Siempre he dicho que La Pampa es un lugar mágico, lleno de historias extraordinarias y desconocidas; de secretos ocultos accesibles a pocos. Sospecho que el destino, o quien lo determina, se ha encaprichado con esta tierra con apariencia de lugar intrascendente, para llenarla de personajes, anécdotas e historias y, de esta forma, preservarlos velados, encubiertos e ignorados. Y en cuestiones cinegéticas, especialmente. O acaso no es extraordinario que Pedro Luro se haya fijado en esta tierra para su fantástico proyecto?
Uno de esos caprichos del destino que suceden aquí hizo que, hace muchos años, en una biblioteca de Santa Rosa que ya no existe, propiedad de un histórico de la cinegética nacional, durmiera en un estante un libro que yo hoy llamaría “incunable”. El libro se titula: “Excursión á La Patagonia y á Los Andes” -con esa acentuación textual-, de Aaron de Anchorena, editado en 1902.
Esa peripecia mágica del destino no finalizó allí; quiso también que, luego de avatares novelescos, caiga en las manos de la persona indicada; ella lo valore y rescate, impidiendo su desaparición para siempre. Y prosiguiendo el periplo mágico, también quiso el destino que su dueña, una muy querida amiga de muy agradable charla, se entretenga conmigo hablando de Aaron de Anchorena. Todo esto determinó que el libro pasase una temporada en mi biblioteca y me permitiera disfrutarlo, al menos en parte, con Uds.
Me gusta pensar hoy que ese final era el verdadero capricho del destino.
Introducción
Cuando escribí “Hacia una moral cinegética” establecí, como pilar clave e ineludible hacia ese objetivo, la formación de una cultura cinegética sólida. Por eso mismo, a lo largo de toda mi obra, priorice la divulgación de obras cinegéticas o históricas relacionadas a nuestra actividad -principalmente de origen nacional- con el fin de hacerlas accesibles a los cazadores deportivos. La obra estaba inspirada en el famoso prólogo de Ortega y Gasset y, a lo largo de la misma y en todos los temas, se intercalaban fragmentos textuales del famoso y genial prólogo. Siguiendo esa convicción, más que predicar buscaba hacer accesible los libros difíciles de conseguir -o directamente inaccesibles- a todos los cazadores; de esta forma, pensaba y pienso aún, entenderían mis ideas y, secundariamente, conocerían y valorarían más nuestra actividad, nuestros territorios de caza, y principalmente, nuestras especies de caza; también a nuestros pioneros en la actividad, a quienes debemos el desarrollo que la caza deportiva tuvo en nuestro país.
Así, a lo largo de mi obra, se encuentran múltiples textos transcriptos de libros que creo indispensables; algunos completos, como mi traducción del “Cinegético” de Flavio Arriano; o capítulos enteros de otros autores, como el capítulo “La estancia San Huberto del doctor Luro en Naicó”, de Wenceslao Molins, autor del libro “La Pampa” escrito en 1918; o el discurso completo del Conde de Yebes, en el Coloquio “Ortega y Gasset frente a la caza”, en el club Urbis de Madrid en 1963, donde detalla la feliz idea de solicitarle al genial filósofo la confección del prólogo; o fragmentos de escritos testimoniales como los de Maura sobre modalidades de caza en San Huberto o, más interesante aún, una copia de un manuscrito firmado por el mismo Hohmann, que me facilitara Andino Grahan, detallando se relación con Luro y las peripecias del traslado de ciervos desde San Huberto a Collunco, y posterior liberación. También imperdibles son los fragmentos de los escritos de Antonio y Agustín Nores Martínez contándonos la inspiración genial y la creación del Dogo Argentino.
Con satisfacción veo que otros autores nacionales, en los últimos años y siguiendo esta línea, también han priorizado la divulgación de la obra de nuestros pioneros, los que hicieron posible, directa o indirectamente, que hoy nosotros disfrutemos de la caza deportiva. Autores como Amieba, y actualmente Campomar y Gómez Berrade han otorgado gran valor a la tarea de reivindicar y hacer conocer en detalle las biografías y las obras de dichos personajes.
El libro en cuestión
Los cazadores recordamos a Aaron de Anchorena como uno de los pioneros en la práctica de la caza deportiva, tal como hoy la entendemos, en nuestro país. Pero más aún, lo valoramos por su condición de introductor y protector de especies cinegéticas y su interés en la protección de espacios naturales y fauna salvaje -visión muy adelantada para su tiempo-. En este sentido, es importante mencionar que llegó a estar al frente de la Dirección de Parques Nacionales. No es necesario aquí hacer un resumen biográfico del personaje; para ello recomiendo la lectura de dos excelentes artículos de ese tipo: “Aaron de Anchorena, un dandy porteño”, de Roberto L. Elissalde, publicado en la revista “Todo es Historia”, y “Dandy, cazador y visionario Aaron de Anchorena”, de Eber Gómez Berrade, en este blog “Cazador.com.ar”.
