¿Peligro de extinción? Estas tres palabras son la piedra filosofal de cualquier “ecópata” que se precie –“ecópata” no está en el diccionario, pero ya les digo su significado: supuesto defensor de la ecología que padece de psicosis obsesiva contra la caza y los cazadores-. La piedra filosofal, ya saben, aquella a la que los alquimistas de la Edad Media atribuían poderes mágicos: podía transformar cualquier metal en oro puro, o procuraba longevidad, incluso la inmortalidad. “Peligro de extinción”, burda y cínica manipulación del número de ejemplares de una determinada especie que habita en el medio natural, para provocar la prohibición, absurda, innecesaria y contraproducente, de su caza.
Se dice, con propiedad, que una especie está en peligro de extinción –sin comillas-, cuándo el número de ejemplares de la misma, libres en la naturaleza, no es suficiente para garantizar su supervivencia a largo plazo. Para determinar qué especies se encuentran en esta desgraciada situación, hay métodos científicos, serios y honestos, que garantizan una opinión fiable y obligan a tomar decisiones consecuentes para tratar de corregirla. El tratado internacional que se encarga del control y la supervisión de esta trascendental tarea es el CITES. En el “Apéndice I” del CITES, encontrarán las reglas a seguir, el número permitido –en su caso- de piezas a abatir en cada país sin que esto suponga amenaza alguna para la sostenibilidad de la especie en cuestión, y toda la normativa relacionada con la protección de especies que puedan estar en peligro: hablamos de 300 especies, más 23 subespecies, de mamíferos, en particular, y 630 especies, más 43 subespecies, animales en general; flora aparte. A modo de ejemplos emblemáticos de especies representativas en verdadero peligro de extinción, les mencionaré a nuestro lince ibérico, al enigmático rinoceronte de Java, al espectacular leopardo de las Nieves y al imponente tigre de Bengala. Ni, en absoluto, el león, ni, por supuesto los elefantes africanos –que son una verdadera plaga-, ni, por mucha tabarra que den, el lobo ibérico, que lleva camino de convertirse, por su creciente número, en un problema muy serio; paradigmas, estos tres últimos, de tendenciosa y grosera manipulación informativa por cuenta de los “expertos” de siempre.
Hace mucho tiempo que el hombre viene actuando con agresividad contra la Naturaleza. Los atentados cometidos –auténticas barbaridades- darían para llenar varios libros: deforestación, construcción arbitraria e invasiva, incendios, expansión descontrolada de cultivos extensivos, alteración de cursos fluviales, furtivismo, exterminio de hábitats imprescindibles para la supervivencia de especies salvajes que las habitan, edificaciones costeras, presas… un auténtico desastre. Pero hoy, la concienciación de nuestra acción criminal contra el medio ambiente, es un hecho, una realidad con la que antes no contábamos, y el hombre está poniendo los medios –claramente insuficientes aún- para detener este atentado suicida.
Pero, a estas alturas de la película, la única manera de poder mantener el necesario equilibrio entre la biodiversidad animal y de garantizar su sostenibilidad, es la intervención humana. Ya es demasiado tarde para “ponerle vallas al campo”, cerrar la puerta y dejar que la naturaleza actúe, sería inútil. Si lo que deseamos son resultados tangibles, efectivos y duraderos, hemos de buscarlos a través de nuestra interacción con el medio ambiente, no hay otra. Y dentro de esta estrategia intervencionista, la caza, regulada y controlada, es un instrumento del todo imprescindible. Ir contra este axioma es negar la mayor.
La creciente influencia de los ecópatas compulsivos en la opinión pública, gracias a la difusión que les facilitan determinados medios de comunicación nada rigurosos, supone uno de los mayores peligros para evitar el colapso real de muchas especies amenazadas, la supervivencia de otras que han estado en esa situación y la posibilidad de que otras nuevas se incorporen a tan siniestra lista.
La manipulación tendenciosa del concepto “peligro de extinción” no conduce más que a que la extinción sea un peligro cierto.