Son frecuentes en nuestro medio, como en otros, las leyendas, fábulas o cuentos que se tejen alrededor de ciertas actividades deportivas, para denostarlas. Los motivos son diversos: celos, envidia, ignorancia, dejà vú inconsciente, o simplemente zorrerías que promueven sospechas: sin pruebas, difaman al recordman que logró la plusmarca dopado; el mejor velocista pedestre logró sus laureles con la ayuda de zapatillas especiales; la pole position de F.1, fue fruto de un motor out of competition, y hasta un pingo pura sangre, que cruzó el disco primero, corrió drogado. Como lamentablemente estas trampas suelen ser verídicas, no es difícil viralizar suspicacias y datos falaces. Y la caza mayor no escapa a las generales de la ley. En la medida que muchos deportistas obtienen cornamentas con características típicas y récords a nivel internacional, aparecieron los discípulos de Catón el Viejo, echando sombras sobre su valor ético, calificándolo como ciervo de corral, o bull appothekele, según los definía el científico alemán Franz Vogt. Este zoólogo e investigador, dedicó buena parte de su vida a recobrar, a través de la introducción de nueva sangre, mejor alimentación, tranquilidad y otros factores, la tipicidad de la raza. El predio elegido para el emprendimiento estaba ubicado en Schneeberg, Alemania, una estación de recría experimental de apenas 150 hectáreas destinada, obviamente, a estudios genéticos y no a la caza. Si bien Vogt era apolítico, su descollante labor genética sobre el ciervo estrella, en plena era nazi, no goza ni gozará de buena prensa, ya que no es secreto que fue auspiciado por el mariscal Goering, uno de los líderes de aquel funesto movimiento político. Pero como la verdad no tiene banderías, es necesario divulgarla, ya que su esfuerzo fue el puntapié inicial de una búsqueda ininterrumpida de medios, para rescatar su standard en decadencia como consecuencia de la cognación, fenómenos naturales, guerras y hambrunas. Esta etnia zoológica, introducida en nuestro país a principio del siglo XX, tuvo su momento de auge durante parte de su estadía en la Estancia San Huberto, provincia de La Pampa, propiedad de quien los introdujo, el venerado don Pedro Luro. Pero debido a que el coto – varios miles de hectáreas -, estaba cercado, la reproducción entre sujetos familiares condujo a la degradación de astas, que se tornaron débiles, atípicas, con un límite más que modesto de candiles, y menor contextura física, ya que hace 500 años pesaban 400 kilogramos. El deterioro natural de las alambradas, el fallecimiento de don Pedro, el cambio de manos del predio y la desidia, permitieron que los ciervos escaparan, desperdigándose en la provincia y otras limítrofes, donde comenzó la debacle etnológica hasta nuestros días.
El ilustre alemán, afortunadamente, dejó un valioso libro detallando sus experiencias, cuidados, medidas de seguridad, detalles exactos de las propiedades proteicas de los alimentos que utilizó, y otros factores que lo llevaron al éxito. La inestimable obra llegó a mis manos como obsequio del Dr. Federico Strate, un odontólogo de ascendencia germana, amante de la caza y conservacionista confeso. De su lectura surgió claramente que se trataba de asombrosos experimentos coronados de éxito, cuya divulgación era – mi juicio – imperiosa. Fue así que decidí contratar a un profesional, que tradujo textualmente el contenido, fotocopias del cual obsequié a mis colegas y varios criadores. Mas tarde lo publiqué, sin fines de lucro, con la esperanza de que alguien recogiera el guante.
La expansión de los criaderos, apuntando a los mismos objetivos que alentaron al doctor Vogt, demandó, obviamente, inversiones millonarias en campos fértiles, corrales, galpones de aparte, silos, mezcladoras de forraje, veterinarios especialistas y personal idóneo, entre otras. Para abreviar diré que, luego de un par de décadas, los audaces pioneros lograron sus objetivos. Sin desmerecer a los demás, me complace citar al Arq. Fermín Srur que, en su Establecimiento San Pedro, ubicado en Sierra de la Ventana, Buenos Aires, fue uno de los que obtuvieron los mejores resultados, al punto que, pasados algunos años, varios descendientes de los primeros que introdujo del exterior, regresaron a su país de origen como excepcionales padres. Por otra parte, la generosidad de Srur para ceder conocimientos valiosos a quienes deseaban emularlo, posibilitó nuevos planteles que, a mediano plazo, redundará en beneficios de los cazadores: cuando la proliferación rebalse la capacidad alimentaria y operativa del campo, los excedentes poblarán nuevos cotos con trofeos hasta hace poco inimaginables y con costo accesible.
