El rastro sonoro - La brama

Por Claudio Ocampo

El Cervus Elaphus, durante el período de celo (comúnmente comienza con la llegada de la temporada otoñal), ofrece uno de los espectáculos más fascinantes de la naturaleza y uno de los eventos más esperados por cazadores de las distintas latitudes, como lo es “La Brama”.

Su denominación o término varía según el país. Por ejemplo, mientras que en Argentina se la conoce como “brama”, en España la llaman “berrea”. En Estados Unidos y en Nueva Zelanda es frecuente escuchar el término “roar”, aunque también se emplea “rut – celo” en ámbitos de caza. Si viajamos a Europa, nos encontraremos que en Alemania se denomina “Brunft”, mientras que en Francia se usa “le brame”. En Italia, el fenómeno recibe el nombre de “bramito del cervo”. En Portugal, se le suele decir “ronco do veado”.

A pesar de la diversidad de denominaciones, todas ellas describen un momento único en el reino animal: el poderoso llamado de los machos en su afán por atraer a las hembras durante el celo, que además actúa como una señal de fertilidad y virilidad. Al oír este sonido, ellas pueden interpretar dichas señales y seleccionar al semental más apto para la reproducción. Asimismo, este rugido sirve para imponerse frente a rivales y delimitar su territorio.

Este resonante bramido, capaz de atravesar espesos montes y bosques, se convierte en una herramienta crucial para los cazadores, siendo para muchos la primera pista que esperan para iniciar su rececho. No solo es una señal que delata la presencia del animal, sino un rastro sonoro que sirve como guía para localizarlo.

Aunque esto ofrece una ventaja considerable para determinar el punto donde puede encontrarse el ciervo, seguir el bramido no siempre es una tarea sencilla.

Una de las dificultades que puede presentarse es cuando el animal se encuentra en constante movimiento, esto convierte el rastreo en un desafío dinámico, donde solo escuchar ya no es suficiente. Ahora el cazador deberá complementar su búsqueda con la observación atenta del entorno. Las huellas en el suelo, las marcas en la vegetación (como ramas rotas o zonas de roce), y otros indicios sutiles de actividad reciente, son pistas clave para confirmar si se está siguiendo la ruta correcta.

Los cambios en la dirección e intensidad del viento también pueden influir significativamente en la percepción de esta señal sonora. Estas variaciones pueden amplificar, desviar o incluso silenciar por completo el bramido, engañando al oído del cazador.

Otro factor a considerar es la resonancia del lugar donde se encuentra. Si el animal brama en un área con características específicas, como un cañadón, el sonido puede rebotar y crear ecos que desorientan su percepción.

Es importante también que el cazador sepa diferenciar los distintos tipos de bramidos, como aquellos que expresan un desafío hacia otros machos, buscan atraer a las hembras o los que emiten cuando reúnen a su harem. Además, estos pueden variar en intensidad y frecuencia dependiendo de la hora del día o de la noche, añadiendo un nivel adicional de complejidad al rastreo.

En definitiva, perseguir el bramido no es solo un ejercicio auditivo, sino una actividad que requiere agudizar todos los sentidos, armarse de paciencia y saber adaptarse a un entorno cambiante, donde elementos naturales como el viento y la geografía pueden jugar tanto a favor como en contra.

En este contexto, recechar el rastro sonoro, es una experiencia que combina técnica, conocimiento del ambiente y una profunda conexión con la naturaleza. Cada ruido percibido, cada huella encontrada y cada rastro interpretado, se convierten en herramientas clave para enfrentar y superar la astucia del ciervo, un oponente que domina su entorno salvaje con instinto y precisión. Una lucha sutil y emocionante, donde la victoria no está garantizada, pero cada instante vivido dejará un recuerdo imborrable en la memoria y el espíritu del cazador.