El día está muy frio; es un domingo de invierno. Ambas cosas invitan a no salir, por eso mismo no anda nadie y no hay ruidos de ciudad; y, por eso también, me gusta. Estoy mirando el fuego que encendí hace minutos. El fuego me traslada, inevitablemente, al campo; Y esa sensación agradable, me induce a revisar los registros gráficos de mis cacerías; álbumes de fotos que llevo desde hace muchos años. No me desagrada lo digital ni las pantallas; pero no es lo mío; soy del papel. Nací con el papel, me crie con el papel, me instruí con el papel y amo los libros: mi segunda pasión. Todos mis registros están en papel. Ojeo desde el primer álbum; foto por foto; pasan muchos años en pocos minutos; mi mente vuela muy lejos mientras el fuego me transporta… Cuando cierro el último, con fotos recientes, me embarga una extraña sensación. Nunca la tuve. Pienso que tal vez sea la evidencia clara del cambio de mi cuerpo a lo largo de las fotos: estoy más viejo; en unos minutos mi cabello se blanqueó; mi rostro se arrugó; solo mis ojos -y mi mirada- me parecen intactos. Pero no es eso. De repente lo entiendo: cambiaron las imágenes porque cambió el sentido de lo que buscaba al tomarlas. Lo analizo y sonrío. En las más viejas se priorizaba el momento de alegría; siempre acompañado; risas; las presas logradas muertas, algunas en el piso, otras colgadas; sangre en todas; vísceras; animales soberbios colocados en situación de valorar sus trofeos: jabalíes con bocas abiertas para resaltar sus colmillos… Pero a lo largo del tiempo, las imágenes van cambiando. Paso de estar con compañeros, a estar solo, y finalmente desaparecer como protagonista en las más recientes. Allí solo están los majestuosos animales: ya todos viejos (el objetivo final de la verdadera caza); y ya no están preparados para la foto: están como los encontré. Mejor dicho: están mejor. Ya que, en los últimos años, luego de sentarme a su lado, tocarlos y quedarme en silencio unos minutos -que encierran toda una filosofía casi mística, religiosa-, tapo la sangre para la imagen. Solo guardo el recuerdo del majestuoso semental viejo. Cada vez lo entiendo mejor. Con los años fui cambiando imperceptiblemente. Y fui priorizando lo que verdaderamente hoy me importa. Ya no hay múltiples compañeros, ni risas, ni sangre, ni vísceras. También entiendo cuan inepto e inapto – y peligroso-, es un registro de imágenes para captar un momento de caza, sobre todo cuando son evaluadas por personas ajenas a la misma. Aquellas risas eran reales; estábamos contentos; pero hoy se ven como algo grotesco; fuera de lugar. Es verdad: la muerte, aún la de la presa en el contexto de una actividad felicitaria como la caza, no tiene ninguna compatibilidad con la risa; no puede tenerla.
Y de pronto, pensando en el asunto, entiendo que, si los cazadores no cambian radicalmente la modalidad actual de sus recuerdos gráficos de cacerías, nuestra actividad, en el mundo de hoy, tendrá cada vez más detractores y será cada vez más difícil de defender.
Introducción
Tal vez el preámbulo anterior parezca exagerado. Describo un momento de lucidez que me generó varios interrogantes: ¿los registros de caza actuales son representativos del momento que inmortalizan? ¿Transmiten los verdaderos valores de la caza deportiva? Más aún, en esta época de redes sociales y extraordinaria velocidad con que se difunden, ¿mantienen su función inicial? ¿O tergiversan lo que vivimos en el campo, dando una imagen que nos perjudica?
En mi libro “Hacia una Moral Cinegética” dedique mucho espacio a describir los grandes y veloces cambios culturales que se han dado en el mundo occidental; entre ellos, y afectando nuestra actividad, el cambio en la percepción de la relación humano-animal por parte del hombre actual, con el consecuente surgimiento del animalismo que conlleva a la humanización de los animales, y el impacto negativo que esto ha tenido en la caza deportiva; también describí la condición de minoría en extinción en que considero nos encontramos los cazadores deportivos -y cultores de otras actividades que históricamente involucran a animales en su práctica-.
En ese contexto, las preguntas planteadas más arriba me parecen claves a la hora de defender nuestra actividad. Más aún, de indispensable análisis a la hora de tomar decisiones estratégicas para la defensa de la misma. Me refiero a la necesidad de analizar y modificar conductas que hoy son perniciosas para la caza.
