Las estaciones del año y su influencia
El cardenal esta mudo. En los cañadones hay silencio. Ya no se escuchan voces de rezongos ni de bramidos. La brama del ciervo rojo ha terminado, y sus voceros volverán a reasumir por un año más sus actitudes alertas y furtivas. Una vez más, también, volverán los comentarios acerca de si la brama estuvo floja; de si fue peor que la del año pasado; de si se adelantó, se retrasó o alguno de los tantos imponderables climáticos la cortó.
La brama es la manifestación exterior visible y audible del complejo sistema neuroendocrino que rodea la reproducción del ciervo rojo. Es -podríamos decir-, la parte visible del “iceberg”.
Sin embargo, este fenómeno no es privativo del “elaphus”, ya que también es propio de casi todos los ciervos paleárticos, entre los cuales se encuentran: el Dama, el Alce y el Wapití. Está ausente, en cambio, en gran parte de los ciervos tropicales de origen asiático, y no existe en cérvidos como: el ciervo de Los Pantanos, Venado de las Pampas, Huemul y Corzuela. Como así tampoco en el Cola Blanca y en el ciervo Mulo, ambos de América del Norte.
La brama está ligada al fotoperiodo y a las condiciones climáticas, ya que en cuanto más nos alejamos del Ecuador, más agudos son los cambios estacionales y más duras las condiciones climáticas. En tal estado de cosas, debe haber un riguroso estacionamiento de las pariciones.
Los fríos inviernos de largas noches, que achican las horas disponibles para comer y opacan el sol otrora intenso, esencial para calentar el cuerpo y ahorrar energía calórica; la capa de nieve que en esta estación cubre los alimentos, por entonces de escaso valor nutritivo, conforman un cuadro crítico para toda la fauna paleártica. El invierno es la estación de la supervivencia; es el momento en el que la selección natural ejerce con despótico rigor su purificadora misión. Cada animal desarrolla su propia estrategia ante el desafío del invierno boreal; ninguno puede permitirse el lujo de desplegar conductas suicidas. La reproducción está terminantemente vedada.
La primavera, en cambio, es la estación reparadora. En nuestra cordillera, la nieve derretida va abriendo nuevos espacios. Los días se alargan para que la temperatura ambiente se eleve. El fotoperiodo comienza a volverse “creciente”. Estos graduales cambios climáticos inducen a la revitalización de los pastos y plantas. Se reinicia el crecimiento vegetal. El ritmo del desarrollo forrajero se acelera. Nuevas combinaciones energéticas, vitaminas, minerales y proteínas, dan forma a nutrientes de mejor calidad. No sólo hay más, sino mejores alimentos.
Asegurada la supervivencia, comienza la reparación de tejidos y reservas orgánicas. Las hembras preñadas desarrollan las ubres para el parto inminente. El feto en su vientre comienza a aumentar rápidamente de peso. Las crías del año anterior, por su parte, comienzan a crecer velozmente y los machos a formar nuevas cornamentas. Comienza la migración altitudinal hacia los prados andinos y, así, los sorprende el verano, la estación de la consolidación. En ella, el fotoperiodo alcanza su máximo efecto de horas lumínicas. Los machos terminan sus cornamentas y fortalecen su físico para la brama. Las hembras ya han dado a luz a la nueva camada de crías que, por entonces, han aprendido a pastorear, rompiendo parcialmente el cordón umbilical de la lactancia que férreamente las unía a sus madres en la primavera. Comienzan ya a volverse independientes. Los jóvenes han completado casi el 60% de su peso adulto, y todos se muestran bien nutridos y lozanos. La redondez de sus formas y el brillo de su nuevo pelo atestiguan los hechos.
La migración ha culminado en los prados andinos. Se acerca la época de la reproducción, marcada por un paulatino descenso en la temperatura ambiente. El péndulo biológico vuelve hacia atrás; comienza la cuenta regresiva que conduce al invierno.
Las hembras, que durante el verano se han recuperado de los efectos del parto y la lactancia, lucen en óptimo estado. Los machos con la cornamenta completa y sus reservas orgánicas saturadas, adquieren sus mejores aptitudes físicas para la lucha. Entramos en la pre-brama.
El celo pre brama
La disminución progresiva de la temperatura y el acortamiento gradual de las horas de luz son fenómenos captados por todos los sentidos, aunque primordialmente, por el ojo, que envía estímulos nerviosos al hipotálamo, el cual capta el mensaje y reacciona segregando neurohormonas que, por la vía de la neurohipófisis impacta a la hipófisis. Culmina, así, el mensaje nervioso. Llega el mensaje hormonal. La hipófisis vierte en la sangre las hormonas que estimulan a testículos y ovarios, y comienzan a ponerse a punto los órganos genitales que, durante el invierno, la primavera y parte del verano, se mantuvieron en receso.
Movilizados por las hormonas hipofisiarias, los órganos genitales comienzan progresivamente a generar sus propias hormonas (la foliculina ovárica y la testosterona testicular), que ponen en marcha la ovogénesis en la hembra y la espermatogénesis en el macho. Los testículos atrofiados hasta entonces, se agrandan. La producción del semen se incrementa y la motilidad espermática se hace notoria. Esta revolución del medio interno, causada por un continuo incremento de las hormonas en la sangre, comienza a producir sus manifestaciones externas.
El cuerno, completo, aunque enfundado y cartilaginoso, se osifica, adquiriendo rigidez. En los machos adultos el cuello se fortalece hasta casi hipertrofiarse, para soportar el peso de la cornamenta ya osificada, y responder a las luchas intraespecíficas que se avecinan. El cuero del cuello y la cara se espesa, y las glándulas odoríferas comienzan a segregar hormonas que actúan como verdaderos llamadores olfativos.
