Así clasifica Clutton Brock a los ciervos rojos, teniendo en cuenta las razones fisiológicas y sociales que separan a ambos sexos. Diferencias tan visibles, que hace pensar que dentro de una misma especie actuaran dos grupos de individuos independientes y autónomos.
Machos y hembras viven casi todo el año separados, ocupan distintos territorios, se rigen por diferentes pautas de conducta y tienen distintos requerimientos nutricionales. Esto se debe a que cumplen distintas funciones y juegan diferentes roles en la perpetuación de la especie. Veamos entonces cuales son las funciones que cumple cada sexo.
Las hembras cuando compiten entre sí, lo hacen solamente por la comida y las jerarquías sociales, los machos lo hacen por los mismos motivos, pero, además, deben de luchar por la posesión de las hembras.
Genética y reproductivamente hablando, aquellos machos y hembras que dejan la mayor descendencia son los ejemplares más valiosos de la población. Son también los de mayor valor genético porque no solo dejan hijos, sino que, además, aportan la mayor cantidad de genes, enriqueciendo anticipadamente ese gran pool o fondo común de genes que compondrá la futura población. De ese modo, su legado queda activo y vigente, más allá del límite de su vida fértil. Ese es su verdadero legado.
Los genes superiores precisan de los individuos superiores para perpetuarse y será el ejemplar más vigoroso y el mejor adaptado al ambiente, aquel que resulte ser el reproductor más exitoso y en este aspecto vuelven a diferir machos y hembras pues el macho debe luchar y competir con otros para imponer y hacer trascender su genética, buscando dejar el mayor número posible de descendientes, en cada una de las temporadas de su breve vida reproductiva.
Las diferencias
El macho usa una estrategia activa, agresiva y violenta, ese es su único sistema reproductivo. La hembra, en cambio no compite con otras, sino que guarda una actitud pasiva y expectante, su estrategia es gestar, parir y criar exitosamente cada uno de sus hijos a lo largo de su más espaciada vida fértil, no puede gastar valiosas energías peleando y compitiendo. Cada hijo que deja de criar una hembra, es para ella, una pérdida importante de ese su valioso material genético.
La selección natural opera también de distinta forma en ambos sexos. Si tenemos en cuenta que el gen es la unidad genética y el individuo es la unidad reproductiva, cuanto más eficiente sea el individuo reproductivamente hablando, mayor cantidad de unidades genéticas habrá dejado en el pool. Y lo más importante de reconocer es que, no todos los individuos reproductivos, dejan la misma cantidad de descendientes en una población determinada: hay algunos más exitosos que otros.
El éxito reproductivo del macho se debe basar en: 1) Su vigor sexual 2) Su edad 3) Su tamaño corporal y secundariamente en el tamaño de su cornamenta 4) Su dominancia 5) Su temperamento.
Si bien el acto sexual en sí mismo es breve y poco desgastante, un macho reproductivo debe pagar un alto tributo para juntar y mantener bajo su control, la mayor cantidad de hembras posibles a lo largo de toda la brama, esto significa invertir un alto costo de energía metabólica en un relativamente corto espacio de tiempo.
La hembra en cambio hace otro tipo de inversión, menos activa durante el periodo de celo, pero de mucha más larga duración, ya que concebir, gestar y criar, le lleva 13 o 14 meses de tiempo. Ese es un largo y sacrificado esfuerzo, de ahí que su tarea sea tan abnegada y bien podríamos coincidir con un viejo dicho alemán de que la hembra es la custodia de la especie.
Un macho silvestre puede dejar 5-10 o hasta 20 hijos por año. En sus 5 años de intensa vida reproductiva, esto significa 25-50 o100 hijos. Como vemos las diferencias entre un extremo y el otro son más que significativas. La hembra, en cambio produce un solo hijo por año y según sea su longitud de vida fértil, criara entre 6 y 10 descendientes, evidentemente su aporte es menor, pero la hembra empieza a producir a los dos años de edad y dejará de hacerlo ya muy próximo a su muerte, en otras palabras, la hembra pasa toda su vida criando hijos, el macho no.
La iniciación sexual del macho es distinta. El macho debe esperar de tres a cinco años para madurar sexualmente y solo después de ese lapso puede acceder a la reproducción, si de poblaciones silvestres se trata. Si a eso le sumamos su prematura decadencia sexual, se hace evidente que la naturaleza invierte mucho tiempo improductivo en la maduración de los machos y un lapso de latencia mucho más breve en la activación reproductiva de la hembra. Eso se debe a que el macho aporta más genes en cada brama, pero como su vida reproductiva es más corta, se logra reducir así el desequilibrio.