Analicemos las cosas desde el principio; desde el origen. Una visión global nos permitirá entender más claramente el mensaje que intento trasmitir.
Breve análisis de los registros de caza a lo largo de la historia
Sospecho que, como ya analizamos cuando tratamos sobre el origen y el significado del trofeo, el hecho de registrar de alguna forma el momento de caza, tuvo que ver con la intención de inmortalizarlo; o al menos preservarlo para evocar su recuerdo fácilmente. A lo largo de la historia de la caza observamos que la intención de dejar plasmados esos momentos mediante algún tipo de representación se dio desde el inicio. En otro lugar, analizando la historia de la caza practicada por nuestros antepasados recolectores cazadores hasta el comienzo de la modalidad deportiva, describimos sublimes ejemplos: pinturas rupestres, pinturas egipcias, bajorrelieves asirios, etc. A simple vista y a lo largo de toda la historia destacamos dos hechos concretos: primero, el afán de registrar esos momentos; y segundo, una evolución en los mismos que podríamos definir como cultural-tecnológica (desde pinturas rupestres hasta los actuales -de tecnología avanzada-: videos de caza de alta calidad con cámaras portadas por el mismo cazador).
Es el segundo punto el que considero importante desarrollar para que se entienda el concepto que intento explicar. Si no entendemos esto no se entenderá mi mensaje.
Cuando analizamos este periplo cultural-tecnológico de nuestros métodos de registros de caza, desde las pinturas rupestres hasta nuestros actuales videos de caza, vemos que en sus inicios las representaciones de caza eran principalmente artísticas. Pinturas rudimentarias que tardaron miles de años en evolucionar de rupestres hasta las egipcias, bien detalladas con múltiples colores. Otro salto importante fue hacia la escultura: desde los bellísimos bajorrelieves asirios hasta esculturas griegas y romanas de motivos cinegéticos. Se tarda mucho hasta el próximo gran salto que se da -y no es casual- a los siglos posteriores al renacimiento, cuando la caza deportiva alcanzo gran resplandor, y la pintura, de motivos cinegéticos, pero por supuesto también en general, tanto mural como de caballete, alcanza un nivel artístico superlativo -tanto que las pinturas con motivos cinegéticos poseían más valor artístico que como recuerdo de caza-. Es clave entender esto: esta evolución de los registros, que fue más artístico que tecnológico, llego a permitir el disfrute y la valoración de las mismas por parte de público no cazador; todos estos registros, o ya podríamos decir obras de arte de motivo cinegético, eran disfrutadas y valoradas por cualquier público; no eran patrimonio exclusivo de los cazadores. Cualquiera podía tener una pintura de caza y no solo no se avergonzaba ni debía esconderla, sino que era signo de buen gusto y seguramente se destinaba a sectores del lugar con acceso a invitados. Aún hoy, cualquier turista puede deleitarse en el British Museum al pasar frente a los bajorrelieves asirios observando leones atravesados por flechas de forma muy realista, sin sentir desprecio por la caza y por los cazadores (más bien saldrá sorprendido del gran nivel artístico de la escultura en ese tiempo); o pasear por los jardines del palacio de Versalles y deleitarse con las magníficas esculturas de caza -perros peleando con ciervos y osos- sin sentir animadversión hacia la caza y los cazadores- y seguramente disfrutando el nivel artísticos de esos bronces.
El siguiente salto, muy significativo, fue la aparición de la fotografía. Ésta, manteniendo en sus inicios ribetes artísticos, pudo amoldarse a los viejos preceptos necesarios para ser un registro de caza representativo. Bien preparadas antes de ser tomadas, bien acoplada al momento de su surgimiento con los preceptos de la caza deportiva, presas respetuosamente colocadas, luciendo el cumplimiento de normas de respeto hacia la presa -como las típicas hojas de roble cubriendo la herida y en la boca-, cazadores con atuendos típicos, eventualmente sus canes en posición de reposo, etc. Podríamos decir que, en sus inicios, la fotografía, a pesar de ser un salto ya tecnológico importante, cumplió los mandatos históricos necesarios para ser utilizada como registro de momentos de cacería y no desentonó con las formas de registros anteriores.
Hasta aquí podríamos asegurar que los cambios fueron, como ya dije, más de tipo artístico que tecnológico.
