Los Antílopes del Meauco

Por Marcelo Vassia

          A medida que pasa el tiempo, cada vez que escribo, siento un impulso inconsciente de matizar el texto con alguna reflexión de tipo auto-psicoanalítica o algún breve comentario filosófico. Sospecho que estas cavilaciones, que pugnan en mi cabeza por aflorar cada vez que tomo la pluma, se relacionan al conocido proceso biológico de envejecer. Esto viene a colación de que comienzo este escrito con la necesidad de liberarme de una sensación culposa de deudor moroso, y con el fin de saldar una muy vieja deuda. Siempre he sido un obsesivo pagador de deudas -aquí viene el auto-psicoanálisis-; esta característica obsesiva-compulsiva me impide el bienestar psicológico mientras me siento en deuda de cualquier tipo, liberándome de la misma solo al saldarlas. Sospecho que este rasgo lo heredé de mi padre, que no es un hombre meramente honrado, sino un virtuoso de la moral, al decir de José Ingenieros.

       Pero volviendo al tema, desde que comencé a escribir textos relacionados a la caza, me siento en deuda con uno de los animales más hermosos que afortunadamente hoy tenemos en mi provincia; cuya caza, bien realizada, es una de las que más pone en evidencia las dotes de un verdadero cazador. Digo bien hecha y me refiero al rececho individual en su terreno; no admito otra forma de cazarlo. Todo lo demás es inmoral. Me refiero al esplendido antílope negro.

Su caza en La Pampa

       Ya escribí en otro lado que, en mi provincia, lo que natura non dio, nos lo dio Luro. Afortunadamente para los pampeanos, luego de Luro, otros personajes de similar visión y grandeza aportaron especies de caza de gran valor cinegético, que no solo se aclimataron perfectamente a esta tierra, sino que crearon, a partir de la amalgama de características propias del animal y el entorno geográfico pampeano, modalidades de caza únicas. Por ejemplo, la caza al rececho en brama del ciervo colorado argentino en el caldenal pampeano.

       En el caso del antílope negro las primeras introducciones certeramente registradas de antílopes las debemos a Guillón en el sur de la provincia y a Juan Campomar quien liberara antílopes traídos de Guaminí en su establecimiento ubicado en cercanías de Jagüel de Monte, al oeste de Santa Rosa, y la realizada en la estancia La gitana por el propietario en ese momento, un español de apellido Goizuetta (mas importante por la cantidad de antílopes aportados) al sur del lugar anterior y sobre la ruta 15. Estas dos últimas liberaciones las considero importantes en relación a este escrito ya que se ubican en la periferia de la zona a describir aquí.

 Existen dos registros escritos que podrían afirmar la presencia de antílopes en San Huberto de Pedro Luro y de Antonio Maura. En el libro “La Pampa” de Wenceslao Molins publicado en 1918, el autor narra en el capítulo 5 “La estancia San Huberto del doctor Luro en Naicó” su visita a ese establecimiento. En la narración de la misma desliza: “…el paso de la cabalgadura espanta la tropa de tímidos antílopes que se esfuma entre los espinosos matorrales…”. También Maura, citado por Amieba en su imperdible libro “El Parque Luro”, al describir en sus escritos el reacondicionamiento del establecimiento para la caza deportiva, luego de su adquisición, cuenta: “…Aproveché el cercado para largar en él otras especies de animales de caza como antílopes, guanacos…”. Estos registros nos permiten especular que tanto Luro como Maura podrían haber llevado antílopes a San Huberto; y también, si fuera así, refuerza la dificultad de esta especie para aclimatarse a La Pampa, ya que hoy no existen en dicho lugar.

       Posteriormente, con el auge de la cacería comercial en épocas recientes se dispara, por suerte para los pampeanos, la introducción simultánea en múltiples cotos de la provincia en la década de los noventa.

       Con el antílope negro sucedió un fenómeno similar al descripto con el ciervo colorado: sus características propias conjugadas con las geográficas determinaron una modalidad de rececho muy deportiva y única. Me refiero principalmente a su aclimatación a la zona del Meauco y la modalidad de rececho que esta zona determina.

