La fiebre se contagia, como la peste o la estupidez. Lo que está sucediendo con la política, o lo que va quedando de ella, en España, ya lo sabemos. Lo que ahora nos ocupa es la contaminación enfermiza que están sufriendo otras tantas esferas sociales en las que vivimos, entre ellas, y esta es la que nos interesa, la caza.
Trepas, mediocres, advenedizos y mezquinos de toda calaña, están sabiendo aprovechar muy bien el caldo de cultivo que, por nefasta acción o acomodaticia inacción, las circunstancias y sus protagonistas han propiciado. La consecuencia de esto es el intolerable acoso que, junto con la muy seria amenaza al inalienable derecho a cazar que nos asiste, sufrimos hoy los cazadores.
En nuestros días, las batallas se libran en campos muy específicos: los medios de comunicación. Ningún “ejército”, ni tampoco idea alguna, que no arme la estrategia para su defensa o ataque teniendo esto en cuenta, dispondrá de la más mínima posibilidad de éxito. Nuestros enemigos lo saben, y actúan en consecuencia, nosotros, de momento, parece que no.
Hace unos años, los que ahora se hacen llamar «ecologistas» comenzaron a adueñarse mediáticamente del concepto de “defensores de los animales”. Fue pasando el tiempo y se las apañaron para monopolizar su apropiación, falsa e indebida. Se hicieron fuertes en su posición y evolucionaron desde una defensa más o menos agresiva a un ataque violento, fanático y excluyente. La inacción por nuestra parte y la relevancia que sus acciones de acoso y derribo les fueron dando ante la opinión pública, animó a otras gentes de su calaña a imitarles, así surgió el movimiento “animalista”, si cabe, más tosco, cerril, radical, equívoco e impositivo que sus predecesores.
Subvencionados, unos y otros, por importantes grupos de presión centroeuropeos, suizos y holandeses, sobre todo, le vieron “color” al asunto. Comprobaron que podían hacer de su “religión” un sustancioso medio de vida y terminaron por echarse al monte. La Fiesta Nacional, primero, después los galgos y los caballos de los coches para turistas, las mulas de las romerías y un largo etcétera de grotescos disparates más, fueron y siguen siendo objetivos a aniquilar. El próximo: las rehalas. Luego vendrán nuestros perros de caza, para terminar con nosotros mismos.
Para hacer frente a tanto despropósito, tanta manipulación, tanta mentira y tanto desvarío, y lo que es mucho peor: a tanto acoso, agresión y violencia, nosotros y las asociaciones, públicas o privadas, que nos representan nos hemos limitado a acciones puntuales, cartas de protestas, declaraciones institucionales y alguna que otra, escasa y aislada, manifestación pública. Es decir: usamos tirachinas, ellos, un 8x68S.
Dialogar con ellos es inútil, tratar de razonar, también, argumentar no sirve para nada, demostrar, tampoco. No quieren escucharnos porque nos les interesa la verdad, lo que les importa es cobrar por intoxicar y vivir lo mejor posible por acabar con la caza y con nosotros.
Los que mandan sólo nos escucharán si logramos ser importantes para ellos. Esto sólo se consigue influyendo en la opinión pública, “haciendo mucho ruido”, porque eso son votos, lo único que cuenta. Si no lo hacemos así, como viene ocurriendo hasta ahora, oirán sólo a quien tenga ese poder: “ecologistas”, animalistas y demás “fauna” … toda, la misma basura populista anti-caza