Introducción

Por Juan Campomar

A su regreso de la Argentina y exiliado en Portugal, Ortega y Gasset prologaba para su amigo el conde de Yebes uno de los mas grandes prólogos sobre la caza en la España de aquel entonces. Veinte Años de Caza Mayor, que así se titula el libro de Yebes, es de por si un excelente tratado de caza pero lo que realza el valor del libro son indudablemente las 79 páginas del prólogo que le dedica Ortega al libro. Pero veamos como se gesta esta historia.

El 20 de Junio de 1963 el diario ABC de España organiza una exposición de arte titulada “El Arte de la Montería” donde entre los expositores figura el Conde de Yebes, personalidad reconocida no solo como cazador sino también como artista y en esa exposición es donde expone grabados y esculturas de su autoría.

Como complemento de la tal muestra, se organiza un coloquio bajo el titulo de “Coloquio de Ortega y Gasset frente a la caza” donde participan importantes cazadores de España de la época para referirse concretamente a los diversos temas relacionados con el prólogo.

Entre los invitados figura el Conde de Yebes, y es precisamente en esa conferencia donde relata la historia del prólogo, abriéndonos así la puerta, para conocer la historia que acompaña las intimidades de esa obra; tema central de este libro.

Sinteticemos las palabras expuestas por el conferenciante trascribiendo en boca del propio Yebes algunas de las claves más interesantes.

“Hacia el año 1942 tuve la idea de lanzarme a escribir un libro. Prácticamente acabado tuve mis dudas sobre la calidad y el interés que pudiera encerrar la obra … así las cosas… pensé que debía llevar un prologo, aditamento tan usual en cualquier libro apropiado a la índole del mío……la elección de esa persona era grande… encomendarlo a un amigo por estupendo cazador que fuera, no me inspiraba confianza”.

Tratando de comprender lo que Yebes pensaba e insinúa es que cualquier otro cazador escribiría mas o menos lo que todos los cazadores pensamos: y nuestro Conde buscaba algo distinto.

“Pensé en Ortega. Al recordar el especial interés que en nuestras frecuentes entrevistas, me planteaba sobre el tema de la caza, sobre el cual, ya que desde la primera sesión, pude darme cuenta de la categoría del interlocutor en este dichoso asunto venatorio que conocía a fondo y a su manera por no ser practicante, pues nunca lo fue, más que esporádicamente, y también a su manera: sino porque este tema especialmente le atraía y pensaba y meditaba en ello con frecuencia”.

Era lector de caza empedernido y en su fabulosa biblioteca el tema estaba copiosamente representado. 

A esos diálogos venatorios con Ortega llegué a tomarle miedo porque naturalmente, la categoría del interlocutor, la índole de cuanto planteaba, y la preguntas que me hacia a veces me llegaban a crear un verdadero complejo de inferioridad; hasta el punto que más de una vez los rehuí. Les puedo asegurar que aquello no era broma.

Llego el momento que no hubo mas remedio que decidirse… y buscando una situación propicia tímidamente le hice presente mi deseo. A medida que avanzaba en la exposición… empezaba a observar con esperanza la atención con que Ortega me escuchaba. Sus ojos brillaban con avidez inusitada para hacerse repetir cosas que yo cada vez más achicado le iba explicando.  Quedó callado unos segundos, pensaba ya en el prologo y de antemano se relamía ya en la idea.  Y al cabo de un rato de silencio me volvió a decir: cuente usted con ello pero le advierto que no va a ser el consabido prologo a un libro para salir del paso. Va a ser un mucho más importante y mas extenso, y en consecuencia, necesito tiempo, mucho tiempo y no puedo decirle aproximadamente cuanto… casi transcurría un año hasta que me aviso encareciéndome que quería entregármelo personalmente ya que en ese entonces se encontraba en Portugal.

Con entusiasmo me empezó a hablar de su trabajo mostrándome un copioso tomo de cuartillas.

Sentados en una terraza frente al mar, de Belle Cascae, Ortega se deleitaba leyendo como el leía, exultante de entusiasmo, y de ese modo, procedió a la lectura del histórico prologo”.

De acuerdo con lo relatado por Yebes, supongo que es posible que el entusiasmo que manifestó aquella tarde se debiera a haber logrado finalmente, la idea de escribir sobre un tema que siempre ambicionó expresar.

El epílogo de esta historia lo manifiesta el propio Yebes cuando dice: “Quiero aclarar lo que al principio hice cuando hablaba de la feliz idea que tuve de escribir un libro de caza mayor, y que por malo que este sea, tiene el inmenso merito de haber sido la causa de que Ortega nos legara lo que me atrevo a calificar como el canto del cisne de su vida”.

Para el cazador de raza hay un antes y un después de ese prólogo. Al leerlo comprobará con asombro que su querido deporte, antes visto como un mero pasatiempo, se ha transformado súbitamente en una razón de ser mucho más compleja y profunda de lo que su imaginación previa le sugería, ya que Ortega nos propone una cinegética menos emocional y mucho mas elevada que conduce al oficio mas allá de un simple divertimento pasajero porque su autor, descubre con gran perspicacia, que se pude filosofar aun dentro de un tema a simple vista pasantista.

