Los Búfalos del Chillen

Por Marcelo Vassia

Introducción
Los Bóvidos han sido presa de caza del hombre desde hace miles de años; múltiples pinturas rupestres lo atestiguan; comparten una historia milenaria como presa de caza junto a cérvidos y suidos. Sus descendientes, hoy, forman una familia con especies autóctonas en la mayoría de los continentes: bisonte americano en América, bisonte europeo en Europa, el búfalo en África y finalmente Asia, que posee la mayor cantidad de especies, algunos en peligro de extinción (búfalo acuático, banteng, yak, anoa, kouprey, gaur, gayal, tamaraw y sao-la); solo en Asia se han podido domesticar algunas especies, como sucedió con el elefante asiático. En Oceanía existen especies introducidas: el búfalo acuático y el banteng (es destacable para nosotros que ambas especies fueron introducidas inicialmente para su uso como ganado para alimentación de los colonos y hoy poseen poblaciones abundantes y saludables –justamente constituye el único país en el mundo donde se puede cazar el banteng).
Todos de gran valor cinegético, podríamos decir que los más cazados son el búfalo africano (Cyncerus caffer) y el búfalo de agua (Bubalus Bubalis); es bueno mencionar la gran recuperación de las poblaciones de bisonte americano –muy codiciada pieza de caza- y europeo; también, y con gran valor para coleccionistas, los búfalos más exóticos, como el mencionado banteng en Australia.
En Argentina tenemos la suerte de contar con una de las especies más populares: el búfalo de agua. Fue introducido como exótico en algunas zonas de Europa, Australia y Sudamérica. Lamentablemente en Argentina, tal vez por su extenso y difundido manejo productivo inicial –cárnico e industria láctea-, y, más importante aún, debido a la difusión de matanzas de animales mansos utilizados en dicha actividad agropecuaria por parte de cazadores, se ha deteriorado significativamente su valor cinegético; esto ha generado un desconocimiento de las características reales de estos bóvidos en condiciones salvajes, aumentando el menosprecio de su valor cinegético. Contrariamente en Australia, hoy con una gran población de manadas salvajes, actualmente su caza es muy valorada a nivel internacional por la calidad deportiva de la misma y los grandes trofeos allí logrados.
Creo que lamentablemente en nuestro país aún no se comprende cabalmente el extraordinario potencial cinegético del búfalo. Es tarea de los operadores de caza, y por supuesto, de los cazadores, llevar a nuestro búfalo al nivel cinegético que merece.

La cacería en cuestión

La caza del búfalo asiático hoy puede ser, deportivamente hablando, muy buena o muy mala; ¿acaso no sucede lo mismo con la caza de nuestros queridos cervus elaphus y sus scrofa -especies emblemáticas que durante siglos encumbraron la caza deportiva-? ¿Quién puede negarlo? Por esto mismo es importante dónde cazarlo y de qué forma.

Para comenzar, y siempre hablando de las características que hacen más deportiva la cacería, diremos que no es lo mismo un búfalo asilvestrado que uno doméstico. No ahondaré en la historia del búfalo asiático en nuestro país, detalles bien descriptos en otros escritos. Sí es importante destacar que esta especie, así como las cabras domésticas, tienen una gran capacidad de asilvestramiento; dadas las condiciones ideales, la especie retorna al estado salvaje; la cantidad de generaciones que demanda dicha regresión, depende del nivel de domesticación al cual habían llegado las primeras a asilvestrar. Deben ser liberados sin contacto ni control de seres humanos, por supuesto en ambientes aptos para dicha regresión; no es lo mismo liberarlos en campos abiertos y alambrados, que en grandes extensiones boscosas. Para su caza es esta una condición indispensable para que sea una buena lid. Deben ser búfalos asilvestrados y cazados en ese entorno dificultoso en que recuperaron su estado salvaje; en ese entorno que conoce bien y que le permita disponer de todas las opciones posibles: huir, ocultarse o incluso agredir.
En cuanto a la modalidad de caza, Carlos Coto en su libro “Cazando en Argentina” es contundente al respecto: “… la única forma de cazarlos deportivamente es, como dijimos, recechándolo de a pie en los lugares inhóspitos que habitan. Si hay que recorrer grandes distancias se puede utilizar un vehículo o caballo hasta avistar un ejemplar interesante, evaluarlo con los prismáticos, desmontar a cien metros por lo menos y entrarles caminando con el viento en la cara…”.
La segunda característica que lo hace interesante es que, anatómicamente hablando, no tiene comparación con las especies que habitualmente cazamos; aún el más maraloide de nuestros elaphus pesa mucho menos; sus características anatómicas hacen indispensable estudiarlo muy bien antes de enfrentarlo; por lo mismo, todos los calibres y tipos de balas que usamos habitualmente son inadecuados para el búfalo. Este es un tema para analizar y preparar adecuadamente y que puede evitarnos un problema cuando se caza en las condiciones que mencione más arriba. Aquí es donde comienza a distinguirse de las otras especies de caza: no es lo mismo buscar un ciervo herido que un búfalo herido en monte cerrado. En ese ambiente, debemos colocar bien el disparo con un calibre adecuando.
Explicados todos estos detalles, podemos decir que la caza del búfalo asiático, en las condiciones mencionadas, comienza a disfrutarse antes de llevarla a cabo, cuando el cazador debe analizar y estudiar la anatomía del animal –desconocida para la mayoría de los cazadores locales-, y las armas y/o accesorios necesarios para su caza, que yo llamaré fase previa.
La mejor definición de la cacería del búfalo que he escuchado es la de Juan Campomar: “La cacería de nuestro búfalo en realidad consta de dos partes: el primer disparo y después…”. Yo agregaría, al menos para los iniciados, la fase previa de estudio de la presa y preparación.