Antílopes del Meauco

       Sin entrar en una descripción geográfica exhaustiva, y solo para que el lector que no conozca dicha zona entienda las características de la modalidad de caza que describiré, debemos aclarar que El Meauco comprende una región extensa situada en el centro de la provincia y al oeste de su capital. En ella predominan grandes sistemas medanosos, salpicados sus bajos de lagunas permanentes -algunas de gran extensión- que constituyen un humedal de importancia ecológica; posee también un acuífero de significativo valor como recurso hídrico. Podríamos definir Meauco, como un gran mar de arena, cubierto de pastizal, con ondulaciones de variable altura y frecuentes lagunas que reúnen una maravillosa y variada fauna salvaje; a los fines meramente cinegéticos podríamos delimitar la zona donde se puede practicar esta modalidad de caza entre la ruta 14 al norte, la ruta 18 al sur y la ruta 15 al este. Al oeste el límite es más indefinido perdiéndose en la inmensidad de los medanales.

       Afirmo que deambular en solitario, mochila y rifle al hombro, por ese mar de arena, de sol a sol, avistando fauna, es un verdadero placer para mí.

Digresión Personal

       Es muy importante, antes de entrar en la descripción de esta modalidad de caza, agregar un comentario personal, bien documentado, destinado a desmitificar un concepto errado, que perjudica a la especie. Es la creencia que el antílope negro es una especie sumamente invasora, resistente y dañina para el medio ambiente natural. Esta idea se distribuyó, como siempre, con gran facilidad entre cuanto desinformado exista; arraigado principalmente en la población rural, siempre predispuesta a culpar a cualquier animal salvaje por el “uso intensivo del pasto” que tanto valora y desea destinar exclusivamente para los domésticos de su propiedad: principalmente vacunos. Creyendo que poseen un nivel de reproducción “conejístico”; que soporta todos los rigores del clima -aún del pampeano-; creyendo la graciosa teoría de dos pariciones al año en todos los ámbitos donde viva; atribuyéndoles una voracidad elefantiásica para alimentarse y “eliminar” destructivamente las preciadas pasturas -sin siquiera conocer su peso exacto que, como bien se sabe, es proporcional a su consumo-, mantienen -y fomentan- obstinadamente esta opinión.

       Es verdad que es una especie prolífica en condiciones adecuadas; esto es sin predadores y clima benévolo con buenas pasturas todo el año. Pero les aseguro no es el caso de La Pampa -los pampeanos lo sabemos bien-; aquí son raras las condiciones óptimas estables; la vida no es fácil para la fauna salvaje. Esto no es Santa Fe límite con Buenos Aires. La Pampa es dura; a ninguno de los que crearon y difundieron este mito se les ocurrió pensar que todas las especies son dependientes del ámbito donde se desarrollan -premisa ecológica básica-. Mucho menos evaluar esta especie en el campo y su realidad, incluso y principalmente en invierno, en esta provincia.  La Pampa tiene un clima duro, con extremos de temperaturas enormes -incluso dentro de un mismo día! Con inviernos severos y escasez de alimentos para la fauna salvaje. Se han reportado mortandades importantes de antílopes en períodos largos de frío. También deben lidiar con una muy abundante y eficaz población de predadores. Zorros, gatos moros y pumas dan cuenta de muchas crías de antílopes; y en campos pampas con desniveles, árboles, isletas de monte o monte propiamente, el puma hace presa fácil de ellos. No es raro que los dos o tres focos de poblaciones importantes en La Pampa sean lugares con campo limpio y plano, y donde se los cuida. Los he visto desaparecer por completo en lugares donde se los había implantado, luego de años de difícil y lento desarrollo. Y por supuesto la superabundancia del eficiente y único depredador (atentos al término: no escribí predador; escribí depredador): el hombre armado -no cazador deportivo-, demasiado abundante por aquí.  En fin: ¡aurea mediocritas! La mediocridad, la ignorancia y las políticas erradas e influidas por ideologías -sin fundamento científico- brillan en mi querida provincia.

