El Ciervo Rojo Argentino

Introducción

Llegamos a esta nueva versión de nuestros ciervos rojos. Nunca pensé que el primer libro se hubiese agotado y menos aún que los lectores me pidieran, casi diría me exigieran, este nuevo libro, lo cual me llena de inmensa satisfacción pues me indica que los cazadores argentinos están ávidos de conocimientos.

Muchas cosas han pasado desde aquel entonces, y las razones son múltiples pero coincidentes: más cazadores, proliferaciones inimaginables de criaderos, cotos de caza de los más diversos tipos, manipulaciones genéticas de alta tecnología, veterinarios especializados y destacados en el tema y una nueva generación de hombres jóvenes – me estoy refiriendo a los guías de caza – que en su continuo ejercicio con el arte cinegético se han trasformado en verdaderos expertos en el tema.

Esta proliferación de acontecimientos me hace visualizar una explosión turbulenta de sucesos que me resultan difíciles de cuantificar y precisar por dos razones. Primero porque al dedicarme a investigar la biología de todos los ciervos de nuestro país me vi obligando a diversificarme y a alejarme progresivamente de los círculos cinegéticos propiamente dichos. La chismografía, esa eterna y rica fuente informática tan valiosa para estar al tanto de las cosas, me es ya casi inaccesible.  Segundo porque considero que el crecimiento recién mencionado me hace suponer que ya no alcanza un solo autor para dimensionar adecuadamente todos los sucesos acontecidos.  La multiplicación de cotos, la regionalización de los mismos, los círculos cerrados de cazadores locales y las distancias son causas más que suficientes para comprender estos motivos. Hoy el ciervo rojo se ha extendido del neotrópico hasta el confín argentino. En tan breve espacio de tiempo- solo 100 años- resulta casi imposible imaginarlo.

Igual que antes, de a ratos perdidos, fui revisando, retocando y agregando algo nuevo.

Para llegar hasta el final tuve que releer el libro anterior, evocar como siempre vivencias largamente archivadas en la memoria, indagar en la bibliografía nacional e internacional y consultar con cazadores de conocimientos y experiencias largamente acreditadas. Aparecieron nuevos colaboradores como Gustavo Ruiz y Sergio Anselmino de cuya valiosísima colaboración pude obtener información, fotografías y videos de la Isla de los Estados. Pedro Simpson me brindó información de Chacabuco Abel Santa Cruz y Susana Ortiz Basualdo me abrieron las puertas a la vida de Aarón Anchorena, Osvaldo Fernández aportó valiosa información acerca de los criaderos y así sucesivamente logré juntar la información que aparece en este texto.

Como dije antes, debo aclarar que este es un libro artesanal, despojado de tecnicismos literarios y con errores de edición, está solamente escrito para cazadores.  A los que no están familiarizados con ese oficio quizás no le resulten del todo grato ciertos temas tratados, pero en aspectos polémicos como estos, el autor tiene la obligación de definirse y no procurar quedar bien con todo el mundo.  Esa es la única forma que su obra no pierde coherencia, por esa razón, me veo en la obligación de aclarar por anticipado el contexto cinegético en que nos vamos a mover, considerando que esa es la única manera de no defraudar a ninguna clase de lectores.

Escribir este segundo libro siguió resultando para mí una placentera relectura y revisión del primero. Descubrí que casi todo lo escrito antes era inamovible pero que valía la pena agregar ciertas cosas que en realidad en nada cambian lo que antes describí.   En esencia nada cambió por eso reitero todos los conceptos básicos que antes relaté. Seguí confirmando que el que más termina aprendiendo en este tipo de desafíos es el propio escritor y que por más reiterativo que parezca, es posible ver las cosas de distinta manera.

Lo incorporado y novedoso no es tanto; porque los conceptos biológicos sin ser inalterables, evolucionan lentamente. Entre los que pude apreciar, apareció un ciclo de sequía que influyó en las poblaciones y la calidad de los trofeos, no le dediqué un capítulo especial a este tema, sino que lo fui incorporando a lo escrito antes a medida que iban apareciendo las oportunidades de hacerlo.

A los principios básicos de los capítulos relacionados con la genética, incorporé un nuevo capítulo dedicado a los nuevos cotos y criaderos: solo una síntesis panorámica, porque para entrar en profundidad creo que ya es necesario que se expresen los dueños y los veterinarios especializados en el tema.

