Introducción

Por Robert Urqhuart

Hace años debí haber escrito este libro, pero por una razón o por otra o no me daban los tiempos o no encontraba el momento adecuado para hacerlo. Y mucha gente me pidió que lo escribiese. Como yo estaba convencido que lo que hacía era normal no veía la necesidad, sin embargo ahora comprendo que lo que yo hago es algo fuera de lo común. Esto que voy a contarles a continuación fue real, con historias y casos que existieron. Tal vez muchas personas no lo entiendan o les resulte extraño, pero solo hay que saber leerlo. No voy a poner palabras difíciles y voy a tratar de ser lo más conciso y directo posible. Soy tipo común y corriente de 54 años de edad, que conoció el campo desde muy chico, cuando “el campo era CAMPO”, y todavía existía la chulengueada y se boleaba el avestruz para tener sus plumas. En esos años, agarrar diez zorros grises equivalía a un mes de sueldo, por eso se acampaba y vivía solo del rebusque. Todo eso lo hice yo…

Pero esa es otra historia, que quedará para otro libro.

El arte de cazar me sale de la sangre. Siempre me gustaron los desafíos. No es por agrandarme, pero yo siempre para mí tuve que ser el mejor, o al menos aprender a serlo, o intentarlo, por lo menos. Escuchaba a «los viejos» -a la gente mayor- decir que esta actitud en mí siempre fue un hábito, una costumbre.

Antes todo era más sacrificado. Los viejos eran muy reservados: no te enseñaban ¡ni a armar una miserable trampa! Desde los nueve años arranqué cazando libres: las agarraba con guaches y vendía los cueros. Cuando fui más grande, llegué a hacer cuatro temporadas de caza comercial, capturando hasta cinco mil por campaña. Y zorros grises por lo menos cien -menos no me servía; como ya les dije: yo tenía que ser el mejor-.

Plumas llegué a vender hasta cien kilos por invierno. Fui, soy y seré un tipo que jamás deja un pedazo de carne tirada: si lo cazo, me lo como, o mis perros o yo. Para muchos el zorro colorado es difícil de cazar, y algo de cierto hay en eso. Eso sí, hay que tener buenos perros. No obstante, para mí es una papa, porque es ahí cuando se ve la baquía del trampero y no la del animal. Pero guarda ¡que también tengo muchas perdidas eh!

He sido contratado como cazador a lo ancho y a lo largo de Santa Cruz, mi provincia natal, donde también supe agarrar a muchos perros baguales.

Admiro a los animales que cazo al punto de estudiarlos a fondo para poder ganarles. Pero una vez que lo conseguía, me aburría. Entonces se me ocurrió que podía haber algo más difícil, algo que tal vez me superase, algo que corriera con ventaja, por eso decidí cazar “leones”, es decir pumas, conocidos como leones americanos… ¡La idea me enloqueció!

Llegué a admirarlos… Y yo sabía que la práctica de esa cacería me podía matar: tienen buena vista y olfato, son ágiles, conocen su territorio mejor que nadie, y miles de veces ganan y se ríen del cazador.

En la actualidad, llevo agarrados 469 ejemplares. Sin embargo, no empecé esto con una meta determinada, sino para ver cómo era. Debo decirles ahora que es un desafío tan grande que uno se vuelve adicto a la caza del león, y sé que voy a morir haciendo esto. Todas las aventuras que voy a contar, las ganadas y las perdidas, se las debo a un gran amigo: mi perro Cacique; sin él no podría haber escrito este libro. Cacique ya se murió de viejo… Pero me quedo tranquilo porque me dio muchas crías y me enseñó muchas cosas. Llevo un tatuaje de su imagen en mi cuerpo, por haber sido lo máximo para mí, como perro, amigo y compañero. Hoy tengo quince perros, pero llegué a tener veinticinco. Ellos son la esencia de esta obra-por eso los van a encontrar en la mayoría de sus páginas. –

También quiero aclararles que no voy a dar muchos nombres ni apellidos, y que a algunas Estancias ni las voy a nombrar, porque hay veces que uno pasa malos momentos y a veces más vale ni acordarse. Voy a contarles aquí solo algunas de mis aventuras que terminaron con los primeros leones cazados. No voy a contarles todas, para no aburrirlos, ya que hay mucho de qué acordarse. Tampoco voy a contar mis mañas para agarrar a un león, ya que me costó muchos años aprenderlas.

