UNA EXPERIENCIA CASI FATAL
Mucho se habla de la agresividad de ciertos animales de caza, los cuales si bien dóciles la mayoría del tiempo, estando heridos, sintiéndose acorralados, o cuando creen que sus crías corren peligro, se convierten en unas fieras cargadas de adrenalina y venganza.
Uno de los animales mas controvertidos dentro de la fauna cazable de la Argentina, es precisamente el búfalo asiático (bubalo bubalis).
Estos grandes bóvidos originarios de la India y de otras partes de Asia, habitan zonas pantanosas donde pasan la mayor parte del día sumergidos en el agua para protegerse del calor y los parásitos; trasladando estos hábitos a las zonas donde moren. Por este hábito se los denomina en forma genérica Water Buffalos o búfalos de agua.
Aparecen en América cuando son introducidos en las zonas marginales del norte de Brasil, con la esperanza de producir proteínas para el consumo humano, ya que el ganado europeo no soportaba ni el clima ni las plagas del ecosistema pantanoso.
Una vez adaptado allí, productores argentinos también los introdujeron, con el propósito de criarlos y hasta cruzarlos con hacienda europea para soportar mejor las regiones anegadizas y calurosas del norte del país, pero si bien el proyecto prosperó, muchos ejemplares escaparon a lo más inaccesible de los pantanos y se volvieron ganado salvaje o cimarrón.
Con el auge de la caza mayor, muchos ejemplares fueron trasladados a provincias como Corrientes, Santiago del Estero, Mendoza, La Pampa y hasta las planicies bonaerenses.
Pero esto no quiere decir que sean vaca domésticas, como muchos os consideran, pues abandonados a su suerte o criados en grandes extensiones sin presencia humana, se vuelven muy agresivos, sobre todo cuando son molestados o heridos.
Por este motivo, es muy difícil saber, si cuando vemos a algún pseudo cazador posando al lado de un impresionante trofeo de wáter búfalo, si este se trata de un ejemplar salvaje o domesticado.
Además, si a esto le sumamos el poco escrúpulo de ciertos outfitters con la complicidad de su cliente, que les disparan desde arriba de un apostadero o de seguras camionetas en vez de rececharlo de a pie, como debe hacerlo un verdadero cazador deportivo, podemos tener un fraude cinegético, ya que contamos solamente con la buena fe del que nos cuenta su hazaña venatoria.
Pero si bien conozco casos donde la cacería de búfalos asiáticos con carta de ciudadanía argentina transcurre sin grandes sobresaltos, también conozco muchos accidentes producidos por la imprudencia o por utilizar armas inadecuadas, por aquello que, para muchos, son “vacas viejas”.
Como solo puedo dar fe de lo que paso ante mis ojos, voy a relatar un episodio inesperado que me tocó vivir hace unos años atrás, en el coto de caza Añuritay ubicado en el norte del país, más precisamente en Santiago del Estero. Además de transmitir mis impresiones del momento vivido, podemos sacar muchas enseñanzas del mismo para tratar de evitar episodios con consecuencias fatales, tanto para el cliente como para el guía.
Si alguien quisiese filmar una película trágica o escribir un libro de aventuras, sin duda hubiese escogido un lugar y un día como la jornada que nos toco vivir.
Ya desde el amanecer había en el ambiente una atmósfera propicia a lo trágico pues una niebla envolvía a la zona de caza, lo que le daba un toque especial y hasta podríamos decir, presagiando que “algo” extraño iba a suceder.
El cliente era tan nuevo como el rifle doble que estrenaba, una bella maquina alemana en calibre 9,3x74R que, si bien no era lo ideal para el búfalo, cumplía con las reglamentaciones locales que exigen un mínimo de 4000 libras/pie sin especificar calibres mínimos.
De todas maneras, nuestro cliente había superado holgadamente la prueba que siempre se hace (no solo para probar si los aparatos de puntería están bien, si no también su idoneidad de tiro). Pero una cosa son las pruebas y otra la práctica.
Partimos en una camioneta bien pertrechada, a la que seguían unos gauchos de a caballo, que pueden ser de gran utilidad para buscar rastros, a la zona donde habitualmente se encuentran manadas de búfalos buscando unas grandes charcas para beber y refrescarse.
Cuando tuvimos cerca el monte que rodeaba las charcas, bajamos del vehículo, le buscamos el viento de frente y en total silencio nos dirigimos al lugar donde podrían estar los búfalos.