Reitero lo anterior, escribir sobre el ciervo rojo argentino era un trabajo pionero por las peculiaridades que tiene la caza mayor en nuestro país. 

Libros sobre el ciervo rojo hay varios, pero sobre el ciervo rojo en la Argentina encontré solo un pequeño tratado escrito por Esteban Lika en la década del sesenta y algunos artículos en revistas especializadas, pero sin duda el ciervo rojo en nuestro país merece algo más que la simple descripción de aventuras cinegéticas dispersas.

Las notas publicadas que consulté tienen el valor del relato puntual del cual se pueden obtener sin duda útiles conocimientos, pero lo que nos faltaba era enlazar todos esos puntos inconexos para lograr un entendimiento global y totalizador del sujeto en estudio.  De modo que sin haberlo pensado antes, descubrí que lo que no tenía a mi disposición no eran referentes, sino conceptos ordenados, ni puntos de partida para estructurar un libro.

Vuelvo a reiterar que el motivo que me induce a escribir estas líneas es meramente altruista, la idea es tratar de brindar un servicio y de devolverle a la caza, siquiera algo de todas las satisfacciones que esta me dio a través del tiempo y eso, sigue siendo mi meta, intento hacerlo ofreciéndole al cazador los nuevos aportes que brinda la ciencia, y los viejos principios éticos que nunca debemos abandonar. 

Aprovecho por supuesto, cada vez que se ofrece la oportunidad, de deslizar algún consejo valioso fruto de los años que pasé detrás de nuestro ciervo, o alguna anécdota que refresque la aspereza de los muchos tecnicismos aquí tratados, pero es bueno aclarar que este no es de ninguna manera un manual de caza donde se predican “las diez reglas infalibles para obtener el trofeo soñado” o “los quince consejos para ser el cazador perfecto”. La caza mayor es demasiado compleja y azarosa para arriesgarse a hacer propuestas de ese tipo.

Lejos de tratar de ensayar disculpas por los errores que sin duda puedan aparecer, ya que este libro es un trabajo no profesionalizado debido que a poco de emprender la tarea se me hizo evidente que los trabajos pioneros nunca son prolijos ni perfeccionistas,  más bien son  el salto entre la nada y el algo y apuntan básicamente a  estimular a los que vienen atrás para profundizar en el tema, continuar aportando ideas, y limar las imperfecciones que inevitablemente dejan los que por primera vez labran el suelo.  Solo así se puede perfeccionar un modelo, de modo que pido disculpas al lector por las omisiones, imprecisiones y errores de cualquier tipo que a lo largo de esta lectura pueda encontrar, así como también de algunas opiniones demasiado personalistas que inevitablemente se me puedan haber filtrado en contra de mi propia voluntad.

Otra de las experiencias cosechadas es la percepción de que, al no haber una metodología previamente establecida, a medida que se va progresando en el texto van surgiendo nuevos aspectos desconocidos y no previstos en ese mundo dinámico y cambiante que es la biología del ciervo rojo, especialmente en lo que concierne a su comportamiento y el funcionamiento social dentro de los tan variados ecosistemas que a esta especie le ofrece nuestro país.

El desafío se perpetuaba ya que a medida que progresaba en el desarrollo de la obra me veía obligado a modificar y remodelar constantemente conceptos que había comentado en capítulos anteriores.  Cuando uno se sienta a escribir en temas como estos, parecería que nunca se va a terminar de hacerlo porque siempre aparecen cosas nuevas para ir incorporando al texto.

Siempre sucede lo mismo, tengo la impresión que este libro va a comenzar a volverse obsoleto en el mismo momento que abandone la imprenta y eso, desde mi punto de vista, es lo mejor que puede sucedernos porque preanuncia que el temario, lejos de estar agotado y cerrado, está permanentemente abierto al debate y a los aportes renovadores.

Otro dilema surgió en el momento en que tuve que decidir qué clase de fotos deberían acompañar al texto.

Al revisar mis archivos fotográficos, se hizo evidente que debía optar entre dos alternativas distintas.

La primera opción consistía en exponer las fotografías clásicas de buena calidad, la segunda, ofrecía la oportunidad de exhibir esas fotos raras, oportunistas y de tono educacional sacadas sobre la marcha donde a veces la técnica y la calidad fotográfica quedan relegadas a segundo término y dejan mucho que desear.

