DEL DIARIO DE VIAJE DE PERLA BOLLO Y SERGIO ANSELMINO
Digamos a manera de introducción que las reflexiones que se vuelcan en esta nota surgen de la travesía realizada por Perla y Sergio, los cuales dentro del marco denominado Proyecto Fotográfico y Fílmico Isla de los Estados (transcurrida entre el 23 de noviembre de 2009 y el 1 de febrero de 2010), recorrieron a pie la totalidad de las costas de esta isla argentina, internándose también dentro de la misma, en la medida que la accidentada geografía les permitió.
Ubicada entre los 64° 29´Oeste de Greenwich y los 54° 49´ de latitud Sur, la Isla de los Estados constituye la última manifestación continental de la Cordillera de los Andes antes de sumergirse en las aguas del Atlántico Sur.
Separada de la Provincia de Tierra del Fuego por los 30 kilómetros del Estrecho de Le Maire, con sus 75 kilómetros de longitud –de oeste a este–, 16 kilómetros –de norte a sur– de ancho máximo y 534 km² de extensión, es la mayor superficie de un conjunto de islas agrupadas en el Archipiélago de Año Nuevo, las que junto a varias islas menores e islotes totalizan 50.736 hectáreas en el extremo sureste de la República Argentina.
De paisaje post-glacial y clima oceánico, su vegetación está conformada principalmente por bosques subantárticos siempre verdes de guindos, canelos, líquenes, helechos, musgos y turba. En su relieve accidentado, con montañas omnipresentes, abundan altísimos acantilados que caen abruptamente sobre playas y costas de grandes piedras que descubre la marea, pobladas de restos de antiguos naufragios.
Un poco de historia
Si bien fue descubierta por occidente en 1615, ya era conocida por las etnias ona, haush y yamanas. Precisamente estos últimos, uno de los pueblos denominados los nómadas del mar la llamaron Chuanisin o Tierra de la Abundancia.
Las nubes cubren el cielo de la isla las dos terceras partes del año dado su régimen de precipitaciones anuales superior a los 2.000 mm, razón por la que los navegantes la llamaban Isla Fantasma. Como todo lugar situado en un confín, posee una mística y leyenda que la caracteriza y define como un brumoso finis terrae de halo misterioso. Esta sensación se vio acrecentada cuando en 1905 se publicó la novela de Julio Verne El Faro del Fin del Mundo, en donde ésta sitúa su acción principal. Dicho faro funcionó entre 1884 y 1902 y su nombre era De San Juan de Salvamento, pudiéndo hoy día observarse su reconstrucción, llevada a cabo en 1998 gracias al gobierno de Francia.
Lejos de la leyenda, la historia más reciente de este remoto lugar cuenta que hacia 1823 Luis Vernet, nombrado comandante militar de las Islas Malvinas, instalaba una lobería en Bahía Flinders a fin de faenar comercialmente esos mamíferos.
Posteriormente, al comandante Luis Piedrabuena le es cedida la propiedad de la isla por parte del Estado Argentino, instalando en ella una caldera para la fundición de grasa de pingüinos. Más tarde, en 1884, funcionó en las inmediaciones de Puerto Cook un presidio que fue definitivamente trasladado a Ushuaia en 1902. También ese mismo año dejó de funcionar el Faro de San Juan de Salvamento, siendo remplazado por otro similar emplazado en la Isla Observatorio, aún hoy activo.
Ya para 1912 el Estado Argentino compra la isla a los herederos de Luis Piedrabuena y finalmente en 1936 pasa a ser propiedad de la Marina de Guerra Argentina, la cual mantiene hasta el presente un apostadero naval en Puerto Parry, quedando la isla deshabitada y sin ninguna explotación comercial. En 1991 la Legislatura de la Provincia de Tierra del Fuego la declara Reserva Provincial Ecológica, Histórica y Turística.
Fauna, hombre y ambiente: el conflicto permanente.
Al día de hoy, y a excepción del pequeño destacamento naval que ya referimos, la Isla de los Estados se encuentra totalmente deshabitada, pero no por ello la acción del hombre se encuentra ausente.
Y esta afirmación no obedece a los escasos y ruinosos vestigios de las edificaciones que todavía pueden encontrarse, ni a los cementerios de Puerto Cook y San Juan de Salvamento, que atestiguan la ya no existente y solitaria presencia humana de otrora.
Tampoco la basura proveniente de las embarcaciones que navegan cerca del archipiélago y que arrastrada por el mar se deposita y acumula en playa de Bahía Blosson nos permite experimentar cercanía de algún semejante. Definitivamente, la verdadera dimensión de la insensatez de nuestra especie está dada por la presencia de fauna exótica introducida, la cual modificó y hace peligrar la subsistencia del ambiente de este lugar único por sus comunidades vegetales y fauna de distribución restringida.
