“… Me acuerdo que esa noche lo até junto a los otros perros y toreó toda la noche.
Cuando me levanté vi que casi se había ahorcado con la cadena. Yo lo miraba: no le tenía nada pero nada de fe.
Con esto aprendí otra cosa: que el perro que mirás con más desprecio o, mejor dicho, al que menos fe le tenés sale siendo delos mejores. Estaba más tranquilo porque me encontraba mucho más preparado para afrontar el próximo invierno: ¡ya tenía seis perros!
Recuerdo un día de diciembre de 1994, en el que no vendí un pescado, que levanté todo mi equipo de pesca y me disparé a mi piedrero, el que me había hecho andar tanto para agarrar mi primer león.
Llegué casi de noche.
En esa época yo tenía una camioneta con cúpula, donde me acomodaba a dormir con mi perrada.
Le levanté de madrugada, a eso de las tres. Tomé mucho mate. Y me dije: “Bueno Gringo, tenés una semana para disfrutar”.
No me había tomado la molestia ni de avisarle al estanciero.
Tener mis propios perros me daba mucha tranquilidad.
Siempre me gustó la soledad, la paz de la naturaleza, y de esta manera la encontraba.
Salí con mis perros a eso de las cinco. Iba hecho un loco. Llevaba cuatro meses sin agarrar un león y, aparte, quería saber qué clase de perrada tenía.
Empecé a caminar derecho hacia el cerro alto que yo tanto conocía. No estaba tan cerca. De todos modos yo ya sabía de memoria que eran cinco horas de viaje y algo más, y que ida y vuelta eran más de diez.
Solito y Tigre, los perros más locos de “la Mafia”, buscaban tranquilos. Los otros cuatro iban atrás mío: Colita, la China, Jack y Cacique. Yo estaba seguro que este último no me iba a seguir y que en cualquier momento se volvería, después de todo por eso me lo habían dado… Me faltaría una hora para llegar al cerro cuando vi que mis perros se empezaron a desparramar por las piedras, y a mover la cola. Subían y bajaban. Al ratito escuché torear a Cacique, yo, contento, pensé: “Acá está el león” Pero no. El tema fue así: toda la perrada había sido totalmente meada por un zorrino, del que no dejaron nada – ¡era toda una fiesta para ellos! –
Me agarré tal amargura que aferré a uno por uno por las orejas y les di unas buenas patadas, mientras le decía a Cacique: “Acá si se vuelve, Cacique”. Pero el reto no surtió efecto, era como que este perro estuviera más contento…
Seguí caminando. Total, tenía toda una semana.
Al rato noté que todo iba saliendo con normalidad, pero me di cuenta que me faltaba Cacique. Me dije: “Bueno, se volvió”.
No le di importancia. Era al que menos confianza le tenía.
Como a la media hora de andar, después del encuentro con el zorrino, vi que mis perros levantaban las orejas y salían todos disparados para lo alto del cerro. Yo no veía nada. De repente, muy a lo lejos, había escuchado torear a un perro. Lo primero que se me cruzó por la cabeza fue que era de algún viejo de la estancia o algún leonero que estaba viniendo de Chile para acá.
Sin mucha locura, iba mirando a los perros, pero solo corrían hacia donde habían escuchado torear cada vez más fuerte – porque yo no había escuchado casi nada; es claro que el oído de ellos es mucho mejor que el nuestro-.
Después de una hora llegué al lugar y vi que tres de mis perros daban vueltas arriba de unas piedras, uno salía de una pequeña cueva y desde adentro salían más toridos. Lo primero que hice fue alumbrar hacia dentro, pero la cueva era muy larga y no se veía nada por las vueltas que tenía. Otra cosa que hice fue olfatear: “No me voy a meter ahí adentro ¡y menos por un zorrino!”, pensé. Pero no había ningún olor… En esa cueva, el espacio no daba ni siquiera para entrar gateando, ya que era demasiado estrecha. Comprobé que a la rastra podía entrar, pero con mucha incomodidad. Su tamaño sería como el de la llanta de una camioneta. Complicadito el tema.
Mis perros se metían y salían a cada rato y yo, mientras, pensaba: ¿Cómo carajos hago? Aparte, no sabía lo que había a dentro.
Después de un largo rato y de pitar varios cigarros, me saqué la campera y toda la ropa que pude y, pistola en mano, y linterna en la cabeza, me metí unos diez metros, con cuatro de mis perros detrás. “Si tengo que salir reculando no voy a poder hacerlo, una por el tamaño de la cueva y otra por los perros”. Así, el gringo muy tranquilo no iba… De repente, alcancé a ver frente a mí a Jack y a Cacique – al que menos pensaba ver -. Atrás de ellos se escuchó un rugido. Los perros buscaban para salir, y yo igual… “Donde yo le pegue un tiro, este león va a atropellar para afuera”. Así estaban las cosas. Había tardado más de diez minutos en entrar y tardé otros diez minutos en salir. Una vez afuera, Cacique y Jack seguían sin salir. Sentí la adrenalina fluyendo a full por mi cuerpo mientras me decía: “¿Querías ser leonero? Ahora, ¡metete! ¿Querías tener buenos perros? ¡Ahí los tenés! Y encaré para adentro, con los cuatro perros detrás, pistola en mano y bala “en boca”. Sabía que los otros dos estaban adentro, por los toridos desesperados. Después de veinte minutos esta cueva angosta se terminaba y comenzaba otra más grande. Con la luz de la linterna vi que los perros iban y venían, toreando todo el tiempo, pero no podía ver al león… Me acordaba del gruñido del principio. ¿Sabía que estaba ahí, pero dónde? En eso escuché, sobre mi cabeza, como un sonido similar a un gruñido. Quedé duro, como estaqueado, sabía que el león estaba sobre mi cabeza y que si hubiera tirado un zarpazo hoy no estaría contándoles el cuento. Entonces me tomé mi tiempo para adelantarme un poco y darme vuelta, lo más despacio posible. Y lo vi. Estaba echado en una salida de piedra. En segundos gatillé mi pistola, le metí tres tiros en la cabeza y cayó a mi lado. Pensé de todo “Está herido. Está muerto. Este me mata” pero antes que me diera cuenta todos mis perros estaban prendidos de él, entonces reaccioné: estaba muerto, no por los perros y sí por los tiros. Me habré quedado una hora adentro de esa cueva, fumando y gritando y abrazándome con mis perros. No lo podía creer, ¡lo habíamos logrado! Al león le metí mi cinturón al cuello y empecé a tironearlo para afuera. Tardé más de media hora en sacarlo, porque era grande y pesado.
Ese día supe que yo era leonero y mis perros igual… y Cacique, bueno Cacique, mi hermano de por vida.
El Leonero Urquhart y su perro Cacique By Robert Urquhart