Como en esa clase de fotos lo que importa es el mensaje y la enseñanza que aportan, me decidí por la segunda alternativa pensando que el lector podría servirse mejor de su valor documental.

La fotografía encarece el valor de un libro y mi idea es lograr una edición de costo razonable para que pueda ser accesible al gran público de modo que tuve sacrificar calidad fotográfica para ajustar costos que estén al alcance del lector medio.

Escribir acerca del ciervo rojo no es mérito de un autor, esta clase de libros se gesta a lo largo de años en fogones, campamentos y asados donde el mate pasa de mano en mano y las anécdotas de boca en boca.  Tuve que tomar muchas pavas de mate en ahumadas cocinas rurales para enterarme de muchos aspectos relacionados con muestro elusivo animal. No sería inadecuado, por lo tanto, decir que este libro no me pertenece en exclusividad ya que lo comparto con muchos coautores anónimos.

Cuentos y vivencias de los pocos expertos, verdades, mitos y fantasías de los muchos aprendices que van camino a ser los futuros grandes cazadores y relatos de nuestros parcos paisanos, ponen la salsa que los hechos después depuran y transforman en realidad formando así un clima y un contexto cultural que indudablemente justifica tratar el tema por escrito.  

Si recién deslice la idea del contexto cultural, es porque he advertido que el ciervo rojo, junto con las otras especies exóticas del país, terminaron por definir una autentica cultura cinegética nacional.   Cultura que por supuesto, está llena de las falencias y errores propios de todo aquello que vive y palpita precipitadamente.

La cultura cinegética argentina indudablemente es novel e inmadura pero no por ello inexistente. Si la comparamos con aquella que se sazonó por cientos de años en la vieja Europa indudablemente tenemos todavía un largo camino que recorrer, pero al menos estamos en marcha.

Tampoco es de casualidad que precisamente en esas tierras fuese el ciervo rojo la especie que motivara el mayor interés y desarrollo cultural desde la época en que los paleolíticos y señores feudales lo comenzaron a cazar.  La fuerte personalidad del ciervo rojo ha convertido a esta especie en el emblema faunístico de Europa ya que aparece reiteradamente en textos, dibujos,  cuadros, tapices y heráldica  y por esa razón se lo viene estudiando, cazando y resguardando como patrimonio sagrado desde tiempos inmemoriales, para nosotros en cambio, el ciervo rojo fue apenas un inmigrante sin arraigo cultural, sin embargo  desde el mismo momento de su introducción se trasformó en el fundador de un particular estilo de caza no antes practicada en nuestro suelo.

Sin duda nos queda mucho por hacer en materia cinegética, pero el solo hecho de haber moldeado, aunque sea una cultura incipiente significa, como dije antes, el salto entre la nada y el algo ya que tener un punto de partida ofrece siempre la posibilidad de proyectarse hacia un futuro mejor.

Pedro Luro fue el promotor de todo este nuevo acontecimiento cinegético del cual, el jabalí y el ciervo rojo por él introducidos son ya nuestras especies emblemáticas.

Con Luro los argentinos comenzamos a cazar a la “europea”, desde ese momento la bola y el lazo quedan colgados en la cumbrera del rancho y algunos argentinos, fusil en mano, comienzan a aprender lo que es el acecho y el rececho, de ahí nacerá más tarde la afición por las armas de caza que tanto entusiasmo fervoroso ha levantado en estos últimos tiempos. Junto con Luro aparece otro pionero hasta hoy no reconocido. Me refiero a Aarón Anchorena cuya biografía me ocupo de aportar.   Años después Maura agregaría a lo dicho, las bases de lo que hoy son las estructuras turísticas, tan bien venidas a los pobladores de las remotas regiones de mi patria.

Debemos reconocer que la caza fue uno de los medios para que los argentinos de otras provincias o ciudades, y extranjeros de otras nacionalidades, comenzaran a conocer y admirar algunas de las regiones más bellas y olvidadas del país rompiendo aislacionismos y regionalismos cerrados, para llevar a esas remotas comarcas nuevas ideas y posibilidades.

No se forman instituciones, se miden trofeos, se crean revistas especializadas y se organizan congresos si no hay una cultura por detrás que avale todos estos eventos.

