Corría la tarde del día martes 4 de diciembre de 1956, sería aproximadamente las 18,30 hs. El sol todavía estaba alto y el calor se hacía sentir, igual que la humedad, por haber caído una muy buena lluvia dos días antes.
Estábamos tomado un café con leche con Nicolás Mayoráz y Tití García, su esposa, en la casa de veraneo que estos tenían en Totoral, donde concurrían todos los veranos junto a sus hijos a pasar las vacaciones, trasladándose desde la ciudad de Rosario de donde era oriundo. También estaban mi padre y madre quienes viniendo de Córdoba me pasaban a buscar.
Contaba yo con once años de edad. Nuestras familias estaban muy ligadas por cuanto Nicolás era como hermano de papá y Tití tía de mi madre. El sábado 1 de diciembre de 1956 se casa mi hermana Dorita y entre los invitados estaba dicha familia, entre otros amigos y parientes, Antonio Nores y su esposa, también su hija Marta Nores, quien a la postre se casaría con Nicolás Mayoráz (hijo).
La fiesta se hizo en nuestra casa de la Calle Corrientes 50 de la ciudad de Córdoba, donde, pasado el tiempo fue la primera sede del Club del Dogo Argentino que fundáramos quince años después.
Al frente de casa, calle de por medio vivía el creador de la raza y al lado de éste su hermano Rogelio.
Como siempre ocurre en estos festejos, todo fue algarabía; en realidad bastante íntima. Recuerdo que Antonio Nores se retiró temprano. Partía a cazar a la zona de Totoral con un amigo de origen Yugoslavo, Dn. Esteban Gergich, armero. En vano invitó a algunos jóvenes para que los acompañasen, que prefirieron “sacrificarse” quedándose en la fiesta. Nicolás y esposa, al día siguiente, domingo, me llevaron a Totoral a quedarme en su casa hasta el martes ya que mis padres, recién ese día podían dejar acomodada la casa de Córdoba para que nos tomáramos las vacaciones de verano.
Estábamos, como dije, ese martes tomando el café en la cocina en casa de Mayoráz, cuando suena el timbre de calle, Nicolás sale a la puerta, escucho que habla con dos personas. Estos eran Antonio, el hijo mayor de Toño y su primo José Antonio Nores. Por momentos la conversación era acalorada, siento que uno de ellos expresa algo así como “¡mataron a los dos, mataron a los dos!”. Al ser Gordo –apodo del hijo de Antonio– también un apasionado cazador, inmediatamente pensé: “mataron dos chanchos”, e intento salir corriendo para ver los trofeos. En ese instante, cuando los tres ya estaban dentro de la casa y al acercarse a la cocina-comedor, veo sus rostros pálidos y desencajados. El Gordo, desesperadamente y en un estado de excitación total se abalanza sobre mi padre, y abrazándolo le dice “encontré a papá y al gringo muertos a tiros en el monte”.
Así fue como me enteré de la muerte del creador del Dogo Argentino. Inmediatamente Tití les sirve una taza de café y prontamente salen los cuatro varones, pasan por la Comisaría del pueblo donde buscan a un policía, también al Dr. David Ávalos, único profesional médico en el pueblo y parten al lugar del hecho.
Antonio, siendo médico del Hospital Militar y en otros institutos de Córdoba, debió regresar a trabajar ese lunes. Como no lo hizo, tampoco el martes, el Gordo y José Antonio, a la mañana temprano se trasladan a Totoral a buscarle. Esto les llevó varias horas, ya que no sabían a qué lugar habrían ido a cazar. En el pueblo les refieren que lo vieron haciendo algunas compras y que habían estado almorzando en casa de un vecino amigo. Una vez aquí, les indican que habían ido al campo de “fulano” ubicado en el camino –aún hoy de tierra– que une el paraje Los Mistoles con Cañada de Luque, aproximadamente a 40 km de Totoral.
Hacia allí se dirigen hasta que encuentran al Pontiac verde oscuro de Toño estacionado a un costado del camino; sus ruedas denotaban que así estaba desde hacía varias horas, ya que a determinada altura se notaba la suciedad que había dejado el agua de lluvia que había corrido el domingo por la tarde. Ingresan al monte por la picada que sale al frente mismo de donde estaba el automóvil. Esta zona, en aquellos años, estaba destinada con exclusividad a la cría de ganado vacuno, totalmente cubierta por montes vírgenes, por lo tanto, ideal para practicar la caza. Por lo general, cuando de corzuelas se trata, el hombre comienza a transitar por las “picadas” buscando rastros recientes y siempre escudriñando los costados del monte, que es donde encuentra mejores pastos; o bien se queda apostado en lugar elegido en espera del animal si ha detectado un “cruce” con huellas frescas. En esta situación habrían estado Toño y su compañero ya que esa era la posición cuando fueron encontrados por su hijo y sobrino; el yugoslavo caído hacia atrás en su banquillo de caza al filo de la picada pegado al monte y Antonio tendido en el medio de ella, separados por unos cuatrocientos metros de distancia. Ambos muertos por tiros de escopeta.
De inmediato comenzó allí la etapa investigativa por parte de la policía y baqueanos que colaboraron –Justo Moyano, Belindo Gaitán y Carlos Muñoz– en busca de rastros o signos que les indicase el lugar de escape y posible paradero del matador. Se logra aprehenderlo en pocos días.
Era un muchacho menor de edad que vivía en la zona, quien luego confiesa que lo hizo para robarles. Éste, ya siendo hombre, fue asesinado por su propio suegro.
De allí que a esa “picada” sus amigos la llamaron “Picada Toño Nores”, donde le levantaron un monumento de piedra con una cruz de palo, extraído del mismo monte. Sus mentores, seguramente, al querer inmortalizar la figura de Antonio Nores M. buscaron una madera adecuada; no podía ser otra que la de Barba de Tigre, como le llamamos en Córdoba al Itín, tan o más resistente que el quebracho colorado.
La picada ya no está, tampoco el monte, quedando aquellos campos ganaderos reconvertidos solo para siembra, es decir que ahora es todo picada. En el lugar con el Club del Dogo Argentino Córdoba hemos realizado varios homenajes colocando placa alusiva, donde también he llevado a varios dogueros, argentinos y extranjeros, que quisieron conocer esta obra levantada en su memoria.
El dogo argentino que yo viví By Horacio Rivero Nores.