Excepto casos aislados, saber rastrear e interpretar con cierta precisión las señales que deja un animal (esté o no herido), es entre la gente de campo una ciencia que va camino de extinguirse. Lógicamente, el aficionado común, jamás podrá ser un experto rastreador, lo que requiere muchos años de práctica. Pero conocer siquiera las nociones elementales de este viejo arte, puede ser algo interesantísimo, útil y a veces fundamental para el cazador.
Algunos paisanos, lugareños o tribus indígenas tienen entre ellos verdaderos maestros «pisteros» o rastreadores. Para aprender a rastrear conviene ganarse la confianza de un buen baqueano y además saber deducir. En otras palabras, usar la cabeza tanto como los ojos.
Todos los integrantes de nuestra fauna de caza mayor son cuadrúpedos y la forma más lenta de locomoción que emplean es el caminar. Ahora bien, dentro de las distintas clases de animales, hay diferentes maneras de hacerlo. La mayoría de los ungulados y felinos marcan un pie a la vez esto significa que el cuerpo se sostiene sobre los otros tres y la secuencia del movimiento resulta muy particular. Si un ciervo mueve su pata delantera derecha, la siguiente será la trasera izquierda, después la delantera izquierda y por último la trasera derecha. De esta manera el movimiento se producirá siempre en diagonal a través del cuerpo. Así, pues, al caminar el cuadrúpedo estará siempre sostenido por tres patas y puede detenerse en un instante sin caerse.
Cuando el ciervo comienza a trotar, levanta la pata que corresponde a esta cadencia de movimientos antes que la otra llegue al suelo y así habrá un instante en que tendrá sólo dos pies (opuestos diagonalmente) en el suelo, con lo consiguiente pérdida de estabilidad. De esta forma, la secuencia sigue igual que cuando camina, pero más rápido y la falta de estabilidad, se compensa con la rapidez al colocar el pie.
Esto, junto con las señales que dejan los animales al revolcarse, correr, comer, limpiar sus astas, pisotear el pasto, así como las deyecciones y rascaderos, el largo de su tronco, profundidad de las marcas, etc. son indicios que hay que saber interpretar en lo posible. Muchas veces el estudio correcto de estas señales puede significar el éxito de una cacería o la posibilidad de recuperar un animal herido. Quien, mediante la observación y un análisis inteligente, llegue a conocer algo sobre lo que indica el paso de un animal, puede estar seguro de que obtendrá trofeos con menos esfuerzo y gozará mucho más en todas sus salidas. Es evidente que los cazadores comunes jamás llegaremos a ver en el suelo como un indio o un rastreador profesional, pues esta habilidad no se adquiere en toda una vida, es resultado de una herencia milenaria y un hábito constante.
Ser buen observador es condición fundamental para rastrear aceptablemente. Sin ella nunca se conseguirá nada. Algunos guías, cuando descubren que su cliente es impresionable y fácil de engañar, se divierten de lo lindo con la cara de admiración y asombro que provocan frases como «aquí va una cierva preñada, mire cómo hunde la pata» o «por el rastro, seguro que es una zorra, el del macho es más grande» y otros absurdos por el estilo.
Aprender a rastrear requiere, además de experiencia (lo más difícil), sentido común y paciencia. Quien se aburre en el campo jamás será un buen observador y ni siquiera un discreto rastreador.
Ocurre, a veces, que cuando el rastreo es largo o difícil, el deportista abandona la persecución, el hombre de campo no: es más paciente, mientras pueda lo seguirá y si lo pierde tratará de «cortar rastro» más adelante. Personalmente soy un rastreador de tercera categoría, pero en muchas oportunidades, gracias a un conocimiento elemental y a la observación, he logrado buenos trofeos.
El cazador que vive todo el año en el campo tendrá gran ventaja sobre el de ciudad. Por ejemplo, mi mujer quizá no distinga tan bien algunos tipos de rastros o señales como yo, pero como pasó 20 años de su vida en el campo, puesta sobre un rastro me supera. Lo mismo sucede con algunos compañeros de cacerías. En definitiva, el mérito en el rastreo consiste en saber interpretar lo que se ve. Si se trata de un macho o una hembra, si va comiendo, caminando o corriendo, cuánto tiempo hace que pasó, hacia dónde puede dirigirse y por qué, etcétera.
Hay suelos fáciles para rastrear y los imposibles. Entre los primeros están los barrosos, con arcilla o arena. Los muy duros, pedregosos y los cerros con grandes piedras son muy difíciles, a menos que el animal esté herido y vaya dejando sangre. También en lugares muy empastados o con pajonales se necesita mucha práctica para seguir animales pequeños.
