El fenómeno social de la caza
“Cazar no es matar”, pero para que eso sea válido hay que cumplir con reglas de juego que convaliden el acto. Ahí es donde aparece el contenido ético sin el cual el acto cinegético moderno pierde sus esencias. Es en ese sentido adonde nos dirigimos ahora para que el autor nos hable de la felicidad del cazar.
“Sumergido penosamente en sus trabajos u ocupaciones forzosas, el hombre proyecta con su fantasía, a ultranza de ellos, otra figura de vida, consiste en ocupaciones muy distintas, en cuya ejecución no le parecería perder el tiempo, sino al revés, ganarlo, llenándolo satisfactoria y debidamente.”
“Mientras las ocupaciones forzosas se presentan con el cariz de imposiciones, a estas otras nos sentimos llamados por una vocecita íntima que las reclama desde secretos y profundos pliegues yacentes en nuestro recóndito ser. Este extrañísimo fenómeno de que nos llamamos a nosotros mismos para hacer determinadas cosas es la “vocación”
“Todo hombre, en efecto, se siente llamado a ser feliz…Felicidad es la vida dedicada a ocupaciones para las cuales cada hombre tiene singular vocación.”
“Ejercitamos las actividades trabajosas, no por estimación sino por el resultado que tras de si dejan, en tanto que nos entregamos a ocupaciones vocacionales por complacencia en ellas mismas, sin importarnos su ulterior rendimiento.”
“Hay dos repertorios opuestos de ocupaciones: las trabajosas y las felicitarias…en cada individuo combaten ambas. Los trabajos nos quitan el tiempo para ser felices, y las delicias mordisquean cuanto pueden el tiempo reclamado por el trabajo”. Importante es saber “qué clase de imagen los hombres se han forjado de la felicidad” y que “hace el hombre cuando es libre”. “El hombre aristocrático ha hecho siempre lo mismo: correr con caballos, emularse con ejercicios corporales o concurrir a fiestas. Mas antes que todo esto, por encima de todo ello y con consistencia aun mayor…cazar”. “Eso es lo que preferentemente han hecho reyes y nobles: cazar”. “Pero acontece que lo mismo han hecho o deseado hacer las demás clases sociales…Secciónese por donde plazca el continuo flujo de la Historia, y se verá que el burgués y el miserable ha sólido hacer de la caza su más feliz ocupación”.
“Sin embargo, la prueba mas enérgica de la extensión que ha tenido en toda la Historia el afán de cazar, esta en el hecho contrario, a saber: que con máxima frecuencia y a través de los siglos no se ha dejado cazar a todo el mundo, y se ha hecho de esta ocupación un privilegio, uno de los privilegios mas característicos de los poderosos.
¡Vaya tema el que nos propone el autor! sin dobleces Ortega nos mete de lleno en el problema más delicado que tuvo que afrontar la caza a través de su historia.
Es este un asunto que todos tratan de eludir por las consecuencias sociales que lleva implícito y porque, además, por más soluciones que se le busquen, siempre va a seguir siendo un asunto conflictivo, porque la caza, no es un pasatiempo sino un anhelo, todo lo extraño que se quiera, pero profundo y permanente en la condición humana por lo tanto no puede satisfacer por igual a todos los que pretenden incursionar en la cinegética.
Desde que el hombre es tal, el conflicto siempre estuvo a flor de piel. Si las primitivas culturas cazadoras delimitaban territorios, es por la sencilla razón que dentro de ese espacio hipotético las tribus vecinas no podían cazar, pescar o recolectar. Esos recursos eran tan valiosos, que significaban la supervivencia de la tribu y si había que recurrir a la violencia para salvaguardar ese valioso terruño, no había empacho en declararle la guerra al vecino.
Los recursos escasos, cualquiera sea su naturaleza, siempre fueron tema de fricción, y como vemos, estos comienzan ya con la caza paleolítica.
La protohistoria de nuestro país esta llena de esa clase de conflictos: onas, tehuelches o guaycurúes no vacilaron en guerrear entre si por conservar indemnes sus territorios de caza.
Pero también esta historia nos dice que algunas tribus acosadas por el hambre solicitaban autorización a los caciques vecinos para poder cazar dentro de sus territorios y así poder paliar su situación.
La territorialidad se extendía a tal punto, que cuando una tribu tenia que migrar, era costumbre avisar de su paso a los jefes vecinos para solicitar la “servidumbre de paso”, cultura que aun se respeta en algunas de las remotas regiones de difícil acceso que tiene nuestro país.