Pero tantos frutos y palmas, despertaron sentimientos mezquinos en algunos sectores, denigrando a quienes monteaban en predios cerrados, sin mencionar características, extensiones ni disimilitudes. Separando la paja del trigo, corresponde analizar precisamente esas características. En primer lugar, los fiscales de pacotilla esquivan deliberadamente el meollo de la cuestión: el dinero, que, más allá de cualquier intención, rige directa o indirectamente la mayoría de nuestros actos. Y en ese sentido, nadie puede ignorar que, para concretar cualquier proyecto genético cuyos resultados – si llegan – son a largo plazo, se requiere financiación, algo que no es fácil hallar para encarar planes que apuntan a la mejora de una especie, posiblemente al final de la lista de prioridades en países del tercer mundo. Importar animales semi domesticados desde naciones lejanas como Nueva Zelanda, Inglaterra, Oeste de Europa, etc., demanda, aunque parezca una perogrullada, capitales astronómicos: un semental puede costar 150.000 dólares o más, y las hembras según su pedrigee. Transporte aéreo, seguro, traslados, alimentación científica y burocracia insumen, por su parte, otra carrada de dinero. ¿Alguien puede destinar fondos en valiosos ejemplares, para luego liberarlos en campo abierto? ¿Cómo impedir que sus degradados parientes, vecinos y libres, ingresen al coto contaminando ciervas selectas? ¿De qué forma podemos controlar – aunque no en la medida deseada – el furtivismo? Es irrebatible, aún para los más ignorantes, que los predios deben cercarse con alambradas impenetrables.
En otro orden de cosas, muchas Estaciones poseen grandes extensiones – hasta 20.000 Hs. en ciertos casos – destinadas a la caza deportiva. Estos cotos privilegiados, reciben excedentes que, en libertad, recuperan en pocos meses el 100% de sus características agrestes y el instinto salvaje, al favor de la extensión, accidentes del terreno, bosques y cañadones.
Pero, como en todas partes, se cuecen habas…
Sería sectario y mentiroso, afirmar que todos los que explotan cotos de caza, intermediarios, guías, etc., son honestos e íntegros… No faltan los que pescan incautos o inexpertos, a quienes pasean en círculo dentro de áreas reducidas, montando un circo miserable que culmina con la muerte de un ciervo – ciertamente – de corral. En algunos casos, sin bendecir el amañamiento, hay culpas compartidas, ya que no siempre el candidato es tan incauto, y no pocas veces se convierte en cómplice con su silencio. Pero que los hay, los hay, aunque conformen la minoría…
También es imprescindible cuantificar el encierro. Si los ejemplares destinados a la caza, se apretujan en 100, 200 o 500 hectáreas, no hay duda que tienen razón los críticos. Por eso los veteranos deben ejercer su función docente para amigos y conocidos noveles, alertándolos para que antes de contratar servicios, agoten las medidas que aseguren un lance digno y deportivo. Entre ellas, constatar con certeza la extensión del predio; exigir referencias y contactar a quienes los precedieron, e indagar datos que aventen cualquier duda sobre idoneidad, atención, avistajes y calidad de los abates. Si todo cierra, el coto cercado, como en casi todo el mundo, garantiza una cazada decorosa y honorable, más allá de los agoreros… He cazado en el coto Algar, uno de los más prestigiosos de América, que vecino al centro de cría posee 5.000 hectáreas de campo cordillerano que, si planchamos laderas, grietas, zanjones, cumbres y oquedades, se multiplican notablemente. En semejante superficie, cazar un muflón – regular solamente – me llevó una larga semana de cabalgata, y rececho a pie, para lograr el trofeo.
Siguiendo con la onda censores que me ocupa, insistiré en que el significado etimológico del término hispánico cazador, muestra la pobreza de nuestro idioma, por lo menos puntualmente, ya que involucra a todos los que disparan, capturan, depredan, trampean o asesinan animales. Y esto ocurre por falta de otro u otros, menos genéricos y más precisos, que identifique al que toma la vida de una res silvestre. La generalización mete en la misma bolsa a los que matan sin control ni medida, con los que respetan leyes, tradiciones y reglamentos.
