Jack

Extracto (Capítulo 4 )

“… Una mañana amaneció muy lindo, son esos días en los que dan ganas de campear. Y Cacique estaba recuperado y con todas las pilas cargadas. Yo había estado pensando en darme una vuelta por el campo de al lado –el 2 leguas- una porque hacía rato que no iba y otra porque donde estaba yo acampando, hacía mucho que el león no entraba. A ese capo lo conocía muy bien, dado que era un buen lugar para los leones, porque por lo general, no había puestero y era muy tranquilo.

Ese día apenas me metí al campo empecé a encontrar rastros, aunque ya viejos, pero esa era una pauta de que el bicho andaba por ahí. También encontré el puesto que era solo una casilla, el que después me sirvió varias veces para hacer noche, en caso de mal tiempo, para no mojarme al pedo o evitar que me agarrara una tormenta.

Me acuerdo que uno de mis perros se llamaba Jack, y que el pobre de por sí era muy pesado para andar, pero las peleas era el mejor. Cada vez que llegaba al lugar de la pelea, la fiesta se terminaba. Siempre iba unos mil metros atrás de nosotros; en las tranqueras, lo tenía que estar esperando. Y cuando llegaba, con toda su paciencia, yo ya había armado un cigarro y acomodado mi recado. Como chiste, siempre le decía: – ¡A vos te queda poco, hermano!

Él, sin decirme nada, solo se echaba. Y yo, para eso, ya iba saliendo de vuelta con todos los demás perros adelante.

Ese medio día me encontraba recorriendo el campo – que era de Pérez Companc, y en el que tenía permiso para andar – cuando de repente sentí que se iba acercando un helicóptero. De esa forma se movilizaban los encargados y los dueños… y a la vez recorrían en poco tiempo sus propiedades. Así y todo, yo no me quería mostrar mucho, porque solo faltaba que bajasen y yo perdía todo el día hablando huevadas. Entonces me disparé para una mancha de monte y me quedé tranquilo, fumando, aflojándole la cincha y sacándole el freno al caballo, para que pudiera comer un poco. Miré con atención para ver si acaso estaban todos mis perros, y sí, pero en ese momento no me di cuenta que faltaba Cacique. Bueno, el helicóptero tardó un rato, largo en alejarse y de hacer ese ruido insoportable. De ahí me dispuse a subirme al caballo de vuelta y salir tranco y tranco. No me alcancé a acomodar, cuando salieron todos mis perros disparando hechos unos locos. – ¡Por supuesto: faltaba Cacique! -. De lejos se lo escuchaba torear al pobre. Salí a todo galope a la par de mis perros y llegamos todos juntos a donde estaba él, hecho pedazos, pero de pie todavía, y con un león empacado. ¡De no creer! Y ahí nomás le cayó toda la perrada encima… Saquen cuentas: ese león no sabía para donde disparar; al haber estado tanto tiempo peleando con un solo perro y que de pronto le caigan veinte de golpe… El bicho no entendía nada. Y, yo, para colmo, soy de la idea de que el león no tenga mucho tiempo para pensar, por eso lo atropellé enseguida. En el instante que lo estoy haciendo, ¡se me viene encima! Y no alcancé a tirarle… Ahí me di cuenta que no lo iba a poder esquivar… Fueron segundos. Entonces vi que Jack saltó frente a mí y agarró al león de la cabeza, y que ambos cayeron a mis pies. Solo atiné a mandarle un tiro en la cabeza al león.

Cuando todo pasó vi que Jack se apartó, pero no le presté atención. El león había quedado seco y yo blanco por el julepe que me había pegado. Cuando me acerqué vi que Jack estaba muerto. ¡No lo podía creer! Me largué a dar golpes por la desesperación para que reaccionase, pero ya era tarde, la misma bala que le había pegado al león, lo atravesó y se la metí a mi perro en la cabeza.

Esto no lo tendría que decir, pero me largué a llorar como un chico, hasta mis mismos perros no lo podían entender. Y ahí nomás empecé a sangrar por la nariz y no sabía por qué… Tal vez del mismo cagazo que me había pegado, o la presión, o la misma bronca, o todo junto…

Le puse un poco de lana de mi cojinillo a mi nariz y empecé a buscar a Cacique. Estaba tirado, como a diez metros. Solo movía la cola y gemía. Esta vez no me fumé un pucho, ¡me habré fumado diez! Y me largué a pensar que el perro que yo decía que ya “no andaba” me había salvado la vida, ¡y que yo mismo lo había matado! Esto nunca se pudo ir de mi cabeza, hasta el día de hoy me acuerdo: de todos los leones agarrados juntos, de las veces que lo esperaba para que termine una pelea, ¡de todo, de cada detalle! ¡Mi perrito Jack, carajo!

Continúa

El Leonero Urquhart y su perro Cacique By Robert Urquhart