Confieso con algo de rubor que entre todas las satisfacciones que me dio la escritura de textos cinegéticos, la más valiosa y “nutritiva” desde el punto de vista intelectual fue conocer, interactuar e incluso relacionarme amistosamente con personajes cinegéticos y literarios de gran nivel; de los que yo llamo -en estas épocas no sin peligro- “hombres superiores”. De esos que José Ingenieros ubicaba en el tope de la escala humana, por encima de “…una gran masa imposible de caracterizar por inferioridades y excelencias…” que “…fluctúa…” entre los hombres inferiores y superiores, y llamó, en singular, “el hombre mediocre”, como tituló su esclarecedor libro.
Todos los que conocí enriquecieron mi intelecto y abrieron puertas a conocimientos, experiencias y cuestiones que excedieron enormemente lo cinegético, ejerciendo gran influencia en mi persona y en mi vida; marcando definitivamente ideas, enriqueciendo y redefiniendo otras.
En este ámbito literario, para entrar deliberadamente en el tema de este ensayo, la escritura del libro, además, me brindó la placentera emoción de sentirme un Conde de Yebes pampeano. Por supuesto, y antes que se me malinterprete, sé muy bien que Eduardo de Figueroa y Alonso-Martínez poseyó una eximia prosa muy superior a la mía, escritos más interesantes y una vastísima y más notable historia cinegética; pero en cuanto a prólogos, pude experimentar, como sin duda habrá sentido el Conde, esa sensación mezcla de dicha, satisfacción y hasta orgullo (si se me permite la indiscreción) de tener prologuistas de eximio nivel prologando un texto propio.
Pero déjenme contarles la historia desde el principio.
Historia de los tres prólogos
Practico caza deportiva desde hace muchos años. Siempre sufrí profundamente el deterioro de valores que existe en esta actividad en mi provincia. Atribuyo a esta falta de valoración, la abrumadora facilidad conque en mi provincia se accede a cazar animales salvajes y a una ignorancia absoluta de la excelencia de esta práctica bien realizada y de la magnificencia de las especies cinegéticas que los pampeanos, gracias a Pedro Luro, tenemos; todo esto promueve un desinterés penoso en la necesidad de cuidarlas, dada su extrema fragilidad
Mi pasión por la lectura y los libros, y el hábito de lectura diaria, me llevó inconscientemente a escribir sobre esta problemática. Al principio este ejercicio estaba destinado a reflexionar sobre el asunto, y moldear y ordenar en forma personal las ideas; pero sobre la marcha pensé que podrían ser útiles a fin de cambiar la situación planteada. Como a la ignorancia absoluta que reinaba en cuestiones cinegéticas yo le atribuía un papel primordial en la problemática expuesta –aún lo sostengo-, surgió en mi la intención de hacer público los escritos con el fin de educar, ilustrar y aumentar la valoración de lo que tenemos (si se me perdona la inmodesta intención).
Con este objetivo comencé, hace muchos años, a escribir esta obra compuesta de cortos ensayos. Cómo título de la misma elegí uno que expresara claramente el rumbo hacia donde el texto intentaba llevar al lector: “Hacia una Moral Cinegética”, que es decir hacia un nivel moral de práctica que sea adecuado para la sustentabilidad de las especies, y con principios que enaltezcan a los cazadores deportivos pampeanos. En el primer volumen, y a modo de epígrafe, escribí una pequeña advertencia a los lectores, que justamente aclaraba de entrada mi intención, y la forma en que yo creía –y creo- que se debía realizar; así surgió la frase que resume gran parte del problema e indica uno de los caminos al objetivo de mi obra: “cuando no hay cultura cinegética no hay moral cinegética”.
Como no soy escritor y el tiempo que dedicaba a escribir era escaso, fui desarrollando esta obra lentamente y publicándola en pequeños volúmenes de cien páginas aproximadamente. El primero de ellos se editó en el año 2013.
Primer Prólogo
Como detallé, inicialmente fue una obra con aspiraciones meramente locales, destinadas a generar un efecto limitado a mi provincia; nunca imaginé ni pretendí que trascendiera sus fronteras. Por todo esto, a la hora de seleccionar un prologuista era necesario pensar en alguien local. No era fácil la tarea ya que, quien lo hiciera, debía entender la idea principal, practicar la caza con los principios que la obra proponía y poseer la pericia literaria para hacerlo. Todo esto, que inicialmente parecía un dilema de dificultosa resolución, pude resolverlo fácilmente ya que, como escribí no hace mucho: “… La Pampa es un lugar mágico, lleno de historias extraordinarias y desconocidas; de secretos ocultos accesibles a pocos. Sospecho que el destino, o quien lo determina, se ha encaprichado con esta tierra con apariencia de lugar intrascendente, para llenarla de personajes, anécdotas e historias y, de esta forma, preservarlos velados, encubiertos e ignorados”. Mi amistad con uno de esos “personajes” que el destino – o quien lo determina- llevó a La Pampa, resolvió esta dificultad.
