La otra cara de La Patagonia - La estepa y su caza

Por Fernando Mendez Guerrero

LA VIDA BULLE BAJO LOS COIRONES, PERO HAY QUE SER CAPAZ DE VERLA

“Al rememorar imágenes del pasado, con frecuencia veo pasar ante mis ojos las planicies de la Patagonia; sin embargo estas planicies son proclamadas por todos inútiles y despreciables. Solo pueden ser descritas con caracteres negativos: sin habitación, sin agua, sin árboles, sin montañas, apenas sostienen unas pocas plantas enanas.

¿Por qué, entonces, y el caso no es peculiar a mi persona, se han fijado estos espacios vacíos tan indeleblemente en mi memoria?”

Charles Darwin, El viaje del H. M. S. Beagle

Esta, aparentemente, despojada inmensidad que tanto impresionara al explorador inglés, identificada hoy día como “Provincia Patagónica” por los fitogeógrafos, es en realidad una de las mayores ecorregiones de la República Argentina.
Su conformación definitiva, tal como la vemos en la actualidad, se concreta a partir del surgimiento de la Cordillera de los Andes, la cual moldeó el clima que esta región posee, caracterizada por sus bajas temperaturas de casi todo el año y sus imponentes vientos de más de cien kilómetros por hora, determinantes de la extrema sequedad del ambiente.
Sin embargo, y a pesar de la amplitud latitudinal que abarca esta eco-región, desde el litoral marítimo del océano Atlántico hacia el este y la ya nombrada Cordillera hacia el oeste, la estepa contiene toda una diversidad de vida, la que con distintas modalidades ha desarrollado una estrategia de supervivencia para con la sempiterna aridez. Esto es más evidente en aquellas planicies que preceden a la montaña, donde el bosque y la piedra se convierten en ausentes, es el llamado Distrito Occidental, ubicado en el noroeste de la provincia fitogeográfíca.
Y en estas planicies, despojadas de toda cobertura arbórea, donde el agua es escasa y el viento se enseñorea del vuelo del cóndor, es donde se muestra en su verdadera dimensión la flora patagónica más extrema. Así, muchas de las plantas características de la zona, como son el neneo (Mulinum spinosum) o la yareta (Azorella trifucata), se desarrollan en forma de cojín, firmemente adosado al suelo, permitiendo de esa forma una mejor resistencia a los vientos y una mayor acumulación de la humedad y el calor.
También los arbustos crecen de manera particular y ajustada al entorno, sus hojas son pequeñas y enroscadas para minimizar la evaporación, y están provistos en la mayoría de los casos de espinas a manera de protección contra el accionar de los herbívoros.
Finalmente, sus pastos (stipa, festuca y poa), genéricamente llamados coirones, crecen en matas bajas y compactas, con sus hojas plegadas y una gruesa cutícula que les otorga dureza. Los mamíferos autóctonos más característicos de la estepa son: el guanaco (Lama guanicoe), la mara (Dolichotis patagonum), también llamada liebre patagónica, el choique (Pterocnemia pennata) o ñandú petizo y la martineta común (Eudromia elegans), a los que deben sumarse (entre otros) el puma y el zorro colorado.
También, y ya por acción del hombre, se adicionaron otras especies como la oveja y el ciervo colorado (Cervus elaphus).
Y en tal vastedad la pasión cinegética asume más características de aventura que de deporte, lo único pródigo que deparó la naturaleza a esta parte del mundo es la inmensidad, es donde el hombre se empequeñece frente al paisaje pero igual arremete, el ambiente ocultará la presa en su aparente monotonía y la persistencia del cazador será requisito indispensable para que el rito de presa y predador pueda consumarse.
Es un lance para pocos pero que exige mucho, y pocos también son los guías que se avienen a las reglas del terreno, uno de ellos, Andrés Kempel, es quien más éxitos ha cosechado en las tres últimas temporadas, con un porcentaje de éxito del cien por ciento, esto es, todos los cazadores que guió cobraron su ciervo, razón por la cual es el más indicado para brindarnos precisiones sobre este tipo de cacería que no muchos conocen.
Kempel es el único guía autorizado a trabajar en una superficie de aproximadamente 50.000 hectáreas ubicada a 35 kilómetros de la ciudad de Bariloche. Es la segunda generación de guías profesionales, ya que su padre fue uno de los primeros en dedicarse al duro arte de guiar en la Cordillera, por lo que puede afirmarse que Andrés “lo lleva en la sangre”, acrecentando lo que le gusta con su especialización en sus estadías en Nueva Zelanda y su labor como guía en los principales establecimientos cinegéticos de la Patagonia argentina.