Nadie invierte en genética, organiza remates, ni mejora estructuras de caza si no advierte que tiene posibilidades de hacer buenos negocios sobre una base cultural ya solidificada.

A pesar de todo esto, son pocos los argentinos que han advertido todo este fenómeno cultural y menos aun los que valoran estos logros y están dispuestos a sostenerlos a través del conservacionismo.

Por todas estas razones iré reafirmando esta idea en la esperanza de hacer cambiar el desaprensivo y desvalorizado concepto que aun campea entre algunos sectores dedicados a la caza mayor de nuestro país.

Si miramos para atrás y vemos todo lo que hemos logrado hasta ahora, nos daremos cuenta que hay otra forma de evaluar el presente y mirar el futuro.

Precisamos más respeto, conocimientos y ética para conquistar ese porvenir, lo contrario sería tirar por la borda todo lo que las generaciones anteriores sacrificadamente aportaron.

Quizás por la urgencia de exponer todas estas razones es que escribí este segundo libro en la idea de reafirmar lo expuesto en el anterior.

Al ciervo rojo argentino no se lo caza fácilmente si aplicamos las eternas reglas de caza que predican el esfuerzo, el fair play, y el equilibrio de las partes. Si podemos respetar esas leyes lograremos hacer primar el espíritu deportivo de la caza por sobre el moderno facilismo cinegético.

Para tener acceso a un trofeo hay que poner mucho empeño, realizar significativos esfuerzos, recorrer largas distancias e invertir a veces varios días de trabajo.

A ese trofeo hay que buscarlo en espesos montes de caldén, boscosas y empinadas montañas o en las áridas y ventosas estepas patagónicas.

De esas cacerías participaran obligadamente, guías de campo.  Hombres fogueados en todos los usos y costumbres de nuestra tierra y nuestra fauna.  Su aguda observación, el profundo conocimiento del terreno, fruto de la convivencia cotidiana con la naturaleza, los termina transformando en imprescindibles referentes y personas de permanente consulta en esas zonas de difícil acceso y escasa información.

Mucho aprendí de algunos de esos gauchos ceñudos y paisanos aindiados de mi tierra a quienes por lo tanto les debo la afectuosa gratitud de su solidaria compañía y la sabiduría de sus pragmáticas enseñanzas.  Pero nuestro paisano lugareño además de los servicios prestados colorea la caza del ciervo rojo con esa subcultura de los usos y costumbres que nos es tan propia, obligándonos a reconocer a propios y extraños que al ciervo rojo también se lo puede cazar “bien a la argentina”

Como profesional del mundo animal, como hombre de campo que se forjó en los propios ambientes donde habita el ciervo rojo y como apasionado cazador no tuve más opción que escribir este libro a mi manera, tal como lo vi y lo viví, mezclando los indispensables conocimientos científicos con mis propias experiencias y con las vivencias tan particulares que tenemos todos los hombres de campo.  

Hacer accesible al lector las complejidades científicas fue uno de los mayores escollos que tuve que superar.  Podría haber escrito un libro de aventuras cinegéticas el cual sería sin duda, mucho más atrapante y ameno, pero los tiempos que corren exigen que el cazador se ponga a tono con lo que pide la sociedad, y la sociedad de siglo XXI es pragmática, tecnológica y cientificista y sobre esas bases tendremos que movernos en un futuro cercano para ser creíbles y seguir vigentes.

Decidido a introducir lo científico en un tema donde generalmente prima lo aventurezco, procuré sin embargo eliminar todos los tecnicismos que me parecieron innecesarios buscando no agobiar a un lector que lógicamente no tiene por qué ser un experto en ciencias biológicas, y me limité a aquello que me pareció estrictamente necesario para que se comprendan muchos de “los por qué” hasta hoy desconocidos de la biología del rojo. Hice además, todo lo posible para describir las complejidades científicas en términos sencillos, buscando combinar las teorías de ciertos especialistas con lo pragmático y utilitario que aparece en el campo.  No sé si lo habré logrado sin causar confusión. 