El aire se cargó como de una electricidad por la escasa visibilidad, que le daba un toque fantasmal al monte, ya que se abría la niebla y podíamos ver mejor el lugar. De todas maneras, la marcha se hacia lenta y cuidándonos a cada momento de una mala sorpresa. Cuando llegamos cerca de las charcas, Paco el dueño del coto me hace señas y me explica que me quede con el cliente escondido entre unos árboles, mientras caminaba hacia una elevación para ver si podía ubicar a la manada y dentro de ella un macho bueno.
La niebla se levantaba por momentos y de a ratos se cerraba nuevamente, así que le dije al cliente, que estuviese listo, pues había “algo” en el aire que me tenía inquieto.
Por mi parte estaba armado con mi fiel Custom Mauser .375H&H con municiones Premium de 300grains, por las dudas.
Tratábamos de penetrar la niebla con la vista, pero dependíamos más del oído que de nuestra visión; de pronto escucho un galopar y de entre la niebla, como fantasmas silenciosos aparecen varios búfalos a la carrera, desde la izquierda y al frente.
Lo tomo al cliente del brazo como para que se prepare y en ese momento como a unos diez metros cruza un macho muy fuerte y de buena cornamenta que no nos había visto.
Sin dudar, ya no podríamos mejorar un trofeo así, le di orden al cliente que le disparase con ambos cañones a la carrera.
La respuesta no fue rápida, ya que cuando disparó en sucesión con sus dos cañones, ya el búfalo nos daba el anca y con los disparos había acelerando mientras lo cubría con mi rifle por si se daba vuelta, pero se perdió en medio del monte y de la niebla.
Al momento apareció el dueño del coto y los muchachos a caballo, así que le relatamos lo sucedido por lo que éste decidió levantar la cacería hasta que se despejase la neblina.
Había rastros de sangre, pero era más que imprudente buscarlo en esas condiciones de visibilidad, así que cuando apareció la camioneta atraída por los disparos, subieron todos al vehículo para ir a la casa y esperar mejores condiciones de visibilidad.
En un momento de estupidez –que todos tenemos alguna vez- me aparté del grupo y subí a un caballo para acompañara los gauchos.
Pero de repente, escuchamos ladridos de varios perros.
-Los perros tienen cercado al búfalo herido y no debe estar muy lejos- me dijo Chingo, el mas baquiano de los gauchos.
Con el propósito de ver en que estado de vitalidad estaba el herido y confiado en la seguridad del caballo me interné en el monte guiándome por el ladrido de los perros que acosaban al búfalo. Pero los acontecimientos comenzaron a rebasar los límites de la Prudencia…
Como un cañaveral me impedía el paso me bajé del caballo, pero por precaución, aunque escuchaba muy lejos a los perros, saqué el Winchester .458 WM de la funda de mi cabalgadura. Até el caballo y comprobé que el rifle estaba cargado con sus tres cartuchos de punta blanda semi encamisada de 510 grains llenando el almacén; en un rápido movimiento, coloqué el primero de ellos en la recámara, puse el seguro y me dirigí al lugar donde provenían los ladridos.
No había caminado más de 30 metros cuando vi salir al búfalo herido de una isleta, con sangre que le caía de un costado y otra en la parte trasera, producto de disparos un poco atrasados, pero no letales. Los perros lo perseguían, pero el gran animal tenia cuerda para rato todavía.
Comprobado el estado de las heridas, decidí volver a la seguridad del caballo y alejarme del lugar, ya que la idea era dejarlo “aflojar” un poco para buscarlo mas tarde con el cliente una vez despejada la niebla y rematarlo.
Busqué el caballo caminando en silencio, casi en puntas de pie dentro del monte, cuando de pronto, sentí algo extraño. El monte pareció callarse; los pájaros dejaron de cantar y sentí una sensación extraña en mi nuca, como de una de una corriente eléctrica.
Deduje de inmediato que se habían invertido los papeles, ahora el búfalo esta cazando al cazador–pensé para mis adentros.
En forma automática comprobé que la recamara del Winchester .458Mag. estaba con un cartucho, le quité el seguro y tomé una posición como de combate.
El rifle apoyado firme en mi hombro, pero con el cañón bajo, comencé a moverme cautelosamente, semi agachado y con movimientos como los de un felino, tratando de barrer el monte ralo con la vista y mis oídos. Estaba por suerte, preparado mentalmente para lo peor.
No había caminado unos ocho metros cuando de pronto escuche a mis espaldas el sonido de una rama rota, que sonó como un disparo.
