La llegada de Cacique

Por Robert Urqhuart

«… Algo que se me escapó que no conté, tal vez por estar muy metido con el tema león, y es cómo fue que me armé de mi yunta de perros. Después de haber agarrado mis dos primeros leones, los que aparecen en esta historia, fui para Gallegos, y allí me enteré que un hombre en una estancia tenía unos perros ya viejitos que habían sido nada menos que de ¡Obdulio Pineda!, un famoso leonero de Santa Cruz. Yo me crecí escuchando las historias de Pineda. Al enterarme que había fallecido, me enloquecí por encontrar aunque más no fuera dos de sus perros – que eran Colita y China-. Viajé a Calafate y el mismo día me fui a la estancia y se los compré a este hombre. Apenas los vi dije, para mis adentros: “¡Pobres perros… no les queda mucho de vida!” Pero ya eran míos.
Tendrían unos doce años cada uno. Ya la perra no podía dar crías, que fue lo primero que intenté lograr, que siguiera la raza. A mí ya se me estaba pasando el invierno y debía apurarme. Igual, yo estaba tranquilo con mis dos perros, y me dediqué de lleno a los zorros. Ese invierno agarré 185. No me había ido tan mal. Pero todo lo que anduve ese invierno no lo podía creer. Cada caminata duraba no menos de 12 horas… Uno acá, en un libro, lo describe en dos renglones. Otra cosa sería filmarlo, pero, como dije en un principio, ¡yo debía escribir un libro!
Ese invierno aprendí de mis errores. Les voy a dar varios ejemplos: no usar arma larga, porque adentro de una cueva es imposible manipularla y, a la vez, hay que tener una linterna en la otra mano. Este último problema lo resolví usando una de esas que van en la cabeza y que te dejan las manos libres para manipular ¡un arma corta! Hay que tener en cuenta también que el arma se puede trabar, que es lo más normal, por la tierra y la nieve y el mal trato que uno le da. Además, no tirar tiros en el campamento para calibrar el arma, porque no queda ni un bicho cerca. Acuérdense que el león es más vivo que nosotros. Hay que tener en cuenta que estos animales están en su terreno, tienen muy buen olfato, vista, oído, gran agilidad para saltar hasta tres metros, y la capacidad para caminar más de 60 kilómetros de noche, sin ningún esfuerzo. Todo esto lo tengo comprobado, y es lo que me lleva a admirar al león como a ningún otro animal.
Pero en el transcurso de esta historia voy a encontrar un animal que va a superar a todos los leones: el ya famoso Cacique, que es el verdadero leonero en la historia.
Ese invierno se terminó y tuve que arrancar para la pesca, que era lo que realmente nos daba de comer a mi familia y a mí.
Pesqué durante once años en la margen sur del río Coyle. Ahí tenía un campamento bien grande, con ahumadero y todo. Esto me llevaba todo el invierno. Aunque tenía que mantener mi pescadería “El Gringo”, algo estaba claro en mi cabeza: lo de la pesca se iba a terminar, porque me estaban poniendo muchas trabas para ganarme el mango y yo quería volver al campo, y, si era posible, dedicarme al tema león. Yo sabía que era lo mío. Ya no quería tener gente a cargo, pagar impuestos y estar en todo: viajes, redes, botes, permisos y demás trámites. Por eso, mientras seguía con la pesca, por dentro iba acomodando mi futuro como cazador de leones. Me armé de tres perros más: Tigre, Solito y Jack.
Mientras tanto llegaba a mis oídos que casi todos los estancieros estaban teniendo problemas con los leones, porque aumentaba su población. ¿Los estancieros?, amargados ¿y yo?, ¡contento en mi interior!
No veía la hora que terminara la temporada de pesca, lo que ocurría después de Semana Santa, antes de la llegada del invierno. Eso sí, cuando había poca pesca me las arreglaba para escaparme unos días, agarraba unos zorros colorados, que era fácil para mí, y me volvía.
Supe que debía contar con buenos perros.
Con el tiempo, pude contar con “Mi Mafia”, que así le decía a mi perrada.
Agarrar zorro no es lo mismo que agarrar león, pero a mis perros les daba la oportunidad de practicar para mantenerse en forma.
También juntaba bastante carne de guanaco para mantenerlos; porque la carne de guanaco no los engorda. Para eso hay que cocinarla y ponerle sal, de lo contrario decae el ánimo de los perros.
Siempre me las rebuscaba.
Una vez me contrató un estanciero, porque el zorro colorado lo tenía a mal traer. El arreglo fue por un mes.
-Gringo, hasta acá nomás llegamos porque me vas a fundir –suplicó. – je, je-
Me acuerdo perfectamente que en esos treinta días le agarré cuarenta zorros colorados y unos perros baguales que le estaban matando mucha hacienda. Mis perros eran de terror: no se les escapaba ni uno, y miren que hubo días en que agarré hasta cuatro ¡el mismo día! Los “viejos” no lo podían creer – viejos les digo siempre a la gente de campo-.
El zorro colorado es muy bravo para los perros, y no sé si no son más peligrosos que un león para ellos… Me refiero a cuando pelean. No cualquier perro encara un colorado, ¡de no creer! He visto escaparse un zorro con diez perros encima y dejarlos parados a todos. También he tenido perros – Solito, por dar un ejemplo; un perro barcino, atigrado, con manchas marrones y negras-, que solo los agarraba y los sujetaba hasta que yo llegaba y les pegaba un tiro. Igual mi perro Jack, que era lento, pero cuando llegaba se terminaba la historia, no había más pelea, los agarraba del cogote y no largaba más.
Siempre me reía, porque cuando había algún zorro que daba pelea, yo solo lo esperaba a él. Los otros perros simplemente se corrían o se quedaban echados, mirándolo.
Todo esto a mí me servía, porque con esas experiencias mis perros iban aprendiendo a hacer presa, a sujetar lo que agarraban, hasta que llegara yo. Todo esto ya se había hecho una rutina para mí. Sin embargo, yo tenía una sola cosa en la cabeza: agarrar leones, ¡yo tenía que ser leonero!
Pasó el tiempo, y cierto día, hablando con un amigo, dueño de una estancia donde había leones, este me comentó:
-Gringo, tengo un perro que más o menos rastrea leones, pero no hay forma de sacarlo al campo… Hace unos metros y se vuelve para la estancia…
-¡¿No sabes qué le pudo haber pasado?
-La otra vez el puestero mató a un perro frente a él porque tenía sarna y nunca más quiso seguirlo… Lo voy a matar, aunque me da pena… SI QUERÉS TE LO REGALO…
-Bueno tráelo cuando quieras- agregué.
Un día cayó mi amigo con un perro, bien tímido y acobardado.
“Y bueno, uno más para la Mafia, aunque no me siga…”
Antes de irse, le pregunté:
-¿Cómo se llama?
-CACIQUE… Los padres son buenos. Fijate si te sirve, si no… matalo– Me comentó y se fue»…

Continúa

El Leonero Urquhart y su perro Cacique By Robert Urquhart