Los cazadores de los países que marchan a la vanguardia del mundo, España, Austria, Italia, E.E.U.U., Canadá, Alemania, etc., tienen algo en común: están organizados. Confederaciones, Federaciones, Consejos, Clubes, etc. Conforman frentes sólidos y coherentes, que les permite peticionar ante las autoridades con respaldo cuantitativo, sin duda la del atributo que más presiona a los políticos para escuchar. El Conseil International de la Chasse, Safari Club Internacional, Asociación del Rifle, la Asociación Alemana de Caza, Federación Española de Caza, son solo algunas de las agrupaciones con poder de convocatoria suficiente para impedir atropellos a nuestro deporte, por parte de algún político de turno que pretende captar, con argumentos sentimentaloides, la atención pública, léase votos. Esos oportunistas efímeros, como todos los burócratas, tienen vida efímera, en cambio, las entidades, como las mencionadas, detentan bien ganado prestigio internacional, algunas desde hace más de un siglo. Este prólogo viene a cuento – lamentablemente – ya que en nuestro país sucede todo lo contrario. Los deportistas del rifle, escopeta, arco, cetrería, con jauría o perros de muestra, están atomizados en comunidades no siempre coincidentes en sus proyectos u objetivos.
Uno de los primeros ataques que sufrimos los discípulos de San Uberto, ocurrió cuando se clausuró la actividad de tiro al pichón en el venerable Pidgeon Club Argentino, cuyos orígenes se remontan al año 1904. Cuántos cazadores fuimos a reclamar justicia ante las autoridades y los medios exponiendo la verdad: la carne de las palomas abatidas – como la de vacas, pollos u ovejas – tenían destino de asilos, comedores de caridad, hospitales, etc. Luego llegaron vedas extendidas; disposiciones autoritarias e inconsultas, que dificultan hasta límites inconcebibles los trámites para legalizar la tenencia y portación de armas; siguieron resoluciones inconexas entre las provincias, anarquizando las obligaciones para el traslado de armamento y municiones y por fin una vergonzosa persecución ideológica de los medios hegemónicos, haciéndose eco sin lugar a réplica de las acusaciones de grupúsculos que han hecho de la moda animalista un deporte, donde compiten sentimentaloides con ignorantes que desoyen – insólitamente – las disposiciones de las entidades internacionales rectoras del conservacionismo mundial, a las que pertenecemos y sustentamos como Nación. Podría señalar otros dislates, tal vez peores, pero como decían nuestros abuelos, a veces, la culpa no es del burro, sino de quienes le dan de comer. Y eso hacemos cuando avasallan derechos constitucionales, darles de comer con nuestro silencio cuasi cómplice. Hoy les toca a nuestros amigos monteros, que con sus jaurías mantienen en alto las banderas más nobles que enarbolaron reyes, príncipes, presidentes, religiosos, nobles y plebeyos.
Creo que ha llegado la hora de cerrar filas antes que esas camarillas, con minoría de inteligentes y mayoría de lobbistas, vayan por la supresión de la caza y la tenencia y/o portación de armas. Estamos a años luz de las naciones mencionadas, pero es nuestra responsabilidad legar – o no – a nuestros descendientes, los derechos que escribieron en la Constitución los padres de la Patria.