Introducción

La caza jamás será practicada como en el pasado. Desde los comienzos de la era cristiana hasta el presente, han desaparecido 110 especies de mamíferos y es aún mayor el número en vísperas de extinción. Del león asiático existen unos 200 ejemplares; algo similar ocurre con el gamo de Persia, el ciervo de berberia, el Ibex de Nubia, nuestra raza de ciervo de las pampas, el huemul del sur o chileno… La lista es tristemente extensa.

El «auroch» o toro salvaje, que hasta hace poco menos de 400 años era cazado en Europa, ya no existe. El oso y el jabalí, desaparecieron de las islas británicas. Las fabulosas cacerías del rey asirio Ashurnasipal II que, según historiadores, «cazó» en un solo día 450 leones, 350 toros salvajes, 200 avestruces y 30 elefantes, bordean la leyenda. Otro tanto ocurre con las monterías de la corte de Khula Khan descriptas en 1298 por Marco Polo, donde se empleaban 12.000 hombres y más de 5.000 perros.

Los millares de bisontes cazados por «Buffalo» Bill Cody y otros profesionales en las praderas de Norte América o los increíbles lances de leones, tigres, búfalos o antílopes de Gordon Cumming, William Oswell, Samuel Baker y tantos otros, nos llenan de asombro.

A principios de siglo también tenemos notables cacerías, como las de Pretorius, Sutherland o W.D.M. Bell, que con su pequeño 275 Rigby en solo tres días logró 44 elefantes machos … Todo esto pertenece al pasado y nunca más volverá.

La actual generación de cazadores vive en una era de estrictas leyes de caza, limitativas, de vigilancia por parte de los gobiernos. Aun en los casos que falten unas u otras, el cazador de hoy tiene que autolimitarse; pues si no administra lo que quiere cazar, se quedará sin nada para cazar. El cazador moderno no tiene otro camino que poseer elementales conocimientos de ciencias naturales: las especies, su dinámica, ecología, cría, vida social, predadores naturales o artificiales y sus efectos. Debe tener conciencia de que la misma raza humana está contaminando las aguas, las tierras y la atmósfera de su planeta, en porcentajes cada vez más críticos.

La intensa explotación agrícola, la tala de bosques, la desertización de los campos, la tasa de crecimiento humano, inciden para que un tétrico panorama amenace a la Tierra en los años venideros. No siempre son visibles los insecticidas aéreos, las pérdidas radiactivas, los virus acuáticos, y aquí se aplica aquello de «ojos que no ven…» EI DDT dieldrin, aldrin, eldrin y otros derivados, son substancias nocivas que, por su poder residual, impregnan los tejidos de aves y mamíferos, causándoles esterilidad y a veces la muerte. Estamos exigiendo a la naturaleza un paso muy rápido. Si no ponemos freno a todo esto llegaremos a una tremenda situación para los animales, las plantas y la raza humana.

Aparte del instinto reproductor, el de la caza es uno de los más importantes y, básicamente, el hombre seguirá siendo cazador. Pero en las condiciones actuales, el hecho de ser cazador, implica devolver de una forma u otra lo tomado a la naturaleza. Ningún Pals podrá soportar grandes matanzas en su fauna sin tener que reponerla, artificialmente o con un manejo científico. No hay otra salida si pretendemos que cacen las futuras generaciones.

En la historia argentina, la inmensa mayoría de nuestros gobernantes ha mantenido una inexplicable desaprensión en lo que se refiere a su fauna. No tan notoria en sus leyes, sino en el aparente desinterés en su cumplimiento y la incapacidad administrativa de este recurso.

Existe una Ley de Caza y Protección de la Fauna, pero además de ser incompleta, la práctica ha demostrado que es insuficiente, si no se realizan programas educativos en la juventud; si no se planifica un presupuesto para hacerla cumplir, en el cual estén comprendidos gastos en especialistas, guardacazas, apoyo para los dueños de campo, y así dictaminar con criterio lo que se puede cazar año a año. El manejo de la fauna es una ciencia inexacta y variable.

Estos ingresos bien podrían provenir de los impuestos y recargos a todo lo relacionado con la vida al aire libre, desde una casa rodante hasta una caja de anzuelos o cartuchos. ¿Cómo hacen, entre otros, países como Inglaterra, España, Estados Unidos, Hungría, Rusia, Alemania, Suiza y algunas repúblicas africanas? No debe ser tan mal negocio si en los Estados Unidos solamente los cazadores (no cuento los pescadores que son legión) han contribuido, entre impuestos y licencias, en más de 22 billones de dólares en menos de cincuenta años.

En todos los países adelantados se fomenta la caza, se publicita, se apoya al criador, se montan infraestructuras para no desperdiciar un gramo de sus despojos, se educa, se capacita al especialista, se controla y se hacen las cosas lo mejor posible porque se han dado cuenta que, en algunas regiones, vacas y ovejas no son tan redituables como se creía treinta años atrás. Por ejemplo, Suiza tiene casi 7.000.000 de habitantes en 41.300 kilómetros cuadrados, nuestro país tiene 2.795.700 km cuadrados. A pesar de esto, en 1964 los suizos pudieron cazar legalmente y sin afectar la población para cría: 2.429 ciervos colorados, 25.616 corzos y 9.759 gamuzas.

Es lamentable reconocerlo, pero quizás no exista actividad humana donde no ocurran excesos, injusticias o abusos. En los últimos años, la caza mayor ha tenido gran difusión en la República Argentina, lo que ha derivado en un manoseo por parte de ciertas personas que no conocen su espíritu. Por ello, desearla que este libro sirva para ayudar al iniciado en su intento de cazar seriamente, con nobleza y criterio en la elección de su trofeo. Asimismo, espero que el lector (experto cazador o no), olvide el termitero de cemento y vuelva por unas horas a recordar nuestros campos.

No pretendo aleccionar: trato solamente de dar una semblanza general, me entretuve al escribirlo y, si es útil para algo, tanto mejor.

Caza mayor en la Argentina  By  Lalo Mandojana.