Gladiador de mil batallas

Uturunco de Santa Isabel

Considerado por los criollistas amantes del Dogo Argentino como uno de los “Padres de la Raza”.

Nació en Santa Isabel, la Legendaria Quinta propiedad de la Familia Nores, en la Provincia de Córdoba. Argentina, allá por fines de la década del 50.

Uturunco provenía de la línea de sangre directa de los primeros Dogos argentinos creados por Antonio Nores Martínez.

Propiedad de Francisco “Pancho” Nores Martínez, quien se lo diera a su hermano Agustín para que lo formara como cazador.

Nace sin pedigree, ya que en esos años no existían. Cuando Agustín Nores Martínez comienza con la ardua tarea de dotarlos y como corresponde a todo inicio, se comienza por anotar perros adultos. ¡Por lo que Uturunco fue anotado como R.P.B. n.º 4, es decir, de aquella primera generación!

Agustín lo lleva de cachorro a su estancia Nido de Cóndores, en Esquel, Provincia de Chubut, donde ya desde pequeño comienza a cazar en los hostiles terrenos y el duro clima de la Patagonia Andina. Formando parte esencial en sus jaurías y destacándose sobremanera en sus tareas. Para así comenzar a engrosar su frondoso prontuario… ¡Y gestar esa mentada leyenda del “Gladiador de mil batallas”!

Después de algunos años de haber acompañado a ese gran cazador como lo fue Agustín, este cede Uturunco a su amigo y compañero Elías Owen, un cazador, residente de Trevelin, localidad vecina de Esquel, quien tuvo el privilegio de formarse como doguero, de la mano de Agustín Nores Martínez.

Con la llegada de Uturunco, Owen gestó nuevas camadas, enriqueciendo aún más la sangre de sus perros y pudo disfrutar del total equilibrio que había forjado ese gran gladiador.

Uturunco inmediatamente comenzó a comandar las batallas, sacando a relucir esa gimnasia funcional y ancestral que corría por sus venas.

Años más tarde, Agustín comienza a cruzar cartas con un joven y entusiasta cazador de la localidad de Allen, Río Negro, quien además de contarle de sus cacerías y expresarle sus frustraciones con algunas razas que había probado en sus jaurías, le pedía que le proveyera algunos Dogos para probarlos.

Ese joven cazador de Allen, era nada más ni nada menos, que “Chiche – Amadeo Biló”.

Las cartas de Amadeo relataban duras cacerías de grandes jabalíes y en terrenos muy hostiles, que generaron una gran expectativa en Agustín. Por ello, organizó con su compañero Elías Owen una cacería en la que Amadeo sería el anfitrión.

Alistaron sus cosas y solo cuatro de sus mejores dogos: Kob, Chicha, Lanín y Uturunco. Emprendiendo un viaje por los duros caminos de ese entonces, de casi 800 km, que separaban Esquel de Allen, donde los esperaría Chiche.

Fue una salida memorable, dieron caza a ocho jabalíes y establecieron una gran amistad que perduró en los años.

Tiempo después, Elías y Agustín le enviaron de obsequio a Amadeo sus dos primeros Dogos Argentinos.

Los perros eran hijos de Cholila, una de las mejores dogas de Agustín, que como él relata en su libro EL DOGO ARGENTINO, había muerto en su ley.  Y del Gran Uturunco, que por ese entonces tenía cerca de 6 años de edad, más cicatrices, por sus batallas, que un viejo Samuray, y aun así, seguía luchando incansablemente con esos grandes jabalíes cordilleranos.

Esos primeros Dogos argentinos que llegaron a manos de Amadeo fueron: DELE y DAY. Este último, con el tiempo, fue artífice de una de las más grandes leyendas dogueras que se gestaron en Argentina.

Uturunco, con cerca de 10 años de edad, vuelve a Córdoba, a manos nuevamente de Pancho Nores Martínez, quien le cedió a su amigo Horacio Rivero para que este lo use como reproductor en su criadero “Del Totoral”.

Horacio fortalece a Uturunco con un tratamiento vitamínico y logra que sirva algunas de sus perras, entre ellas la majestuosa Manqué del Totoral. Naciendo en esa lechigada otro Dogo Argentino emblemático “Tupí del Totoral” (Mancha del Chubut).

Allá por 1970, cuenta Horacio entre sus tantas y fascinantes historias, que su amigo Pancho Nores Martínez le pide que lleve algunos Dogos a una muestra con jabalíes que realizarían en la Quinta Santa Isabel.

Horacio le encarga a su amigo Antonio Laguia que aliste a su gran Dogo Huinca, para que trabajen juntos en la exhibición.

Él prepara a Tupí, por ese entonces, un Dogo que se destacaba ganando todo en las pistas y aún más en la arena.

En esta cuasi prueba de campo, sueltan un gran jabalí en un potrero (que disponían en la quinta para tales fines) y por supuesto, los dogos. Como era de esperar, esos dos grandes colosos, a los pocos metros, ya habían sometido al chancho. Aunque eso no es el tinte de la historia.

La anécdota la enriquece nuevamente ese Gran Gladiador Blanco, quien ya contaba con casi 13 años de edad, y si a sus 6 años Agustín decía que tenía más cicatrices que un viejo Samuray, imaginen como estaba con casi 13…

Uturunco seguramente se encontraría descansando en algún tranquilo lugar de la quinta, pero la bulla de la pelea lo llamó y él no podía faltar.

Aparece sin que nadie sepa de dónde. Corre como puede… Con todas esas dificultades propias de su edad y los duros golpes que cargaba en su haber.

Encara directamente hacia la batalla, prendiéndose a la bestia como podía (ya sin dientes o con muy pocos), pero con el mismo temperamento de sus mejores épocas. Desatando el delirio y la ovación de todos los presentes.

Creo que ahora podrán entender por qué se lo considera uno, aunque para muchos (me incluyo) – «EL PADRE DE LA RAZA».

Uturunco marcó a fuego esa nobleza y aguerrido carácter cazador QUE TODO DOGO ARGENTINO TIENE. Enalteciendo las palabras de su creador EL MÁS PERRO DE TODOS LOS DE PRESA Y EL DE MÁS PRESA ENTRE TODOS LOS PERROS DE TODAS LAS RAZAS”.

Cazador