¿Como explicar masivamente a la ciudadanía, que la caza deportiva es una necesidad ineludible para la sustentabilidad de la fauna, si por otra parte sobran ejemplos de los mal llamados cazadores? Mal de muchos, consuelo de tontos dice el antiguo aforismo: pero aclara que la trampa y la ventaja deportiva, no es privativa de los hombres del rifle: sucede en el golf, futbol, tenis, atletismo y otras actividades, es decir, son lacras de la esencia humana, que no debieran salpicar a la mayoría, pero lo hacen.
Por fin, resta considerar la medición del trofeo, que se concreta en sedes de Clubes, Asociaciones, Federaciones, etc. en épocas determinadas y a cargo de Comisiones de notables ad hoc, expertos en un metier de compleja ejecución, ya que, más allá de las medidas y cálculos matemáticos, se cualifican tipicidades abstractas, como belleza, simetría, color, etc. El resultado final arroja un puntaje que determina si el trofeo – al estilo olímpico – amerita medalla de oro, plata o bronce. Este rito centenario también ha sido objeto de reproches que no resisten el menor análisis inteligente. Veamos. En primer lugar, los recreos, pasatiempos o hobby ideados o ancestrales, implican competencia, desafío, pugna, y como tales, deben concluir con un ganador, y los ganadores obtienen su lauro. ¿Y cómo determinarlos sin parámetros? Se mide y premia por el reloj la rapidez del velocista; la altura que supera el garrochista o saltador; los tantos anotados o el jaque en el ajedrez, por mencionar algunos deportes. ¿Por qué no el trofeo? La calificación de centenares de especies distintas requirió años de labor, teniendo en cuenta que se legalizaban herramientas con vigencia mundial. Esta apreciación cualitativa, derivó en consecuencias tan inesperadas como beneficiosas para la conservación de la fauna: comenzó la tendencia a evaluar cuidadosamente las reses antes del disparo, y como resultado, llegó la selección. Todos sabemos que la vida de las reses silvestres es efímera, y que los cérvidos y antílopes normales, entregan sus mejores cuernas o cuernos poco antes de su muerte natural. De modo que, ante las nuevas tendencias relacionadas con la competencia, comenzó el diezmo de los que no eran aptos para transmitir pureza hereditaria.
Otro de los mitos creados por mentes tortuosas, imagina al cazador como un individuo sediento de sangre, que goza con la muerte del animal. Sería como suponer que los aficionados al boxeo, corridas de toros, escaladores, corredores de autos, etc., se deleitaran cuando alguno de ellos fallece; que millones de niños, mujeres y hombres, se regodean recordando la agonía del pollo asado; que el pescador festeja el boqueo estertóreo del pescado o que el castrador se contenta amputando los testículos del ternero de consumo, entre otros ejemplos patéticos… Ni el cavernario que cazaba por necesidad, ni el montero actual, disfrutan la muerte, sino del acto venatorio, no hay caza sin muerte.
Por supuesto que, como todas las actividades, su práctica ha experimentado modificaciones de forma y de fondo, hasta convertirse en deporte e importante soporte de la sustentabilidad silvestre. Y el espaldarazo oficial lo confirma la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, (U.I.C.N.), integrada por casi 200 países, que aceptan a nuestra actividad como eficiente y útil para conservar.

Siguiendo la ruta de los prejuiciosos mitos, resta protestar contra el que asegura que las grandes cornamentas de ciervo colorado que se obtienen a lo ancho y largo del mundo, no mantienen el estándar, y son productos manipulados. Y para ello nada mejor que rec
urrir a la sabiduría popular, cuando dice que una imagen vale más que mil palabras.
¡La cornamenta conservada en el pabellón de caza del Duque Moritz de Sajonia, en su castillo ubicado en Zeitz, Alemania, luce más de sesenta pitones, y fue lograda en 1696!!! La fotografía que publiqué en su momento, no mereció reflexión alguna de los que creen que los monstruos, hoy habituales, son engendros de probeta… ¿Es extraño, no?
Para finalizar, algunos datos sobre el nuevo récord mundial de ciervo colorado – que seguramente pronto será superado – nacido y cazado en Nueva Zelanda. La cornamenta totalizó 45 candiles que pesaron 15 kilogramos, el cuerpo 267, y el puntaje 785 puntos internacionales, según la fórmula S.C.I. o Safari Club Internacional.