Se practica tanto en poblaciones de hembras como de machos.
Se lleva a cabo por diferentes factores, por lo cual esto la hace una tarea muy compleja debido a los amplios conocimientos que se deberán tener tanto en densidad demográfica, número estimado de la población, salud y genética.
Los raleos en poblaciones de hembras generalmente se hacen por espacio físico y principalmente se busca disminuir el excesivo número de estas. La fecha puede ser indistinta, aunque siempre lo recomendable es antes de que entren en celo, para que no lleguen a ser fecundadas.
Las hembras son el principal competidor de los machos por el alimento, y además cuentan con ventajas en esa competencia, probablemente debido al menor tamaño corporal que les permite aprovechar la hierba hasta una menor altura (Clutton-Brock & Albon, 1989). Si una población de ciervos se deja crecer de modo natural sin intervención humana, conforme aumenta la densidad de individuos la proporción de sexos se va desviando progresivamente hacia las hembras. Si hemos de eliminar hembras, una primera premisa que hemos de tratar de seguir es el reparto homogéneo por el área. Las hembras tienden a mantenerse durante toda su vida en las zonas donde han nacido, y son muy reacias a cambiar de área de campeo. Esto significa que un aclarado en unas zonas puede tener poco efecto en otras áreas vecinas, ya que los animales por sí solos no se reparten tan fácilmente como nosotros podríamos imaginar. Debemos intentar que el porcentaje (no el número) de individuos eliminados sea homogéneo por zonas. Pero la necesidad de control de la densidad de ciervas plantea una nueva cuestión relativa a qué tipo de hembras eliminar de la población. Una posibilidad podría ser eliminar las hembras viejas, asumiendo que son peores criadoras. Estudios detallados, sin embargo, han mostrado que la fertilidad aumenta hasta aproximadamente los 3-4 años, pero no decrece con la edad de las ciervas, al menos hasta los 15-17 años, hasta donde se dispone de datos (Clutton-Brock & Albon, 1989). A partir de esa edad la mortalidad es alta, con lo cual la idea tradicional de la hembra vieja y mala criadora no responde a una realidad. Incluso aunque a partir de esa edad existiera un ligero descenso en la fertilidad, eliminar a este tipo de hembras supondría incluir muchas de las mejores criadoras de edad madura, dada la dificultad en distinguir edades con precisión en el campo. Por otra parte, la eliminación de las hembras de más edad tiene claras consecuencias negativas para el conjunto del grupo familiar. Las hembras más viejas suelen ser las líderes del grupo (Carranza, 1988). Esto significa que son las que dirigen al grupo en los desplazamientos (Carranza & Arias de Reyna, 1986), las que mantienen la hegemonía de uso del área de campeo, y las que establecen las relaciones sociales, rango de dominancia, etc. con los grupos vecinos (Thouless & Guinness, 1986). Eliminarlas no solo afecta a la cría del año que pueda depender de ella, sino al resto del grupo familiar (3-4 individuos) que pueden ver disminuido su aprovechamiento efectivo del área de campeo, tendrán que emplear más tiempo en tareas como la vigilancia que antes eran realizadas por la hembra líder, bajarán en estatus con respecto a los grupos limítrofes, los cuales pueden invadir progresivamente su área de campeo y desplazarlos hacia zonas menos favorables, etc. El “descabezar” grupos familiares es claramente negativo. Otro criterio puede consistir en eliminar a las hembras aparentemente débiles, delgadas, etc. De nuevo, los datos científicos han mostrado que las hembras que producen una cría de más peso, y por tanto, con más probabilidades de supervivencia, o aquellas que producen un macho en lugar de una hembra, quedan en una situación de peor aspecto, más delgadas, etc. después del esfuerzo de cría. Este desgaste puede tener ciertas consecuencias solo en el año siguiente, tales como por ejemplo que la hembra produzca ahora una cría hembra en lugar de un macho, pero eliminar a estas hembras es claramente un error, ya que entre ellas están las mejores criadoras (Clutton-Brock & Albon, 1989). Desde otro punto de vista, podríamos eliminar a las que no lleven cría. Una hembra que no ha criado probablemente es una mala criadora. Unas primeras investigaciones en este campo revelaron que las hembras que no habían sufrido el desgaste de la crianza, al año siguiente, podían producir un macho en vez de una hembra, y en promedio producían la cría de más peso que la media (Clutton-Brock & Albon, 1989). Esto parecía indicar que