Introducción

De la mano de la corzuela ingresamos al fascinante mundo de los brush dwellers o, más propia y castizamente hablando, el mundo de los ciervos del soto bosque, de las espesuras y los montes cerrados.
Forman parte del Brush Dwellers Complex (conjunto de palabras sajonas que hacen referencia a los consuetudinarios habitantes de la umbría), de la cual salen por excepción y no por regla. Esta característica los asemeja al corzo, al muntajac y a los ciervos almizcleros. También a un grupo de antílopes africanos, entre los que identificamos al Bush Buck, el Steen Buck y a la variada gama de Duikers.
Los primeros registros de ciervos fósiles aparecen en las pluviselvas de Asia Central, allá por el Mioceno. Pero en América no se han detectado vestigios de ciervos primitivos hasta principios del Plioceno. Y estos, solo circunscriptos a la América del Norte.
Hacia fines de este período, ambos continentes, hasta entonces separados, se juntan a través del Istmo de Panamá. Y en esa conjunción se produce un importante intercambio de elementos faunísticos, a través del cual ingresan los ciervos a la América del Sur, continente donde producirían una de las más importantes radiaciones registradas en la historia de los ciervos. Fueron muchas las variedades que hubo en Sudamérica como consecuencia de esa radiación: algunas desaparecieron y otras perduraron hasta nuestros días. La corzuela fue una de ellas.
Integrantes de los noecervinae (ciervos todos oriundos del nuevo mundo), las corzuelas presentan rasgos muy interesantes y dignos de ser analizados. Desde el punto de vista evolutivo, se trata de un ciervo sorprendente. Piensan algunos paleontólogos que las formas precedentes, o sea sus antecesores, podrían haber tenido mayor talla y astas ramificadas, pero al cruzar el Istmo y entrar en contacto con las pluviselvas de centro y sud América (muy semejantes, por cierto, a las del primitivo Mioceno) tuvieron que retomar las siluetas primitivas para poder adaptarse y seguir evolucionando. En otras palabras, debieron involucionar para continuar evolucionando, retroceder en el tiempo para seguir teniendo vigencia en el espacio. Tal vez esta evolución a contrapelo del modelo, sea el único caso que se registra en la historia de los cérvidos. Obviamente, siempre y cuando se confirmara esta presunta teoría.
Siguiendo con el razonamiento esbozado, esta evolución – involución – obligó a producir cambios, tanto en la morfología como en las costumbres y la fisiología de la especie, que la aproximaron más a las formas y costumbres de sus antepasados (los protocérvidos asiáticos del Mioceno), que a las modernas que ya se proyectaban hacia el futuro. A pesar de este factor, nadie puede negar que las corzuelas no sean ciervos menos exitosos. Así entonces, el pudú y la corzuela tuvieron que achicar su talla, redondear sus formas y simplificar sus cornamentas hasta reducirlas a simples varas, para poder acompañar al resto de los cambios. También debieron ajustar sus costumbres y hábitos sociales para sobrevivir en las húmedas selvas.
Como todo cérvido neo-tropical, la naturaleza no ha impuesto sobre la corzuela, las rígidas cláusulas que rigen sobre los ciervos paleárticos, por ese motivo su ciclo reproductivo es más complejo. Entendemos, por tal, la época de celo y parición en la hembra y el período de cornamenta en el macho. Este período es irregular y desordenado. O, por ponerlo de otra forma, “más libre”. Un elemento que añade mucha confusión a un ciervo, ya de por sí, difícil de estudiar.
Por esta razón es arriesgado sacar conclusiones precisas acerca de toda la biología de este cérvido…

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