Enfocando el tema desde el lado nutricional, dada su condición de vientre gestante y madre lactante, la hembra tiene más altos y más prolongados requerimientos nutritivos que el macho de la misma especie, ya que este puede pasar por más largos periodos del año con una simple ración de mantenimiento sin sufrir por ello mayores restricciones corporales, situación que se observa con mayor claridad en la cordillera neuquina que en La Pampa.
Durante ese mismo periodo de tiempo, una hembra gestante precisa comida para mantenerse y formar su feto. Por si eso fuera poco, luego de parida debe aún duplicar estos últimos requerimientos si pretende amamantar por seis largos meses a su cría. Es bueno aclarar que, de todas las fases por las que pasa la reproducción, la lactancia es el costo más alto que debe pagar una madre que aspire a criar un hijo exitoso.
La escasez de alimento repercute por lo tanto mucho más desfavorablemente en la hembra y su cría, que en el macho, lo que obliga a las cuadrillas de hembras a buscar, siempre los más ricos nichos forrajeros dentro del espacio que ocupa la población. Eso prueba que la hembra siempre pugna por comer mejor.
Para posibilitar este suceso, los machos deben emigrar a otras zonas, aliviando así la presión de pastoreo y liberar de competencia el área de más valiosos recursos. Es esta una conducta altruista que además de facilitar la distribución espacial de la población, contribuye notablemente a la supervivencia de la especie.
En especies polígamas como lo es la del ciervo rojo, el dimorfismo sexual se vuelve una realidad prioritaria. Si tomamos como medida de comparación al peso, veremos que un macho adulto -según las tablas de Geist- pesa 1.7 veces más que una hembra, pero, además de esa diferencia numérica, hay que agregar también, diferencias de orden metabólico y de tipos de conducta. Tamaño y conductas distintas son las que inducen al macho a estimular a la hembra para entrar en celo y, por otra parte, para poder sobrellevar mejor la desgastante competencia de la brama.
Preñez y parto
La hembra para fecundarse no precisa recurrir a conductas agresivas pues debe reservar sus energías para lo que viene después, o sea mantener la preñez y una buena lactancia, y puesto que su fecundación es pasiva, no necesita desplegar ninguna imagen de poder para intimidar a las hembras rivales. Se supone que, en los ciervos, la absorción embrionaria no pasa del 10% y que los abortos son raros en las poblaciones silvestres, de modo que no hace falta entrar en muchos detalles ginecológicos para dilucidar la fertilidad de una cierva roja, nos basta decir que, a grandes rasgos, una hembra que es servida, se preña el 90% de las veces en el primer servicio y que 235 o 240 días después ya pare su cría.
Hay una sintomatología visible en la hembra ya próxima a parir. Se muestra inquieta, mira o se lame frecuentemente los flancos, el vientre o la zona perineal. La ubre turgente ya unos 5 o 6 días antes del parto adquiere ahora su máxima repleción, aunque a simple vista sea difícil de visualizar.
Echada de costado, o parada y con el lomo arqueado para facilitar los pujos, comienza su trabajo de parto. Este puede durar tan solo treinta minutos o prolongarse hasta una hora y media, si la madre es primeriza, o si el feto es muy grande. Es muy raro que haya distocias o mortandad natal en las hembras a monte. La larga selección natural, se ocupó en su trascurso, de eliminar las madres de caderas estrechas.
El post parto
Lo primero que hace una hembra próxima al parto, es apartarse del grupo y buscar un sitio adecuado donde poder parir, amamantar, y vigilar a su cría recién nacida, en esas dos tres semanas críticas que siguen al parto.
Este periodo post partum es de vital importancia, porque, durante el mismo, se implantan y consolidan importantes fijaciones (imprintings), algunas de las cuales van a acompañar al animal durante el resto de su vida.
Lo primero que hace una madre después del parto es ingerir las membranas fetales, para que su presencia y olor, no denuncie el parto y atraiga de ese modo la atención de los predadores hacia la cría. Acto seguido procede a lamer prolijamente a su hijo, para limpiar los líquidos fetales que pegoteados a la piel mojan y ensucian los pelos del neonato. He visto una hembra llenarse la boca de pasto y luego lamer con esa saliva empastada a su hijo, para enmascarar de esa forma el olor. Esta higiene reviste mucha importancia porque: 1) seca y limpia el pelo sucio de líquidos y restos de placenta 2) elimina los olores de las mismas 3) masajea y estimula la circulación sanguínea 4) quizás lo más importante, establece el primer vinculo materno – filial.
