Los límites, sólo están en tu cabeza

Brian Boro

Mi nombre es Brian Boro, actualmente tengo 27 años y desde chico soy un apasionado por la caza y a todo lo que a ella se refiere.

Hoy vengo a contarles un cuento que, aunque de cuento no tiene nada… podría mejor decirles que es más bien una historia “mi historia” con esos altibajos que nos pone la vida misma.

El 18 de febrero del año 2015, cuando apenas tenía 18 años, la vida o la muerte; Dios o el diablo; o no sé qué o quién… pero me jugaron una mala pasada y sufrí un grave accidente mientras trabajaba en el campo.

Era pasada la media noche, nos encontrábamos juntando fardos de pasto cuando caí del carro en el que iba, quedando mi pierna derecha enganchada y apretada por las ruedas duales del mismo. Fue un momento realmente duro; recuerdo la escena como si fuese hoy, recuerdo los gritos y el llanto desesperado de mis compañeros por verme así, sin poder ayudarme más que a estar conmigo mientras llegaba la ambulancia. Y yo, sin más abrigos que las estrellas, por un momento resignado pensaba: – Que lo parió que muerte fea me vino a tocar, mientras mi vida entera corría por mi cabeza como una fea y angustiante película.

Pero bueno, tenía dos opciones. Una era entregarme y que la historia haya sido otra o, lucharla y seguir. Obviamente, opté por no darme por vencido.

¿Qué pasó? – Me amputaron la pierna.

¿Cómo siguió? – Demostrándome a mí mismo y a esta vida, qué: LOS LÍMITES, SÓLO ESTÁN EN TU CABEZA.

Con el paso del tiempo y las limitaciones del caso, rehíce mi vida. Me encontré realizando muchas de esas cosas, que pensé no volvería a hacer, pero me faltaba algo – volver a andar detrás de los chanchos con la perrada-. ¡Y volví por supuesto!

Reconozco que nunca presté la suficiente atención, o noté el verdadero esfuerzo (hasta que volví al ruedo) que realiza un cazador con jauría. Desde criar, variar y mantener sana y fuerte la perrada, para poder recién ahí, salir a cazar. Después vienen eternas caminatas, corridas, atropellar montes, cruzar bañados, hombrear y cuantas otras cosas más que, aunque las hice, admito que me dejaban roto. Se me complicaba y lo trasladaba a mi grupo de amigos, a quienes debo hacerles una mención especial, ya que siempre estuvieron conmigo, nunca dejaron de apoyarme y mucho menos, tirado.

Anécdotas…un montón. Desde quebrar mi bastón muleta en plena cacería, hundirme en el barro, golpes de todos los colores y muchas más.

Todo esto, me hizo buscar alternativas para poder seguir disfrutando de lo que me gusta, sin ser una carga. Se me ocurrió rearmar la perrada para cazar de arriba. Los que cazan con jauría sabrán de qué les hablo, y los que no conocen esta modalidad les cuento que es llevar los perros en la caja de la camioneta y cuando él o los punteros ventean una pasada o rastro fresco, se largan como misiles detrás de los chanchos. Les comenté a mis compañeros mi idea y una vez más accedieron y me apoyaron también en esto. Así fue que muy de a poco y con mucho esfuerzo, formamos nuestra jauría a la que llamamos “El Rejunte”, la que hoy gustosa nos acompaña en nuestras andanzas, porque solo los que comparten esta pasión, notan y sienten la felicidad y la incondicional entrega de los perros en cada salida.

Por supuesto que a mí me toca manejar, pero por eso, no crean que me quedo quieto, soy uno más, así me lo propuse y así será siempre. –

Gracias a mis incondicionales amigos, compañeros y hermanos que me dio la vida: Esteban Casas, Facundo Bartolomé y Mateo Balbona.

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