Este “saber hacer” se evidencia en el manejo diferenciado que hace del lugar, solo grupos chicos de no más de diez cazadores por temporada y exclusivamente guiados por él mismo son los que arriban año tras año en busca del trofeo de ciervo colorado, los que al igual que en toda esta región, está calificado dentro de la categoría “Fauna Silvestre en Estado Puro”, lo que quiere decir que son ejemplares que se desarrollaron solamente con lo que el medio les brindó sin ningún aporte humano a su crecimiento.
–¿Cómo es cazar en la estepa?
–Exigente –responde–, duro a veces, pero siempre se precisa primero de una cierta aptitud física. Habitualmente se caza caminando y los traslados por lo general se hacen a caballo o en vehículo todo terreno. Este campo es muy grande y abierto, hay que andar mucho y no pocas veces arrastrarse para la aproximación final.
Andrés explica los pormenores de su oficio y cómo interactuar con este complejo ambiente, del que parece haber tomado la parquedad:
–Considero que lo más importante es conocer primero el terreno y después los hábitos de los animales, e igualmente que el cazador se acostumbre a la sensación de lejanía. Es muy fácil para el ciervo pasar inadvertido entre los coironales, pero no es igual para nosotros por lo que es común que el cazador piense que el animal está muy lejos, en esa ocasión lo mejor es pasar del rececho al acecho y ver como se mueve (el animal) desde un lugar fijo.
Ante la pregunta de cuál es el primer factor a tener en cuenta contesta:
–Aquí los determinantes son el viento y el avistaje. De acuerdo a estos, se toma la posición de tiro, se traza el curso de aproximación y demás, no pueden obviarse, toda una mañana de aproximación puede perderse por exponerse sin recaudo. Los tiros aquí son necesariamente largos, en promedio 200-250 metros, por eso es importante la ubicación del cazador, ganarse las pocas alturas del campo es fundamental, es lo que hará la jornada exitosa o no.
Al hablar del manejo que realiza surgen las preguntas obligadas: ¿Diez cazadores no son pocos? ¿No podrían venir más por temporada?
–No, de acuerdo a lo que el campo puede brindar es el índice más ajustado. Puede ser que parezcan pocos, pero se trata de priorizar la calidad por la cantidad, para que el cazador se lleve consigo un buen ejemplar adulto y maduro sin comprometer la sustentabilidad de la especie. Es un territorio que hay que conocerlo mucho, estar pendiente de muchas cosas y al mismo tiempo facilitarle la tarea al cazador, no es un campo de cría, se trabaja con los machos que arriban cada temporada, por eso solo programo la actividad para cinco semanas desde principios de marzo hasta mediados de abril, dos cazadores por semana en la época principal de la brama, ya que por la cercanía la cuestión de la estadía y el alojamiento se hace en Bariloche. Esto permite que la mayor parte del tiempo se dedique a la cacería propiamente dicha.
–¿Y por qué la estepa y no la cordillera?
–Lo tomé como un desafío primero y después me cautivó el ambiente. Encontrar, donde la mayoría no ve nada, toda la vida que bulle en esta zona es algo indescriptible. Y es algo que también les sucede a los que llegan, después del segundo o tercer día. Es como que aprenden a “mirar” y no a “ver”. Me pasa con algunos cazadores que cuando avistan un cóndor o un piche (armadillo pequeño) se quedan “pegados” a los binoculares y tengo que insistirles para seguir con la cacería.
Para terminar Andrés me refiere lo que podría tomarse como un resumen de su filosofía:
–Si bien soy nacido en esta región no puedo dejar de maravillarme todos los días por las cosas que puedo ver. Mi infancia pasó prácticamente dentro del Parque Nacional, siempre viví en un medio natural y el poder trasmitir eso a los que he guiado es lo que me da mayor satisfacción. Un cazador al despedirse me dijo que los cuatro días que habíamos pasado juntos yo lo había hecho sentir un patagónico de verdad. Lo dijo agradecido por lo que había visto y conocido y ese hombre se llevaba más que una cabeza de ciervo, se llevaba una experiencia con lo natural que no había experimentado nunca, y eso es algo que el hombre está perdiendo en su mayoría. Tomo como un privilegio el vivir y trabajar acá. Además, la caza ha sido un medio que me dio la vida para hacer amigos. Por eso quisiera hacerle llegar un afectuoso saludo a un gran cazador español, Julio C., un amigo que ha sabido llegarse por aquí varias veces.