Así y todo cada león es diferente, y en cada cacería se aprende algo nuevo. El león es un animal que admiro, un ser especial. Una cosa es escribir un libro y otra es estar en su terreno y tenerlo frente a frente, o verlo y no poderlo agarrar, o llegar al lugar donde carneó ochenta, cien ovejas, y no encontrarlo.

Otra cosa que les va a hacer gracia es que vaya a donde vaya uno a buscar un león siempre los viejos se van a acordar que el leonero anterior era el mejor, o que tenía mejores perros, o que el león que cazó era más grande, y que cuando uno agarre un león, te digan:

-Ah, sí, este fue el que carneó en tal o cual lado… No sé si el león es tan difícil de agarrar…

Muchas veces escuché estos comentarios, a los que yo solo respondía:

– ¡Yo no voy!… ¡Agárrenlo ustedes! -y empezaban a recular.

Además, está el que agarró cuatro o cinco leones y ya se cree leonero, solo porque tiene buenos perros… ¡De esos está lleno! Acá el tema es ir «haciendo perros”, no solo tener uno bueno y ese salir a campear, sino enseñarle a toda la jauría por igual. Y el perro que no sirve, bueno…

Les voy a contar un poco de mí.

Me dicen el «Gringo», y por el solo hecho que te digan así ya te miran raro, como diciendo: “Mmm… ¿Y este?”. Aunque a muchos viejos los dejé con la boca abierta. ¡Ahí está el desafío! Lo que ellos no saben es que uno es un santacruceño de ley y con orgullo de serlo. Toda mi vida he tenido que demostrar de todo y, gracias a Dios, siempre salí bien parado de las pruebas: desde jinetear un reservado y sacar un premio; amansar algunos potros y que quedaran bien; ser prensero en una comparsa de esquila cuando las prensas eran manuales; hacer topografía para Y.P.F.; cumplir funciones como Encargado de Estancia; hacer pesca artesanal y tener pescadería por más de diez años en Río Gallegos -la famosa Pescadería “El “Gringo”-; clasificar lana; inseminar ganado; y muchas cosas más para demostrar que yo podía hacerlo bien…

Tengo mis metas y las voy a cumplir. Una es ir a Escocia, donde están mis ancestros, mis raíces. Eso lo voy a hacer con la mujer que amo, y que hoy es mi pareja, la que me dio las fuerzas para escribir este libro y hoy vuelve a creer en mí y me enseña lo que es el amor: Verónica Steel, «Speedy” … Si no te encontraba en mi camino Gringuita hoy no estaría escribiendo…

De acá en más, toda historia que tuviera, desde agarrar un león a ver qué hago con mi vida, va a ser vivida junto a “mi Gringa”, porque quiero llegar a viejo con ella y que sea todo aventuras, charlas al lado de un fuego, recordando nuestro pasado, lo bueno y lo malo, porque para ninguno de los dos la vida fue fácil.

Este libro no lo escribo para ganar plata, lo hago para decir: “Planté un árbol, tuve un hijo y escribí un libro”. Estudié en la Misión Salesiana, en su Escuela Agro-técnica y me recibí de Técnico Agrónomo y experto en Ganadería y terminé siendo leonero. No hay cosa más linda que hacer lo que uno quiere, sin horarios, dirección, en medio de la naturaleza, y que el mejor amigo de uno sea un animal, mi perro Cacique, y poder amar a alguien con amor verdadero… No todos lo pueden hacer.

Por último, les advierto que a este libro hay que saberlo entender.

Y ahora los dejo con algunas de mis historias.

El Leonero Urquhart y su perro Cacique By  Robert Urquhart