Para determinar con cierta aproximación, si un rastro es o no fresco, hay que estar continuamente comparando éste con otro cuya antigüedad conocemos, como por ejemplo el propio calzado. Puestos uno al lado de otro, se pueden estudiar las diferencias. Cuando se trata de pasto natural o un sembrado se avena o centeno, las plantas pueden estar más o menos dobladas según el peso del animal. También el ángulo en que el pasto ha sido doblado depende del peso y del tiempo trascurrido, una vez pisado, tiende a volver a su posición original; puede estar seco y amarillo si el rastro es viejo, o verde y húmedo, si es reciente. Cuando el pasto está seco y quebradizo se puede romper o doblar en el sentido de la marcha. En terrenos arenosos o húmedos, la huella fresca se marca con filos y bordes precisos; con el tiempo, estos bordes se van dibujando, se vuelven romos y la pisada se cubre de ramitas, tierra y hojas. Con la costumbre, un rastro que parece fresco a primera vista es casi siempre fresco. Se debe tener mucho cuidado con los rastros en lugares arcillosos o muy secos y desérticos con poco viento, muchas veces parecen recientes y quedan bien marcados durante muchos días.
Si el animal va al paso, marcará la huella completa; cuando trota, las pezuñas se separan, marca más la punta que se abre y, casi siempre, proyecta tierra hacia atrás. En los arbustos que los ciervos mordisquean o rasgan con sus astas hay que fijarse en las hojas y ramas caídas y el color de las partes afectadas; si están amarilleando, las señales son viejas y su edad depende de la humedad de las ramas. Lo mismo ocurre con las deyecciones: al inspeccionarlas hay que tener en cuenta la época del año y el estado de los campos. Cuando están bien empastados, los excrementos son blandos y oscuros; en tiempo de seca, son más claros y secos. Cuando el bosteo está húmedo y caliente el animal acaba de pasar.
En lugares como Sierra de la Ventana, por ejemplo, uno no caza por el rastro sino por la vista; sin embargo, gracias a que en dos ocasiones advertí bosteada y orín reciente pude encontrar ciervos al poco rato, con la ventaja de que yo estaba preparado. Estos y otros casos ocurridos en la precordillera y hasta en los pedreros de Bolivia, a más de 4.000 m. de altura, indican que en la caza de montaña también es útil fijarse en el suelo.
Generalmente las huellas de los machos son mayores que las de las hembras, pero esto no siempre es así. Hace años, en La Pampa, seguimos con Juan Campomar el rastro de un ciervo macho «que tenía una alpargata bárbara».

Como el disparo me tocaba, Juan me seguía bastante atrás, y así lo rastreamos media hora, hasta que de pronto salto delante mío, saliendo de atrás de un renuevo de tala donde había estado echado. Lo pude ver lo suficiente como para darme cuenta de que era sólo un pequeño estaquero. Como este caso se dan muchos, especialmente con jabalíes y ciervos. Los felinos son más parejos: el que tiene pies grandes es grande.
Hay que ser escéptico con aquellos que aseguran poder diferenciar con toda certeza el rastro de los ciervos machos y el de las hembras. Es posible que algunos lo logren; las pezuñas de las ciervas son más puntiagudas y menos anchas, pero uno nunca puede estar totalmente seguro.
Por más buen tirador que sea, hay que tener nociones elementales de rastreo para ser un cazador o, en su defecto, contratar un guía competente para que rastree cuando sea necesario.
A nadie le gusta herir y perder un animal, pero aún a los mejores cazadores del mundo en algún momento, se les escapó una pieza herida. A pesar de todas las precauciones de tirar lo más cerca posible o usar cartuchos poderosos, tarde o temprano, se presenta la ocasión en que hay que buscar un animal herido. La cantidad de animales que se pierden en esas condiciones es más grande de lo que se cree, muchos cazadores no cuentan a nadie las veces que esto les ha sucedido. En los EE.UU., los biólogos calcularon en 1952 que por lo menos 175.000 ciervos de las especies colablanca, colanegra y mula no pudieron ser recuperados, sobre 700.000 que se cazaron ese año de las tres especies. Nuestro país no cuenta con estadísticas semejantes, pero debe ser importante la cantidad de ciervos, jabalíes, pumas, etc. que se pierden todos los años por que el cazador, seguro de haber errado, no se detiene a examinar el lugar donde estaba el animal en el momento del disparo, o no se molesta en rastrear y buscar sangre, pelos o alguna otra señal de impacto.
Por la reacción del animal o el ruido del proyectil al chocar se puede saber si el animal ha sido tocado, pero a veces no se produce ningún tipo de informe. Esto es bastante más común de lo que se cree y lo hemos comprobado en diferentes ocasiones.