Sí es necesario destacar la gran afición a los deportes al aire libre, incluso algunos de riesgo, de Aaron de Anchorena. Es famosa su dedicación a vuelos en globo, carreras de automóviles, incluso competencias náuticas con lanchas a motor; pero aquí nos interesa su afición a la caza deportiva, que practicó toda su vida y en múltiples lugares del mundo, para complementar además, como no podía ser de otra manera, con la cría y adaptación de animales de caza autóctonos y exóticos, que tanto disfrutamos nosotros hoy.
Este espíritu aventurero y, porque no admitirlo, una gran disponibilidad económica, le permitieron realizar esta muy aventuresca expedición a la Patagonia por un lapso de cuatro meses, cuando dicha zona era verdaderamente desconocida para la mayoría de los argentinos.
La expedición fue minuciosamente preparada y contó con la participación de varios integrantes: “Tuve la satisfacción de hacer el viaje con dos excelentes compañeros: el señor Estéban Lavallol, chasseur hors ligne, y el doctor Carlos Lamarca. En calidad de personal, iba Luis Boccard, ex empleado como preparador anatómico en el museo de La Plata; Constantino Ambrossioni, de oficio cazador, lleva según él, el record de los muchos leones y panteras que ha cazado en el centro de África; Telmo Braga, fotógrafo”. No faltaron los canes de caza: “Llevaba dos perros galgos amaestrados, que ya habían andado por la Patagonia…, un pointer de caza y el Pampa, champion fox-terrier que me acompaña desde hace varios años en todos mis viajes; y fue en este, el fiel centinela del campamento”.
Anchorena no tardó en llevar al papel la descripción de la expedición. Ese año editó un libro con múltiples registros fotográficos y un texto narrativo inicial. El libro fue editado por la “COMPAÑÍA SUDAMERICANA DE BILLETES DE BANCO”, en Buenos Aires, según se menciona en su primer página; posee texto de diez páginas de extensión y casi un centenar de extraordinarias fotografías, una por página, e incluso algunas a 3 paginas -con doblez- hechas de la unión casi imperceptible de hasta cuatro fotografías, al estilo de lo que hoy llamaríamos de tipo panorámica.
El principal valor del libro “Excursión á La Patagonia y á los Andes” radica en el registro fotográfico de lugares y momentos de la expedición, que poseen hoy gran valor histórico. De hecho en su primera página se lee “Descripción Gráfica de La Patagonia y Valles Andinos”; el mismo Anchorena, en el primer párrafo lo llama “álbum folleto”. Posee una gran calidad fotográfica y de edición. El texto es breve, ya que claramente no es el objetivo del libro y apunta a describir cronológicamente la expedición.
Me interesa destacar aquí, en este texto escrito para cazadores, la descripción de majestuosos lugares vírgenes llenos de fauna, y la información científica de dicha fauna; también, por supuesto, lances de caza que realiza con sus compañeros. Todo el texto trasuda interés cinegético. Aquí transcribiré el texto y las imágenes más relacionadas a ello.
Comienza la Expedición
Como es bien sabido la excursión comenzó por vía marítima desde Buenos Aires:
“El dia 15 de diciembre nos embarcamos en el Puerto de Buenos Aires, en el vapor “Chubut” de la compañía Hamburgo, que hace la carrera por las costas patagónicas. Al siguiente pasamos a corta distancia de Mar del Plata y el dia 17, después de pasar entre los acorazados nacionales que forman la división naval del atlántico, desembarcábamos en el puerto comercial de Bahia Blanca…”, donde desembarcaron y visitaron guiados por el mismísimo ingeniero Luiggi, el Puerto Militar, con su “…gran dique de carena … y las baterías de la costa que dejaron en nuestro ánimo la más satisfactoria impresión…”. Reembarcados en el “Chubut” pasaron por península de Valdéz, y fondearon en Puerto Pirámides “… donde cazamos algunos lobos marinos que los hay en abundancia…”.
Ese mismo día desembarcaron en Puerto Madryn donde finalizaron la navegación,
para continuar en tren hasta Trelew. Completan los preparativos, contratan guías y se les asigna, como escoltas cuatro soldados de la guarnición del Regimiento 6 y parten finalmente hacia la cordillera, acompañados de dos oficiales del ejército que viajaban también hacia allí.