Como vemos entonces la territorialidad y la caza desde siempre fueron temas delicados.
¿Es la territorialidad un invento del hombre? De ninguna manera. Cualquier especie predadora: felidos y canidos por poner solo dos de los ejemplos mas conocidos, también disputan agresivamente sus territorios de caza, de modo que la territorialidad cinegética nos viene también de la zoología y no de la antropología.
La caza, cualquiera sea la especie en cuestión, se relaciona íntimamente con los recursos escasos que posee cada territorio. Si el animal disputa estos territorios sin ninguna clase de concesiones, el hombre en cambio, demostró que este concepto evoluciona y se flexibiliza ya que como vimos, esta facultado en determinadas condiciones, a conceder franquicias – los conocidos permisos- por los que tanto lucha cualquier cazador
Para conseguir el tal permiso, el cazador debe solicitar al propietario o al estado moderno, la debida autorización para practicar su deporte en un determinado espacio y tiempo y de ese modo surge una nueva conclusión que complica aun mas las cosas. Los territorios tienen dueños, llámense estos tribales, privados o públicos, y solo sus dueños están facultados a otorgar los deseados permisos. Aquí comienza la potestad de los poderosos de los que Ortega hace referencia
Históricamente los conflictos surgieron entre el cazador y el dueño de campo ¿pero es acaso el Estado generoso e irresponsable dispensador de permisos?
Las veces que por razones políticas así lo hizo, la fauna entro rápidamente en peligro de extinción de modo que, frente a esta situación, solo le quedan dos caminos, volverse tan restrictivo como el dueño de un coto privado o dejar que la depredación continúe hasta que la caza desaparezca ante el gran disgusto de todos aquellos que, en su momento, exigieron disfrutar del recurso sin ninguna clase de limitaciones.
Al plantearse así el problema ingresamos indefectiblemente en una cadena de sucesos que culmina con el goce de los privilegios. Sigamos pues los sucesos.
Obtenido el territorio. ¿A quien le otorgamos permiso? A unos pocos. No porque no deseamos dar a más, sino porque no podemos hacerlo porque es la cantidad de piezas cazables la que marca el límite.
Se dice que la caza es elitista, pero esa no es la realidad, la caza es popular pues como bien dice Ortega desde el rey hasta el mas humilde vasallo, todos desean e intentan cazar.
La figura del furtivo testifica precisamente que la caza no apetece solo a una minoría aristocrática, o a una clase social determinada, sino que es el deseo propio de todos los niveles de una sociedad, pero si se hace permisiva se termina depredando la fauna ya que esta deja de ese modo, de ser un producto renovable.
“Una de las causas de la revolución francesa fue la irritación de los campesinos porque no se les dejaba cazar, y por eso uno de los privilegios que los nobles se vieron obligados a abandonar fue este. En toda revolución lo primero que ha hecho siempre el pueblo fue saltar las vallas de los cotos o demolerlas, y en nombre de la justicia social, perseguir la liebre y la perdiz. Y esto que después que los periódicos revolucionarios, durante años y años, habían denostado en sus editoriales a los aristócratas por ser tan frívolos que…se ocupaban de cazar. “No es, pues, un azar ni mera insolencia subversiva la inveterada furia de los populares contra el privilegio de la caza. Esta sobremanera justificada: en ella revelan que son hombres como los de más arriba, y que es normal en el ser humano la vocación, la ilusión felicitaria de la caza. Lo que es un error es creer que ese privilegio tiene un origen arbitrario, que es pura injusticia y abuso de poder.
No siendo elitista ¿porque entonces no todos pueden practicarla? La respuesta es también sencilla: La caza siendo un recurso escaso, se vuelve inexorablemente restrictiva para que se la pueda seguir practicando y ahí esta el verdadero meollo del problema.
Por más que se pretendan suprimir los privilegios, no podremos superar el escollo del recurso escaso, ese que nos recuerda permanente e impiadosamente, que la caza irrestricta es imposible en el tiempo abriendo así el camino a los inevitables privilegios.
Pero, además, si es restrictivo el derecho de cazar, ese beneficio se volverá inexorablemente competitivo.