En los últimos veinte años se produjo el salto más significativo en este campo; tal vez el más extraordinario de todos en cuanto a velocidad de cambio; podríamos decir que fue dual, ya que comprende dos sistemas de registros gráficos que se realizan con un mismo dispositivo: en la fotografía (gran mejoría de calidad de imágenes y, muchos más importante, gran accesibilidad a la misma -cámara fotográfica en smartphones, con rápida y fácil difusión de las mismas vía internet, cada vez más frecuente en zonas rurales, y redes sociales-); y, en segundo término, la irrupción masiva de los videos de caza, registrados con los mismos dispositivos -teléfonos celulares- o mini cámaras y difundidos de la misma forma. Todos estos últimos cambios han sido, a todas luces, mucho más tecnológicos que artísticos
Si analizamos y comparamos la evolución esencial de la caza deportiva y la evolución de los métodos de registros gráficos de caza llegaremos a una conclusión sorprendente.
La caza deportiva no ha cambiado en su esencia a lo largo de su existencia (probablemente más de 5.000 años). La extraordinaria evolución de las herramientas utilizadas en la misma, desde el arco y la flecha, pasando por las armas de fuego y miras ópticas de gran calidad, no cambió sustancialmente el conjunto de valores principales: dificultad, incertidumbre, sacrificio. “Toda la gracia de la cacería está en que sea siempre problemática”, diría Ortega, y esto se ha mantenido hasta hoy. Como escribí hace tiempo, la caza deportiva tiene como característica principal la existencia de reglas preestablecidas para su práctica, destinadas a mantener un equilibrio lógico entre cazador y presa, que permita siempre que esta última tenga posibilidad de eludir al cazador. Como diría Ortega: “…. para que se produzca genuinamente ese precioso acontecimiento que llamamos cacería es menester que el animal procurado tenga su chance, que pueda, en principio, evitar su captura…”. Y esto ha sido así a pesar de todos los adelantos que dispone el cazador, logrando una estabilidad significativa desde el punto de vista de principios y reglas de práctica. Se ha mantenido, cada vez con mayor dificultad, ese equilibrio necesario entre cazador y presa que la caza deportiva demanda como indispensable.
Ahora bien, paralelamente, la forma de registrar los momentos de caza, también de extraordinaria evolución -desde las pinturas rupestres hasta los videos de gran calidad-, no logró mantener la representatividad de los valores esenciales, la veracidad emocional y autenticidad que tenían inicialmente. Todo esto, y aquí está lo peligroso, especialmente para el público no cazador, hoy hipersensible por los cambios culturales descriptos y alejado como nunca antes de los ambientes rurales (antes mucho más cercanos a la población general), más ligados a nuestra milenaria actividad.
En pocas palabras: a medidas que los registros de imágenes fueron evolucionando tecnológicamente, perdieron paulatinamente valor como verdaderos transmisores del momento de caza registrado, distorsionando peligrosamente el significado de lo mostrado en ellos. Consecuentemente, y teniendo en cuenta los cambios culturales analizados más arriba, los sistemas actuales, fotográfico y videos masivos, generan un lógico rechazo en el público no cazador (y también entre muchos de nosotros, los cazadores).
La idea que intento transmitir es la siguiente: el gran cambio cultural que vivimos en los últimos años ha trastocado significativamente la percepción de la relación humano-animal, generando el fenómeno generalizado de humanización de los animales; esto ha redundado en un alto nivel de desaprobación de actividades como la caza deportiva, principalmente en la población urbana, que hoy es mayoría. Paralelamente, y dentro del mundo de la caza -deportiva o no-, los registros en imágenes de cacerías han evolucionado tecnológicamente en forma abismal (en cuanto a calidad, facilidad de toma y de difusión instantánea a distancia vía internet-redes sociales) a la vez que han ido perdiendo capacidad de trasmitir con veracidad los valores y principios básicos de la caza deportiva.
Para comprender el concepto y porqué hoy generan rechazo en el público no cazador, analizaremos en profundidad y en forma individual los dos métodos de registros utilizados actualmente en forma masiva en nuestra actividad: la fotografía y el video.
La Fotografía como método de registro de imágenes de caza
Tal como dije la fotografía en su inicio como registro cinegético, cumplió acabadamente con el mandato de trasmitir una imagen compatible con los principios básicos de la caza deportiva. Por supuesto que esto dependía, y depende, de las personas -los cazadores- que toman las fotografías. Y aquí está justamente el problema.
