Ya plumas eminentes han definido magistralmente posición.
Nuestro decano, Don Carlos, participe en la redacción de la Ley de Fauna vigente, manifestó su duradera efectividad y su nacimiento consensuado. Y expresó con contundencia la necesidad de debatir y acordar con todos los sectores involucrados cualquier intento de modificación de la misma.
Gustavo Jensen, tal vez la pluma cinegética más autorizada en esta materia, nos recuerda la indispensable objetividad jurídica en los legisladores para que las leyes logren verdadera legitimidad, y no caigan en la ilogicidad y arbitrariedad. Y brinda, de manera elocuente, el ejemplo en la modificación de la Ley que atañe a la restricción , exportación y tránsito interjurisdiccioal de trofeos de caza, productos y subproductos, avanzando también en la importación y exportación de trofeos, que concluiría, además del perjuicio a los sectores involucrados en la caza comercial, en el sinsentido de confinar la caza al perímetro del predio donde se realizó y la necesidad de permanecer en el mismo, el tiempo que demande el consumo de su carne; o, en caso contrario, abandonarla para consumo de los carroñeros. Sinsentido que, además de ir contra nuestros principios, también pone de manifiesto, como aclara Gustavo, la animosidad de los propulsores de la reforma.
Mi aporte será menor y solo busca aunar voces, reafirmar una posición y, como siempre digo, aportar luces, si alguna puede generar mi pluma.
Como lo esencial se ha dicho y lo jurídico quedo claro; y como mi postura no puede ser más que la de un simple cazador, me centraré solo en una de las incoherencias de la ley…
Me refiero a la modificación del artículo 15 que establecería: “… Queda prohibido en todo el territorio nacional el uso, directo o indirecto, de cualquier raza de perro para la realización de cualquier actividad de caza…”
Convivo con perros de caza hace más de veinte años; mi relación con ellos siempre excedió la exclusivamente hogareña; siempre fuimos, con todos ellos y por encima de todo, compañeros de caza. Pocas relaciones tuve con seres humanos tan sinceras, leales y duraderas; por eso siempre llevo conmigo esa famosa frase tan popular, que algunos atribuyen a Schopenhauer –habiéndolo leído, no me extrañaría que sea de él- que dice: “cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”. Algún problema conyugal me generó exclamar que Berta, mi bretona que hoy caza en los campos elíseos, llegó a amarme más que mi esposa (por supuesto era amor recíproco).
Ya escribí hace muchos años que la domesticación del perro se produjo hace veinte mil años (con variaciones según los autores) y que sucedió, muy probablemente, en forma secundaria a una relación simbiótica, beneficiosa a ambas partes, principalmente para cazar. Ambas habilidades cinegéticas aunadas aumentaron drásticamente la eficacia para cazar. Estoy convencido que este beneficio promovió lo que llamamos domesticación y que hoy, sin dudas, deberíamos llamar amistad. La amistad de dos especies. Es muy lógico, ya que ambas especies son puramente cazadoras. La caza ha sido nuestra forma de vida durante más del 90% de existencia de nuestra especie. Es muy probable que nuestra característica de cazadores haya determinado tantas cosas que hoy persisten. Entre ellas nuestra amistad y relación milenaria con los perros.
Como escribí hace años: “… La domesticación del perro, con la consiguiente relación simbiótica que unió perro y hombre, se fundó principalmente en el beneficio para la sobrevida de ambos, y esto principalmente en la asociación de ambos para la caza. Por eso, en la caza moderna con perro, en el sentido temporal del término, veo claramente la reaparición del origen remoto de la relación entre ambos; de la misma forma caminamos hoy por el campo con nuestro perro cazando, como lo hicimos hace miles de años, unidos por esa relación utilitaria, pero absolutamente íntima, amistosa, fiel y afectiva; como la que pueden tener dos seres vivos que se unen para sobrevivir, que se juegan la vida juntos en ese mundo hostil donde reina la naturaleza con sus severas e inflexibles leyes.
Creo que todos los verdaderos cazadores somos esencialmente parecidos; y considero no casual que todos tengamos cierta afinidad y gusto, los utilicemos en cacerías o no, hacia los perros. Esta afinidad, gusto, simpatía inconsciente, tiene sin duda raíces genéticas, como nuestro gusto por la caza…”.
Mi afinidad y amor por los perros de caza comenzó por supuesto cazando; pero se intensificó cuando, al traducir el Cinegético de Flavio Arriano, disfrute de sus escritos de hace dos mil años sobre los perros de caza que criaba, sus modalidades de caza y su descripción de razas de caza que ya no existen. Estudiando la historia de las razas con las que cacé: bretón, pointer, bracos alemanes y drahthaar… Y, por supuesto, la fascinante historia de la creación de nuestro perro de caza: la historia del dogo argentino y de los hermanos Nores Martínez, a quienes dediqué un capítulo de mi libro “Hacia una Moral Cinegética”.
Es imposible para mí, por todo esto, no rechazar de plano semejante modificación. Se puede regular, controlar, pero no prohibir. Siento que, como dijo Gustavo, solo la animosidad, a la cual agrego la ignorancia y la incoherencia, pueden desestimar tanta historia e intentar prohibir algo tan arraigado a nuestra especie, tan importante en nuestro origen y en el desarrollo como especie. No se puede prohibir algo que, como creo, tenemos marcado en nuestros genes; y, por supuesto, en los genes de nuestros amigos: los perros.
Marcelo Vassia