Estudio y preparación

Fase previa
“¡No te fíes de tu suerte! Una vez que has decidido que tú también quieres cazar un búfalo, te debes a ti mismo y a las personas que te rodean aprender todo lo que puedas sobre tu adversario y cómo tratarlo antes de empezar la cacería” sentencia Peter Flack, el prologuista del libro “El animal más peligroso de África” de Kevin Robertson.
Afortunadamente la invitación a cazar un búfalo por parte de mi querido amigo, Jorge Martino a “El Chillen”, me llegó un mes antes de la misma. Esto me dio algo de tiempo para investigar literatura relacionada a dicha caza (tarea nunca fácil en nuestro país). Por supuesto que lo escrito ha sido en base al Syncerus caffer, que es perfectamente extrapolable a nuestro Bubalus Bubalis en cuanto a anatomía, calibres, balas adecuadas y algunas otras características de su caza, que iremos viendo a lo largo de este artículo. Mucho se ha escrito sobre la caza del búfalo africano. Recomiendo tres libros: “Rifles y cartuchos africanos” y “Pondoro, el último cazador de marfil” ambos de John Taylor y “El animal más peligroso de África” de Kevin Robertson. En el primer libro Taylor, describe su gran experiencia en terreno con los calibres que usó cazando, por lo cual, el búfalo, sus características y su caza, son temas tratados recurrentemente. El segundo de Taylor es un libro de narración de experiencias cazando en África, donde por supuesto, dedica muchas páginas al búfalo. El libro de Robertson es, para mí, imperdible para cualquier cazador que alguna vez en su vida pueda cazar un búfalo. Es, sin dudas, el más completo y didáctico. Robertson es un veterinario de Zimbabue; inicialmente dedicado a su profesión y a la ganadería en un rancho de ganado adquirido para dicho fin, al noroeste de Zimbabue, próximo al famoso Valle del Zambeze; allí debió enfrentarse con el problema de la presencia de búfalos salvajes que ponían en riesgo la producción de ganado libre de aftosa; “Y así, en un intento de proteger las exportaciones de carne del país, de repente e inesperadamente, tuve que involucrarme en una confrontación con este formidable bóvido negro…” cuenta Robertson. Esta interacción produjo una fascinación por los búfalos que lo llevó a estudiarlos, cazarlos, respetarlos y protegerlos. ¿No es esta, en esencia, la repetida historia de los verdaderos cazadores deportivos? Robertson comenzó posteriormente, en forma complementaria, a guiar safaris de caza; su espíritu emprendedor y sus conocimientos científicos, producto de sus investigaciones y experiencias, resultaron en la publicación de varios libros sobre el Syncerus Caffer y múltiples artículos y conferencias. Lamentablemente su establecimiento, luego de veinte años de trabajo –e incluso con emprendimientos de cría de especies salvajes, como antílopes sable- fue confiscado y destruido, como consecuencia de las políticas de reforma agraria de dicho país. Robertson emigró a Sudáfrica donde continuo ligado al mundo de la caza, desarrollando cotos de caza en Sudáfrica y Botswana, como consultor-asesor en vida salvaje en otros países como Namibia, o involucrado en proyectos relacionados a vida salvaje y, para fortuna nuestra, escribiendo libros. El más conocido de ellos es “El Tiro perfecto”.
Volviendo a nuestro tema y resumiendo, creo muy importante conocer de antemano la anatomía de este animal, completamente diferente a lo que estamos acostumbrados a cazar, y preparar un arma adecuada con la bala adecuada.