Inicialmente la fotografía cumplía el cometido porque los principios básicos de respeto a la presa y a los principios de la caza se trasladaron a la pose -de presa y cazador- para la imagen. Estos principios o preceptos se mantienen hoy en los lugares donde se esfuerzan en mantenerlos. Lo viví cazando en Europa y en Namibia. Tal vez algún malpensado pensará que se mantienen con un fin comercial, con la idea de hacer sentir bien al cazador, que deja una buena cantidad de dinero en cada cacería. Tal vez pueda ser en algún caso; pero les aseguro que en los lugares que mencioné experimenté el extremo respeto hacia las presas, hacia la fauna y hacia los principios de buena caza que practican los cazadores en esos lugares. Allí aprendí mucho de lo que hoy siento y llevo a la práctica.
Se ha escrito mucho sobre esto; la colocación de la presa, el ocultamiento de heridas, sangre o alteraciones producidas por el disparo; la pose del cazador, respetuosamente colocado; la no colocación de objetos, como el arma, sobre la presa, etc. son todos aspectos a cumplir a la hora de tomar la fotografía.
Si estos mandamientos parecen exagerados, recuerden el rechazo unánime que generaron imágenes difundidas de un cazador local que, cazando en África, posaba sentado sobre la presa, abrazando a una blonda acompañante -también sentada sobre la pieza de caza- y con la otra mano sosteniendo un habano recién encendido. ¿No les generan rechazo? ¿No está alejadísimo de la caza que nosotros practicamos? ¿No es perjudicial para el resto de los cazadores que nada tienen que ver con esa forma de matar animales?
Creo que la fotografía puede mantenerse como forma de registro de momentos de caza solo cuando se realiza respetando a ultranza los preceptos morales de respeto a la presa obtenida. Y, aun así, y pensando en la preservación de nuestra actividad, debe realizarse con cuidado. Me refiero a que, aunque sean obtenidas de la forma correcta, en esta época, su difusión masiva es perniciosa. Deben ser de exposición limitada. Debemos entender que hoy, la población occidental, de la cual formamos parte, carece de la capacidad de comprensión exacta del significado de la caza.
Personalmente siempre asumí que el verdadero cazador debe ser discreto al extremo con sus momentos de caza, sus trofeos y sus registros gráficos; esta ha sido una regla de oro en mi caso para la práctica de la caza deportiva. Pero hoy, esta discreción personal debe ser norma obligatoria para todos los que la practican. 
Resumo en dos palabras la actitud obligatoria que para mí debe tener el cazador hoy al momento de registrar en imágenes sus experiencias de caza: RESPETO y DISCRECION.
(Para no olvidarlo ofrezco la alegre mnemotecnia del perfecto caballero victoriano y su correcta actitud frente a una dama: respeto y discreción).
El Video como método de registro de imágenes de caza
En esta opción, no negocio. Declaro mi opinión al comienzo: el video de caza no solo me desagrada, creo que no representa íntegramente el verdadero momento de caza, siempre destaca lo peor de la misma y, por último, nos perjudica enormemente como cazadores deportivos.
Confieso públicamente que, a pesar de mis años de cazador, me desagrada ver los videos de caza porque la mayoría no trasmiten los verdaderos valores de la caza que yo practico. Y resalta, tergiversando su significado, lo que menos me gusta de ella: la muerte de un soberbio animal.
Escribí extensamente sobre la muerte en el contexto de la caza. Todos sabemos que, como dijo el genial Ortega, es indispensable su presencia para la captura de la presa; si no, no es caza. La esencia misma de la caza es la captura de la presa, matándola; repito: si no, no es caza. Pero esto no implica que el objetivo único y primordial de la caza sea matar; ni que resulte agradable al cazador: “…Pertenece al buen cazador un fondo inquieto de conciencia ante la muerte que va a dar al encantador animal. No tiene una última y consolidada seguridad de que su conducta sea correcta… Se encuentra en una situación ambivalente que muchas veces ha querido aclarar, meditando sobre el asunto, sin conseguir nunca la buscada evidencia…” sentencia Ortega, explicando la sensación del verdadero cazador frente a la muerte; pero mucho más contundente al respecto es cuando nos dice: “…Al cazador (deportista) no le interesa la muerte de la pieza, no es eso lo que se propone. Lo que le interesa es todo lo que antes ha tenido que hacer para lograrla; esto es cazar…”, “… La muerte es esencial porque sin ella no hay auténtica cacería…”; “…En suma, que no se caza para matar, sino al revés, se mata para haber cazado. Si al deportista le regalan la muerte del animal, renuncia a ella. Lo que busca es ganársela, vencer con su propio esfuerzo y destreza al bruto arisco…”.