Me encontraba en esa época muy abocado -aún lo estoy- a la caza al acecho de padrillos de jabalí. Existían en mi provincia en ese momento algunos personajes –no muchos- absolutamente expertos en la materia, con muchísimos años de práctica y muchos padrillos cazados al acecho en infinitas horas de luna pampeana. A uno de ellos me unía mi profesión y, por supuesto, la pasión que compartíamos por esa modalidad de caza. Me refiero al doctor Roberto Ramos quien, casualmente, se encontraba ultimando detalles de su libro “Un jabalí, la Noche y el Silencio”, aún en la imprenta y pronto a publicarse (libro que analizaremos más adelante). Tanto es así que durante la escritura del capítulo “La Caza del Jabalí Macho al acecho nocturno en La Pampa” de mi libro, editado posteriormente, escribí en su inicio: “…Es difícil, luego de “Un jabalí, la noche y el silencio” de Roberto Ramos, escribir sobre esta modalidad de caza del jabalí en mi provincia ¿Qué se puede decir que no haya sido dicho? ¿Qué se puede describir, de la presa o nuestro magnífico entorno natural donde se desarrolla esta cacería, que no haya sido descripta? Y, peor aún, ¿Qué prosa se puede utilizar que mejore a la de Roberto Ramos?”.
Roberto Ramos fue un médico cazador, que practicó la caza deportiva desde su juventud, arraigando en mi provincia precisamente por la riqueza cinegética que esta posee. Su vida de cazador fue moldeándose hasta practicar exclusivamente caza al acecho de padrillo jabalí. Su experiencia era vastísima, como su pasión por esa modalidad; al punto de no disparar a un ciervo de catorce puntas que bajaba en su apostada, para esperar al padrillo que buscaba (anécdota que él mismo me conto). Cazó más de cien padrillos y utilizó siempre un fusil .375 armado. Poseía un gran nivel cultural; recuerdo su fina oratoria de voz masculina y clarividente, en reuniones gremiales de nuestra profesión
Cuando no sin temor lo consulté sobre la posibilidad de escribir un prólogo a mi humilde obra, Roberto me afirmó en el momento que lo haría y, al mejor estilo de Ortega –que había leído mucho antes de que yo naciera-, me dijo que me llamaría cuando lo tuviera listo. Al cabo de un tiempo me invitó a su consultorio para entregármelo. Al llegar me pidió que me sentara para escucharlo y sin preámbulos comenzó a leerlo. Recuerdo perfectamente la imagen de Roberto sentado en su sillón, desde donde atendía a sus pacientes, con su vista clavada en el texto que sostenía con su mano izquierda y leyendo perfectamente con su voz grave y agradable; al finalizar me preguntó si consideraba algún cambio. No toqué una sola palabra y así adornó mi primer librito de caza. Permítanme la inmodestia de trascribir textualmente alguno de sus párrafos, menos por vanidad que por disfrutar de una verdadera buena prosa: “… Ciertamente, el tema del trabajo encarado por mi amigo y colega Marcelo Vassia, es cuanto menos, ríspido; y cuanto más, muy difícil, ya que el tratar de compaginar todas aquellas actividades relacionadas con la actividad venatoria con lo estrictamente ético, no es tarea para improvisados en el tema. Y por cierto que el autor consigue convencer a sus lectores que es posible compatibilizar la muy antigua actividad cinegética con los principios morales vigentes en la actualidad…”; y más adelante y finalizando, nos instruye magistralmente en lo que considera la graduación de “cazador”: “…En la vida universitaria, uno de los momentos inolvidables, es la graduación. Es el día en que el Estado nos autoriza al ejercicio de lo aprendido en los claustros; sólo es de esperar, al decir del inolvidable profesor José E. Burucúa, que el título no sea una patente de corso. Algo similar sucede con la actividad cinegética, donde también hay una graduación, aunque sin público ni discursos altisonantes y pomposos: es la noche en que se consigue el primer trofeo en total soledad, sin un ladero con quien hacer algún comentario, sin recibir una felicitación o un sincero apretón de manos. Desde entonces en más, el aficionado pasa a ser…un cazador…”
Roberto hoy caza en los mejores tajamares de los campos elíseos, donde habitan los mejores padrillos de grandes colmillos.