Comienza la Cacería

Primera Fase: “Rececho y disparo”
El Chillen es un Coto de caza histórico de La Pampa (su número de registro es el 13), ubicado al suroeste del departamento Toay. Geográficamente es muy pintoresco y en su extensión encontramos una gran variedad de terrenos: extensos medanales abiertos y, en partes, con bellísimas caldenadas en sus hondonadas, áreas de monte de caldén abierto y áreas de monte cerrado con fachinal, cerros y cuadros limpios que permiten la siembra de cultivos para las especies cinegéticas. También posee abrevaderos permanentes para la fauna salvaje, que permiten el avistamiento de las especies que, principalmente en horarios nocturnos, se aproximan a beber. Esta variabilidad geográfica permite múltiples modalidades de caza, todas muy deportivas. Acechos maravillosos y recechos apasionantes y generalmente dificultosos caracterizan este lugar.
En El Chillen fueron liberadas dos tandas de búfalos hace ya varios años; en completa libertad y sin ningún tipo de manejo; se han reproducido muy bien, contando con especímenes adultos que han nacido en esas condiciones. Previsiblemente, el mayor grupo se ha establecido en los cuadros más sucios y pintorescos, lo cual, si bien hacen la caza más deportiva, también la hacen más incierta –cualidad indispensable- y mucho más complicada logísticamente –ya veremos porque-.
Iniciamos la cacería en la madrugada de un caluroso día de febrero; el rececho dificultoso y, en caso de éxito, el manejo y acarreo de la pieza en las áreas donde viven –cerros con vegetación muy cerrada- hacen imprescindible contar con la mayor cantidad de horas diurnas para su caza. Robertson por varios motivos, que se aplican en nuestro caso, es contundente al respecto: “La caza de búfalos es una actividad esencialmente matutina, debido a una serie de razones importantes…”; entre ellas menciona la necesidad de que quede tiempo para recuperar la presa: “…tiene que quedar luz suficiente como para abrir un camino y completar la recuperación antes de que se haga de noche…”. Partimos, como en la época de brama, antes de salir el sol. La partida estaba compuesta por Jorge, que guiaría, yo como cazador, Gonzalo y José, los hijos de Jorge; todos ellos armados con rifles con miras abierta; son experimentados guías y muy buenos tiradores, pero poseen una característica que considero muy importante en este tipo de cacería: son excelentes tiradores con miras abiertas; tiran muy bien y rápido; tienen mucha experiencia en la búsqueda de animales heridos y trabajan muy bien juntos.
Con la primera claridad del día recorrimos las alturas para, desde allí, barrer todas las zonas con nuestros largavistas. Pudimos identificar, a gran distancia, dos animales que por su tamaño parecían machos, ascendiendo por una lejana ladera de un cerro, avanzando lentamente y pastando como habitualmente hacen desde las primeras horas del día. El viento estaba perfecto para, tras un largo rodeo caminando, entrarles desde el cerro y, si continuaban en esa dirección, poder observarlos detenidamente. La aproximación fue perfecta, caminando Jorge adelante, seguido por mí y detrás Gonzi y José, llegando a una posición más alta, con el viento en la cara y los búfalos separados por unos cuantos metros, avanzando muy lentamente. Los búfalos no deben ser subestimados nunca; como sus primos africanos, tiene buena vista y buen olfato; por lo cual llegados a una distancia de entre cuarenta y cincuenta metros decidimos, semiocultos detrás de unos arbustos, no movernos más y definir si alguno era de las características que buscábamos. Armé un trípode y preparé mi fusil, esperando las directivas de Jorge que analizaba dificultosamente ambos animales. Si bien nuestra altura era mayor, lo cerrado de monte hacía por momentos difícil ubicarlos; y pastando, la valoración del trofeo no era fácil. Luego de varios e intensos minutos el búfalo que sospechábamos como cazable levantó su cabeza y nos miró fijamente desde una distancia de treinta a cuarenta metros y ese movimiento le permitió a Jorge comprobar que era nuestra presa y me ordenó que disparara.