Si a fauna nos referimos, no podemos menos que definir como exuberante la cantidad y variedad de las especies autóctonas del lugar, cuya geografía brinda lugar y refugio a numerosas colonias de nidificación y apostaderos de aves y mamíferos marinos, algunas de las cuales son las mayores de nuestro país: lobos marinos de uno y dos pelos, cauquenes, el petrel gigante del sur, el petrel zambullidor, pingüinos de Magallanes, de penacho amarillo, varias colonias de elefantes marinos, abundantes caranchos australes y cormoranes imperiales, a lo que hay que agregar en las lagunas interiores los casi extintos huillines y la becacina grande… Son solo algunos de los integrantes de la biodiversidad que presenta la isla, habitantes primigenios de los únicos fiordos que podemos encontrar en la República Argentina.
Pero toda esta abundancia no fue considerada suficiente, y entre los siglos XIX y XX fueron introducidas dos especies que son referentes por el impacto negativo que son capaces de producir: la cabra doméstica y el ciervo colorado.
La primera fue traída por Luis Piedrabuena en 1868 para su consumo por parte del personal que se encontraba en la isla. No existen registros de cuál fue el número de animales que se introdujeron ni en qué lugar fue, pero informes realizados para el gobierno de Tierra del Fuego en 1998 estiman su población en varios cientos.
El ciervo fue translocado en 1976 cuando un plantel de siete individuos fue liberado en las inmediaciones de Bahía Crossley, siendo avistados y registrados por la expedición de Perla y Sergio un número cercano a los 600 ejemplares, entre juveniles y adultos, solamente siguiendo el derrotero de las costas de la Isla sin internarse en los bosques existentes, lo que permite suponer que el número es aún mayor. Cabe acotar que el ciervo colorado forma parte del listado de la UICN “100 especies exóticas invasoras más dañinas del mundo”, confeccionado por esa organización ambiental en el año 2000.
No ha sido posible a quién esto escribe averiguar el porqué o el para qué de semejante despropósito.
Cabe aclarar aquí que el control de los animales ajenos a un medio en donde se encuentran son una prioridad en cuanto a la conservación de la biodiversidad. Ya en el V Congreso Mundial de Áreas Protegidas, celebrado en la ciudad de Durban en el año 2005, se estableció como urgente e imprescindible el manejo de especies exóticas invasoras, dado el notorio efecto negativo que generan sobre el ambiente.
Pero como no existe causa sin efecto. La presencia de estas especies no pasa desapercibida para la flora y fauna del lugar. A la poco feliz circunstancia de que los dos mamíferos mayores de la isla sean introducidos –lo que implica que no poseen depredadores naturales en ese hábitat–, se suma la capacidad de adaptación y el impacto negativo que los mismos poseen per se, generando efectos y modificaciones sobre el bosque que con el tiempo se convertirán en permanentes.
Cuentan nuestros viajeros, al igual que varios estudios realizados in situ, que son ya visibles los efectos producidos por el ramoneo de cabras y ciervos en determinados lugares de la isla –Bahía Crossley, Bahía Franklin y otros sectores orientales– donde ya se advierte la falta de regeneración incipiente y avanzada del guindo, acción que de extenderse terminaría modificando el bosque para convertirse en una comunidad arbustiva.
También se encontraron nidos del pingüino penacho amarillo pisoteados tanto por cabras como por los ciervos, evidenciando la interacción también negativa con la fauna, razón por la cual el informe antes citado manifiesta la imperiosa necesidad de encarar medidas de control para ambas especies, lo que de aplicarse rápido y bien permitirá una lenta y progresiva recreación de las condiciones naturales de estos bosques. Dichas medidas se establecerían a través de una caza de control direccionada hacia disminuir numéricamente las poblaciones, tratando asimismo de evitar la dispersión de las mismas, algo que ya se hace en algunos Parques Nacionales de Argentina.
En definitiva, y como afirmamos en el título de esta nota, el hombre jugando a ser el aprendiz de brujo por lo general pierde el control de aquellas circunstancias y cosas que pretende modificar, produciendo –en este caso– un efecto no deseado, pero permanente sobre su entorno; cuesta creer que esta remota y pequeña porción de nuestro planeta haya sido alterada de manera tan poco juiciosa, al punto tal que de no remediarse otra parte del paisaje del mundo se convertirá en recuerdo.
Cómo evitar ante realidades como la descrita esa sensación de extrañeza que se produce cuando nos referimos a nosotros mismos como la única especie pensante…
Fotos: Sergio Anselmino