En soledad, libre de la interferencia que crearían las otras hembras del grupo, la madre le enseña a su hijo a mamar, estableciendo de ese modo el segundo vínculo madre – hijo, sin el cual, la supervivencia del pichón correría serios riesgos. Esto se debe a que el cervatillo, en esos primeros días de vida tiene tendencia a seguir cualquier objeto que se mueve, por eso es necesario tenerlo en la mayor reclusión, evitando así que se extravíe o identifique con otro ciervo o animal, obligándolo a seguir exclusivamente a su madre, conozco un paisano que corría de a caballo a la madre y una vez alejada esta, se acercaba luego a la cría que al seguirlo era fácilmente atrapada.
Entre media y una hora después de parido, el cervatillo tambaleante e incoordinado, pero con gran determinación, se levanta en búsqueda de su madre, la que se encuentra, por otra parte, muy próxima a él. Así comienza a buscar por tanteo y exploración, la ubre materna. Atraído por las líneas del bajo vientre, incursiona erráticamente desde el codillo hacia atrás, hasta que finalmente encuentra el pezón desprovisto de pelo. Es bueno indicar que la madre contribuye al hallazgo inmovilizándose y adoptando la posición adecuada para que prospere esa búsqueda. Y así, tan pronto la cría comienza a mamar, la hembra lame efusivamente al pichón para reforzar aún más, esos fundamentales vínculos materno – filiales, al tiempo que lame frecuentemente la región peri-anal, para estimularlo también a orinar y defecar.
Los rumiantes en general, pero especialmente los antílopes y los cérvidos, se valen de dos estrategias distintas para proteger a sus crías, en un primer caso el hijo, acompaña a la madre casi desde el mismo momento de haber nacido, tal es el caso del Gnu o del Caribú, en la segunda variante, la madre oculta a su hijo tan pronto ha nacido y se aleja de él para no atraer a los predadores. Este último es el caso de nuestro ciervo rojo.
Enseguida de haber lamido y amantado a su hijo, la madre lo oculta en alguna espesura. A veces buscan desniveles o zanjones, otras veces pastizales altos, retazos de monte más o menos abiertos, claros pastosos, o montes no muy sucios. De ese modo la hembra puede controlar a su hijo visualizando desde lejos a los potenciales enemigos que puedan acercarse.
Permaneciendo cerca pero nunca junto a la cría, la hembra adoptará dos diferentes tipos de conducta según sea la clase y el tamaño del predador (hombre, puma, o jauría de perros, representan los grandes predadores. El zorro y el perro solitario, a los pequeños). Clutton Brock, menciona también al águila como activa predadora.
Tan pronto las señales de peligro se vuelvan amenazadoras y evidentes, la hembra entra en acción. La primera respuesta es una conducta de corte altruista ya que la cierva, en esa ocasión procura hacerse visible, emprendiendo cortas y llamativas carreras, con el objeto de atraer sobre sí, la atención del enemigo. El objetivo de tal actitud es sin duda alejarlo del hijo. La segunda respuesta será en cambio, una actitud valiente y mucho más agresiva, consiste en atacar al pequeño predador a mordiscos, manotazos y patadas, tan pronto considere que el peligro se vuelve inminente, o cuando escuche los balidos de distress, provenientes del cervato agredido. Es sorprendente la velocidad y la fuerza con que una cierva mueve las patas y las manos. He visto a una cierva adulta atacar de este modo a un perro grande y propinarle una feroz paliza.
Cada hembra elige un territorio de su exclusividad para parir y es probable que retorne al mismo año tras año, si las circunstancias así se lo permiten. Este territorio debe revestir una gran importancia para las hembras parturientas, porque si durante este periodo se las acosa o perturba, abandonan prontamente el territorio y exploran otras zonas de mayor seguridad, donde poder instalarse para siempre.
El área donde la parición se produce, requiere seguridad y privacidad, tanto para la hembra como para su cría y es por eso, que en esas circunstancias, la hembra se muestre nerviosa y altamente sensibilizada a cualquier tipo de intromisiones.
Es bueno que eso lo tomen en cuenta todos aquellos que pretendan manejar ciervos.