Su caza 

Cuando hablo de una modalidad de caza especial en la zona del Meauco, me refiero a su diferencia con la de otras zonas donde se los caza. Principalmente con la realizada en la provincia de Bs. As. donde su superficie plana determina un rececho totalmente distinto; también difiere de la realizada en áreas de La Pampa más boscosas, que obligan a estrategias diferentes. Pero esta modalidad no solo se diferencia por la estrategia a realizar, sino por la belleza intrínseca del terreno, la deambulación solitaria durante horas y la sensación permanente de vastedad ilimitada para cazar, con ausencia total de signos de civilización cercana. La gran extensión de la mayoría de los establecimientos en esta zona contribuye enormemente a ello. Priorizo la sensación de soledad y libertad dentro de esa vastedad donde hasta el tiempo parece detenerse, y solo el zumbido del viento nos recuerda que algo transcurre; y lo disfrutamos con todos los sentidos para la caza permanentemente activos. Tal vez todo esto, aunado, facilite el resurgimiento inconsciente y atávico del cazador-recolector que llevamos dentro (al menos nosotros, los cazadores). Créanme que si los antropólogos actuales, obsesionados con descubrir la cultura, la mentalidad y el comportamiento de nuestros antepasados cazadores recolectores, deambularan algunos días por el Meauco, tendrían un panorama bastante aproximado de la realidad de nuestro antepasado.  Pocas modalidades de caza, en mi provincia, otorgan tal placentera sensación. Tal vez solo el acecho con luna al jabalí en el inhóspito oeste pampeano me la ha deparado; me refiero a Lihuel Calel o Cuchillo-Co.

Es importante aclarar que la población de antílopes en esta zona no es abundante. Y aquí debo romper otro mito creado por el desconocimiento. Es verdad que en esta zona, que es muy grande, hay uno o dos focos principales de poblaciones de antílopes muy numerosas, pero se encuentran dentro de importantes cotos de caza o en áreas donde, esporádicamente, se ha sembrado alguna pastura; en el resto de esta zona viven los que “rebasan” estas poblaciones, que buscan nuevas áreas y tratan de sobrevivir -con gran dificultad- en ellas. He visto con mis propios ojos una gran mortandad en unos de los campos donde pude cazar, luego de una histórica e inusitada nevada. Y también he visto, lamentablemente, matanzas increíbles, desde vehículos que han diezmado poblaciones enteras. El antílope en esta zona tiene dos enemigos principales: el clima pampeano y, desde hace unos años, su caza intensiva (desde vehículos).

       Es verdad que en algunos campos, generalmente lindantes a estos cotos, se pueden ver muchos recorriendo en vehículo, lo cual puede dar la sensación de superabundancia. Principalmente porque de esta forma se recorre gran extensión en poco tiempo y, al paso del vehículo, se van movilizando todos los antílopes que se encuentran en la zona. Pero les aseguro que cuando uno camina, mochila al hombro, el avistaje no es tan frecuente; ni hablar si buscamos un buen macho. Lo cual comienza a darle a esta modalidad las características indispensables de verdadera caza: incertidumbre y sacrificio, además de requerir entrenamiento físico y de tiro. Siempre he sostenido que el antílope nos ha enseñado a los cazadores pampeanos el tiro a distancia, a conocer de balística y la importancia de la práctica de tiro antes de la cacería. En La Pampa, antes de la llegada del antílope, solo se hacía tiro a distancia en los mentideros de las armerías.

La caza del antílope en Meauco consta de tres partes: avistaje de la presa a larga distancia, rececho hasta distancia de tiro y finalmente disparo.