El Disparo

“El secreto para cazar búfalos con éxito reside en entrarles bien y cerca, y luego colocar el tiro inicial exactamente en el sitio preciso…coloca mal el tiro inicial, y podrás tener un problema potencial entre manos, sin que importe qué tipo de calibre hayas usado…” dice Robertson. Sin dudas tiene razón. Aunque suena más fácil de lo que realmente es, en una caza verdadera. Y él mismo así lo reconoce, ya que dedica un capítulo entero a este tema que llama “Colocación del tiro” donde desarrolla el tiro desde todos los ángulos. Pero es el capítulo que dedica a la anatomía del búfalo, “Rasgos anatómicos importantes”, el que creo fundamental; allí describe lo que él llama el “triángulo vital” donde se ubica el corazón, todos los grande vasos que entran y salen de él, y el centro de los pulmones; “coloca una bala expansiva bien construida de masa suficiente y de calibre adecuado en el centro exacto de esta zona, y el búfalo no irá muy lejos” dice Robertson; agrega que habitualmente estos tiros dan como resultado la muerte con un solo disparo, y son los que él sugiere a sus cazadores. Para esto recomienda: distancias de tiro entre veinte y ochenta pasos, tiro inicial siempre desde algún apoyo y solo cuando esté en buena posición y ofrezca un tiro claro.
Confieso que luego de leer esto me propuse que era exactamente lo que haría; pero la caza real es impredecible y uno debe estar preparado para actuar de acuerdo a las circunstancias; y esto fue exactamente lo que sucedió.
Cuando Jorge me dio la orden de disparo, el búfalo estaba mirándonos –lo cual nos daba segundos para disparar- cuarteado, dándonos su lateral izquierdo. Si bien estábamos varios metros más altos, la vegetación cubría la mitad inferior del cuerpo. El triángulo vital no era una opción bien visible, tapado por la vegetación, ni lo sería, ya que el búfalo nos había visto y en segundos probablemente desaparecería. Además, allí la vegetación difícilmente nos permitiría dicho tiro (¡hoy recuerdo con gracia el tiempo que me tomé estudiando los límites del famoso triángulo vital y determinándolo imaginariamente en cuanta foto de búfalo se me cruzara!). Solo podía intentar un tiro alto, de arriba hacia abajo, que entrara por arriba del hombro izquierdo y lo cruzara diagonalmente hacia atrás atravesando pulmones, y con suerte hígado. Y aquí quisiera detenerme para hablar mínimamente del calibre y la bala utilizada. Uso un .375 desde hace más de quince años en todas mis cacerías. Este calibre es apto para cazar búfalos, por lo tanto, esta cuestión la resolví fácilmente: usaría a “el loco” como yo lo llamo, mi viejo CZ; pero la cuestión de qué punta de bala usar fue más dificultoso. Robertson recomienda contundentemente una “bala expansiva convenientemente bien construida” y no recomienda para el primer tiro las puntas sólidas (aunque sí para los tiros de refuerzo). Esto principalmente por el riesgo de herir algún búfalo luego de atravesar el primero y crear un problema mayor: dos búfalos heridos. De la misma manera Pondoro Taylor recomienda: “…cuando se utilice un rifle potente de cualquier clase contra una manada, no deben emplearse balas de punta dura, pues existe el grave riesgo de que atraviesen al animal y lastimen o maten a uno o varios de los que acompañan al cazado…”. En nuestro caso, el dilema de la punta a usar lo resolvimos a la argentina: eligiendo, de lo poco que teníamos, lo que nos pareció óptimo. Conseguir las puntas que Robertson llama una “bala expansiva bien construida” en nuestro país no es tan fácil y menos en poco tiempo. Yo uso, desde hace años puntas de 270 grains Core Lock que siempre me parecieron espléndidas en nuestra fauna (incluso excesivas en muchos casos) pero, determinado a tirar al famoso “triángulo vital” de Robertson, temí que, por mínimo error, el disparo impacte de lleno en masa ósea dura (el triángulo está limitado por huesos importantes como el humero de muy sólida constitución en estos animales) y fragmente la bala más de lo habitual en nuestra fauna de caza corriente. Me preocupaba que dejase al búfalo solo con su brazo roto. Jorge ha usado con éxito puntas sólidas de 300gs en búfalos, por lo tanto, luego de un solo disparo para confirmar que pegara igual a las que uso habitualmente –otra virtud de este magnífico calibre .375- nos decidimos a usar ese tipo de bala, previendo que los machos no andarían con la manada y no tendríamos problema de herir algún otro búfalo situado detrás, si la bala lo traspasaba (confieso que me parecía exagerado el repetido consejo de no usar sólidas por este problema, por parte de Robertson y Taylor).
Habiendo cargado el rifle con cinco balas de punta sólida, decidido a disparar en estas no muy óptimas condiciones, y, teniendo el trípode armado, oprimí el gatillo. El ruido del disparo rompió el silencio del amanecer en el monte. Mientras acerrojaba rápidamente (pensando que me daría un segundo y hasta un tercer tiro, confiando absolutamente en el rápido y fácil deslizamiento del cerrojo ya muy usado de mi fusil), con mi ojo derecho tratando de reubicar luego del retroceso al búfalo nuevamente en la mira, mi ojo izquierdo percibió el salto de la masa negra penetrando y desapareciendo en el fachinal. Sin acusar el impacto de ninguna manera y con una velocidad propia de un ciervo o un jabalí, desapareció de mi vista con el fusil perfectamente colocado en el trípode (el uso de trípode es muy recomendado en la caza de búfalos. Es verdad que en nuestro monte es muy incómodo y ruidoso para transportar. Hoy existen algunos muy buenos que se despliegan fácil y silenciosamente en el momento del disparo. Nunca los uso para ciervo colorado. Pero para búfalo, creo que es muy útil para colocar lo mejor posible ese primer disparo tan importante).