Esta parte de la excursión la describe como “…si no la más penosa, la mas incómoda… con “…vientos huracanados,
excesivos calores… tábanos y nubes de mosquitos zancudos…”, pero los registros testimoniales fotográficos de ese periplo son imperdibles: de la colonia Gaimán “… pueblito puramente galense y bastante pintoresco…”, contacto y convivencia con tehuelches y su “cacique Kankel, “…andando dos dias en su compañía presenciamos esa tarea -caza con boleadora- llamada a desaparecer…”; Kankel los guía, desde allí hasta el lago Fontana donde “… al borde del pintoresco lago en donde nos instalamos con comodidad para pasar alli 18 dias…”.
Desde allí la expedición recorre varios lagos y estancias de pioneros del sur, inclusive el lago Nahuel Huapi y su famosa excursión a la isla Victoria; tras un tramo de navegación por el Limay y llegando a la estancia Confluencia se produjo el también famoso encuentro con su admirado Perito Moreno “…que se dirigía al Naüel Huapí, á lomo de mula…” y “…Tomando el tren en ésta llegamos á Bahía Blanca por la línea al Neuquen y de aquí por la del Sud regresamos á Buenos Aires el 3 de Abril…”.
Actividades cinegéticas durante la expedición
Desde el inicio del relato se nota el interés cinegético de los expedicionarios; no solo en las características del grupo (dos cazadores deportivos: Anchorena y Lavallol, y uno que podríamos llamar cazador profesional -Ambrossioni-, ya que lo menciona entre los empleados para la expedición); también en las razas de canes escogidos para la expedición: dos galgos y un pointer enseñados para cazar.
Son múltiples los episodios de caza que Anchorena narra; el primero significativo, dejando atrás la colonia Gaimán e internándose en el desierto hacia la cordillera cuenta: “La topografía del terreno es variada, grandes lomadas y algunas serranías; el suelo es pedregoso. Se ven grandes lagunas de agua salada, donde abundan los cisnes; en este trayecto se ven guanacos, avestruces y liebres patagónicas en gran cantidad, son de fácil caza y es el único alimento en esta parte de nuestra excursión, sino la más penosa, la mas incómoda y menos interesante, agregándose á estas molestias, frecuentes vientos huracanados, excesivos calores, observando hasta 39 grados á la sombra, tábanos y nubes de mosquitos zancudos.
-Por lo general acampábamos entre sauces á la orilla del río, donde hay abundancia de truchas. Estos pescados, que pertenecen á la familia de los percas, son de un sabor suave y agradable y no hay viajero por aquellas regiones que no haga su elogio.”
Más adelante: “En las altas barrancas que cierran el valle del río del Paso del Indio, cazamos el primer puma (león americano); la cacería de este animal no ofrece dificultades, especialmente con perros que sepan rastrearlos. Su carne es de un sabor agradable y parecida á la del cerdo”.
Notable es el interés, además, en el estudio y observación de la fauna: “En la Serranía de los muertos presenciamos una escena en extremo interesante: el combate entre un puma y varios guanacos que en defensa de sus crías hacían esfuerzos inútiles: nuestra intervención finalizó la lucha dando á los guanacos la mejor parte.”. Y finaliza el párrafo: “Hubiéramos deseado demorar algunos días en la zona y dedicarnos a la caza, que abunda, pero los pastos son pobrísimos en esta zona y la caballada estaba en mal estado, por lo que nos apresuramos a llegar a la región andina”.
Una vez en la cordillera e instalados en el campamento al borde del lago Fontana, donde pasarían 18 días, describe:
“Nada más hermoso ni mas pintoresco que en algunas de sus abras y al borde de algún torrente, ver á los huemules acercarse tímidos y curiosos, inocentes al peligro que les espera; -¡hermoso conjunto para un pincel, y que recuerda al viajero los parque artificiales de Richmond al borde del Támesis! El huemul es un ciervo más pequeño que el europeo, y se encuentra solamente en los Andes patagónicos; su especie es desconocida en los museos europeos”.
Más adelante y en la misma zona cuenta:
“Otra cacería interesante, pero peligrosa, es la de baguales ó vacas salvajes, animales alzados desde la época de la conquista. Para darles caza es necesario internarse en los espesos bosques de la cordillera, y sólo quien ha andado por esos parajes podrá darse cuenta de las dificultades que opone la tupida vegetación de la selva austral; se ve únicamente á los toros cuando, acometidos por los perros, salen furiosos de entre los tupidos cañaverales atacando cuanto encuentran á su paso: estos animales, por su ferocidad, podrían rivalizar con el afamado ganado de Miura en cualquier plaza de España… Abundan, además, los zorros colorados, de muy apreciable piel; avutardas y bandurrias, patos y becacinas”.