Segundo Prólogo
En el año 2015, el segundo volumen de la obra estaba completo. Y esta vez la elección del prologuista también fue obra del destino –o quien lo determine-. Luego de una magnifica experiencia africana organizada por Eber Gomez Berrade, iniciamos una amistad que me honra y persiste aún hoy. Eber es -ya lo era en ese momento- la mejor pluma cinegética nacional, de las que yo conozco. Más aun, sus escritos estaban en sintonía con mis pensamientos y conceptos en cuanto a principios y tradiciones cinegéticas. Su gran nivel cultural e intelectual y sus cualidades humanas son evidentes en el trato personal. Solo la idea de incomodarlo con mi petición me preocupaba. Pero Eber es, por sobre todas las cosas, un caballero victoriano, y aceptó gentilmente y de buen grado mi petición. Su prólogo fue magistral porque captó perfectamente la esencia de mi proyecto y la plasmó muy claramente con su fino estilo de escritura: “…En este sentido, la obra debe ser considerada como un continuo imbricado de historia y reflexión, que apunta no sólo a esclarecer e informar sobre algunos hechos históricos concretos, sino también a formar la génesis de lo que el autor denomina, una moral cinegética…”. Pero así como resume la esencia de la obra magistralmente en una frase, pone en evidencia el riesgo que conlleva y lo advierte: “…Debo advertir a ese lector en especial, el desprevenido, que algunas de esas opiniones son cuanto menos arriesgadas…”, y se explaya en dos conceptos claves del libro; el primero: la idea de escasez de piezas como esencia de la caza concebida por Ortega, y el segundo concepto “…es el de la construcción de la moral cinegética…” que indispensablemente debe realizarse “…desde la base de una sólida cultura cinegética. Es por esa razón, que sabedor de que nadie puede amar ni respetar lo que no conoce, es que le asigna un valor preponderante al conocimiento de la historia de la caza y de las tradiciones venatorias…”.
Eber, para fortuna nuestra, aún esgrime su pluma, de la misma forma que su florete, y publica periódicamente textos que proporcionan luz y conocimientos a nosotros, sus lectores, y nos brinda el placer invaluable de una excelente prosa.
Tercer Prólogo
Cuando finalicé el volumen III decidí no publicarlo aisladamente sino hacer un volumen único sumando los tres y agregándole, en forma de miscelánea, mi traducción del inglés del “Cinegético” de Flavio Arriano. Así compilado se editó en 2019. En esa época mi amistad con Juan Campomar ya se había iniciado y consolidado; mi inicial camino solitario de cazador escritor se había cruzado, para mi fortuna, con el de Juan, que en esa época viajaba frecuentemente a La Pampa para atender su establecimiento rural. Juan es una extraordinaria mezcla de científico, filósofo, naturalista; poseedor de mucha experiencia en cuestiones cinegéticas y un gran nivel cultural.
Nuestra amistad se forjo entre tertulias recurrentes de largas y fructíferas sobremesas. Las numerosas coincidencias, no solo cinegéticas, crearon una amistad verdadera. La principal coincidencia que nos une, él mismo la definió en el prólogo de mi libro: “…Quizás el vínculo que más nos une en este desafío, es el de compartir las mismas ideas, ya que ambos somos orteguianos confesos. Quiere decir que nuestra línea de pensamientos sigue los principios que nos marca uno de los más esclarecidos pensadores del siglo XX y eso por si mismo ya es meterse en el juego filosófico que el maestro nos propone: por lo tanto, el desafío propuesto podríamos decir que es de alto riesgo y el mismo autor así lo acepta…”. Como notará el lector de “Hacia Una Moral Cinegética”, la columna principal de todo el texto del libro, es justamente el prólogo de Ortega y Gasset. Y en Juan la influencia de Ortega es más evidente aun, en su posterior libro “La Mismidad de la Caza”. Así que esa admiración y alineamiento que ambos, sin conocernos, habíamos mantenido con el filósofo español, reforzó mas aún una relación que para mí fue muy enriquecedora intelectualmente.
Cuando le solicité a Juan que prologara mi obra, al igual que el Conde de Yebes al pedírselo a Ortega, lo hice invitándolo a que se sintiera en total libertad de escribir lo que quisiera, cuanto quisiera y en el tiempo que quisiera. Larga fue la espera y grande la ansiedad. Pero todo valió la pena. Juan escribió, para mí, una joya que, como el prólogo de Ortega, cobró vida propia, según yo lo veo.
