"Cien Padrillos"

El Padrillo Jabalí y su Trofeo

Por Marcelo Vassia

Viernes por la tarde, de algún mes de un año que ya pasó hace muchos años. Finalmente pude ordenar las cuestiones laborales, que planifiqué mínimas para este día hace tiempo, con el fin de poder cargar todos los petates de caza y estar en la ruta luego del mediodía. Es necesario llegar con buena antelación para evaluar lugares –analizando rastros y vientos- y armar apostadero para pasar la noche. Hoy habrá luna llena y no puedo faltar a nuestra mensual cita. Comencé el día más temprano de lo habitual para poder terminar mi trabajo lo antes posible, lo cual me perjudicara por la noche, cuando deba estar despierto y alerta. Pero la juventud me favorece -divino tesoro- y sé que, a pesar de las pocas horas de sueño, mi excitación y ansias de caza me mantendrán despierto toda la noche. La segunda noche será más fácil, ya que tendré a favor una siesta reparadora. Pienso en todo esto mientras me encuentro en el último tramo de cinta asfáltica de la ruta 14 hacia el oeste, antes de girar al sur por la 11, que es de tierra, y allí es donde ya me siento verdaderamente en el campo. El asfalto me ata a la civilización. Por eso me invade una alegría instintiva al entrar en camino de tierra. Antes de sentir todo esto, distingo una camioneta vieja medio destartalada con cúpula, parada en la intersección de ambas rutas; veo salir de la parte posterior una persona delgada y enérgica que camina con gran dificultad, y sonrío al advertir que hace juego con el vehículo; analizo inconscientemente su marcha, que reconozco de lejos por mi profesión: típica de problemas en su cadera. Pero mi sorpresa se acrecienta cuando, al parar para brindar ayuda y abrir la puerta de la mía, escucho:

“-Hola Marcelo! Tuve una noche terrible; la artrosis de mi cadera me duele permanentemente y no puedo tolerar el dolor. Indefectiblemente deberé operarme y ponerme una prótesis. ¡Justo cuando estoy por llegar a los cien me pasa esto!!”.

El personaje en cuestión no era ni más ni menos que el Doctor Ramos que regresaba, incapacitado, de una salida de caza, lamentando no poder completar todas las noches que había planeado.

Cuando mucho tiempo después nos reunimos para tertuliar, el dilema de los cien, cuyo significado no había comprendido, quedó dilucidado. Se encontraba próximo a conseguir su trofeo de padrillo jabalí número cien, luego de lo cual se proponía escribir sobre esta modalidad de caza. Personaje muy metódico, proclive a registros numéricos de su actividad cinegética – periódicamente me contaba la cantidad de horas que llevaba de luna esperando padrillos durante su vida-, en el momento de nuestro encuentro en el campo llevaba cazados noventa y nueve; de allí el lamento de no haber podido alcanzar el número cien por su dolencia articular. No obstante, como me lo había advertido y finalmente sucedió, luego de la cirugía de reemplazo de cadera volvió a las andanzas y superó el número deseado para poder luego comenzar a escribir.

Estos recuerdos afloran en mi mente recurrentemente, cada vez que me encuentro a la espera de un padrillo del que conozco sus rastros; cuando la fortuna me ha sonreído al conseguir un buen par de navajas “que le he robado a la noche” (como diría el Doctor Jesús Caballero); o cuando me encuentro en el proceso de extracción y preparación de los caninos, antes de eternizarlos en mi modelo personal de escudo de madera de caldén.

Todo esto me induce a escribir sobre conjeturas cinegéticas relacionadas al sus scrofa, que han sido mis guías en la práctica propia de esta modalidad. Resultan de una amalgama maravillosa de conceptos que fui adoptando -a veces inconscientemente- e influyeron en conformar lo que hoy llamo mi “ethos cinegético”; producto de lecturas, experiencias, interacción con personajes como el Doctor Ramos, y otros incorporados en mis genes milenarios de cazador. Esta mezcolanza, que por supuesto tiene ribetes locales, produjo definiciones claras que aun utilizo en mi práctica de la caza.

