La LEOPARDA

Por Alberto Nuñez Seoane.

Están los catetos y luego los ignorantes, después vienen los de la “leoparda”.

Pasaba de largo por los infumables bodrios que suelen ser la mayoría de los canales de televisión, me detuve en “La 2”, de lo que fue TVE porque ya ni es televisión, quedó en vulgar panfleto, ni española, si acaso de “algunos” españoles, pues solo está al servicio de quien hoy nos mal gobierna. Decía, que en la mentada cadena se pueden encontrar buenos documentales sobre la naturaleza, como el que me detuve a ver. Ya había empezado, de modo que escuchaba al narrador contar sobre la vida y andanzas de … una “leoparda”, espetó, ¡así!, sin previo aviso ni haberme prevenido, para tomar dos, o tres “Valium” a tiempo: ¡la “leoparda” …!

No culpo al pobre comentarista, él lee el guion que le plantan delante; inculpo a los “gili progres” encargados de destrozar el lenguaje y arrasar la cultura, esa peligrosa secta que solo admite a catetos o ignorantes, o a ignorantes catetos.

Hay leones y hay leonas, tigres y tigresas, búfalos y búfalas … pero no hay “hienos” si no hienas, ni “jirafos” si no jirafas, ni “rinocerontas” o “rinocerontos”, hay rinocerontes. Pues tampoco, mire usted, existe la “leoparda”, si no “él” o “la” leopardo. Si algún acomplejado, o acomplejada, es incapaz de nombrar a un leopardo hembra como se debe: “la” leopardo, esforzándose nada más que un poquito, hubiese podido encontrar otra palabra que, sin prostituir el Diccionario, le habría dejado contento: “pantera”; en lugar de la leopardo, la “pantera”, además, como lo más probable es que sufra de androfobia, para su contento le avanzo que no existe “pantero”.

No comprenden la naturaleza, pero quieren mostrarnos como cuidarla; no saben de animales, sin embargo pretenden enseñarnos la manera de protegerlos; no entienden del monte ni del campo ni de sus habitantes, no obstante se empecinan en “arreglar” uno, “ordenar” otro y “organizar” a los que quedan. El resultado de tan arrogante incompetencia no puede ser otro que el desastre.

Para enseñar es necesario antes conocer, de lo contrario lo que se hace es adoctrinar. Si existe auténtico y altruista ánimo de instruir, es imprescindible que esté presente la humildad ante el que, porque no sabe, quiere aprender; la honestidad con uno mismo y los demás; y la lealtad a la disciplina que se quiera transmitir. Si falta una de estas tres indispensables premisas, la enseñanza no será ni suficiente ni buena; si son dos las que el docente no tiene, no serán posibles alumnos que avancen y progresen; pero si con ninguna de las tres cuentas el mamarracho -pues no es otra cosa lo que entonces sería- que se atreve a impartir lo que entiende por sabiduría, cultura o ciencia, la fanática ignorancia habrá de ser la sola e inevitable consecuencia.