El cervatillo
El cervatillo nace provisto de una piel marrón chocolate, salpicada de manchas blancas. A este pelaje se lo llama comúnmente librea y persistirá hasta fines de febrero, periodo luego del cual adquiere su pelaje de adulto. Provisto de esta librea, puede mimetizarse perfectamente con el entorno, pero como sucede con cualquier tipo de ropaje mimético, este solo será completamente efectivo siempre y cuando el animal no se mueva.
Con esta ayuda, la pequeña cría permanece echada e inmóvil durante largas horas, incorporándose solo para mamar, permaneciendo junto a su madre solo por breves espacios de tiempo, para luego retornar nuevamente a su pasivo escondite. Cada tanto la cría se incorpora, se estira y si el sol le calienta mucho la cabeza, busca una sombra cercana y se vuelve a echar retornando así a su habitual inmovilismo. El inmovilismo tiene tres ventajas decisivas para el recién nacido: 1) al no moverse no atrae la atención, haciendo valer al máximo el poder mimético de su librea 2) no esparce olores 3) conserva energía que le permite metabolizar al máximo la leche ingerida.
He visto cervatillos echados en solo dos posiciones, con el cuello estirado y la cabeza achatada contra el piso, o con el cuello y la cabeza vueltos hacia atrás como si estuviese enroscado.
Haciendo gala de un admirable control, el pequeño ciervo permanece inmóvil, aun cuando el hombre o el predador están casi encima de él. El instinto, esa joya tutelar que protege a los indefensos, le indica que en ello se juega la vida.
A veces, quebrada su resistencia o intuyendo que ha sido descubierto, emprende una carrera explosiva y a toda velocidad para dejarse caer abruptamente en algún pastizal cercano. donde retorna a su férrea inmovilidad.
No es fácil encontrar cervatos, pero algunos paisanos se vuelven diestros en esta clase de búsquedas. Hace unos cuantos años atrás, recuerdo que fui a una estancia donde la señora del puestero estaba criando a mamadera como 7 u 8 ciervitos, le pregunté al marido como había hecho para capturar tantos, sabiendo lo difícil que era encontrarlos, y me explicó que tenía perros adiestrados para tal efecto, pero como el perro mordía y lastimaba al cervato debía limarles los dientes para impedir tales lesiones. Mi amigo Pedro Hilguert, experto en el arte de capturar crías, me contaba que tenía dos perros que siempre encontraban crías y que una vez que se apoderaban de ellas, la apretaban contra el suelo sin morderlas hasta que Pedro llegaba. Luego las criaba a mamadera y posteriormente la remitía al Parque Luro donde eran liberadas.
Pasadas las tres primeras semanas de vida, el cervato comienza gradualmente a acompañar a su madre. Abandona así su primera estrategia, la del ocultamiento, para pasar a adoptar una segunda, la del visible acompañante. O como diría la literatura anglo-sajona mucho más precisa en esa clase de términos, de “hider” se transforma en “follower”.
Este cambio no impide que, ante la primera señal de alarma, nuestro cervato vuelva a echarse y quedar inmóvil hasta que desaparezca el peligro. Esta estrategia de ocultarse e inmovilizarse buscando pasar desapercibido perdurará aun en muchos ciervos adultos como secuela de aquellas primeras reacciones de seguridad. Es el retorno a una atávica y útil respuesta motivada por alguna situación de riesgosa incertidumbre.
Igual que los adultos, el cervatillo tiene algunas vocalizaciones difíciles de describir, una de ellas es emitida cuando llama a la madre reclamando alimento, otra mucho más audible, es el grito de “distress” -cuando es apresado por un predador-, una tercera vocalización, semejante a un suave balido, es emitido cuando el pichón trata de reubicar a su madre extraviada o confundida en el grupo.
Hay ocasiones en que las cuadrillas de hembras – naturalmente silentes – se vuelven bastante ruidosas. Esto sucede en casos especiales, como cuando las madres se agrupan para emprender alguna presurosa retirada, o cuando tienen sus hijos escondidos o dispersos y pretenden agruparlos. En esos casos madres e hijos se llaman mutuamente buscando evitar extravíos traumáticos. Estos llamados son poco audibles a la distancia normal en que se mueve un cazador, hay que estar bastante cerca para percibirlos con claridad. Confieso que la primera vez que los escuche, mientras me aproximaba a una cuadrilla de ciervas alertadas, no atinaba a comprender bien lo que estaba oyendo.
El Ciervo Rojo Argentino
By Juan F. Campomar
(Extracto Cap. 3 )