Me di vuelta en forma rápida al tiempo que levantaba instintivamente el arma, como si fuese una escopeta, encañonando la enorme cara negra con cuernos que se encontraba tan cerca mío, que casi lo podía tocar con la punta del rifle…
Como en un sueño – o una pesadilla – donde todo pasa en otra dimensión, escuché una explosión. Era mi .458, lo había disparado en forma totalmente automática.
Siempre llevaré conmigo la imagen de aquella bestia negra con sus grandes ojos bien abiertos y sus cuernos afilados quién, a último momento en la atropellada, movió la cabeza hacia un lado como tratando de evitar la punta del rifle.
Luego fue como si alguien hubiese apagado la luz…
Solo oscuridad, sin sonidos ni sensaciones.
Cuando volvieron mis sentidos, vi al enorme animal que me empujaba con su cabeza mientras que me aferraba con mis manos a sus cuernos. Todo esto transcurría con sonidos atenuados y en cámara lenta.
El búfalo abría el monte con mi cuerpo en un intento de aplastarme contra algún árbol, recorrimos en esta posición unos ocho metros, cuando de repente el enorme animal paró su atropellada.
Se me soltó la mano izquierda, ocasión que la bestia aprovechó para golpearme repetidamente mi pierna izquierda con uno de sus cuernos con tal fuerza que me levantaba del piso. Extrañamente, no sentía dolor alguno.
En mi desesperación, trataba de aferrarme nuevamente a su cuerno para que no siguiera castigándome. Solo confiaba esperanzado en que mi único disparo estuviese bien colocado.
De pronto se le aflojaron las rodillas al mismo tiempo que con una última cornada me tiró a su costado izquierdo entre los matorrales donde caí de espaldas medio enredado por la maleza y con el cuerpo del búfalo, ahora arrodillado que no me dejaba mover.
Hacia esfuerzos tratando de liberarme cuando vi al gaucho Chingo, montado en su caballo como a diez metros a la izquierda mía, pero el pobre hombre estaba shockeado y no atinaba a hacer nada ya que estaba petrificado por la escena de violencia.
-Atropéllalo con el caballo y sácamelo de encima- escuche a mi propia voz como en un sueño. Pero el hombre estaba mas duro que una estatua, no atinaba ni a moverse…
Por fin el animal se quedó un poco quieto como resignado a perder la lucha, sin duda los 510 grains de estaban haciendo efecto dentro de la cabeza y pude liberarme de la maleza que me aprisionaba.
Me paré y desesperado busqué el rifle .458 que había volado de mis manos calculando que estaría en algún lugar del sendero abierto en la maleza durante la embestida. Lo encontré en el suelo donde me había atacado el animal por primera vez, lo levanté, le metí un cartucho fresco en la recámara y me le acerqué por detrás, para no errar al rematarlo. El animal aún en su agonía trataba de incorporarse, pero mi disparo fue más rápido y certero.
El búfalo lanzó el último bramido que hacen todos los de su especie cuando mueren.
Estaba todo cubierto de sudor y sangre. Sudor y adrenalina que brotaba a borbotones de mí y sangre del búfalo que me había salpicado por el gran agujero de la cabeza.
Levanté la vista hacia el cielo que ahora estaba azul, di gracias al Señor, y recién entonces dejé el Winchester y me senté exhausto, sobre un tronco.
CONCLUSIONES.
De este incidente se pueden sacar muchas enseñanzas:
Primero – Nunca se debe entrar solo al monte a buscar a un búfalo herido-.
Segundo – Las puntas usadas no eran las adecuadas pues los búfalos requieren de las del tipo Premium o sólidas por su penetración.
Tercero – El uso de las miras abiertas me salvo la vida, ya que encaré y disparé como una escopeta. De haber tenido una mira óptica no podría haber disparado tan rápido.
Cuarto – Fue muy importante mi preparación mental: con la señal de alarma, asumí una posición de combate, sabiendo que lo único que me podía salvar era el entrenamiento, la confianza en mi mismo y en arma de grueso calibre con miras abiertas.
Quinto – En este tipo de lances cuando mayor es el calibre, mayor será la contundencia y la posibilidad de salir con vida de un mal trance. De haber disparado con un calibre menor, no estaría escribiendo esta nota ya que el proyectil expansivo de 510 grains, por mas que no era el adecuado, (se abrió prematuramente y no tuvo suficiente penetración) su gran diámetro y masa, produjeron un tremendo efecto de contención.