Pero además de estos cambios morfológicos y bioquímicos, comienzan a insinuarse cambios de comportamiento. Se disgregan los amistosos “clubes de solteros”. Los grupos de machos se escinden, desintegrándose. Cada uno adquiere costumbres solitarias, y se olvida de sus antiguos compañeros, hacia quienes comienza a manifestar una creciente hostilidad. Como consecuencia de la agresividad que desata el aumento de hormonas virilizantes, los machos comienzan a aporrear arbustos, pastos y árboles de blanda corteza. Comienzan a esparcirse por el monte los clásicos peladeros.
La actividad aumenta. Los antes cautelosos ciervos, comienzan a mostrase más osados. Su andar es inquieto, ágil y sin pausas. Están en busca…
Las ciervas, con sus crías crecidas y su lactancia menguando, empiezan también a inquietarse y, a veces, buscan la proximidad del macho. Pero, generalmente, permanecen nucleadas entorno del clan familiar, conducido por la cierva líder. La hembra del ciervo rojo juega un rol pasivo en el ceremonial reproductivo, la gran función está a cargo de los machos.
El período reproductivo
El período reproductivo de la cierva se considera poliéstrico estacional. Es estacional porque sólo se alza en otoño, y poliéstrico porque, para ser fecundada, dispone de tres o cuatro ovulaciones esparcidas por un intervalo de 20 días, todo durante un breve lapso de 60 – 70 días. Tan escaso tiempo se debe a que la futura parición, que sobrevendrá luego de 270 días de preñez, debe sincronizarse en un corto período para no desajustarse del biorritmo que la naturaleza impone. Por resultar el período de celo tan breve, su intensidad y la actividad de los machos para cubrirlo debe ser muy alto. Es necesario que empiece la Brama…
La Brama
De pronto una fría mañana de marzo se levantan voces en el caldenal. Comienzan a retumbar fuertes bramidos en los cañadones. La pre-brama quedó atrás y comienza la auténtica brama.
Los machos con su aparato reproductivo puesto a punto y sus hormonas al rojo vivo, se movilizan de sus veranadas y comienzan a repuntar a las ciervas que encuentran y levantan por el rastro. Las juntan y las cuidan de sus rivales.
Se comienzan a establecer las jerarquías. Los varetos y los ciervos jóvenes son violentamente apartados del grupo de ciervas con gestos intimidatorios o breves corridas. Los machos adultos establecen la pirámide jerárquica, basada más en la intimación que en la pelea. Y, precisamente, para intimidar, braman.
También aporrean la vegetación y bajan sus cuernos en actitud desafiante. Así, logran persuadir a los más jóvenes, evitando luchas intraespecíficas que podrían poner en peligro la especie.
El tamaño del cuerpo, el largo de la cornamenta y la cuota de agresión desplegada, parecen jugar un rol importante en esta intimidación persuasiva. Digo parecen, porque he observado varias veces que, machos de menor corpulencia y tamaño de cornamenta, logran imponer su despliegue intimidatorio sobre otros ciervos más importantes.
Como especifiqué al principio, la biología no es precisa; no sigue reglas fijas, ya que en la brama estamos analizando un conjunto de personalidades agrupadas que, al igual que cualquier conjunto humano, se caracteriza por formar un mosaico de caracteres dentro de los cuales entran los agresivos, los tímidos, los cautelosos y los cobardes.
Los agresivos tienen la voz cantante; los cautos merodean; y los cobardes siguen la brama de lejos.
Los que conducen la brama y los que efectúan la mayor parte de la procreación, son los ciervos adultos, ubicados entre los cuatro y diez años de edad. Ellos dominan a la población de machos. Ponen el trajín desgastante. Son los que braman ardorosamente y, por tal motivo, son los que pagan el tributo más alto a manos del cazador. Pienso que más del 50% de las procreaciones se deben a su acción.
Los grupos pequeños de ciervas pueden ser repuntados por un ciervo joven, pero los grandes grupos de siete o más hembras, casi siempre, están controladas por los ciervos “capitales” (de ocho a doce años).
Las Brameras
Quien haya podido observar el movimiento de machos que se produce alrededor de alguna bramera importante, notará que su núcleo está compuesto por los ciervos adultos, los cuales, al encontrarse en sus mejores aptitudes físicas, pueden llevar a cabo de mejor manera, el agotador trabajo reproductivo.
Al borde del círculo, como furtivos ladrones, merodean los ciervos jóvenes de dos a tres años, desplazados por los mayores. Asustados por las intimidaciones, aunque acicateados por el deseo, vagabundean por los contornos de la bramera esperando encontrar la oportunidad para arrearse alguna cierva, lo cual consiguen con bastante frecuencia. Si bien se logran procrear, los machos jóvenes no alcanzarán a controlar por mucho tiempo a las ciervas conseguidas, ni podrán mantener un grupo grande de ellas, pues serán rápidamente desplazados por los ciervos más grandes.
Más allá de la bramera, alejados del mundanal ruido, en el último anillo del círculo se mueven los ciervos viejos, los de más de doce años, los que todos queremos cazar, pero difícilmente encontramos… De temperamento cauto, aplacados por los años, sin la vitalidad de los ciervos más jóvenes, el ciervo viejo rehúye a las brameras, es fugaz y no permanece en ellas durante mucho tiempo. Rehúye también, de la competencia de ciervos más jóvenes, a los cuales, supongo, teme…. Continúa