A partir de esa lectura comprobaremos que ese divertimento, gracias a la magistral pluma del autor, y a la profundidad de sus pensamientos, se ha transformado en un tema de valor existencial por cuanto el autor seduciéndonos con su prosa exuberante y florida y con la clarividencia  propia de uno de los mas grandes pensadores de siglo XX consigue sumergirnos en la historia, la ética y la filosofía profunda que apunta a las esencias mismas del hombre, tomando como punto de partida algo que parecía intrascendente pero que, como él mismo dice, fue su primera necesidad. Y es precisamente sobre ese argumento que centraremos la temática de este ensayo.

Es un privilegio que se nos otorga a nosotros, los cazadores, que uno de los filósofos mas preclaros del occidente moderno se ocupe de nuestro quehacer y que lo haga de tal forma, que su prólogo termine siendo uno de los clásicos inamovibles de la literatura cinegética de todos los tiempos. 

Ortega no escribe un prólogo de compromiso pasatista y trivial, ese nunca fue su estilo, al hablar de caza, tema que siempre le fascinó, lo hace con tal pasión, compromiso y conocimiento, que conocedores, legos, y profanos, quedan atrapados desde la primera página en ese contexto cinegético/ filosófico magistralmente armado.  Por eso insisto, que nos esclareció con su pensamiento.

Tomando la caza como punto de partida y como centro de su pensamiento, el autor nos sumerge en las raíces antropológicas del hombre, ese hombre primitivo que tanto lo fascina, y desde ahí nos proyecta a la caza actual entendiéndose por tal la que se ejercía en 1943, fecha en que escribió su prólogo.

Pero es bueno precisar, llegadas estas instancias, qué se entiende por arqueología y qué se entiende por antropología.

Para los griegos, ambas eran “la ciencia del comienzo” lo cual denota una extensión cronológica de la historia hacia lo más remoto del pasado: en otras palabras, es conocer la realidad del pasado para poder proyectar mejor la situación del presente, denunciando la existencia de mundos y realidades alternativas, de siglos o milenios atrás. Surge entonces la noción de que el desarrollo cultural de un pueblo y hasta de toda la humanidad puede representarse a través de una sucesión de etapas documentadas en el tiempo y el espacio que nos permiten ver con más claridad la historia presente.

Visto desde la perspectiva del prólogo, creo que Ortega se vale de la caza para presentarnos al HOMBRE con sus pasiones y como el mismo dice “con sus picos de lucidez”.

Muchas cosas sucedieron desde aquel entonces, pero es tarea de los cazadores actuales, tomar la posta y seguir trabajando sobre esos lineamientos rectores para que la caza del aquí y ahora siga teniendo la vigencia que él nos propone. Ojalá me ilumine la inteligencia para retomar la posta que nos lego el autor.

Desde esas propuestas recién mencionadas, Ortega se larga a filosofar y lo hace con tal profundidad y maestría que no deja un solo resquicio de la caza sin aclarar, no podía ser de otra forma, ya que el espacio mítico que le inspira el arte venatorio lo conduce a la investigación y al filosofar profundo.

Es este, además, un prólogo sorprendente porque encierra dos paradojas.

La primera es que su texto no es un tratado de caza tal como los lectores del tema están acostumbrados a visualizar: en él no se oyen disparos, no se viven aventuras electrizantes, ni se cobran trofeos excepcionales. Aquí se habla simplemente de lo que se supone que es la CIENCIA Y EL ARTE DEL CAZAR.

LA SEGUNDA ES QUE EL AUTOR RECONOCE QUE JAMAS EFECTUO UN DISPARO A UN ANIMAL DE PELO Y QUE EL EJERCICIO VENATORIO LE ES AJENO a pesar de ser, como el mismo lo declara, un empedernido lector de libros que atañen al tema.

LO SUYO ES PURO PENSAMIETO Y NOSOTROS TENDREMOS QUE ADAPTARNOS A ESA FORMA DE VER LAS COSAS SI QUEREMOS ENTENDERLO.

¿Puede ser posible entonces, que quién nunca ejerció ese oficio esté capacitado a escribir sobre un tema que de por si es pura praxis?  A medida que transcurre la lectura y progresa el desarrollo de sus ideas, el autor se ocupará de demostrarnos que sí, que tal logro es posible.

El prólogo de Ortega y Gasset es poco conocido entre los cazadores argentinos, mucho más aún entre las nuevas generaciones de aficionados y estudiosos del tema. 

La edición de Veinte Años de Caza Mayor que poseo data de 1953.  No se si hubo ediciones posteriores.  De todos modos, muchos han oído hablar de él, pero pocos han tenido la oportunidad de leerlo y menos aun de analizarlo, por eso considero oportuno comentarlo con la esperanza de que sea útil tanto al cazador como al profano, para acceder a esas partes que considero las más sabrosas, pues creo que esta lectura le cabe tanto a legos como a profanos.

