Hablemos del ciervo rojo argentino

Por Juan Campomar

Gracias a un visionario de la “belle epoc” llamado Pedro Olegario Luro hoy podemos volver a hablar del ciervo rojo argentino valiéndonos de este artículo.

Bien podemos titular a Luro como el padre del ciervo rojo argentino y por carácter transitivo al creador de la caza moderna tal como hoy la practicamos en nuestra querida patria. Hijo de Pedro Luro un inmigrante vasco francés de los tantos que llegaron a nuestras costas para hacer fortuna, el padre de Pedro Olegario comenzó de pulpero en el pueblo de Dolores y terminó siendo un prestigioso hombre de negocios en aquella Argentina tan pródiga.

Pedro Olegario nació en Buenos Aires en 1860, en1884 se recibe de médico y viaja a Paris donde vivió 5 años relacionándose con todo aquel mundo de negocios y aristocracias y es debido a esas relaciones que fue uno de los primeros promotores de nuestras carnes refrigeradas que luego abastecería a gran parte de Europa.  A su regreso al país formo parte del directorio del banco provincia, fue tres veces diputado, donde logro gestionar un nuevo ramal ferroviario que unía a la ciudad de Toay con Bahía Blanca, y uno de los líderes que consiguió trasformar la entonces pampa central en lo que hoy es la Provincia de la Pampa, co fundador de la ciudad de Mar del Plata lugar donde lo sorprendió la muerte. Como podemos apreciar Luro fue un hombre talentoso en lo empresarial, los negocios y la política.

Casado con Arminda Roca en 1893, hija de Ataliva Roca y sobrina de Julio A. Roca en aquel entonces presidente de la República.

Es aquí donde comienza a perfilarse nuestro relato histórico.

La campaña del desierto fue en cierto modo una empresa privada donde el gobierno aportaba las fuerzas armadas pero financiada con el dinero que aportaban inversores argentinos y extranjeros a cuenta del reparto de las tierras conquistadas y Ataliva Roca era el recaudador de esos fondos.

Indudablemente Ataliva debe haber invertido mucha plata en el negocio porque al terminar la campaña, asesorado por el general Villegas, recibe cien mil hectáreas de tierra en lo que otrora fuera el paradero del cacique Pintzen el mas osado y valiente guerrero de las pampas.

Cuando muere Ataliva, Arminda recibe en herencia una parte del campo y es en San Huberto donde Luro decide armar un cercado de 800 hectáreas para introducir en él los jabalíes y ciervo rojos traídos de Europa.

Según dice Amieva en su valioso libro El Parque Luro, se introdujeron solo tres machos y siete hembras provenientes de los Cárpatos húngaros y de los Alpes austríacos. Indudablemente Luro estaba bien asesorado porque era ya costumbre en la Europa de aquel entonces, combinar sangres para obtener la mejor genética todo lo cual significa que el ciervo rojo argentino es producto de una hibridación.

Si sabemos interpretar todo ese proceso veremos que en aquel lejano1906 llegan desde Europa al distante puerto de Buenos Aires, dos especies nuevas que estaban destinadas a producir una revolución insólita. Un verdadero puente faunístico entre Europa y el lejano cono sud de la América latina, y si todavía queremos llegar a mirar aun mas lejos, es fácil advertir que la adaptación a estas nuevas tierras de esas dos especies, fue tan exitosa, que se multiplicaron de tal forma, que hoy abarcan no tan solo un sector importante en nuestro territorio, sino que cruzando fronteras hoy llegaron al país hermano de Chile.

Años después, en 1922 los ciervos pampeanos, ya totalmente adaptados a su nuevo hábitat, logran generar una nueva revolución ¡llegaron a Patagonia!

Alejandro Luro entonces a cargo de San Huberto, por ser sobrino de Pedro, y a pedido de don Roberto Hohman manda 6 ciervos machos y doce hembras siguiendo un largo periplo desde Naicó, vía Bahía Blanca hasta Zapala, y de ahí en carro hasta orillas del lago Lolog donde Hohman le había alquilado a Parques Nacionales una superficie de tierras de pastoreo.

Esos ciervos fueron encerrados en un jaulón hasta que, en 1945, fecha en que, vencido el contrato con Parques, los ciervos son liberados esparciéndose, con el tiempo, no solo por el Parque Nacional sino también por los campos vecinos. Justo es calcular, que, en 23 años, esos ciervos no solo se habían adaptado al bosque patagónico, sino que se deben haber liberado como mínimo, tres o cuatro generaciones sucesivas y eso por si mismo justifica su expansión.

La cosa no termina ahí. En 1932 un cazador alemán lleva ciervos al lago Meliquina. En 1945 el gobernador de Chubut consigue liberar dos machos y tres hembras en el campo de Mussio los que lograron dispersarse a lo largo de los lagos Fontana y La Plata, generando una nueva población actualmente vigente. En 1950 según me contó Andino Grahn se despacha desde Mamuil Malal – la estancia de su familia – un camión cargado de ciervos pichones rumbo a la Patagonia chilena, a partir del cual hoy los chilenos organizan cotos de caza desde donde salen magnificas cabezas. En 1967 nuevamente en Chubut, en el campo propiedad de la familia Amaya cerca de Esquel, se liberan dos machos y cuatro hembras, en 1978 en el campo de Bastegasore sito en Trevelin un macho y cuatro hembras y finalmente, en 1995 en la localidad del Maitén se instala un coto de caza con una importante población, donde se dice, que hubo posibles liberaciones.