Segunda Fase:

“Después del disparo”
Aquí entramos, luego del disparo inicial, en una nueva fase que nos plantea un dilema complejo al que Robertson dedica también un capítulo entero de su libro: “Doblar el tiro o no”. Los tiros de refuerzo que pueda realizar el cazador, si le es posible, bebe realizarlos sin titubear; todos los que pueda. Dice Robertson: “…–el cazador-…debe seguir disparando mientras tenga una visión clara y sin obstáculos de su búfalo, por si acaso ese primer tiro no fue donde se esperaba…” y más adelante dice, con respecto a este tema: “Solo se deben usar balas sólidas con los tiros de refuerzo, para conseguir la penetración requerida en esos ángulos difíciles”. En mi caso, si bien me considero rápido acerrojando, el búfalo fue mucho más rápido que yo y, cuando cargué la segunda bala, ya no estaba a la vista.
El tiro de refuerzo por parte del cazador profesional o guía plantea un dilema más complejo aún. Robertson, luego de describir todos los tipos de clientes que ha tenido, da importancia a la relación con el cazador, a la evaluación de la habilidad del mismo previo a la cacería y, por último, concluye que es decisión del cazador profesional decidir si dobla o no, según las circunstancias, el disparo del cliente (después de todo “la función primordial del cazador profesional es proteger las vidas de sus clientes y todos los demás involucrados en la cacería.”). Mi opinión y consejo a los cazadores deportivos, cuando se caza un búfalo asilvestrado en campos cerrados y extensos, depende de la situación: en un extremo de las posibilidades se encuentra que el animal caiga en el lugar y en ese caso solo se considera un tiro de remate en el piso (Robertson menciona que se da solo entre 1% a 2% de las cacerías). En el otro extremo se encuentra el disparo que no lo derriba pero que disminuye mucho su movilidad; o la zona donde se realizó el disparo es lo suficientemente abierta para permitirle seguir tirando cómodamente al cazador; en estos casos el cazador profesional debe esperar que el cazador finalice el lance. Entre estas posibilidades se encuentra la que sucedió en esta cacería: muy rápida reacción del animal herido, desapareciendo en 2-3 segundos en fachinal donde habríamos que ir a buscarlo; en estos casos creo importante que el cazador profesional doble el tiro para abatir o al menos disminuir lo máximo posible la vitalidad del búfalo que se deberá ir a buscar herido. Y así lo debe aceptar el cazador. Y esto fue exactamente lo que sucedió. José ubicado ya a mi costado un poco por detrás, haciendo gala de su velocidad y puntería, doblo mi tiro, colocándole, en pleno salto del búfalo y ya de costado, una bala de su 9,3 por 62.
Debo decir que el animal, con dos disparos colocados no demostró haberlos sentido, haciéndonos pensar que ninguno de los dos lo había alcanzado. Su huida la realizo a buen ritmo, sin tropiezos y sin romper absolutamente ninguna rama, bien prolongada hasta perderse. Un silencio sepulcral siguió a la corrida del búfalo y nosotros quedamos inmóviles, mirándonos con rostros que expresaban, sin palabras, “ahora viene lo complicado”. Todo había transcurrido en dos segundos desde mi primer disparo hasta la desaparición del búfalo de nuestro campo visual (tiempo medido exactamente en el video posterior que grabó Gonzalo).
La búsqueda de un animal herido siempre es emocionante; pero la de un búfalo que no había demostrado ningún signo que nos hiciera pensar que estaba bien pegado, en ese fachinal, nos preocupó.
El primer paso es siempre ir al lugar donde estaba el animal en el momento del disparo; allí evidenciamos, por detrás de donde había estado parado, rastros de sangre abundante que, sabiendo la punta que habíamos usado, nos hizo pensar que el primer disparo lo había atravesado.