Me propongo hoy llevarlas al papel para definir precisamente y según mis propias ideas, surgidas de esa alquimia, a qué debemos llamar padrillo jabalí y cuando sus caninos deben ser considerados un trofeo de caza.

¿A qué debemos llamar Padrillo de jabalí?

(Nomenclatura “pampeana”)

En la denominación de los jabalíes machos, el término “padrillo” no implica solo una definición biológica relacionada a la capacidad reproductiva o madurez sexual; además, debe tener un componente etológico, es decir de comportamiento individual característico y social dentro de la especie, correspondiente a un macho en capacidad de entrar en disputa por las hembras. Y, por último, un componente etario, digamos una edad mínima en la que ya se considera adulto.

La aparición de estos requisitos para tal denominación se da en momentos distintos de la vida del animal. Analicemos cronológicamente la historia natural de un jabalí macho.

Desde su nacimiento el jabalí vive los primeros 24 a 30 meses de vida junto a la piara: el primer año junto a su madre y hermanos de la misma camada de lechones, y el segundo junto a ellos y la nueva camada del año correspondiente, además de otras madres y sus respectivas crías. El tamaño de la piara es muy variable y depende de múltiples factores: la zona geográfica, la disponibilidad de alimento, presión de caza, y otros. En su primer año dentro de la piara los llamamos lechones, aunque los nombres más conocidos en la literatura son rayones los primeros cuatro meses, y bermejos al perder la librea a los cuatro meses (que se mantiene algo desdibujada y de bordes imprecisos algún tiempo más).

El jabalí macho alcanza la madurez sexual entre los siete a diez meses de edad, según distintos autores. No obstante, es excepcional que estos jabalíes tengan la posibilidad de servir una hembra, aun habiendo alcanzado la madurez sexual (ya que cuando las hembras entran en celo ingresan en la cuadrilla los padrillos). Las hembras, por otro lado, alcanzan la madurez sexual entre los 8 y 15 meses y, según trabajos científicos, en buenos años con buena disponibilidad de alimento pueden estar aptas para reproducir entre los 8 y 10 meses, aunque esto no es absoluto, también depende de las condiciones ya mencionadas. En los años malos solo entran en celo las chanchas adultas, más preparadas para la crianza.

Como se ve, en esta etapa de dos años, solo alcanza a obtener la primera característica mencionada: la madurez sexual; le falta el comportamiento y la edad necesaria para denominarlos padrillos. En esta etapa los denominamos “cachorros”.

El jabalí macho deja la piara a los dos años de edad en general, y tiene en los siguientes años un buen desarrollo corporal y de sus caninos. Próximo a cumplir 3 años, tiene madurez sexual y ya un desarrollo corporal sustancial – altamente dependiente de la zona geográfica que habita y disponibilidad de alimento-, y se encuentra en condiciones de competir por las hembras, aunque su posición en la escala jerárquica es muy baja y rara vez tiene éxito. Ya con niveles hormonales propios de semental, su comportamiento comienza a ser característico de padrillo: desconfiados, nerviosos y con buen porte. Sus caninos en esta etapa pueden llegan a los 12 y hasta 13 cm aproximadamente de longitud. Se los caza generalmente solos cuando bajan a beber, ya que de noche con un buen tamaño corporal (y más aún en soledad sin otro jabalí para comparar tamaño) son abatidos ante la dificultad de distinguirlos de los verdaderos padrillos; también dentro de la piara, tratando de servir alguna cachorra que se alza tardíamente cuando los padrillos grandes ya no están.

En esta etapa, tienen la madurez sexual, tiene el comportamiento específico, pero les falta edad y los denominamos “padrillitos”.

