarios acumulados en los pre estómagos pasan al cuarto estómago (el abomaso) donde esa papilla o sopa microbiano/vegetal, es sometida a la acción química de los jugos gástricos e intestinales tal como sucede con cualquier otra digestión mono gástrica.
Algunos fisiólogos y nutricionistas dicen que los rumiantes no solo son herbívoros sino también proto-carnívoros ya que, en realidad, muchos de los nutrientes finales asimilados, provienen mayoritariamente de la digestión de esas bacterias y protozoarios que se hospedan en el rumen.
Cerraremos así con esta brevísima síntesis, la biología digestiva de un herbívoro y del histórico salto entre dos mundos con todo aquello que se refiere a la digestión vegetal que culmina finalmente en la transformación del pasto a la carne a través de la energía y las proteínas obtenidas del reino vegetal.
Los artiodáctilos
La gran familia de los artiodáctilos comprende además de los ciervos, a las jirafas, los bovinos, los ovinos, los caprinos y los antilópidos todos emparentados entre sí con mayores o menores similitudes a medida que estas especies se fueron distanciando en el tiempo.
Los artiodáctilos, son una gran familia de animales caracterizada por poseer un par de pezuñas largas, angostas y afiladas en cada uno de sus miembros. Esta es otra de las mutaciones importantes que sufrieron los herbívoros en busca lograr una mejor adaptación a la carrera veloz y sostenida, fijando así la estrategia de supervivencia de estos animales basada en la huida y no en la confrontación. Para llegar a poseer pezuñas, estos artiodáctilos debieron simplificar los cuatro o cinco dedos primitivos que poseían sus antecesores a solo dos pezuñas especializadas para la marcha reduciendo los restantes dedos a simples muñones, cuyos apéndices son los que nuestros hombres de campo vulgarmente denominan “pichicos”.
Para volverse velocistas los artiodáctilos debieron desarrollar, además de las especializadas pezuñas, largas y delgadas patas accionadas a su vez, por poderosas masas musculares.
Según fuese la forma de ataque a la que estos artiodáctilos estaban sometidos, la huida podía volverse rápida y explosiva, o, por lo contrario, de largo aliento y fatigoso recorrido: eso dependía de la forma del acoso y del tipo de estrategia que empleaba el predador. Por tal razón, miembros y masas musculares deben ir acompañados de un no menos desarrollado sistema cardiorespiratorio indispensable para suministrar abundante oxígeno a los pulmones y sangre a los músculos cuando la huida así lo requería.
Esta conjunción de elementos anatómicos y fisiológicos, apunta a transformar a nuestros ciervos en una eficaz maquina corredora: ágil, veloz, y resistente, aerodinámica y funcional tanto para la carrera en el monte como en los espacios abiertos. En otras palabras, nuestros ciervos son atletas equipados para las carreras de corta, media y larga distancia, características que los ciervos comparten con las otras especies con las que están emparentados por ascendencia y origen común.
Los cérvidos
Hasta aquí las similitudes que los ciervos comparten con otros artiodáctilos, pero hay un rasgo que separa e individualiza a estos no solo de sus parientes más próximos, sino también de los de todas las otras especies del reino animal: nos estamos refiriendo al carácter temporario y renovable de su cornamenta, fenómeno exclusivo, que motiva una complicada programación hormonal que termina produciendo uno de los ciclos más complejos e incomprensibles de la naturaleza ya que diferencia de los otros rumiantes, los ciervos no tienen apéndices córneos permanentes, sino astas renovables de naturaleza ósea y no cutánea, las que por otra parte, no cumplen un rol biológico indispensable para la supervivencia de la especie desde el momento en que la ausencia de las mismas, no afecta para nada el normal desenvolvimiento de las hembras.
Sometidos a duras pruebas evolutivas de las que salieron transformados y airosos, los herbívoros sin embargo están destinados a convertirse en el sustento de un segundo grupo de animales, llamados consumidores secundarios o carnívoros, animales que según esta clasificación ocuparían una posición inmediatamente superior en la geométrica pirámide ecológica.