El desafío es grande ya que soy un modesto cazador que ni siquiera sabe escribir con profesionalismo. Desde esa óptica me parece casi una impertinencia violar el santuario de los conocimientos ahí expuestos, y si lo hago, es solo con el idealismo de que el prologo, visto por un cazador con años de experiencia en la materia, tenga el suficiente tino de pasarle a las nuevas generaciones, los conceptos mas importantes del maestro.

Como el prólogo no tiene desperdicios, el primer desafío fue poder entresacar de él solo las partes mas selectas, lo que personalmente considero que son las más importantes, y siendo esa labor una opinión estrictamente personal, estoy seguro que para otros que lo han leído, debo haber omitido aspectos no menos importantes sobre ese profundo tratado. En ese caso pido disculpas, pero entiendo que no se puede satisfacer a todos.  

El argumento que inicialmente concebí para hacer novedoso el tema, es que si quien nunca practicó la caza puede escribir genialidades sobre la misma, alguien que la vivenció por años y que carece de los mismos talentos puede también largarse a opinar sobre lo que le enseño la experiencia tratando, diferencias de por medio, de acercar coincidencias.

Esa primera idea terminó siendo una ingenuidad porque el pensamiento orteguiano plantea las cosas desde una óptica tan particular, que la teoría cinegética y la práctica de la misma se concreta en un todo de total coherencia.  El autor no divaga en teorías fantasiosas ni en pragmatismos reduccionistas, lo suyo es visionario a la vez que claro, concreto, realista y pletórico de erudición.

Así planteadas las cosas, lo que puede aportar un cazador a ese ensayo son meros tecnicismos, o conocimientos científicos actualizados a los tiempos actuales ya que el cúmulo de aportes que la biología moderna post orteguiana ofrece a los manejos de la fauna silvestre y los cambios culturales y sociales que luego sucedieron, hace indispensable su inclusión, pero por más vueltas que se le de al tema, el meollo de este tratado,  pasa por las raíces mismas de la caza  cuyas ideas y fundamentos  nos aporta el filósofo: lo demás, que es básicamente secundario, se refiere más bien al árido aporte de datos actualizados carentes del vuelo y la imaginación que brotan del talento del autor. 

Resulta difícil armar un texto ordenando cundo se exponen ideas sueltas, en esas condiciones, opté por transcribir las frases sobresalientes de Ortega y Gasset en letras cursivas para que el lector pueda diferenciarlas e identificarlas fácilmente de los nuevos cambios introducidos.  En la mayor parte de los casos tomo la frase textual y completa, pero en otras ocasiones cuando éstas se vuelven muy largas, abrevio o sintetizo el texto tratando de que ése pasaje no pierda el concepto ni el significado preciso.

Como el prólogo esta dividido en diez subtítulos no estructurados iremos trascribiendo y comentando cada tema por separado tal como los escribe el autor.

La temática del prologo no esta armada paso a paso, no tiene un comienzo ni un final ordenado si no más bien su autor va desgranando y aportando un conjunto de ideas a medida que se va armando el relato, diríamos más bien que trata diversos aspectos sobresalientes más o menos hilvanados entre sí pero que no siguen un orden cronológico, y para no romper con ese modelo, opté por seguir la misma técnica aportando opiniones sueltas cada vez las circunstancias así lo indiquen.

En una segunda parte opinaremos sobre las tantas cosas que sucedieron después que Ortega cerrara su prólogo o incluiremos aportes mucho más detallados, necesarios para realzar sus conceptos.

Esto es el aporte que le corresponde al cazador moderno para que la obra orteguiana tenga continuidad y amplitud.

Algunas veces quizás, el lector notará que me he visto obligado, a volver una y otra vez sobre ciertos temas ya mencionados con anterioridad, si eso fuese así, es porque de una u otra forma la temática me lleva a regresar a esos espacios comunes que la caza siempre tiene, se trata de ideas de fondo, que siempre nos obligan a volver para aclarar a los puntos de partida.

Finalmente cabe reconocer que éste no es un ensayo escrito exclusivamente para cazadores porque Ortega y Gasset como el gran filósofo que es, nos habla, además, del hombre, de sus pulsiones, de sus pasiones, de sus esfuerzos y de su historia por lo tanto nos ofrece un temario de amplia proyección en el cual vamos a aceptar sumergirnos.

El amante de la caza, el detractor de la misma, o el intelectual movido por el ansia de saborear lo bueno que siempre aporta Ortega, tienen aquí un lugar de lectura, polémica, y de opinión.  Si el contenido de este ensayo no tiene aceptación, no lo culpen a Ortega y Gasset, se trata simplemente de que el que pretendió analizarlo no estuvo a la altura de sus pensamientos.

Habiendo así planteado las cosas creo que llegó el momento de introducirnos en el tema para que, como dice el propio escritor logremos, poder darle caza a la caza.

La Mismidad de la Caza según Ortega y Gasset By Juan F. Campomar.