Siempre me atrajeron los crepúsculos; tal vez por su significado implícito de inicio o final; de que algo comienza o algo termina. Inicio y final son la historia de la vida. Será por eso que siempre me gustó más el amanecer, y su alusión evidente de que todo comienza; el atardecer, que también disfruto, siempre se acompaña con dejos de melancolía. Camino pausado mientras pienso en estas cosas, con una sonrisa leve y melancólica, porque es un atardecer de otoño y no logro escapar a su influjo; el sol está en su ocaso; no hay viento y está fresco. Voy por una huella pegada al monte de altos y añosos caldenes a mi derecha; aún veo algunos rayos solares tránsfugas que traspasan tangencialmente las ramas, ahora desnudas, de los árboles; a mi izquierda el campo limpio está cubierto de un rastrojo de maíz cuyas hojas secas, todavía unidas débilmente a las cañas cortadas, suenan como tristes maracas musicales cuando alguna brisa impertinente las sacude; del campo limpio vuelven, luego de alimentarse y para dormir en la protección del monte, las presas que busco. Berta, mi bretona, sabe lo que buscamos; no entiende porqué debimos esperar durante toda la tarde para salir recién ahora, cuando queda poca luz. Esta presa, más indócil que las habituales, se encuentra más frecuentemente en este momento. De pronto la veo ventear moviendo a mayor ritmo su cola y luego buscarme con su mirada; la entiendo y sonrío; nuestra conexión, después de tantos años, excede a la conyugal. Y de pronto todo sucede a lo lejos; estas inambúes ariscas y montaraces no aguantan la marca del perro y escapan volando ante la menor señal de peligro; el despegue ruidoso de alas batientes se produce a varios metros y ya adentro del monte; la maravillosa ave en pocos segundos debe decidir el camino a seguir, que será errático y sorteando ramas del caldenal, para tomar distancia y finalmente planear el último tramo. Pero la perdigonada la alcanza luego de buscar frenéticamente una buena línea de tiro entre el ramaje del monte. He aquí la esencia de esta modalidad.
La caza de la perdiz de monte con perro constituye una modalidad muy deportiva de caza de pluma, con ribetes únicos y propios de esta arisca inambú montaraz. La dificultad que plantea la hace única y ese es precisamente su encanto. Por eso una salida de caza en busca de esta presa se considera exitosa aun con un numero bajo de presas obtenidas, a diferencia de la perdiz chica que, si bien posee también su especial atractivo, rara vez brinda dificultades en el resultado cinegético en relación a cantidad de presas. Para decirlo de otra forma: en campos donde ambas especies son abundantes, en una caminata con un buen perro no es raro lograr el cupo de perdices chicas en unas horas, mientras que, con la perdiz de monte, siempre la obtención de presas es menor y más complicada. Por eso esta modalidad es para cazadores que busquen el desafío y la dificultad de su caza, con un disparo de escopeta distinto y dificultoso; y no prioricen el número de piezas a conseguir. Por todo esto yo la considero la modalidad de caza de perdiz con perro más deportiva de las realizadas en mi provincia.
