La caza sostenible

Por Claudio Ocampo

La caza sostenible hace referencia a la práctica de la actividad cinegética de manera responsable, entendida como el aprovechamiento legítimo de las especies de caza, concebidas como un recurso natural renovable, sin poner en riesgo su supervivencia y, con ello, la integridad de los ecosistemas que las sustentan.

El concepto de sostenibilidad es amplio y aún no existe un consenso unificado sobre su definición exacta. Comunidades cinegéticas, organizaciones ambientales y gobiernos, lo interpretan de manera distinta. En ocasiones, se emplea de forma ambigua para justificar prácticas que no siempre respetan a la biodiversidad ni garantizan el equilibrio natural.

Esta falta de claridad genera confusión: no todos los métodos de caza que se autodenominan “sostenibles” lo son realmente. Solo aquellos que cumplen criterios científicos, éticos y de manejo responsable pueden ser considerados como tales.

La Carta Europea sobre “Caza y Biodiversidad” la define como el uso de especies y sus hábitats de una forma y a un ritmo que no reduzca la biodiversidad a largo plazo ni impida su recuperación natural.

La biodiversidad refiere a la variedad de animales, plantas y microorganismos que coexisten e interactúan en un mismo ambiente, y constituye el equilibrio que la caza responsable debe resguardar.

En términos prácticos, cazar de manera sostenible significa hacerlo con responsabilidad, respetando límites que no comprometan la continuidad de las especies ni la estabilidad de los ecosistemas. Dichos límites no pueden ser arbitrarios, sino que deben surgir de estudios científicos y de normas que el cazador tiene la obligación de conocer y cumplir. Con base en esa información, las autoridades competentes deben establecer leyes, temporadas y cupos de extracción que aseguran que la actividad se mantenga compatible con la conservación de los ambientes naturales.

Cuando una población es sometida a una presión excesiva de caza, puede reducirse drásticamente o incluso desaparecer, generando un efecto en cadena que altera la dinámica natural del ambiente. De allí la importancia de planificar la actividad de manera adecuada, asegurando que lo cazado pueda reponerse con el tiempo y se conserve el equilibrio.

En Argentina, especies introducidas como el ciervo colorado, ciervo axis y el jabalí carecen de depredadores naturales, lo que ha favorecido un crecimiento poblacional significativo. En estos casos, la caza regulada cumple una doble función: por un lado, ayuda a controlar poblaciones que pueden dañar la vegetación nativa y desplazar a la fauna local; por otro, permite aprovecharlas como recurso cinegético bajo parámetros de sostenibilidad. En contraste, las especies autóctonas requieren una regulación más estricta, ya que dependen de hábitats específicos y poseen tasas reproductivas más limitadas. Esta diferencia muestra la necesidad de aplicar criterios diferenciados según las características biológicas y ecológicas de cada especie.

La sostenibilidad de la caza no puede garantizarse únicamente a partir de la voluntad individual del cazador, sino que requiere un marco normativo sólido y actualizado. Las leyes de fauna y medio ambiente cumplen un rol central al establecer temporadas, cupos y vedas, pero estas regulaciones deben estar respaldadas por información científica precisa y en permanente revisión. Una normativa que se mantenga estática o basada en datos incompletos corre el riesgo de ser ineficaz o incluso contraproducente. De ahí surge la necesidad de una gestión adaptativa, capaz de ajustar las disposiciones en función de censos poblacionales, estudios de hábitat y monitoreos continuos.

Este entramado de interacciones es lo que garantiza el equilibrio y la estabilidad de los ambientes naturales. La caza sostenible, en consecuencia, no puede limitarse a evitar la extinción de una especie determinada, sino que debe contemplar la preservación de las dinámicas ecológicas en su conjunto. Si una población desaparece o se reduce de manera drástica, se altera la cadena de relaciones que sostiene al ecosistema, con efectos que pueden ser irreversibles. Entendida de este modo, la caza sostenible se consolida no solo como una actividad legítima, sino también como una herramienta de conservación capaz de proteger la biodiversidad y de proyectar sus beneficios hacia las generaciones futuras

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