Desde que existe la caza deportiva, la muerte de la presa constituyó una parte brevísima de la misma. Piénsese las horas que le tomó al cazador matar un jabalí al acecho: desde las que invirtió en preparativos para la caza, en el viaje hasta la zona de caza, en las noches apostado hasta que dio con la presa, etc.; y compárese con los segundos del disparo hasta la muerte de la presa y se entenderá lo breve que es el momento de la muerte en una cacería.
Además, uno de los preceptos básicos e iniciales en la caza deportiva es producir en la presa una muerte rápida y sin sufrimiento. De allí el tiempo invertido en estudiar la anatomía de la presa y los conceptos balísticos necesarios para poder concluir en una muerte breve y sin sufrimiento. Por supuesto esto es lo ideal; no siempre se logra. Si todo esto se cumple, lo normal es que la muerte sea un momento breve y el cazador llegue a la pieza ya muerta.
Lo explico con un ejemplo. Cuando en un video de la caza de un jabalí al acecho, el espectador solo ve, en pocos segundos, la aparición del animal, seguido con el retículo de la mira y caer desplomado, su interpretación del momento es la de una muerte excesivamente fácil y la de una presa sin ninguna chance de vivir; todos los que practicamos esta modalidad sabemos que justamente se caracteriza por lo contrario: el sacrificio, la paciencia, la tenacidad, y el cuidado extremo de no matar equivocadamente a otro jabalí que no sea la presa indicada. Todas estas características demandan muchas horas, muchos intentos, mucha paciencia, muchos conocimientos y mucha suerte; nada de estas características quedan reflejadas en un video de caza.
Ningún video de caza resalta todo esto: el sacrificio, la pasión, la constancia, el respeto hacia la presa, la admiración hacia la misma; todo esto constituye el verdadero espíritu de la caza deportiva. Repito: no hay video que muestre esto.
El video de caza hoy prioriza el momento del golpe de la bala en la presa; el momento de la muerte; lo eterniza y lo hace reproducible a voluntad. Es más, hoy proliferan en las redes videos que muestran exclusivamente animales que pasan de estar vivos a recibir un impacto, desmoronarse, espantosa e inanimadamente, y antes de terminar la caída, pasar a otro animal en idéntica situación, hasta el cansancio. Por supuesto que en algunos se ve claramente la deformación anatómica que produce el disparo con la consecuente dispersión de sangre y fragmento de la pieza. Hay de disparos a distancia, de caza de alimañas, y de caza en montería. Empeoran la situación los videos de matanzas con armas automáticas, a veces con helicópteros, de especies probablemente perniciosas para el lugar donde se filman, pero que confunden al público general con la caza deportiva, que nada tiene que ver con esas matanzas.
Mi reflexión es la siguiente: si a mí, que soy cazador, me disgustan y a veces me asquean los videos de caza, piensen lo que genera en el público citadino no cazador, embebido en todas las ideologías ecologistas con las que lo bombardean hoy.
Mi postura: los videos de caza nos perjudican; el cazador común no debería realizarlos. Si lo hace, deberían tener difusión muy limitada y priorizar los verdaderos buenos momentos de la caza: el acecho, el contexto natural, el sacrificio del cazador; si se logra la presa, mostrarla con respeto, ya capturada y postrada (no su manipuleo siendo cadáver). Esto ya lo han comprendido las grandes marcas europeas de armas y de ópticas que producen videos publicitarios en este estilo.
Conclusión
Estamos haciendo uso -y abuso- de algo que nos perjudica enormemente. Es licito y comprensible registrar imágenes de caza para recuerdo o para compartir con otras personas. Pero de la forma que hoy lo hacen los cazadores, las imágenes registradas confunden y tergiversan los verdaderos valores de la caza deportiva, empeorando la imagen pública del cazador. Es increíble lo poco que analizamos este tema y la poca importancia que le damos. En esta época de cambios culturales tan perniciosos para nuestra actividad debemos, en primer lugar, cambiar la modalidad en que registramos las cacerías y, mucho más importante, restringir a lo mínimo posible su difusión.