había que respetar a este tipo de hembras. Posteriores estudios, sin embargo, mostraron que esas mismas hembras figuraban entre las que tenían más probabilidades de perder de nuevo a la cría. Al parecer, el poco desgaste en la cría las hacía producirla de más peso, pero las razones de la pérdida de la cría eran otras que se mantenían (Clutton-Brock & Albon, 1989). Estas razones podrían ser muy variadas, y probablemente distintas para cada hembra individual del conjunto de las que se observaron sin cría (bajo peso corporal, rango social o calidad de su área de campeo, etc.). Parece que de nuevo se aconsejaba eliminar estas hembras. La conclusión no es clara, sobre todo si tenemos en cuenta las posibles confusiones con hembras jóvenes, inexpertas criadoras, que pueden tener toda una vida reproductora por delante, y, sobre todo, los efectos negativos de la posible eliminación de hembras líderes de grupos. Una práctica frecuente es eliminar a las crías tardías y a sus madres. Este criterio se basa en que dentro de la variabilidad fenológica intrapoblacional, las más tardías producen crías de peor condición: suelen ser más pequeñas, menos viables y de peor desarrollo. Cuando se pretende producir trofeos, esas crías no son los mejores candidatos. Si se hace bien, esta selección puede resultar en una sincronización del período de partos en torno a la época más favorable, lo cual es positivo. No obstante, hay varios factores que introducen considerable ruido en el resultado de esta práctica. (1) Un retraso general en la paridera puede ser debido a un mal año en cuanto a recursos alimenticios, que hace que muchas hembras entren en celo más tarde de lo habitual. Para corregir esto se deben considerar las crías tardías con respecto al resto de la población, y no con respecto a una fecha ideal absoluta. (2) Algunos partos tardíos corresponden a hembras que no quedaron preñadas en una primera ovulación y volvieron a salir en celo en el ciclo siguiente. El motivo puede ser intrínseco a esa hembra, pero también puede ser promovido por las condiciones de manejo. Por ejemplo, cuando hay muchos machos, la competencia entre ellos es muy alta y puede que en muchos casos el macho dueño de un harén no sea capaz de conseguir las condiciones mínimas de tranquilidad para fecundar a sus hembras, debido a continuas interferencias con otros machos. La suplementación de comida durante la berrea es un factor que intensifica la competencia entre machos (Carranza et al., 1995), aumenta las luchas y podría dificultar que todas las hembras sean fecundadas en su ovulación más temprana. (3) Las hembras jóvenes paren más tarde. Esto no significa que genéticamente tengan la tendencia a parir más tarde, sino que es normal que esto ocurra en los primeros partos y después se normalice hacia el centro del período. Esto quiere decir que dentro del criterio de eliminación de hembras con crías tardías estaremos fácilmente incluyendo muchas hembras jóvenes que paren por primera vez.
Los datos que existen hasta el momento indican que la práctica más adecuada para bajar la densidad de hembras consiste en la eliminación de los grupos familiares completos (Clutton-Brock & Albon, 1989), es decir, los 3-4 individuos que se desplazan juntos habitualmente en este orden: hembra adulta, cría del año, hembra joven (cría del año anterior), hembra sub-adulta (de dos años). Esta práctica tiene un efecto de aclarado de las unidades de uso del espacio y de relaciones sociales que son los grupos familiares, de modo que los grupos vecinos ensanchan sus áreas de campeo con el consiguiente beneficio en cuanto a acceso a recursos.
La caza selectiva sobre los machos tiene un efecto claro en mejorar la media de trofeos en la población presente, y de modo más lento puede tener efecto de selección genética apreciable en generaciones futuras. La conformación de la cuerna tiene un componente heredable que afecta principalmente a sus características peculiares (presencia de determinadas puntas o no, palmeos en la corona, abertura general, etc.). La genética, además, se ha demostrado que influye en las tendencias de desarrollo a lo largo de la vida. En concreto, los portadores de determinados alelos tienden a desarrollar cuernas bastante grandes en proporción a su edad cuando son jóvenes, mientras que no alcanzan luego grandes trofeos en la edad madura. Los portadores de otros alelos, por el contrario, no se desarrollan tanto de jóvenes, pero dan mejores trofeos en la edad madura (Hartl et al., 1995).
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