A partir de aquí, con una edad de tres años y medio, próximo a cumplir los cuatro, el jabalí continua con un desarrollo corporal significativo; si bien el peso es altamente dependiente del medio que habita, la disponibilidad de alimento y la variante fenotípica del mismo -que no constituyen el motivo de este artículo-, el jabalí entra en la categoría de padrillo. Durante este año y el siguiente, es decir ya de cuatro años y por cumplir los cinco años son “padrillos jóvenes”, con una participación importante en el celo de las hembras, en plenitud corporal ya para competir y pelear con los otros machos. Se los ve en la piara, o solos al bajar en nuestras apostadas, muy enérgicos y desconfiados; se mueven ágilmente, con pasos rápidos y prestos a huir. Sus pesos, que por supuesto como dijimos tiene gran influencia de muchos factores, llega y supera, en general, los sesenta kilogramos y más. Sus defensas alcanzan un desarrollo significativo en longitud, entre 14 a 17 y hasta 18 cm, aunque de grosor no muy importante, y son capaces de producir heridas considerables en sus oponentes, en los perros y en el cazador descuidado. También con sus amoladeras que, si bien no muy desarrolladas, al no están muy curvadas aún, exponen peligrosamente su extremo y las hacen hirientes en el golpe con la trompa.

En esta etapa el jabalí se encuentra en su plenitud física y muchos autores lo consideran así. El cazador y escritos francés Georges Lanorville los describe de esta forma: “…El jabalí, sobre todo el macho de tres y cuatro años, es verdaderamente un animal temible…”. Juan Carlos Moro dice en su libro: “Luego, después del 3° o 4° año de vida, ya será muy difícil cazarlo con ningún sistema. Si ha llegado hasta aquí, es porque habrá sorteado todos los peligros de su juventud. Por otra parte, en esta edad, su fortaleza está en su plenitud, y hace que pueda defenderse de cualquier enemigo, incluso las perradas ya que sus colmillos están más fuertes y afilados que nunca…”.

En esta etapa reúne todas las características necesarias, por eso entra en la categoría de padrillo. Su comportamiento de semental sumado a la plenitud física ya le permiten entrar de pleno y activamente en papel de reproductor.

Al cumplir los 5 años ya es un semental que llamamos “padrillo adulto”, y se convierte en un animal soberbio con un peso de 80 kilos en adelante. Sus defensas alcanzan un desarrollo importante, con buena longitud, pero mayor desarrollo en el grosor de las mismas que llegan fácilmente a los dos centímetros. Sus amoladeras alcanzan su “pico” para comenzar a girar hacia adentro y como generalmente en esta etapa aún no se han quebrado, la simetría de los dos “picos”, que comienzan a curvarse, les da una gran belleza. El gastado de los extremos de las defensas inferiores por las amoladeras alcanza ya los tres y más centímetros de extensión, con buen filo. El grosor de las defensas en su base sigue siendo mayor al grosor medido en el comienzo de la zona de desgaste de las amoladeras. Su comportamiento también cambia ya que cuando los vemos tiene mayor aplomo, seguridad y andar más sereno, pero siempre atento; no es que se vuelvan confiados; por el contrario, ha aumentado su astucia y desconfianza. Por lo cual se toma más tiempo fuera de nuestra vista para “detectar señales de sus aliados” y usar todos sus sentidos, principalmente su olfato, durante mucho tiempo hasta que decida aparecer o desaparecer para siempre silenciosamente ante una mínima sospecha, sin saber nosotros que anduvo cerca, y nos haga pensar que “nada bajo esa noche”. A diferencia del padrillo joven que baja y, ya a la vista, apela a sus sentidos, nerviosamente olfateando, mirando, mostrándose asustadizo, con violentas reculadas y vueltas al charco y hasta huidas precipitadas sin causa aparente.

Hasta los siete años sigue desarrollando tamaño y peso corporal; también sus defensas continúan desarrollándose. En esta etapa, luego de los siete años, se consideran “padrillos viejos” y son, desde aquí, una pieza de caza sublime. En esta etapa el crecimiento de sus defensas es marcadamente en grosor, siendo la longitud ahora, según mi opinión, más dependiente del factor genético, ya que existen padrillos de esta edad con defensas más cortas que otros, pero todos con un grosor significativo (generalmente de 2,5 cm en adelante); es característico de esta edad que el grosor de las defensas en su base tiendan a igualar el grosor en la zona donde comienza el desgaste de las amoladeras; al igualarse esta medida con los años, se mantiene durante el resto de su vida. Sus amoladeras están bien desarrolladas y con distintas variantes: aquí ya vemos las que dan una vuelta casi completa –las más llamativas y atractivas- y las quebradas que son mayoría, pero algunas de ellas llegando a ser de considerable tamaño y grosor hasta su extremo, cuando son muy viejos. En la caza de estos ejemplares cobra cada vez más importancia el factor suerte, ya que se encuentran en el pináculo de sabiduría y astucia.  

