De todas las especies que apetecen al cazador deportivo se destacan dos familias: los felinos y los ungulados.
Si analizamos la lista de los felinos disponibles veremos que no son muchos. El león africano, el leopardo y el puma, más allá de los pequeños gatos silvestres que por varias razones no despiertan mayor interés en los que practican la caza mayor. Quedan excluidos de esta lista el tigre de Bengala y el jaguar protegidos por ley debido a la disminución creciente de sus poblaciones.
La segunda familia que compone este “menú” cinegético es superabundante ya que en él figuran los carpidos y óvidos de alta montaña, y una gran variedad de antilópidos, cérvidos y suidos que habitan en las llanuras, estepas, bañados, desiertos y van desde los más variados tipos de bosques y selvas. Sus tamaños son de lo más diversos, desde el gigantesco eland de Lord Derby o el moose, hasta los pequeño duikers o corzuelas.
Los tenemos en Asia, en América de Norte, en África o en Europa. Hay especies en las zonas, cálidas templadas y aun en las gélidas montañas próximas a los polos o en las calcinantes selvas tropicales, como prueba contundente de que los ungulados poseen una gran adaptabilidad a cualquier medio ambiente; de modo que acá tenemos para todos gustos.
La siguiente familia que llama nuestra atención son los suidos; esos que vulgarmente conocemos como “chanchos”, menos diversificados en especies, pero con tanta súper abundancia como los otros en números de población. Esto se debe a su alta capacidad reproductiva y por tratarse de animales omnívoros que se alimentan tanto de hierbas, frutos, chauchas o de cualquier tipo de carne que encuentren disponible.
Si lo observamos desde el punto de vista biológico veríamos a los chanchos como la especie más agresiva de los ungulados: por el razonamiento ecológico que recién exprese: los chanchos no son herbívoros sino omnívoros igual que nosotros. Una especie todo terreno totalmente adaptada a cualquier circunstancia.
Los ungulados logran adaptarse a los más diversos ecosistemas modificando sus conductas individuales y sus conductas sociales, las cuales van desde individuos solitarios, pasando por grupos familiares hasta llegar a los grandes rebaños de las estepas.
Llegados a estas instancias no está de más advertir dos ecosistemas que se prestan a confusión en el mundo de la caza.
No es lo mismo un bosque que una selva tropical.
Las selvas tropicales son el reino vegetal en su máxima expresión. Lluvias torrenciales, atmosfera saturada de humedad, calor y una vegetación abigarrada al máximo. Es este el mundo de las aves y de los insectos, pero no así de los mamíferos: generalmente escasos y solitarios, y esa es la razón por la cual es difícil poder cazar en ellas. Estos mamíferos ungulados basan su dieta en los frutos, chauchas, hongos cortezas y hojas y por lo tanto son básicamente ramoneadores y no pastantes.
Dada la gran variedad de plantas que en ellas crecen, tenemos arboles enormes que pueden captar plenamente la luz solar, plantas de mediana altura – muchas veces espinosas o aserradas – adaptadas a esa media luz, y plantas pequeñas como los helechos que tapan el suelo generando eso que llamamos la umbría. Por estas razones es tan difícil de avanzar sin hacer ruido, obligándonos a veces a abrirnos camino a través de ellas a machetazos, algo sumamente complicado porque esas piezas de caza son poco visibles y a veces solo observamos fragmentos del animal lo cual complica dos cosas: ubicar un blanco perfecto y poder evaluar correctamente el trofeo a lo que se suma que generalmente que aparecen de improviso o muy camufladas, y sumando a ello, debemos tener en cuenta que su estrategia anti-predatoria está basada en el oído y el olfato, algo que es imposible evitar en la mayoría de los casos porque en ellas corre poco viento.
Si en la selva escasean los mamíferos no es este el caso de otros componentes del mundo animal como las garrapatas, los mosquitos, las hormigas y las víboras. Digo estos para prevenir al cazador que quiera incursionar en ellas sin tomar las precauciones del caso.
Nunca cace en Amazonia o el Congo, pero me alcanzó visualizar esos temas en mis andanzas por la selva formoseña y cuando retornaba a mi hogar siempre me decía lo mismo “cuanto me falta aprender de la caza en la selva”.
Pasemos ahora a recorrer los bosques que se extienden a lo largo de todos los continentes desde las zonas frías a las zonas templadas y desde las montañas hasta las estepas sin omitir los fachinales que incorporo a este grupo. La cantidad de animales de caza que habitan en ellas es súper abundante y los hay de todo tipo: razones fundamentales por lo cual hice este paréntesis ya que de caza hablamos.
En los bosques la vegetación es más rala pero también habitan en ellos densos fachinales o islotes donde los animales se resguardan del peligro.
Hay bosques cerrados o abiertos, pero en promedio los animales son más visibles, más fáciles de rastrear y sus conductas más previsibles. A pesar de los remolinos, los vientos son más fijos lo que le permite al cazador armar una estrategia de aproximación.
