Hijos de Caín

Por Alberto Nuñez Seoane.

Así nos deben de considerar toda esa parva de chapuceros de la ecología. Parece que la condición de “cazador”, fuese un estigma con el que la sociedad ha de cargar, mal que le pese.
Parece que “cazar”, no fuera una actividad legal. Parece que la libertad individual de cada uno, para dedicarse a lo que guste, sin incumplir las leyes y sin molestar al vecino, no fuese un derecho, también, del cazador.
Del mismo modo que los cazadores respetamos a los que no tienen nuestra misma pasión; al igual que los que vivimos la caza, no obligamos a nadie, que no quiera, a identificarse, ni siquiera, compartir, nuestro modo de sentir, del mismo modo tenemos todo el derecho a exigir que todos ellos nos respeten.
Un ejemplo, enervante, de lo que les escribo, es el trato que recibimos, cuando de tomar un avión se trata.
Resulta paradójico que los que cumplimos con las normas vigentes, los que pagamos licencias, permisos, guías, etc.… los que estamos registrados, controlados, agobiados por las autoridades competentes, y por las incompetentes también; estemos considerados como presuntos delincuentes.
Tratar de viajar en avión, con un arma –por supuesto, con todos los papeles en regla-, y conseguir que llegue con nosotros, a tiempo y en las mismas condiciones en las que la facturamos, más que una utopía, es un imposible.
Hay una plaga de funcionarios, en los aeropuertos, que actúan como auténticos terroristas descabellados. Se dedican, con la cobardía del anonimato, a destrozar fundas de rifles o escopetas, a impedir que “el paquete” tome el vuelo que le corresponde o, lo que es peor, a alterar el destino del equipaje cinegético.
En los viajes que realicé durante el pasado año, en ninguno de ellos conseguí que mi rifle llegase cuando o a donde debía llegar, y me consta que no soy el único, por desgracia, la lista de perjudicados no tiene fin.
No deja de sorprenderme que la Guardia Civil, responsable del control de las armas en los aeropuertos españoles, muestre siempre un comportamiento ejemplar, una colaboración absoluta, un respeto y una amabilidad fuera de cualquier posible objeción; ellos que son los que, caso de tener que hacerlo, deberían ser los únicos que generasen algún problema, no sólo no lo hacen, si no todo lo contrario.
Del otro lado, el de color mierda, están todos esos renegados que se arrogan competencias que no tienen y aplican el salvajismo y el boicot, a todo el que no piense como ellos lo hacen.
Alguien debería tomar cartas en el asunto. Estamos hablando de mercancía delicada y peligrosa, si cae en manos de quien no debe. Hablamos de perjuicios graves, de molestias innecesarias, de contratiempos inmerecidos. Toda una retahíla de absurdas sin razones que, si nadie lo remedia, seguirán castigando a quien ninguna culpa tiene y, además, cumple con todas las exigencias y requisitos legales que se le piden.
Hay aeropuertos malditos y, Barajas, es uno de ellos. No creo que fuese tan difícil tratar de poner las cosas en su sitio y, sobre todo, tomar medidas para que esos desalmados que se dedican a allanar la propiedad privada, dejasen de campar por sus respetos y vanagloriarse, encima, de las perrerías que hacen.
Ellos, los piratas aeroportuarios, nos tienen por “hijos de Caín”, lo que no saben es que, probablemente, Abel, era un cornudo consentido, o sea, que sus hijos, ellos, lo son de una madre a la que le tiemblan las piernas después de cada jornada de agotador trabajo. Ya saben.