Inambúes Pampeanos y Digresiones personales
Dentro de la oferta de caza de pluma que La Pampa ofrece, existe –siempre hablando de caza deportiva-, un panorama muy interesante. Si bien la de acuáticas –anátides- no es muy significativa, dentro de las terrestres el panorama es más amplio; incluso con modalidades muy atractivas. Existen en mi provincia cinco variedades de inambúes para la caza menor: dos variedades de perdiz chica: inambú pálido (Nothura darwinii) e inambú común (Nothura maculosa); la perdiz de monte o inambú montaraz (Nothoprocta cinerascens); la perdiz colorada (Rhynchotus rufescens); y la bella perdiz copetona o martineta común (Eudromia elegans). La perdiz colorada se encuentra vedada para su caza por disposición acertada de Fauna de la provincia; y la perdiz copetona debería, según mi opinión, ser protegida por veda moral. Como escribí hace años “…La caza de la perdiz copetona no presenta en mi opinión, el nivel de deportividad de las especies anteriores. Es, según mis valores estéticos, la más bella de nuestras perdices. Por su comportamiento gregario no es infrecuente hallar bandadas numerosas. Su extrema mansedumbre y su vuelo no muy lejano y generalmente previsible, sumado a su tamaño, permiten frecuentemente disparos cercanos y fáciles. Por estas características la considero una especie susceptible de gran impacto negativo por cacería antideportiva… Su mansedumbre y belleza hacen que no sea, para mí, una cacería atractiva”. Me permito transcribir literalmente un escrito mío con la intención, como dije, de convencer a los cazadores de establecer una veda moral a esta hermosa especie. Luis Montes, autor del libro “Las Perdices”, describe en forma cuasipoética a la copetona de esta forma: “Innata elegancia por su porte esbelto y un andar cadencioso que se manifiesta por rítmicas oscilaciones, de un gracioso copete de plumas alargadas, tanto o más enhiesto cuanto más excitado está su propietaria la copetona o martineta… De un carácter dulce y apacible no huye del hombre si no es molestada, oportunidad que aprovechan los cazadores para hacer acopio abundante”. Extraña coincidencia entre un cazador (en este caso yo) y un anti caza (L. Montes), abogando por excluir a esta bella, gregaria y mansa ave de la lista de presas a cazar.
Alguna vez escribí sobre las normas morales de caza establecidas en forma implícita, no escrita, por los verdaderos cazadores deportivos sin esperar normativas administrativas para ponerlas en práctica; esta veda moral a la perdiz copetona debería ser aplicada en toda la provincia.
De las tres especies restantes para cazar, las dos variedades de perdiz chica y la perdiz de monte, es sin dudas esta última la que ofrece una modalidad más deportiva por la dificultad que su caza plantea. Por esto mismo su caza tiene un encanto especial y su captura brinda una satisfacción mayor que la de cualquier otra inambú.
(Ver “La Caza Solitaria con Can y Escopeta” de mi libro “Hacia una Moral Cinegética”)
La presa y el lugar

La perdiz de monte o inambú montaraz, cuyo nombre científico es Nothoprocta cinerascens, pertenece al género Nothoprocta, que es uno de los que forman el grupo de los inambúes. En la provincia de La Pampa, y como el resto de los inambúes, es considerada en cuanto a abundancia como común (en una escala de cuatro categorías: rara, escasa, común y muy común) y distribuida en todo el territorio de la provincia, según “La Guía de Aves de La Pampa” de M. de la Peña y R.Tittarelli.
“San Agustín” es, en este artículo, una excusa para describir esta modalidad y esta especie. Es el lugar donde he cazado y cazo perdices de monte. Se ubica en el extremo sur-oeste del departamento Catriló, en la encrucijada que se forma entre el límite de este departamento y los de los departamentos Capital y Atreucó. A poca distancia, hacia el sur-oeste, del mítico “Potrillo Oscuro” y, un poco más allá y en la misma dirección, con el fundacional -para nosotros los cazadores- “San Huberto” de Pedro Luro, hoy “Parque Luro”.
Se trata de un establecimiento de buen tamaño con predominio de campo limpio que tiene, más o menos centralmente, una significativa extensión de monte alto; en toda la periferia del mismo hay sembrados. Estas condiciones son ideales para estas perdices. Pero estas características se dan en cientos de lugares en mi provincia. Por eso digo que, en este caso, es una excusa; sirve de trasfondo para describir esta modalidad de caza y sobretodo esta sublime pieza de caza menor: la perdiz de monte.
Hasta diría que, en La Pampa, son más abundantes los campos buenos para la caza de esta perdiz, que los campos buenos para la caza de la perdiz chica. En la caza de esta última, los pampeanos, somos más dependientes del clima –que influyen en la postura y por lo tanto en su abundancia-, la presencia de “rosetas” –que aún en los mejores campos se encuentran y dificultan el accionar de nuestros perros-, y de la intensidad de la actividad agrícola –que estos campos generalmente tienen cada vez más, disminuyendo superficies de caza -. Nada de esto sucede con la perdiz de monte, que es abundante en los campos de monte y su caza poco se ve afectada por estos factores.
