CAZADOR

Por Gustavo A. Jensen

Este es el nombre con el que Claudio Ocampo ha bautizado su excelente y didáctica página web, por lo que y respondiendo aquí a sus reiterados pedidos, habré de dedicarle especialmente esta nota haciendo honor con el título a su magnífico emprendimiento.

Comienzo aclarando que la idea que conlleva este artículo es expresar mi opinión y sentimiento respecto a lo que considero, con una mirada actual, ser los lineamientos básicos que identifican a un buen y real cazador deportivo de los que no lo son, a los que denomino matadores, admitiendo desde ya las inevitables discrepancias que habré de tener con muchas personas, especialmente con los matadores que se consideran cazadores, pero reitero, esta es mi opinión. Por otra parte lo haré con un criterio práctico, enfocado en la realidad cinegética que se vive hoy en Argentina y en el mundo, de las metodologías de caza y de los modernos implementos que la tecnología ha incorporado a la actividad, obviando referirme a nuestros ancestros cazadores del paleolítico y subsiguientes, como así de las cuestiones puramente filosóficas propias de la ética y moral cinegética, temas sobre los que ya han escrito mucho y bien mis buenos amigos Juan Campomar y Marcelo Vassia.

Tampoco habré de fustigar cruelmente a los furtivos, porque debo admitir que dentro de éstos existen buenos y reales cazadores, más allá que pueda o no compartir su adicción por lo prohibido, como una fuente productora de adrenalina que los incentiva en sus incursiones, según las expresiones de algunos de ellos.

Entrando en tema voy a identificar al verdadero CAZADOR deportivo, con el cazador responsable, quien se hace cargo de los animales que mata con un criterio de razonabilidad y no de oportunidad, esto es siguiendo parámetros personalísimos basados esencialmente en el respeto por la vida de los animales y consecuentemente la conservación de las especies de caza, aunque algunas veces se vaya a contramano de la irracionalidad y despropósito de las normativas de caza dispuestas por quien legisla desde un cómodo sillón y en absoluta ignorancia de la realidad faunística.

Son igualmente nefastas las vedas irrestrictas, en las que es mejor prohibir que educar y controlar en la mentalidad de los gobernantes, como las matanzas masivas de animales inspiradas en una abominable competencia deportiva, como resultan ser los denominados concursos de caza del jabalí, al acecho o con jaurías. Estas prácticas debieran ser desterradas definitivamente como todas aquellas que utilicen animales salvajes para este tipo de eventos. Todavía no llego a comprender si los que participan de ellos lo hacen para satisfacer su ego personal identificándose como el gran cazador que ganó el concurso o por los indignantes premios que ofrecen los organizadores.

Igualmente indignante resulta la autorización que las autoridades de fauna otorgan para estos certámenes, generando así una persecución y matanza masiva de animales de la especie, pues en la búsqueda de colmillos, primero los matan y después se fijan, pagando el precio muchas hembras que son sacrificadas ante la duda.

El cazador deportivo no sale a matar el primer animal que se le cruza, pues ya lleva in mente que tipo de animal busca y si se trata de un trofeo las dimensiones que lo valoricen como tal, sabiendo distinguir entre aquellos que por ser jóvenes merecen seguir viviendo con fines reproductivos y hasta lograr un desarrollo en sus astas o colmillos que justifiquen su muerte. Tampoco está mal que se cacen hembras para aprovechar su carne y a modo de control cinegético, pues en muchos lugares ante la falta de predadores naturales, es necesario mantener el equilibrio entre macho y hembra por medio del denominado rifle sanitario, pero esto debe hacerse en la épocas adecuadas para evitar dejar crías desamparadas, entorpecer el ciclo reproductivo como cuando se matan hembras de ciervo en plena brama, o simplemente dejar tirada la carne por el estado famélico de las reses.

Los denominados matadores, poco cuidado ponen de los ciclos biológicos antes expuestos, como así tampoco en qué estado se encuentran los animales, para ellos no existen vedas, ni oficiales ni por propio raciocinio, y da lo mismo uno que diez, van en busca de carne del tipo y cantidad que puedan obtener, invirtiendo a veces más en combustible, balas y logística, que el dinero que habrían de pagar en el pueblo por idéntica cantidad de kilos de carne en una carnicería.

Otro tema de actualidad es la caza en las denominadas jaulas, de las que hay de todos los tamaños, algunas de ellas de dimensiones tan reducidas y con animales tan acostumbrados a la presencia humana, que hacen que su muerte en tales condiciones sea un simple y vil asesinato, independientemente que quien lo haga pague un precio por su trofeo o motivado por la adrenalina del furtivismo, pero de ninguna forma podrán decir que lo cazaron, simplemente lo mataron.

Cazar es otra cosa, es lidiar contra la adversidad de la naturaleza, sea en el monte o en la montaña, y lograr vencer el instinto de supervivencia propio del animal, sin perder de vista que no siempre éste reúne las condiciones para sacrificarlo, y quienes llevamos años caminando el monte sabemos que da el mismo trabajo aproximarnos a un gran trofeo que al que aún no llega a serlo, y por lógica hay más de los últimos que de los primeros. Pero llegar a verlo en su entorno natural y luego de contemplarlo, dejarlo allí tranquilo, alejándonos sigilosamente, es estar cazando. No siempre la caza termina con la muerte del animal, las más de las veces culmina con su imagen que la llevaremos en nuestra memoria o en una fotografía para los menos improvisados.