En todos los ordenes de la vida, y la caza no es en esto una excepción, cuando la demanda supera a la oferta surge la competencia y para superar esa competencia, es por demás sabido, que el que compite va a buscar de mil modos el favor de los poderosos para obtener el deseado privilegio. “No es improbable que ya en la época neolítica cobrase ciertos rasgos de privilegio. El hombre neolítico, que cultiva el suelo, que ha domesticado y cría animal, no necesita, como su antecesor paleolítico, nutrirse principalmente del trabajo venatorio. Descargada de su forzosidad, la caza se eleva a deporte. El hombre neolítico es ya rico, y esto significa que vive en autenticas sociedades; por lo tanto, en sociedades articuladas en clases, con su inevitable “arriba” y su inevitable “abajo”. Difícil es que no fuese, en una u otra dosis, acotada la caza.
Con esta frase ya Ortega define magistralmente los necesarios privilegios y hace la transición entre la caza de subsistencia y la caza deportiva que, por otra parte, ya insinúa claramente cuando nos habla de la felicidad que otorga el cazar, puesto que, NINGUN PALEOLITICO CAZABA SIMPLEMENTE PARA SER FELIZ. Veamos ahora lo que nos propone acerca del placer de la caza, para ello, agrega nuestro autor una frase que define por si misma todas las esencias de la caza deportiva
“Cazar es un menester duro, que exige mucho del cazador hombre: hay que mantenerse entrenado, arrostrar cansancios extremos, aceptar el peligro. Implica toda una moral y del más egregio galibo. Porque el cazador que acepta la moral deportiva cumple sus mandamientos en la mayor soledad, sin otros testigos ni publico que los picachos serranos, la nube vaga, la encina ceñuda la sabina temblorosa y el animal transeúnte. Se empareja así la caza con la regla monástica y la ordenanza militar. Por eso al presentarla yo como lo que es, como una forma de felicidad, he evitado llamarla placer. Sin duda que en toda felicidad hay placer; pero el placer es lo menos en la felicidad. El placer es un acontecimiento pasivo, y conviene volver a Aristóteles para quien era evidente consistir siempre la felicidad en una actuación, en una energía, en un esfuerzo. Que este, conforme se va haciendo segrega placer no es sino un añadido… uno de los ingredientes que componen la situación.” “Las ocupaciones felices, conste, no son meramente placeres; son esfuerzos, y esfuerzo son los verdaderos deportes…el deporte es un esfuerzo hecho liberrimamente, por pura complacencia en el, mientras el trabajo es un esfuerzo hecho a la fuerza en vista de su rendimiento”.
Creo que en este párrafo esta todo dicho, difícilmente se pueda agregar algo más.
NO CONFUNDIR FELICIDAD CON PLACER ES UNO DE LOS CONSEJOS MAS SABIOS QUE LE DEJA ORTEGA AL CAZADOR.
Los cazadores de ley saben muy bien que, en la soledad del monte, el único juez que vigila como un estricto censor todos sus actos, es la propia conciencia. LA CAZA ES UN DEPORTE SORPRENDENTE Y UNICO PORQUE NO TIENE REGLAS ESCRITAS Y POR LO TANTO NO ESTA CONTROLADA POR NINGUN ARBITRO CUYA UNICA FUNCION ES HACERLAS CUMPLIR. EL CAZADOR DEPORTIVO CUMPLE SOLO CON LAS REGLAS QUE LE MARCAN SU PROPIA CONCIENCIA Y ESE ES SU GRAN DESAFIO PORQUE SOMETIDO A ESA PRESION DEBE EXCLUSIVAMENTE JUZGARSE A SI MISMO. Saborea de ese modo su cacería por el esfuerzo que le significo conquistar su trofeo, y admite con igual templanza los éxitos y los fracasos en el pleno conocimiento de que la suerte, cual sombra invisible y burlona, camina a su lado concediendo alternativamente el éxito o el fracaso.
El hombre fogueado en la caza, básicamente añora sus esfuerzos y desvelos, el trofeo conquistado, pero también, aquel soñado que se escapo. Lo que realmente perdura en su memoria es el recuerdo de HABER ESTADO CAZANDO. Se regodea en los éxitos y se fortalece en los fracasos porque ambos por igual, tienen el sello de una experiencia profunda y no de una teoría lejana.
Caza y trofeo cultura
A pesar de la claridad con que nuestro filosofo diferencia el placer de la felicidad, en la caza moderna placer y felicidad parecen separarse en un punto, EL PLACER ESTA EN EL TROFEO Y LA FELICIDAD EN EL HECHO DE CAZAR.