Hace muchos años, en las cercanías de Sierra de los Padres, disparé a un ciervo dama a solo diez pasos de distancia. El gamo estaba justo de frente al borde de unos curros. Apunté al centro del pecho y, al instante, se metió al monte absorbiendo más de 350 kilos de energía sin inmutarse. Tenía yo la certeza de haber hecho las cosas bien, además la distancia era ridícula. No estaba cuando llegué al corral y lo pude encontrar después de arrastrarme unos 20 metros.
Otra vez, en La Pampa, apostado al borde de un salitral, se aparece a la 1.30 de la noche, un jabalí, tan bruscamente y a menos de 2 metros que casi se me cae el rifle. Al tiro, el chancho salió corriendo. Al día siguiente, dos compañeros regresaron de otro campo a buscarme y divertirse a mi costa por haber errado a semejante distancia.
Todo parecía indicar que el jabalí seguía gozando de buena salud. Sin embargo, estaba yo seguro que le había pegado y comencé a rastrearlo.
El jabalí, después de bordear el salitral unos 20 metros, entró al monte. Las pisadas se marcaban bien pero no podía ver señales de sangre. En algunas partes, tenía que avanzar en «cuatro patas» por lo tupido del monte. A unos 30 metros pude ver algunas gotas de sangre, más adelante eran cada vez mayores, al rato un charco y enseguida, el jabalí muerto.
Otro caso. En la cordillera de Neuquén disparé a unos 120 metros a un ciervo colorado. El animal ni mosqueo y salió tras sus hembras desapareciendo entre unos ñires. Estaba con un amigo quien me aseguró que le había errado con tal certeza, que en verdad me desanimo. Sin embargo, cuando disparé, todo estaba en orden, el poste del telescopio fijo en el tórax, no había tirado del gatillo, el apoyo era bueno … fuimos hasta el lugar y a los 15 metros dimos con el ciervo más muerto que un dinosaurio.
Se podría seguir con ejemplos que ilustran la importancia de chequear o seguir TODOS los disparos, aunque se tenga la impresión de haber errado.
La caza mayor camina y come mucho de madrugada y al atardecer. Los disparos que se efectúan a la tarde deben ser precisos, pues si a esa hora el animal sólo queda herido, poco se puede hacer, debido a la escasez de luz. Muchas veces hemos llegado a un ciervo caído cuando ya era prácticamente de noche. Si solamente se lo hiere, exceptuando los casos de heridas que dejen mucha sangre, se lo puede seguir con una linterna, pero generalmente no hay otro remedio que esperar el día.
Siempre que se dispare a un animal hay que observar atentamente su comportamiento. La gran mayoría de las especies reaccionan en mayor o menor grado en el 90 por ciento de los casos; para mí, el resto también reacciona, pero no se nota. El jabalí, el guanaco, las cabras y en menor medida los cérvidos, absorben muchas veces un impacto mortal sin reacción aparente. Los felinos y los cánidos siempre lo hacen: brincan, se muerden la herida o se revuelcan. La respuesta de los ungulados a un impacto es clásica: pueden salir disparados, encogerse, caerse y levantarse rápidamente. Conviene también fijarse si llevan las orejas caídas, si su forma de correr es inusual o si la huida es estudiada o sólo a ciegas, rompiendo monte y llevándose todo por delante.
Después del tiro, jamás hay que moverse. De inmediato, recargar y seguir tirando mientras el animal este de pie, sea una especie peligrosa o no. Excepto que una larga práctica permita asegurar que el impacto fue mortal.
Nunca hay que acercarse a un animal herido sin el rifle. es preferible perder un poco más de carne y rematarlo de un tiro; lo sé por experiencia. Una vez tiré a un ciervo dama que cayó como una bolsa quedando con la cabeza levantada. Me acerqué y casi llegué a tocarlo, pero dio un salto y salió corriendo; recién pude rematarlo después de una accidentada persecución de casi dos horas.
También recuerdo un atardecer en que me opuse a que Willi Delger hijo, gastara otro cartucho de sus preciados 7 x 61 un axis herido y fui a rematarlo con cuchillo. Como un estúpido, me acerqué al ciervo por delante y tomándolo por una de sus astas, «clavé» el facón. El ciervo, al sentir su punta, dio un salto al mismo tiempo que tiraba una cornada que rozó mi estómago por centímetros. Mejor no pensar si hubiera sido un colorado…
Un animal con un tiro en la panza arquea el cuerpo y enseguida sale corriendo. Si baja los cuartos traseros y huye con la cabeza levantada, podría tratarse de un impacto en los pulmones. Cuando se interesa el corazón, casi siempre corre a toda velocidad en ciega disparada a veces precedida de un salto. Los impactos en el hígado son dolorosos y parecen entumecidos.