El prólogo de Juan comienza resaltando, como mencioné, nuestro común alineamiento con la línea de pensamiento de Ortega; pero en sus inicios y hablando de lo que sucede al “meterse” en el prólogo de Ortega y entrar en la búsqueda filosófica del origen, el significado y la importancia de la caza según el genial español, Campomar escribe una frase anticipatoria de lo que vendrá: “A lo largo del prólogo de Ortega y Gasset el filósofo no deja piedra por remover para indicarnos como él ve la caza. Incursiona en la zoología, en la antropología, en las conductas humanas y en la historia buscando descubrir eso que él llama “la mismidad de la caza” y que no es otra cosa más que rastrear el origen de esa pasión. De ahí surge en el orteguiano Vassia el título de su libro “Hacia una Moral Cinegética…”. Pero en este prólogo, el de Juan Campomar, él se transforma en el filósofo que no deja piedra por remover para indicarnos como él ve la caza. Y, puesto en filósofo, aprovecha todas las “piedras” que mi libro le ofrece para remover y seguir el camino que lleva a explicar lo que para él es la caza deportiva; o sea, lo que sería “la mismidad de la caza de Juan Campomar”. Como mi libro plantea intencionalmente un derrotero orteguiano a lo largo de capítulos aparentemente no relacionados pero sí unidos a la línea de pensamiento del filósofo, Juan hace pie en todos ellos, y los va enhebrando al hilo de su narrativa, para trasmitir su idea. De esta forma discurre a lo largo del prólogo sobre ética y moral sumado al concepto novedoso de la necesidad de cultura para que haya moral (“Marcelo dice que sin cultura no puede haber moral y de esa verdad, nunca escrita antes en un libro de caza, se desprende lo que antes comentamos. Sin pensamientos morales y sin conductas éticas acompañantes, no puede existir tampoco, un conservacionismo perdurable que contemple las leyes de la naturaleza y humanas que regulen la fauna para que ésta se convierta en un recurso renovable y sustentable a través del tiempo…”); historia (del hombre y de la caza); zoología y biología (de nuestras especies emblemáticas); primeras normas morales en la caza (Jenofonte y Arriano); “entrada del perro en la venación, único efectivo progreso imaginable en la caza…” diría Ortega (domesticación del perro); el trofeo (historia, significado y caza fotográfica); rastreo de chanchos heridos (el rastreo como “fundamento esencial en el arte del buen cazar”, el cazador moderno y urbano, intuición y sexto sentido); la muerte del animal (y la realidad del hombre como único animal que conoce la inexorabilidad de su futura muerte e impacto psicológico de ese conocimiento); y bajo esta última “piedra” que Juan remueve –cuestionamientos morales actuales a la caza deportiva-, analiza la relación humano-animal y las corrientes filosóficas actuales, principalmente las que ponen en peligro el futuro de la caza deportiva –animalismo o humanización de los animales-, finalizando su prólogo con la siguiente frase:
“Ante este frente de batalla que cada vez crece más, hasta hoy carecemos de la más mínima estrategia comunitaria para enfrentarlo. Si Marcelo y Yo tratamos de poner argumentos esclarecedores en este libro es solo para advertir y aportarle argumentos a un grupo humano disperso, poco motivado para la lucha y carente del más elemental espíritu de cuerpo para el esclarecimiento del problema. Puestas así las cosas, cedo el espacio a Marcelo con la esperanza de que al leer el libro, su mensaje pueda ser entendido…”.
Juan, siguiendo la línea de mi libro, plasma genialmente su visión de la caza deportiva. Agregaría que su prólogo excedió, para mí afortunadamente, el papel de prólogo, para constituirse un ensayo independiente, un texto con vida propia, que adelanta su posterior libro: “La Mismidad de la Caza”.
Hoy, cuando regalo algún libro mío a algún amigo lo hago advirtiendo con absoluta seguridad y sinceridad que, lo mejor del mismo, es sin duda “el prólogo de Juan Campomar”.
Juan se encuentra actualmente abocado al estudio permanente, incursionando en la antropología, área que siempre lo apasionó, buscando respuestas a las múltiples preguntas que su espíritu inquieto e insaciable le impone e impide ignorar. Su cuerpo ya tiene unos años, pero su mente mantiene una jovialidad e inquietud saludable y contagiosa.
Y yo solo lamento no tenerlo cerca para disfrutar más seguido su sincera, enriquecedora y honrosa amistad
Breve epílogo reflexivo
Luego de semejantes prólogos puedo decir, citando al Conde de Yebes al referirse al prólogo de Ortega y sintiéndome nuevamente un conde de Yebes pampeano, que “…la feliz idea que tuve de escribir un libro de caza…” fue feliz porque “…por malo que éste sea, tiene el inmenso mérito, el fabuloso mérito de haber sido la causa…” de “tres exquisitos prólogos”.
Hoy, habiendo visto pasar ya bastante agua bajo el puente, corrientes buenas y corrientes malas, de aguas dulces y de aguas amargas y a veces turbulentas, siento que haber publicado un texto que cuenta con estos prologuistas es una satisfacción espiritual e intelectual de las más hermosas que he tenido; de esas que alimentan el espíritu para siempre, y ayudan a seguir en el puente viendo pasar el agua, esperando las próximas correntadas dulces, y a soportar estoicamente, cuando llegan las amargas.