Existen muchas otras nomenclaturas para denominar a el macho jabalí en sus distintas edades; mencionaré una que para mí es de las más interesantes, y que es extrapolable a la pampeana, recién desarrollada; me refiero a la del mencionado Georges Lanorville. Éste los llama rayones hasta los 6 meses y al perder la “librea” a los 4 meses los llama bermejos, hasta el año de edad. Entre el año de edad y hasta los dos años los llama “bestias de compañía” ya que se encuentran en la piara. Entre los dos años y medio y los tres años y medio los llama “jabatos”. Aquí comienza lo interesante: al jabalí entre tres y cuatro años lo llama “de tres años” y al jabalí entre cuatro y cinco, “de cuatro años”. Al de cinco a siete años lo llama “jabalí viejo” y a partir de allí “solitario”. No es inoportuno mencionar, como Lanorville aclara al comienzo de su libro “La Caza del Jabalí”, que su nombre en francés es “sanglier”, que deriva del latín “singularius”, que deriva de “singularis” y de singulus (solo, único) en relación al comportamiento del macho adulto que generalmente vive solitariamente.

Pero cabe aclarar que la denominación de “padrillo solitario” de Lanorville –que sería el padrillo mayor de 7 años- no lo consideramos aplicable porque el comportamiento habitual de un padrillo, desde su clasificación de “padrillo joven”, es predominantemente solitario; son animales generalmente individualistas y solo sociabilizan en época de celo. Es decir que el padrillo de jabalí, en cualquier etapa de su vida, es esencialmente solitario; por otro lado, y en relación a su característica principal de insociabilidad, no he comprobado aquí, en mi provincia, durante mi práctica de acecho nocturno a lo largo de muchos años, la existencia del comportamiento de acompañamiento o vida en común de un macho joven con uno adulto, comúnmente llamando escudero al más joven.

En conclusión, un padrillo de jabalí es para mí el jabalí macho que tiene el componente biológico de maduración sexual, con el comportamiento específico de semental y, además, la edad adecuada para ser un partícipe activo en la fertilización de las hembras. Todo esto se da a partir de los tres años y medio en adelante, en forma más o menos general, llamándolos desde esa edad padrillos jóvenes.

Las denominaciones que damos de acuerdo a edad cronológica: cachorro macho, padrillito, padrillo joven, padrillo adulto y padrillo viejo, son propias y locales; por supuesto existen otras mucho más específicas, con más variantes y hasta con más historia; pero la aquí mencionada, que yo llamo pampeana, es simple y práctica para aplicar, con el beneficio de ser fácilmente aprendida; todo esto permite su utilización general y entendernos mejor a la hora de hablar de presas de jabalí.

¿Cuándo los Caninos del Jabalí macho deben considerarse Trofeo?

Mucho se ha escrito sobre el tema caninos del jabalí. Trofeo muy codiciado cuando se trata de un espécimen viejo. Para los fanáticos de las mediciones y los rankings, un trofeo que llega a oro tiene un valor incalculable. Por todo esto, gran parte de la literatura relacionada a este tema se explaya en las características del trofeo, los sistemas de medición y métodos de extracción, mantenimiento y colocación para exposición.

El tema que me propongo analizar es mucho más simple, más esencial y educativo para cazadores nóbeles, ya que los sistemas de medición para ranking de trofeos, que apoyo y considero indispensables, han generado como efecto colateral, el menosprecio de piezas de caza que siendo de valor no se consideran importantes por no alcanzar el puntaje mínimo en estos sistemas. Me refiero a piezas como padrillos jóvenes o padrillos adultos con poca longitud de caninos. Aseguro que cazar en padrillo de cinco años con defensas de 19 cm y grosores de entre 1,5 y 2 cm, y amoladeras que comienzan a curvarse, no es fácil y demanda muchas noches de acecho y también suerte; ya es una presa de caza de gran valor para mí; y constituye un animal extraordinario que está en su plenitud biológica, con todos sus sentidos defensivos al máximo nivel. No merece cazar una pieza de estas, quien no valore su gran nivel como presa de caza.