Al llegar a la colonia “16 de Octubre” la familia Roberts “… nos obsequió con un pic-nic, en una cascada sin nombre, distante cinco leguas de la estancia Underwood, un hermosísimo salto de agua de 80 metros de altura, y á la que los colonos bautizaron con el nombre de “Cascada Lavallol”, en memoria de uno de mis compañeros de viaje, y en el momento de cazar un cóndor que volaba a gran altura…”.
La Isla Victoria
Ya instalados en la población de San Carlos, junto al lago Nahuel Huapi, de los señores Hubbe y Achelis, “…alemanes… sumamente progresistas y emprendedores…” y “Contratando el vapor Cóndor, de 50 toneladas de desplazamiento -propiedad de los mencionados alemanes organizamos una excursión de cacería á la Isla Victoria…”,
“…Costeamos por algún tiempo la isla, hasta entrar en un puerto del más precioso aspecto, situado en la parte occidental, totalmente cubierto de inpenetrable bosque de cipreses y de hayas; pasamos en él varios días cazando cabras salvajes que las hay en abundancia. Los vecinos le dieron el nombre de Puerto Anchorena en recuerdo de nuestra estadía…”.
Regresando
Ye realizando el regreso y en parte navegando “…en un bote construido expresamente descendimos el correntoso río -río Limay-…” y “…Pasando estos rápidos el río es fácilmente navegable. Abundan en ellos huillines ó lobos de aguadulce, de finísima piel…”.
CONCLUSIÓN
Por supuesto que “Excursión á La Patagonia y á los Andes” no es un libro de caza. Reducirlo a ello es menospreciarlo; y también menospreciar a Anchorena. Es un libro de gran valor histórico, escrito por alguien que, además, era un cazador deportivo. Por lo cual, a lo largo de toda la expedición la practicó plenamente como un verdadero cazador: observando y disfrutando esos extraordinarios entornos llenos de magnifica fauna. Y es eso justamente lo que quise traerles. Pero por supuesto no fue el fin de Anchorena. El fin claramente lo define él mismo al comienzo del libro:” Deseaba conocer esas comarcas de las que sólo tenía noticias por la lectura de algunas crónicas de viaje y por las bellas descripciones publicadas por el perito doctor Moreno, uno de los primeros exploradores y tal vez quien conoce mejor aquella hermosa región que forma parte importante del suelo argentino, y que es apenas conocida por un número escaso de viajeros…”.
El mayor valor del libro, según mi opinión, es histórico; son imperdibles los registros y descripciones de sus múltiples encuentros y convivencias con tribus indígenas, especialmente con nuestros verdaderos pueblos originarios: los tehuelches. También los registros gráficos y narrativos con pobladores inmigrantes radicados en la zona y sus colonias. Es muy evidente el interés de Anchorena en registrar y hacer conocer esas bellísimas regiones de nuestra patria, que luego demostró en su esfuerzo para la creación de parques nacionales. El aspecto cinegético tal vez sea el de menor importancia. Pero yo, ya lo mencioné, he tomado la pluma para cazadores; y ese aspecto fue el que quise hacerles conocer. Es obligación recordar, sobre todo a lectores no cazadores, que los hechos del pasado deben ser juzgados en base al contexto histórico en que sucedieron. Para ser más claro: el huemul no era una especie protegida en 1902. Es más, no existían muchas descripciones científicas del mismo en ese momento.
Finalizo este artículo con las ultimas frases de la narración de Anchorena, quien llego de regreso a Buenos Aires el 3 de Abril:
“Aquí termina el viaje, que ha durado próximamente cuatro meses, y que no obstante las penurias sobrellevadas, me deja el grato recuerdo de haber recorrido uno de los escenarios más pintorescos del mundo.
Se experimenta en su presencia una sensación extraña, despertada talvez por la inmensa soledad en que se mueve el viajero ó quizá por el contraste que evocan los recuerdos de otros viajes donde brilla la civilización.
Pero, nada iguala la magnificencia imponente de estos paisajes andinos; la masa enorme de sus nieves, lo impenetrable de sus bosques, la extensión de sus lagos y de sus pampas en las que el indio bolea todavía el guanaco y el avestruz, como en los tiempos primitivos.
En un día no lejano se infiltrará también allí la civilización, y no por eso se habrá desprendido del panorama una sola pincelada de su incomparable belleza.”.