Al aumentar un poco más la visibilidad y la facilidad para poder evaluar un poco mejor la calidad del trofeo y por donde poder “filtrar” el disparo certero sin tocar ramas, de ese modo, la cacería se vuelve más fácil. Todo ello depende lógicamente, del lugar y las circunstancias: pero hay un fenómeno medio/ ambiental de gran importancia que me lleva a tocar específicamente este tema, ya que trabajé muchos años en ganadería, tanto en montes como en estepas como para que este detalle no se me escape.
En los bosques la luz llega hasta el suelo lo cual permite el crecimiento de los más diversos pastos naturales cosa que en las selvas ocurre con mucho menos frecuencia: debido a ello, los rumiantes que habitan esos ambientes encuentran dos tipos distintos de forraje para nutrirse ampliando así notablemente su plano nutricional, quizás ello motive su mayor diversidad y abundancia. Digo esto por la experiencia que me dejaron los largos años trabajando en ganadería extensiva manejando ganado tanto en las estepas como en los montes.
Cada vez que salía al campo a evaluar las pasturas, se me hacía claro entonces percibir esas diferencias; pero admito que al focalizar esas observaciones me saltaba ese cazador que llevo metido adentro lo que me motivaba a seguir el rastro de los ciervos y los chanchos que habitaban esos parajes, para enterarme de ese modo, que estaban comiendo.
Revisaba todo: los charcos, los encames, pero especialmente la bosta ya que ella me indicaba que estaban comiendo. Valiéndome de una lupa, ahí aparecían semillas de piquillín o chañar, chauchas de caldén y, además, su color me indicaba si eran frescas o viejas, y su cantidad me indicaba si ahí residía una cuadrilla o solo algún ciervo o padrillo solitario. Esporádicamente advertía algún plumerío disperso de ñandú, cazado a la noche mientras dormía, testimonio inocultable de que por ahí había pasado algún puma recientemente. Cuando un cazador llega a evaluar todas esas cosas resulta increíble pensar todo lo que nos puede indicar La Madre Naturaleza.
Llegó el momento que ahora nos toca hablar concretamente del búfalo. Son estos los animales que se ubican en la cúspide de la pirámide de los artiodáctilos.
El búfalo pertenece a la sub especie de los bóvidos. Rumiante herbívoro como el mejor, pero que, por su tamaño, su peso, su alzada y estructura, ocupa un lugar exclusivo por sí mismo en esa familia. Por esa razón, se asemeja más a los otros bóvidos, entre ellos, al ganado vacuno más que a los ciervos, antílopes, ovinos o caprinos.
Los hay en Asia, América del Norte y en Europa de acuerdo a los restos fósiles hallados y también documentados en las pinturas rupestres que nos dejaron como testimonio nuestros antiguos hermanos paleolíticos: pero al observar atentamente esas tan claras y tan testimoniales obras del arte cavernario no se me escapa un detalle por demás novedoso.
Aquel bóvido salvaje que aparece en las imágenes de las cavernas tiene una visible semejanza con el toro de lidia español actual y por carácter transitivo con los primeros bovinos que trajeron los españoles a nuestras pampas donde se “asilvestró” en aquellas inmensas y pastosas pampas dando origen así a nuestro arisco ganado criollo que era capturado por nuestros gauchos e indios pampas en lo que denominamos las grandes vaquerías, a puro caballo y lazo.
Es bueno destacar, que ese ganado criollo posteriormente mestizado y perfeccionado con las razas británicas es el fundamento de nuestra ganadería actual.
Los búfalos asiáticos fueron domesticados por las culturas neolíticas pero el búfalo africano no pasó por ese filtro permaneciendo intacto es su pleno salvajismo como abastecedor de carne para los africanos y como trofeo para la actual caza moderna.
No es difícil percibir que hay en el búfalo africano conductas propias que lo hacen diferir del resto de los ungulados africanos de menor talla y a eso vamos a apuntar.
La clave aparece con la interacción predado/ predador.
La mayoría de los herbívoros africanos son en promedio, de pequeña a mediana talla lo cual permitió a través del tiempo, la creación de una diversificada proliferación de predadores también de mediana talla. Me refiero básicamente al león, la hiena el leopardo y la chita. Solo en África se da tanta diversidad de predadores debido a la gran cantidad de especies herbívoras que allí habitan, Pero hay una excepción: el león.
Es poco sabido que la ley de la predación, nos dice que un predador está capacitado para predar eficazmente animales solo hasta el doble de su peso y tamaño porque superadas esas relaciones, se ve sobrepasado en peso y fuerza para sujetarlos lo cual se suma sabes la dificultad de poder ultimarlo rápidamente.
Tomemos como punto de referencia ese magnífico predador solitario que es el leopardo.
La dieta básica de los leopardos son los antílopes de mediana talla: obviamente el búfalo adulto no forma parte de esa lista, excepto claro está, que podría circunstancialmente valerse de las crías o los terneros, cuando estos escapan del control de sus madres… Continúa
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