Finalmente, en la década de 1960 Vogel llega al lago Meliquina. Y es un evento por si mismo, porque retoma nuevamente el camino de Luro e introduce nuevamente valiosas especies europeas. Vogel compra 3.000 hectáreas al borde del lago Meliquina, cerca toda la superficie e introduce en el coto gran parte de la fauna europea actualmente vigente incluyendo nuevamente en la Patagonia Argentina nuevas especies antes desconocidas en la América del sur. Visto desde esa óptica, Karl Vogel repite una vez mas la misma aventura de Luro en pleno modernismo, tomando nuevamente a la Argentina como base experimental. Me pregunto si alguna vez seremos capaces de valorar esos esfuerzos.

No deja de llamar la atención que todas aquellas primeras poblaciones de ciervos patagónicos, parten en su principio de un muy pequeño grupo de animales: casi me animaría a decir que esos ciervos se liberaron por goteos sucesivos.

El tan meneado tema de la consanguinidad tendría que descartarse, puesto que muchos de esas que luego se transformarían en futuras poblaciones podrían descender en su principio de padres con hijos y hermanos con hermanas. La experiencia argentina nos demuestra que si la tal consanguinidad existiese tendríamos que observar visibles signos de poblaciones degeneradas. Sin embargo, la experiencia nos muestra que tal realidad no existe.

Finalmente nos falta, la frutilla del postre del cual conviene hacer un paréntesis aparte. Vamos ahora a hablar de los “ciervos rojos del fin del mundo”. Así creo que los hubiera descripto Julio Verne en su novela.

En 1973 la marina argentina por una u otra razón decide mandar ciervos a Ushuaia y por tal razón se despacha un lote de ciervos rojos a un corral próximo a la base, la cosa no cayo bien, supongo que por el problema que causaron los castores en la isla: sea como sea, se decidió enviarlos a la Isla de los Estados. El operativo se puso en marcha y la marina dispuso de un barco para montar el operativo, el encargado de montar tal operativo de capturar los ciervos dentro del jaulón cargarlos en el barco, y hacerse cargo de ellos hasta su desembarco en la isla se puso en manos de Dalmiro Cutillo, armero, cazador y con experiencia en aquellas rudimentas capturas, puesto que Dalmiro había participado en una captura de venados de las pampas, en un operativo previo.

Lo cierto es que se logran capturar los ciervos y luego de varias peripecias propias de las aventuras en lo más duro de esa dura Patagonia se logran desembarcar los jaulones en una ballenera y se depositaron en la playa. Dice Dalmiro que se liberaron dos machos y cinco hembras a la que habría que sumar tres ejemplares más que murieron en el viaje. Voy a limitar el relato de semejante aventura para atenerme al espacio disponible, pero es bueno aclarar que Dalmiro Cutillo relata minuciosamente las peripecias del viaje en el diario La Nación y la revista Diana en 1973. Lo importante de este suceso es saber de dónde provenían los ciervos y de eso me enteré por casualidad por boca de mi gran amigo Andino Volman a sazón mayordomo general de estancias Collunco quien recibió la orden de capturar varios cervatillos y criarlos hasta que llegó un avión de la marina y los transportó a Ushuaia.  Años después un amigo cazador me dio vuelta el mapa. Resulta ser que en lugar de un solo desembarco en la isla hubo dos, ya que en el jaulón de encierro en Ushuaia aun quedaban mas ciervos. Mi amigo me puso en contacto con un oficial de la marina que había formado parte del equipo y así pude constatar que se repitió el mismo operativo. Se cargaron los diez últimos ciervos que quedaban encerrados en el jaulón, y llegados a la playa se colocaron las jaulas en gomones y se produjo así el nuevo desembarque exitoso. Pero vale abrir un paréntesis para evaluar un poco mejor el valor del ciervo rojo argentino.

La Isla de los Estados es un mundo en si mismo. Esa bellísima isla ubicada en las mismas puertas de la Antártida, tiene la desgracia de tener uno de los climas mas inhóspitos del mundo. Envuelta en tinieblas por la humedad de océano crea un clima ambiental único, las lluvias son constantes y muchas de ellas terminan en copiosas nevadas, barrida además, por lo vientos que a veces llegan a los 100 kilómetros por hora, dudo que se pueda concebir algo peor.

Los que allí han estado comentan que el clima cambia hora a hora. Sergio Anselmino que recorrió toda la isla caminando, me comentó que llegaba al campamento con la ropa mojada y al día siguiente estaba igual, exactamente igual. A eso se sumaban las frecuentes nevadas que lo mantenían recluido hasta que mejorara el tiempo. Todo ahí es imprevisible. Ese es el lugar donde desembarcaron los ciervos de Luro y hasta el día de hoy siguen sobreviviendo y multiplicándose. Visto desde esa óptica, es justo reconocer el valor genético y evolutivo de esa población, manifestado a través de la ley de adaptación al medio.

Algunos ecologistas proponen exterminarlos, pues bien, recuerden que en la isla hay también vacunos y cabras con lo cual deberíamos exterminar a todos los herbívoros de la isla olvidándonos que las plantas tienen también la capacidad de ajustarse a los cambios que produce el pastoreo, caso contrario desde que la creación existe o bien hubieran desaparecido los pastos o en su defecto los herbívoros. El misterio de la creación solo Dios lo conoce: nosotros para bien o para mal solo pretendemos manipularla. Las poblaciones no se deben exterminar, solo hay que saberlas regular al medio ambiente, ni un individuo de más ni uno de menos: esas son las reglas que impone la evolución, después, dejemos que la naturaleza actué por si misma dando el veredicto final pero lo cierto es que esos ciervos del fin del mundo fogueados en el medio ambiente patagónico, tienen un valor genético que debe ser resguardado.

Me pregunto si alguna vez Pedro Luro se imaginó que aquella aventura de 1906 terminaría de manera tan exitosa.  Es bueno saber que su obra perduro a través del tiempo para continuar vigente en el corazón de tantas generaciones de jóvenes cazadores argentinos.