Una vez que el animal huye después del disparo, cualquier comportamiento fuera de lo normal es síntoma de impacto. Por ejemplo, el antílope que abandona la manada, el ciervo que corre hacia abajo de un cerro cuando se le ha disparado a la misma altura o hacia el medio de un abra, teniendo el monte cerca. En 1959 fui a La Pampa a cazar con Agustín Nores Martínez (h). Yo ya me había dormido cuando sentí el disparo de «Ychiro» Nores a un ciervo que salió disparando y que, en vez de meterse en el monte por donde había salido y a pocos metros, se dirigió al medio de un salitral. Allí cayó con el corazón partido. Estos casos son típicos, pues cuando un animal no ha sido tocado, generalmente sabe hacia dónde se dirige.
Hay que tener en cuenta que no siempre se oye el impacto de la bala al chocar contra un cuerpo. Lógicamente, cuando la distancia es corta no se oye nada, debido al estruendo del disparo.
Indiscutible prueba de un impacto es el rastro de sangre, que nos dará datos sobre la seriedad de la herida. Si es abundante, es obvio que la pieza no irá lejos. Además, la sangre da información importante: cuando es rosada y brillante, indica que está oxigenada y proviene de alguna arteria cercana al corazón o a los pulmones y, si se encuentra en cantidad apreciable, el cobro será seguro.
Cuando la sangre es oscura, de un rojo fuerte, puede provenir de alguna vena; si no es muy abundante, la presa tiene posibilidades de recuperarse y sobrevivir. Cuando es copiosa, el rastreo puede ser largo o corto según los casos.
No siempre la ausencia total de sangre es sinónimo de tiro errado. El animal puede estar desangrándose por dentro, especialmente con los proyectiles modernos, que permanecen el cuerpo y causan poco daño en la superficie. En estos casos, no se encontrará sangre hasta que el animal haya recorrido cierta distancia. Esto es fácil de explicar: el cuero de los animales cambia de posición cuando éstos se mueven. Si estando inmóviles, reciben un impacto de bala en el cuerpo, al correr, el orificio del cuero no coincide con el de la carne. En tanto el animal continúe en carrera, la pérdida de sangre será insignificante y lejos del rastro. Cuando aminore la marcha y los dos orificios (cuero y carne) comienzan a coincidir por más tiempo, la sangre brotará con más intensidad. Esto siempre que no estén tapados por grasa, pelos u otra materia como suele suceder.
En general, no coincido con quienes dicen que si se hiere a un ciervo es conveniente esperar por lo menos media hora hasta que debilitado se eche. Para mí, cualquier animal herido tiene miedo, esto lo hace correr, su presión sanguínea se mantiene alta, está nervioso y si el daño no es de importancia tratará de huir lejos o hacia un lugar bien seguro. Cuando se tiene el desagradable trabajo de buscar un animal herido hay que seguirlo y seguirlo; no darle oportunidad a que se eche y siempre mirar hacia adelante, los costados y atrás.
Conociendo la zona afectada por el disparo, es posible determinar hacia dónde se ha dirigido el animal. Un cuadrúpedo herido en los cuartos delanteros, tendrá inconvenientes para bajar un cerro y seguramente tratará de subir. Por otra parte, si tiene una pata trasera quebrada, bajará o se quedará en el llano. Como éstos, hay centenares de ejemplos: fijarse cómo marca las patas, el trazado del rastro, la altura de la sangre en los árboles, ramas, etc.
Las aves de rapiña, jotes, chimangos, cóndores etc. son muy útiles y cientos de trofeos se han logrado recuperar gracias a ellas.
Aunque durante el transcurso de una cacería no se haya disparado un solo tiro, siempre conviene revisar en las cercanías donde se agrupan estos carroñeros. Puede tratarse de un animal muerto por otro cazador, una «carneada de león» o simplemente una vaca o lanar muerto por enfermedad o accidente. En este caso se debe informar al dueño del campo que ha tenido la gentileza de recibirnos.
Al buscar una pieza herida, sea peligrosa o no, siempre es preferible hacerlo entre dos. Uno se dedica exclusivamente a rastrear y el otro trata de ver al animal con el rifle preparado. Tarde o temprano, el lector se verá ante la ingrata tarea de buscar una pieza herida …
Es necesario concluir este capítulo con el consejo de hacerlo con tesón, lógica y paciencia, agotando todas las posibilidades de encontrarlo, puesto que es deber sagrado de un buen cazador.
Caza mayor en la Argentina By Lalo Mandojana.