Algunos cazadores modernos quedan tan embriagados con la simbología del trofeo que, obnubilados por este, olvidan todas las otras circunstancias que acompañaron su obtención, en otras palabras, desperdician la experiencia vivida y, por lo tanto, solo buscan el placer del trofeo olvidándose de la felicidad que otorga el cazar. En eso consiste el trofeo culturismo que prende fuerte en algunos sectores de la caza.
La caza moderna, hoy muy manejada, puede concretar esta clase de vanidades ficticias.
Hoy hay súper trofeos criados de ex profeso para satisfacer esos deseos.
Lo económico tiene mucho que ver en todo esto.
Esta obsesión por el trofeo record conduce a esa suerte de vanidad propia de las sensaciones placenteras que es el egocentrismo de haber superado a otros adeptos ahí donde más les duele: en la obtención del trofeo superior promoviendo una competencia no saludable en un deporte que se supone que tendría que tener una tradición de caballeros.
Como consecuencia de esta puja artificial los centímetros tienen más valor que el haber derrotado en el campo del honor que es la naturaleza bravía, a un animal plenamente salvaje generalmente experto en la técnica de la evasión.
No son los centímetros los que valoran el trofeo sino la vaquia de cómo se pudo obtener. En el escenario natural de los espacios abiertos donde habitan los animales en su pleno salvajismo es donde se obtiene el verdadero trofeo. Ningún cazador de ley caza animales domésticos o en estado de semi domesticacion.
Dentro del jaulón no hay esfuerzo ya que no hay ninguna posibilidad de fracasar porque, es bueno acotarlo, LA CAZA SIEMPRE TIENE QUE SER DE RESULTADOS INCIERTOS PARA QUE SEA UN AUTENTICO DEPORTE. Al no otorgarle al animal el libre juego de la evasión y la huida o el ataque propio de esos animales salvajes peligrosos, que precisamente nos superan cuando activan su superioridad física y ese exquisito aparato sensorial compuesto por la trilogía de la vista, el olfato y el oído. SE ROMPEN ASI TODAS LAS REGLAS DEL ESTAR CAZANDO ya que el encierro suprime toda la mística que prestigia a la caza deportiva.
Según mi opinión no es la obtención del trofeo lo que valoriza esos súper animales sino el aporte genético que pueden pasarle a las poblaciones salvajes especialmente en cotos hoy castigados por la depredacion genética sistemática común en sitios donde durante muchos años se fueron eliminando los mejores animales. En ese aspecto, la genética de los súper animales tiene un valor decisivo.
Esto que escribo no se debe tomar como una regla absoluta. Hay muchos cazadores trofeo culturistas que obtienen su record con el esfuerzo y la dedicación propias del mejor de los cazares simplemente porque los buscan con esfuerzo y los logran en su ley que es en el entorno natural.
Sin embargo, la competencia y el afán trofeo culturista abren las puertas a ciertas malas artes. Como en tantas otras cosas de la vida, la tentación esta ahí emboscada esperando su oportunidad y algunos pisan la trampa llegando en casos extremos a la transgresión o a la falsificación. Para esta clase de cazadores lo importante es el record, no importa como se obtuvo. En algunos pocos casos la obsesión llega a tal punto que uno no sabe si son realmente cazadores deportivos o meros coleccionistas de cueros y astas.
Considero que EL TROFEO NO TIENE NADA DE PERJURO, FORMA LA MOTIVACION MAS GRANDE DE LA CAZA MODERNA lo importante es saber que se entiende por tal y hasta que punto estamos dispuestos a trasgredir y pagar para obtenerlo y eso ya es un estado de conciencia.
Siendo el trofeo el motor que mueve toda la caza moderna, todos salimos a cazar esperanzados en obtener el mejor ejemplar posible ¿Qué puede tener eso de malo? Pero el buen cazador sabe que para lograrlo hay tanto de esfuerzo y de arte como de suerte y basado en esta filosofía, espera su oportunidad sin perder la cabeza, la esperanza, y su línea de conducta. Equilibra así, la ética con el éxito y ese es uno de los mensajes mas sabios que nos deja Ortega y Gasset en el prologo cuando nos habla de la ética cinegética y de la humillación que se exige del cazador que resignando sus mejores atributos intelectivos, debe salir a competir mano a mano como un predador mas, dentro de las reglas de juego que le propone no ya otro deportista, sino el puro animal. Es eso indudablemente lo que le da a la caza un sabor tan especial.