No tengo nada contra la caza en cercados cuyas dimensiones y características geográficas y cobertura vegetal permita a los animales un refugio adecuado para desarrollar sus instintos de supervivencia, recuerdo que hace unos años acompañé a un cazador mexicano que pretendía cazar un ciervo dama (había tres o cuatro machos-buenos trofeos) en un cercado de 300 has. en la zona de Naicó, La Pampa. El monte era muy espeso, con escasos claros y una visibilidad que no excedía los 30 metros. Estuvimos dos días caminando y no logramos poner a tiro ninguno de ellos, incluso tampoco logró hacerlo a posteriori cazando acompañado por uno de los guías del lugar, suponiendo que su fracaso inicial se debía a mi impericia, tal vez en algo tenía razón. Pero una cosa es cazar en un cercado donde el animal tenga espacio para correr y ocultarse, y otra muy distinta es matarlo en una jaula de una o dos hectáreas.

También hace a la esencia del cazador responsable su propia formación cinegética, pues no existe en Argentina ningún tipo de formación previa exigible al cazador antes de habilitarlo para cazar, a diferencia de lo que ocurre en algunos países europeos como Austria o Alemania, donde se lo obliga, a quien solicite una licencia de caza, a realizar un curso previo de un año de duración y rendir un examen sobre temas variados como biología y genética animal, fórmulas de medición, calibres de caza mayor y su balística, armas de fuego y funcionamiento, disposiciones legales y reglamentos de caza, entre otras cosas. Luego de aprobado el curso la licencia que se les otorga a los novatos es para cazar exclusivamente animales selectivos o hembras, para recién después de presentar los animales cazados y el respectivo informe se los habilitará, en las temporadas siguientes, a cazar trofeos. Que diferencia no??????

Por lo tanto, es imprescindible que quien se inicié como cazador en la Argentina previamente se informe sobre algunos de los aspectos antes citados, resultando de inestimable ayuda e invalorable aporte el trabajo de Claudio Ocampo en su página web, proporcionando al novel aficionado el conocimiento básico que necesitará para formarse como cazador.

Me habré de referir seguidamente el uso de equipos de visión nocturna y de los supresores de sonido, más comúnmente denominados silenciadores en la jerga de cazadores autóctonos.

El uso de estos aditamentos en la actividad cinegética encuentra alguna resistencia entre los cazadores de la vieja escuela, quedando aquí comprendidos los que hemos superado los 60 años, aunque en lo personal no me habré de identificar con sus detractores. Creo que el uso racional de esta tecnología, en especial los aparatos de visión nocturna, lejos de generar más muertes de animales salvajes, por el contrario le permiten al cazador hacer una mas completa y tranquila evaluación de su presa antes de efectuar un disparo a oscuras o apresurado por la inmediata disparada del animal ante la luz de la linterna como ocurría hace algunos años atrás, teniendo en cuenta aquí que en algunos lugares, como la provincia de La Pampa, el 80% de las jornadas de caza transcurren en la nocturnidad.

Hoy con la ayuda de los visores nocturnos es posible identificar con exactitud el sexo de los animales que llegan a la aguada o que se hallan en un sembrado, tal el caso de los jabalíes o incluso la características y número de puntas de la cornamenta de un colorado, aún en condiciones de total oscuridad, por lo que el margen de error en cuanto a la selección previa  al  disparo es mínimo, mientras que en otros tiempos ante la duda se tiraba y después se miraban los resultados con el animal muerto, alegría o desazón, pero ya era tarde porque una vez que se apretó el gatillo no hay vuelta atrás, en la caza no es como en la pesca que permite el catch and release, de allí que todo lo que permita una buena identificación previa del animal me parece adecuado.

Idéntico parecer debo expresar respecto a los silenciadores, pues sin perjuicio que su uso está identificado con la actividad de los cazadores furtivos, no necesariamente debería ser así ya que resultan muy útiles para el trabajo sucio de los cotos de caza, me refiero al control genético y de poblaciones, ya que la marcada reducción del sonido del disparo disminuye notablemente el estrés en los animales, evitando con ello las muertes y lastimaduras que algunos se autoproducen al chocar contra los cercados en el pánico de la huida. Además, en los cotos abiertos y en tiempos de brama, su uso permitiría que la caza de un ciervo no nos corte la brama por dos o tres días como suele suceder donde hay mucho estrés en los animales por factores diversos: exceso de disparos, mucho movimiento de gente o de vehículos, etc.

En otros lugares donde la caza es una de las principales fuentes de ingresos, como Sudáfrica, el uso y venta de silenciadores está permitido y en muchos cotos de caza se los usa sin excepción.

Por otra parte, en aquellos lugares en los que los cotos de caza se encuentran próximos a lugares poblados, o incluso para quienes practican en tiro deportivo en los polígonos, la reducción del ruido que producen los estampidos genera menos rechazo al uso de armas de fuego por parte de los vecinos, los que no es poca cosa en los tiempos que corren donde los ambientalistas o verdes como los llaman, nos van ganando por goleada. Así lo han entendido en muchos países de Europa y los fabricantes top de rifles deportivos de caza mayor con Blazer, Manlincher, Sako, Mauser, entre otros, ya ofrecen hoy sus productos dotados de supresores de sonido.

Creo que hasta aquí he cumplido con el pedido de mi amigo Claudio y espero que alguna de mis reflexiones pueda servir de guía en los futuros o nóveles cazadores y tal vez provocar alguna reflexión en aquellos a los que llamo matadores y cambiarse de equipo, pasándose al de los CAZADORES.

Buena caza.