       El avistaje de la presa es fundamental. La geografía del lugar nos permite buscar puntos de altura desde dominar gran extensión de terreno. No es cuestión de caminar permanentemente. Es bueno detenerse en algún punto alto, sentarse tranquilo y mirar, mirar y remirar, al decir del Conde de Yebes, con largavistas en 360 grados. Recomiendo hacerlo durante varios minutos incluso revisando áreas ya vistas. Esto también es útil para descansar, tomar agua y aire; disfrutar ese majestuoso entorno natural. Aunque parezca sorprendente no son fáciles de ver; sobretodo cuando están echados. He descubierto antílopes a los que solo se les veía un cuerno espiralado entre los pastizales, luego de revisar esa zona varias veces. Aunque no sea el trofeo esperado siempre es grato descubrirlos y observarlos durante un tiempo. Las hembras se camuflan mejor con el entorno y es fundamental saber dónde están antes de cualquier intento de aproximación al macho.  Suelo detenerme en la proximidad de alguna de las maravillosos y misteriosas lagunas de este lugar; y aseguro que es fascinante pasar un buen tiempo observando la magnífica fauna aviaria de la zona: cisnes de cuello negro, flamencos, variedad de patos; ñandúes, que, dicho sea de paso, son sus principales aliados. No es raro ver jabalíes. He notado que estos, en esta zona de vastedad y escasa presencia humana, tienen comportamientos absolutamente distintos a sus congéneres de la zona de monte: más actividad diurna y tranquilidad en sus desplazamientos. Pero volviendo a los antílopes, el objetivo aquí es divisar nuestra presa desde la distancia y así evitar que ella nos vea primero, lo cual, les aseguro, anulará cualquier posibilidad de cazarlo. Cómo seleccionar el adecuado para cazar es todo un tema; todos los machos, cuando son negros y más aún si se encuentran en comportamiento de macho dominante -inflados sus músculos, orejas hacia abajo y andar soberbio tras la hembra-  se ven majestuosos. Pero los cazadores buscamos el trofeo y esto es lo más difícil de evaluar; sobre todo a gran distancia. Cuando son ejemplares sobresalientes o cuando hay más de un macho y podamos por lo tanto compararlos, la tarea es más fácil. Cuando evaluamos uno y a la distancia, es más complicado. Personalmente, busco el perfil para comparar la longitud de la cuerna con la extensión del cráneo de perfil, y así aprecio la longitud de la cornamenta. Como siempre en la caza, son los especímenes promedio los más difíciles de evaluar: entre 40 y 45 cm. Los excepcionales los distinguimos a la distancia. Ante la duda en la evaluación me baso en la conocida premisa: si durante la evaluación, en algún momento me pareció que no era cazable, si en algún momento dude, no tiro. Prefiero no tirar y perder un buen antílope y no matar uno mal evaluado, impulsado por mi pasión -que aún me genera problema en estas lides-.

Luego de descubrirlo, llega el momento de “llegarle”, de acecharlo; de aproximarnos a una zona de disparo que nos otorgue un buen nivel de seguridad. No me gustan los cazadores que intentan tiros “fantasía” de distancias inverosímiles, motivados por calibres de gran velocidad, que con una eficacia de uno en diez disparos, tiran -ya que a eso vinieron- y cuando pegan (uno de diez) malhieren al animal, que se perderá herido para siempre. Muchas osamentas de antílopes machos he visto en estos lugares.

       La zona nos da ventaja: los medanales ayudan a desplazarnos sin ser vistos. Existen dos problemas a tener en cuenta. En primer lugar, no encontrarnos con otros antílopes cuya huida alertará a todos los de la zona (poseen un sistema de alarma muy vistoso a gran distancia: la famosa corrida en brincos; esto espanta a todos los antílopes del área aunque no nos hayan detectado). Ciertamente en ese momento finalizó el rececho. El segundo es el gran aliado de nuestra presa, el ñandú, que, aunque no lo crean tiene mejor vista; su carrera generará alarma en los antílopes, que huyen al verlos correr.

       Existen factores muy importantes para un buen rececho, comunes a otras cacerías: es probable que los últimos metros haya que arrastrarse; el viento es muy importante; y la ubicación del sol (siempre ayuda tenerlo atrás ya que esto dificulta su mejor defensa que es la vista).