Por eso me propongo definir claramente cuándo los caninos de un jabalí macho deben ser considerados un trofeo, independientemente de los números fríos de un sistema de medición.

Como antecedentes de valor, recojo opiniones de cazadores a los que respeto. No son muchos los que definen cuándo debe ser considerado trofeo un juego de caninos de jabalí macho. Uno de ellos es Lalo Mandojana, quien nos legó un excelente tratado de caza con múltiples consideraciones cinegéticas morales y conceptos y conocimientos abundantes para los cazadores. No es extraño que este cazador escritor haya pensado, analizado y definido esta cuestión; hablando de los trofeos de jabalí sentencia: “…Colmillos de 16 cm de largo ya significan un buen trofeo, de 20 cm muy bueno y más largos excelente y difícil de superar…”.

El mencionado Dr Ramos tenía en su sala todos los colmillos cazados a partir más o menos de esa longitud.

Como sé que estas definiciones de longitud mínima no son compartidas por muchos cazadores, transcribiré el comentario del cazador escritor francés Jean Eblé quien en su libro “La Caza en Europa” nos dice: “…En Francia, que estamos lejos de poseer trofeos de tamaños parecidos –hablando de las defensas de jabalíes del Cáucaso-, consideramos buen trofeo los colmillos que sobrepasan los diez centímetros…”, que correspondería a un jabalí de entre 24 y 36 meses aproximadamente. Si bien este libro fue escrito hace muchos años, en una Francia de post-guerra (su edición española fue en 1956), lo menciono porque revaloriza al sus scrofa como presa de caza, y nos induce a apreciar y valorar la calidad de trofeos de jabalí obtenibles en nuestro país.

Mi opinión se encuentra cerca de la de Mandojana y Ramos; considero que los caninos de jabalí deben ser considerados trofeo a partir de una longitud de defensas de 15 cm. Cómo vimos en el análisis de la vida natural del macho jabalí, con estas defensas se encuentra generalmente en la categoría de padrillo joven, en plenitud física, sosteniendo un alto nivel participativo en la reproducción de la especie y con todas las características defensivas a pleno. Y por supuesto constituye una presa de riesgo para quien la enfrente, tanto en su búsqueda herido después del disparo, o en la caza con jauría.

Breve epílogo reflexivo

No quisiera finalizar este artículo con una conclusión que resuma el texto; creo que las definiciones dadas son claras. Prefiere hacerlo brindando opiniones de autores que me han influido, respecto al aprecio y valoración del jabalí y su trofeo.

Juan Carlos Moro comienza el capítulo del jabalí, en su libro “Observaciones de un Conservacionista y Cazador” de la siguiente manera: “…Si yo usara sombrero, al comenzar a hablar o escribir sobre este animal, lo primero que haría sería sacármelo…”.

Con respecto a su caza al acecho nocturno de padrillos dice Lalo Mandojana en su libro “Caza Mayor en la Argentina”: “…Pocos animales me han burlado más veces que los jabalíes machos y en relación con el tiempo que he pasado cazándolos, es la especie que menos éxitos me ha ofrecido. El acecho de un jabalí es un arte…”.

Sostengo que el jabalí ha sido menospreciado habitualmente por parte de gran parte de los cazadores aquí en mi provincia; y muy lejos estamos del respeto y cuidado que se le da en países de gran tradición cinegética, principalmente europeos. Pero también advierto, con alegría, que esto se está revirtiendo en La Pampa. Ojalá este artículo contribuya a este cambio en forma general.

Finalizo con las palabras del Dr Ramos al describir al jabalí en su libro “Un Jabalí, la luna y el silencio”: “…si algún día, frente al chancho muerto, no notara yo la emoción especial del triunfo humano sobre la enorme picardía del porcino, sabré, mal que me pese, que habrá llegado el triste momento de colgar mi viejo rifle en alguna pared…”.