Su Caza
El preámbulo inicial describe claramente la modalidad deportiva de caza de la perdiz montaraz: caminando con perro en su medio ambiente, el monte. La cercanía de campos limpios lindantes con sembrados, o picadas con las mismas características, facilita su congregación y su caza, principalmente en horarios crepusculares, aunque, por supuesto, estos horarios no son excluyentes y se la puede cazar durante todo el día.
Ya he hablado de medidas de protección tendientes a establecer un equilibrio justo entre presa y cazador: número de disparos –dos por perdiz-, escopetas y modalidades que aumenten las posibilidades de la presa de ganar el lance (ver “Los inambúes de Ojo de Agua” en Cazador). Pero en este caso, y esto es muy personal, admito como permitido una caza en mano de hasta dos cazadores –no más- con perros que amplíen la posibilidad de disparar. Y he aquí la explicación por la cual soy más permisivo deportivamente con esta especie. No es, ni más ni menos, que la dificultad intrínseca que este inambú montaraz nos plantea para su caza. Su comportamiento extremadamente indómito e indócil, que necesariamente debe tener en un hábitat repleto de predadores sumamente eficaces (gatos monteses, de los pajonales, pumas, zorros, hurones y múltiples aves de presa) hace que su salto sea errático y/o a largas distancias y rara vez da la oportunidad de que ambos cazadores de la mano disparen sus escopetas a la misma perdiz.
El disparo con escopeta en la caza de la perdiz de monte es especial y único; la dificultad que brinda el vuelo de la perdiz generalmente entre las ramas de los caldenes obliga al cazador a buscar, mientras observa el vuelo y su probable trayectoria, una línea de tiro entre los obstáculos que el monte propone, obligándolo a hacer el disparo, a veces, en posturas incomodas e improvisadas. Los manuales clásicos de tiro con escopeta son desafiados en relación a posturas de disparos ya que esta perdiz obliga a la improvisación y posiciones que no se recomiendan en ningún manual de tiro con escopeta.
Los calibres adecuados son los mayores, 12 y 16, con perdigones intermedios, ya que en su camino deberán atravesar ramaje del cardenal con frecuencia.
Solo dos circunstancias favorecen al cazador en la caza de este tinámido; el tamaño de la presa que la hace un blanco mayor, y la época de su caza que corresponde a finales de otoño e invierno, cuando los caldenes ya desprovistos de hojas, aunque obstaculizan la trayectoria del disparo, al menos permiten la visualización de la perdiz en vuelo entre las ramas mientras se buscan opciones para disparar.
Siempre me sorprendió que esta modalidad de caza, tan deportiva y desafiante para el cazador, no sea valorada en forma general; tal es así que en la literatura cinegética argentina –no olvidemos que esta es una pieza de caza autóctona, bien americana- solo encontré una mención muy valorativa de la misma. Se trata del autor Juan Carlos Moro –autor que analizaremos más adelante, ya que merece un reconocimiento de su obra escrita- que en su libro “Observaciones de un Conservacionista y Cazador”, nos dice: “…Es bastante difícil, seguirla con perros de caza en la espesura de los montes, y lo mismo poder dispararle, por ello creo que es de las más interesantes deportivamente…”.
Conclusión
Considero la caza de la perdiz de monte caminando con perro, y bajo las características aquí descriptas, como la modalidad más deportiva de las que ofrecen nuestros inambúes en La Pampa.
La dificultad que plantea su captura, con disparos dificultosos, en un contexto geográfico bellísimo –el monte pampeano- hacen de esta modalidad una salida muy recomendable.
La abundancia de la especie y de lugares para su caza, facilita la organización de una cacería.
Creo necesario la revalorización de la modalidad y de la especie misma como pieza de caza, siendo el objetivo principal de este artículo.