Luego de esperar el tiempo prudencial siempre recomendado, comenzamos a seguir el rastro de sangre que se presentaba cada dos o tres metros como “un chorro”, siempre del lado derecho de sus huellas. Pero la búsqueda se estaba prolongando y cada vez se distanciaba más del lugar del disparo, y eso aumentaba nuestra preocupación. Un fuerte ruido de ahogo seguido de un trote nervioso y vital, que resultaba paradójico, nos sorprendió; luego de unos segundos Gonzi distinguió el gran bulto negro en el piso. Había huido aproximadamente cien metros desde el lugar de los disparos. El trote era de su compañero, el segundo búfalo, que había buscado o acompañado al nuestro luego del disparo. Nos acercamos desde atrás con un ojo en el búfalo que estaba en el piso, pero sin dejar de controlar la zona desde donde habíamos escuchado al otro. Verificamos que estaba muerto y nos relajamos. Quisiera agregar un dato que me parece útil. Segundos antes de encontrarlo, caminando muy despacio y en silencio, José y yo olimos un olor muy especial que hizo detenernos y mirarnos con la expresión de “esta cerca”. Efectivamente luego sucedió el hallazgo. Al releer posteriormente a Robertson, en su capítulo: “Cuando las cosas van mal”, y hablando de la búsqueda de búfalos heridos nos dice: “…Los búfalos también huelen, sobre todo si están heridos. El olor es difícil de describir, pero es un olor animal dulzón que reconocerás…”. Exacta descripción de lo que olimos con José.
El primer disparo, realizado con la bala sólida de 300gs. había entrado un poco por detrás y arriba de la articulación del hombre izquierdo, en el límite superior del famoso triángulo y, con una dirección de adelante a atrás y en diagonal, terminó haciendo mayor daño en la zona pulmonar basal derecha, antes de atravesar el animal, pero sin afectar corazón ni grandes vasos, que se encuentran en la parte baja del triángulo vital.
El disparo de José con su 9,3 por 62, que estaba cargado con una bala expansiva RWS TUG de 293gr, entró más atrás que el mío, levemente por debajo de la columna, rompiendo costilla, y dentro de la zona pulmonar alta, con una dirección de atrás hacia adelante, ya que el búfalo se encontraba huyendo y había sobrepasado nuestra línea; en este caso, la bala expansiva afectó el lóbulo apical del pulmón izquierdo sin penetrar hasta el otro pulmón; también por arriba del corazón y los grandes vasos pero dentro de la zona pulmonar. Un excelente disparo considerando que lo realizó con miras abiertas y con el animal en velocidad huyendo, y haciendo exactamente lo que sugerí cuando hablaba de los tiros de refuerzo: disminuir lo máximo posible la vitalidad del búfalo que se deberá ir a buscar herido.
El desposte y traslado de la pieza no es un tema menor cuando se lo caza entre fachinales y cerros; por supuesto se despostó en el lugar y fue necesario traer caballos, que llegaron al lugar con no poca dificultad, para trasladar la pieza despostada y el trofeo. Demandó horas su realización lo cual reafirma el concepto de Robertson: la caza del búfalo es esencialmente matutina.
En resumen, como dije al comenzar: la caza del búfalo asiático en La Pampa tiene, para mí, gran valor cinegético; hecha de la forma adecuada, puede ser muy emocionante y posee ribetes propios que no tiene ninguna de las otras especies de caza en nuestra provincia. Y más aún, nos permite saborear, y por qué no prepararnos, para una futura experiencia africana con el anhelado Syncerus Caffer… Después de todo… ¿no son los sueños los que nos mantienen verdaderamente vivos?