De acuerdo a este principio, quedaría así conformada una implacable e impiadosa cadena trófica basada nada menos que en la caza, ya que, cazando herbívoros, ciertos omnívoros, los carnívoros y el hombre lograron subsistir hasta nuestros días.
Visto el proceso desde un plano superior, este nexo entre el predado y el predador encierra el milenario drama entre la vida y la muerte utilizando a la predación (caza) como medio para lograrlo, de ahí el ancestral arraigo que perdura desde lo más profundo de la evolución en la psiquis del hombre cazador de nuestros días.
En ese endiablado juego, se elabora una de las cadenas ecológicas de mayor trascendencia en el mundo viviente -no debemos olvidar que la predación es una ley cósmica de la que se vale la evolución para regular y perfeccionar todas las especies.
Esta sutil y dramática relación establece una indisoluble interdependencia entre las partes ya que la predación es la herramienta que inexorablemente talla y refina las conductas tanto de los predados para seguir viviendo, como de los predadores para poder subsistir, se logra así un equilibrio, donde biológicamente hablando, nadie logra sacarse ventajas.
Sobrevivir significa en él más amplio sentido de la palabra, tener un organismo perfectamente adaptado al medio donde se vive, pero obliga por añadidura, elaborar una estrategia anti-predatoria lo suficientemente eficaz como para no ser permanentemente comido y en ese juego del sobrevivir, los ciervos son verdaderos expertos: de lo contrario no hubiesen podido llegar a nuestros días.
Para eludir al predador, los ciervos se vieron obligados a crear un sistema defensivo basado 1) en la prematura detección del peligro; 2) en la sigilosa evasión; 3) en la veloz huida frente al ataque inminente. Para ello la naturaleza los proveyó de un agudo y exquisito sistema sensorial, afiatado a una sofisticada especialización cerebral, donde se da prioridad a la vista, el oído, y el olfato, los que, a su vez eficazmente integrados y sincronizados por el sistema nervioso central, logran tejer una maravillosa red defensiva muy difícil de vulnerar para todo aquel predador que intente penetrarla.
Evolución de los ciervos
Los ciervos han sido siempre animales exitosos. Prueba de ello es que extendieron sus dominios por todas las latitudes y longitudes del mundo viviente. Tendieron prácticamente un anillo que abarcó el planeta entre los 35 y 55 grados de latitud, dentro de ese anillo poblaron las selvas, pantanos, estepas, desiertos y montañas del mundo sin dejar virtualmente espacios vacíos.
Partieron de los trópicos y llegaron hasta el borde mismo de los polos. Salieron de las selvas y llegaron al confín de los desiertos y desde las tierras bajas, ascendieron para poblar serranías y montañas: no hubo un solo lugar donde no hayan estado presentes.
Convivieron y sobrevivieron a la mega fauna paleolítica, observaron como muchos que sus predadores se extinguían y fueron capaces de adaptarse a los violentos cambios ecológicos del plioceno y pleistoceno de los cuales supieron sacar ventajas en beneficio propio. Falta saber ahora, si serán capaces de sobrevivir a la explosión demográfica, ese nuevo cataclismo que les propone del hombre.
Con la aparición de ese nuevo actor que Teilhard de Chardin denomina el fenómeno humano, las poblaciones de ciervos logran nuevamente salir airosos del desafío que hasta hoy, les propone el hombre, logrando establecer con este último un peculiar vínculo el que, más allá de las inevitables marchas y contramarchas de su historia, les ha permitido llegar exitosos hasta nuestros días.
Esto se debe básicamente a la flexibilidad de sus conductas y a la plasticidad de su plasma genético ya que, siendo los ciervos animales eminentemente oportunistas, tuvieron la capacidad de capitalizar a su favor, los cambios que el factor humano introdujo en la naturaleza. Veamos entonces en que consiste esta conflictiva relación.
El Ciervo Rojo Argentino
By Juan F. Campomar
(Extracto Cap.1)