¿Porque me metí en estos laberintos?  Porque creo que es necesario reconocer que a través de la moderna investigación científica se han hecho grandes progresos en las ciencias naturales.  Ciencias colaterales como la etología, la genética, la nutrición, la reproducción y la ecología han contribuido a expandir notablemente la vieja zoología y, para bien o para mal, debido a todos estos aportes, el ciervo rojo ha dejado de ser el romántico “fantasma del bosque” para transformarse en una especie predecible, con identidad propia, y mejorable a través del manejo. Todo eso sin duda debe interesarle al cazador moderno, porque permite que los ciervos sean hoy mucho más conocidos y, por lo tanto, mejor cazables que antes.

Como es costumbre en todos estos prólogos no pueden faltar en el cierre las remembranzas y los agradecimientos. En la vida de un cazador es indispensable que eso así suceda porque para el auténtico hombre de caza, el quehacer cinegético deja huellas tan profundas y recuerdos tan imperecederos que obligadamente convocan a la evocación y al agradecimiento, si no fuese así pensaría que pase por los bosques sin haber comprendido la esencia del cazar.

Creo que hay dos formas de agradecer a la gente, primero están los agradecimientos formales fruto de las gentilezas que cotidianamente recibimos, estos son actos de cortesía y buena educación, pero lo que manifiesto en estas líneas es esa clase de gratitud que brota de lo más íntimo del corazón y que perdura en el tiempo más allá de la presencia o la ausencia del amigo.

Recorriendo el tiempo y evocando en la distancia mi lista de agradecimientos se hace larga y frondosa.   Cuando comenzaba a dar mis primeros pasos la familia Domecq me acogió con el cariño que se le dispensa a un hijo, todo lo pusieron a mi disposición porque de todo carecía en aquel entonces. Pedro Hilguert puestero de los montes del Naicó me recibió como a un amigo y me hizo compartir con la generosidad que caracteriza a nuestros paisanos, su casa, su comida, el campo y todos los conocimientos propios de un hombre criado entre los ciervos.

Cuando probé fortuna en la Patagonia el destino me puso en manos de Miguel Anz con quien compartí tantos momentos gratísimos, pero el destino impiadoso se lo llevo en la flor de la edad. Me queda un solo consuelo. Los amigos solo dejan el cuerpo, pero viven perpetuamente con su presencia en la memoria.

Miguel además de abrirme incondicionalmente las puertas del campo había contribuido a aportar valiosa información sobre todo lo que ya entonces venía gestando en mis investigaciones sobre el manejo de ciervos. Gracias Miguel por todo lo que te debo, este es un sincero reconocimiento de todo lo que juntos vivimos.

Tuve guías como Fernando Lucero que por su dedicación, participación y lealtad solidaria dejaron de ser empleados para volverse amigos y compañeros de aventuras, otro tanto sucedió con mis propios encargados Julio Pintos y Ramón García con quienes trabajamos tantos años cuidando y manejando ciervos silvestres.

La suerte me deparó excelentes compañeros de caza. Dieter Rauert, Osvaldo González Parra, Jorge Noya, Julio Menéndez, Raúl Lamego.  Con todos ellos compartí éxitos y fracasos, vivencias estas que consolidan y anudan fuertes amistades.

Cazadores experimentados como Carlos Coto, Jorge Noya, Ovidio Reinhart, Alfredo Anchorena, Carlos Canobbio, Fito Kaeser y guías de caza como palito Spinoz o Manuel Collado aportaron a su vez, mucha de la información que aparece en este texto.

Cuando requerí información acerca de los ciervos más australes de nuestra Patagonia Manuel Fuente Alba, Diego Gallegos, Antonio Palacios, el ingeniero Díaz y Ramón Zito me la brindaron con total apertura y desinterés tal como suelen hacerlo los cazadores patagónicos.  Don Pedro Simpson me relató por carta la historia de los ciervos de Chacabuco y Sergio Anselmino y Perla Bollo me aportaron textos y fotografías invalorables de la población de la Isla de los Estados.

En la parte fotográfica Carlos Coto me aporto excelentes fotos y tuvo la amabilidad de escribirme el prólogo. 

Amigos y todo tipo de conocidos me estimularon permanentemente en esta obra comprometiéndome a través de la solidaridad y los afectos a concluir lo antes posible con este segundo libro.  A todos ellos y a los muchos más que en este momento se me escapan de la memoria, muchas gracias.

De manera que ahora amigos cazadores, llegó la hora de comenzar a rastrear nuestro ciervo rojo.

El Ciervo Rojo Argentino

By Juan F. Campomar