¡Así debía terminar!

Terminaba la brama del ciervo colorado y por ende mi temporada de trabajo en el coto de caza Las Maras, ubicado en la localidad de Valle Daza, Provincia de la Pampa. Ahora, y como hace ya unos cuantos años, era “mi” turno de cazar. Mi objetivo: un descarte o ciervo selectivo, para ayudar a mejorar la genética del área y por supuesto por su fina y exquisita carne que nos ayudaría a abastecernos los días que nos quedaban finalizando nuestros quehaceres en el campo.

Mis salidas no venían del todo bien… Hice varias recorridas, pero sin éxito, ya que solo pude observar machos jóvenes con buen futuro y varios trofeos. Hasta que una noche, después de cenar y mientras alistaba mi rifle (.270 Remington Mountain) para el día siguiente, le pregunto a mi hermano si podría acompañarme y ser mi guía; entusiasmado y sin dudarlo me dijo que sí. Sería la primera vez que saldríamos solos.

Nos levantamos muy temprano, pero un fuerte viento hizo que postergáramos nuestros planes; por la tarde el viento ya había calmado y a las 5 partimos por una de las picadas con rumbo al Oeste. Luego de haber caminado unos 2.000 metros, escuchamos un lejano bramido a nuestra izquierda y de inmediato así allí nos dirigimos.

Con cierto apuro seguía los pasos de mi hermano, quien, calculando la distancia por sus bramidos, me aseguraba que el ciervo estaba en la esquina del campo. Tomamos el viento y caminamos unos 200 metros cuando comenzamos a ver ciervas a nuestro alrededor, ahora se nos complicaba mucho más avanzar. Las hembras miraban fijamente nuestra posición en el monte, que era un quemado con poca vegetación para ocultarnos, lo que nos obligaba a ser muy cautos. Logramos llegar hasta una línea de caldenes que nos ayudaron a ganar unos metros más, pero podíamos escuchar claramente como nuestro ciervo se alejaba.

A lo lejos pudimos verlo. ¡Era mi ciervo! Un gran chuzo que rejuntaba hembras entre corridas y rezongos en el filo de una loma. Decidimos acortar más distancia y, por consiguiente, los metros que pudimos arrimarnos fueron muy lentos, demasiado podría decirles, si le sumamos la ansiedad que me invadía… Este último acercamiento nos demandó más de 30 minutos, lo hicimos en parte raptando, en parte agachados y frenando constantemente, hasta que llegamos a un punto de no poder seguir avanzando sin ser descubiertos. Aunque lo más difícil fue mantenerme calmada, no podía permitir que la desesperación ganara todo este esfuerzo.

Si bien el animal seguía sobre la lomada, se movía constantemente entre ciervas, caldenes y renuevos, lo que me dificultaba un tiro limpio. Decidí que donde se apartara de las hembras debía tirar, aunque fuera complicado. Nunca dejé de seguirlo con la mira y en momento justo donde el ciervo se separó del harén, noté que pasaría por un pequeño claro y sería mi oportunidad. Respiré hondo, busqué su paleta y apreté suavemente el disparador.

– “Está pegado, lo escuché y lo vi enroscarse” – Me dijo mi hermano. Aunque el ciervo dio media vuelta, bajó la loma y lo perdimos de vista.

El reloj nos indicaba las 19:40 hs. por lo que nos apresuramos en buscarlo, aunque sin suerte, ya que se nos dificultaba hallar sus rastros y tampoco encontrábamos sangre; a todo esto, los últimos rayos de luz terminaron de esconderse y decidimos regresar para volver por él al día siguiente.

La noche se me hizo larga, casi no dormí, o vine a conciliar el sueño cuando mi papá llego a buscarme, ahora él también quería acompañarnos.

Caminamos hasta el lugar donde efectué el disparo y de ahí hasta donde se encontraba el animal en ese momento, yo venía más retrasada observando huellas, cuando a lo lejos veo a mi papá mirándome con una sonrisa. – “Está bien pegado hija”-  Fueron sus palabras, mientras me acercaba y veía al ciervo caído. Mi hermano cálidamente me abraza, y fue en ese mismo momento que pude sentir como la tranquilidad y la emoción me inundaban. ¡Después de todo nuestro esfuerzo en un acecho muy sacrificado y legítimo, la cacería así debía terminar!

cierva

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