El Cafre

3° y última parte

«… Por eso Taylor decía que el portador debía ser incondicional y muchos de ellos lo eran.

Según Burger, el rifle a cerrojo en el cargador puede alojar cuatro o cinco balas sin necesidad de recambiar y en ese punto, él encontraba la diferencia.

Burger además aclara que, una vez hecho el primer disparo, aunque este estuviera colocado en el sitio exacto, en el caso del búfalo, era necesario rematar al animal en el acto, con un segundo disparo, para evitar todo tipo de sorpresas posteriores teniendo en cuenta la dureza y la tenacidad de este animal. Decía que al búfalo no hay que darle ni un segundo de ventaja si no se quieren tener disgustos posteriores, y Kevin Robertson en “The Perfect Shot” afirma que para estos casos, es muy necesario conocer la anatomía del animal para no andar improvisando a último momento.

Robertson veterinario y a su vez cazador profesional, sabe bien de lo que está hablando y, por lo tanto, nadie mejor capacitado para ser tenido en cuenta. Afirma que en la carga frontal la forma de parar la embestida es desamarrándole el sistema nervioso.

Como este animal tiene largos cuernos y un casquete córneo que recubre el cerebro en la carga frontal, se debe tirar al medio del cuello por debajo de la nariz para alcanzar las vértebras cervicales, en los disparos laterales o sesgados detrás de la paleta, y desde atrás donde arranca la cola.  Idioma sencillo, corto y fácil, si se tiene la puntería y la serenidad para lograrlo en fracción de pocos segundos.

Llegado al punto final de esta nota voy a mencionar dos experiencias que viví con los búfalos en mis largos años de cazador, a sabiendas de que, si del búfalo se trata, lo escrito es apenas una breve nota de esa gran temática. En todos esos casos, dos de ellos merecen tener ser tenidos en cuenta como experiencias referenciales para que a otros le pueden servir.

La primera de ellas fue en Botswana, con el primer búfalo que vi. Recuerdo que fue a la mañana temprano cuando divisamos una hilera de machos que venían de beber en un charco y se dirigían al monte.

Bert Milne mi cazador profesional, luego de observarlos con los prismáticos, me dijo que el último de la fila era el mejor y a partir de ese momento comenzaron a surgir mis errores.

El primero fue que tome como referencia la línea de pastos altos y el segundo es que pase por alto no advertir que el animal estaba en movimiento. Conclusión: tiro alto y atrás. Consecuencia: hay que salir a buscarlo.

Empezamos a rastrearlos, pero antes de entrar al monte oímos un sonido inconfundible, el monte parecía crujir. En ese momento aparecieron los cinco búfalos haciendo un frente común que venía justo en dirección nuestra, estimo que las distancias serían cincuenta o sesenta metros. Cuando estarían a unos treinta metros, Bert me empezó a gritar que no dispara, y por suerte entendí el mensaje. Estaba intentando ubicar al búfalo herido, escuche un disparo; y eso fue suficiente para ubicarlo. Al oír ese disparo, los búfalos se abrieron en dos grupos y pasaron de largo buscando el monte. El herido paso a mi lado, los seguí con el 458 y apreté el gatillo, el búfalo se desplomó.  Algún lector quizás piense que aquel fue un disparo deliberado y certero, pero eso es una gran mentira, igual que Bert lo único que ambos hicimos fue tirar al bulto como medida de emergencia frente a aquella apremiante situación, la diferencia es que yo acerté pegarle en la columna.

Ese animal buscaba afanosamente incorporase y no podía, situación que aproveche para hacerle un nuevo disparo a los pulmones. En compañía de Bert dimos la vuelta por detrás y cuando estábamos al costado opuesto me dijo que tirara otra vez a los pulmones. Nos quedamos parados a unos quince metros observando unos minutos hasta que finalmente murió.

Todo sucedió tan rápido que no puedo dar más detalles, pero sí me sirvió para sacar tres conclusiones.

Primero, que la inexperiencia de un novato en esa clase de cacerías puede dejar consecuencias inesperadas. Segundo, que esa carga no creo que haya sido deliberada porque de lo contrario nos habrían pasado por encima, sospecho que una ráfaga de viento haya delatado nuestra presencia y optaron por disparar por el lado menos indicado.  Todo terminó afortunadamente bien, pero no me pasa desapercibido que ese búfalo haya podido “absorber” cinco disparos de 458, dos de las cuales se hicieron a menos de cinco metros antes de pagarlo con su vida.

Menciono una segunda anécdota que si bien no se trata del búfalo africano, puede servir quizás de ejemplo.
Cuando regresé de África, el tema del búfalo aún me resonaba en la cabeza. Aproveché la oportunidad que en Entre Ríos habían habilitado un coto para cazar el búfalo mediterráneo y hacia allá marché.

Abatí un ejemplar fácilmente, pero aquella cacería me dejó sabor a nada. De todos modos, meses después retorné a ver si encontraba algo distinto.

Salimos de a caballo con el capataz y recorrimos tres grupos que pastaban pacíficamente y dije para mis adentros “esto es más de lo mismo; no me va”.

Le pregunté a mi compañero, si en ese coto no había algún búfalo arisco o agresivo y me contesto que sí.  Se trata de dos vacas problemáticas y me advirtió que una de ellas tenía un cuerno atípico que bajaba rectamente hacia abajo y le pregunté si estaba dispuesto a mostrármelas. Aceptó mi convite.

No costó tanto encontrarlas como yo suponía, ya que más o menos una hora después las encontramos arrinconadas al lado del alambrado que marcaba el límite del coto con el campo vecino.

Divisé la vaca atípica, pero tan pronto como dirigí la vista a su compañera noté que tenía una muy buena cornamenta. Como ya estaban en estado de alerta me deslicé lentamente del caballo y rápidamente la disparé al codillo con el 375.

Sobre el disparo la vaca vino al galope en mi dirección: titubeé un par de segundos porque pensé que buscaba el monte y que yo le cortaba el paso, pero como ya estaba a unos treinta metros y seguía viniendo no cabía más tiempo que perder; como venía con la cabeza gacha, le apunté a la parte superior del cuello por donde pasa la columna cervical y le volví a disparar.  Con la velocidad de la carrera y la inercia de su peso, la vaca se deslizó y tuve que correrme al costado porque murió a mis pies.

Aprovecho esta circunstancia para dejar una advertencia acerca de ese tema, algunos de los que hemos trabajado con todo tipo de hacienda sabemos que el toro cuando va a lanzar la cornada cierra los ojos. (es el momento que aprovecha el torero para clavar la espada) la vaca, en cambio, viene con la cabeza agachada y con los ojos bien abiertos para pegar el topetazo, teniendo en cuenta todo esto, aún me queda duda de lo que sucedió en aquella ocasión.

Con esto cierro esta nota referente a esa magnífica forma de cacería que es la del búfalo como protagonista central, pensando que no es una forma más de cazar, por la adrenalina que lleva. La prudencia y la evaluación de esas circunstancias no puede dejarse de lado. A todos los que quieran realizarla les deseo la mejor de las suertes.

Fin.