Llega el momento del disparo; generalmente, por las características de rececho, estaremos acostados. El tiro, por supuesto, siempre debe realizarse con apoyo; las distancias de tiro habitualmente serán largas. Serán disparos entre los cien y doscientos metros. Repito que cada uno debe tirar a la distancia que su habilidad permita: debemos conocerla y por supuesto conocer como pega nuestro rifle en todas las distancias. No hablaré de calibres ni de balística. Todos los calibres habituales en La Pampa sirven si el cazador conoce bien lo mencionado: su habilidad para tiros largos y donde pega su rifle a cincuenta, cien, ciento cincuenta, doscientos metros.  Por ejemplo el calibre .308, tan popular aquí, es muy útil siempre y cuando este regulado para esas distancias y el cazador conozca perfectamente la parábola de tiro de este calibre, sobre todo si está regulado a doscientos metros. Muchos antílopes he pasado por arriba olvidando, en la emoción del momento, este detalle. Actualmente uso calibres más rasantes; pero el verdadero secreto está en conocer perfectamente la trayectoria de la bala del arma que usamos y, por supuesto, conocer o calcular bien las distancias de tiro. Al respecto me parece muy útil un telémetro portátil que nos ayudará a mejorar la precisión.

Con respecto al apoyo existen múltiples sistemas: acoplables al rifle o no. No me extenderé en este tema. Personalmente uso la mochila que siempre recomiendo en esta modalidad de caza, en la cual se camina de sol a sol (llevo agua, alimento ligero, brinda espacio para llevar o guardar abrigo y para cargar el trofeo en caso de cobrarlo). También he usado mucho, y lo considero muy apto para esta modalidad, bípodes acoplables al rifle. Por supuesto cada cosa a llevar agrega peso en una cacería que, aseguro, cuanto menos lleven mejor.

Finalizando la descripción de esta modalidad de caza en esta zona, menciono una característica que considero vital para el cuidado de esta especie aquí. Cazando de esta forma es muy raro abatir más de un macho por salida; es más, es frecuente terminar la jornada sin tirar. Esto parece trivial, pero para mí no lo es. Mejora la valoración de la presa y contribuye enormemente a preservar a esta maravillosa especie.

CONCLUSION

       Deseo rescatar lo que valoro de esta cacería; lo que la hace especial para mí. Cómo en otras oportunidades dije, no es la dificultad; ni siquiera el anhelo de un trofeo excepcional -que obviamente siempre deseamos-. Es esencialmente la sensación que me produce deambular sin rumbo fijo, ni horario, por esos medanales llenos de belleza y de vida salvaje, deteniéndome periódicamente a disfrutar de esa maravilla natural que es el Meauco.  Ya lo mencioné más arriba:  la sensación de soledad en esa vastedad inmensa, ilimitada, y con una actitud de caza permanente; con la expectativa de un buen resultado y el valor agregado de la dificultad propia de la misma; y la concreción de la misma en soledad absoluta. 

       Extrapolando un genial concepto de mi amigo, el Doctor Ramos, quien, prologando gentilmente mi primer libro, definiría la “graduación” del cazador cuando: “…sin público ni discursos altisonantes y pomposos… se consigue el primer trofeo en total soledad, sin un ladero con quien hacer algún comentario, sin recibir una felicitación o un sincero apretón de manos. Desde entonces en más, el aficionado pasa a ser … un cazador”. Créanme que, y aquí aplico semejante definición, cazando en esta modalidad y en este lugar, el aficionado se gradúa de verdadero cazador.

       Aseguro que colgar un trofeo de antílope, cazado en este lugar y dentro de la modalidad aquí descripta, es digno de un buen cazador.

       Si alguien me preguntará que le faltaba al Meauco, sin duda respondería que solo le faltaba el antílope negro deambulando, soberbio, con sus hembras, haciendo gala de su territorialidad frente a otros machos, por esos medanales y lagunas bellísimas. Hoy, para mí, luego de tantas maravillosas jornadas de caza en esa zona, el Meauco es sinónimo de antílopes.

       Afortunadamente hoy podemos disfrutarlo. Es imperioso cuidarlo y promover su valoración, al menos entre nosotros los cazadores. En La Pampa, lamentablemente, no lo protege ni lo valora nadie. ¿No somos nosotros acaso, los cazadores, los que debemos hacerlo?  Ése es el objetivo de este ensayo.