Los Ciervos Colorados de Colonia Ferraro
-y la sangre maraloide de nuestros elaphus-.

Por Marcelo Vassia

Advierto inicialmente que este no es un relato de caza; es un ensayo sobre la variante de ciervo argentino que deriva de la sangre traída de los Cárpatos. Una breve  crónica autobiográfica, relacionado a mi contacto inicial con el Cervus Elaphus, me facilitará una introducción. En esa época, hablo de hace más de treinta años, mis conocimientos del tema eran escasos; a medida que aumenté mi cultura cinegética, aprendiendo de cazadores con conocimientos y leyendo a autores expertos, comencé a entender lo que observaba en el campo. Esto influyó en mi preferencia por las cornamentas pesadas, largas y de pocas puntas que desarrollé en esa época.
Como diría el conde Tisza “…A mí personalmente me depararía cierta alegría un trofeo de 10 Kg y 8 puntas…”. Ciertamente a mí este tipo de trofeo de ciervo me depara gran satisfacción, y concedo un lugar de honor para colgarlo y disfrutarlo.

INTRODUCCION
Colonia Ferraro fue un establecimiento creado a principios de siglo XX a 40 km al suroeste de Toay, Departamento de la Provincia de la Pampa; con una extensión inicial de aproximadamente diez mil hectáreas. Como era habitual en esa época, su principal producción era la madera de caldén; aún se pueden encontrar, dispersos por el parque de la casa original, viejos adoquines de caldén para pisos que se producían allí. En sus inicios contaba con un número significativo de personas que vivían en el lugar.
Mi padre adquirió, ya hace muchos años, el lote que posee el casco original del establecimiento, una construcción muy pintoresca que, no sin esfuerzo, ha logrado mantener en pie aún hoy. Alejada de la casa persisten todavía parte de los galpones originales, junto a los cimientos de lo que fueron los talleres de reparación; en otro sector las paredes de la báscula antigua, justo a la salida del antiguo aserradero, hoy mantenido como puesto para el encargado del campo.
Lindaba en esa época con la vieja estancia La Colorada, que recién comenzaba sus primeras divisiones familiares de herederos y, por consiguiente, aún mantenía una extensión considerable de tierra en pocas manos -condición muy favorable para la fauna salvaje.
Ambos establecimientos compartían viejas caldenadas que confluían armoniosamente en una depresión central limpia de caldenes; allí se juntaba el agua de lluvias, formando una laguna temporaria. En ese lugar, habitualmente seco, quedaban remanentes algunas barrosas charcas casi permanentes, que eran muy frecuentadas por la cuantiosa población de ciervos que en esos campos habitaba.
Cuando trato de rememorar a mis hijos lo que fue descubrir ese mundo para mí, utilizo la metáfora de un perro pointer citadino al que sueltan, de repente, en un alfalfar lleno de perdices, y se embriaga abruptamente de efluvios de mil perdices que lo paralizan, extasiado al descubrir lo que no conocía, pero estaba genéticamente diseñado para sentir. No es exagerado decir que fue un punto de inflexión en mi vida.
Hoy todo esto ya no existe por mil motivos que no es momento para describir. Solo nos queda contarnos con alegría cuando logramos ver, mi padre, mis hijos y yo alguna cierva que nos permita creer que alguna vez pueda volver a ser lo que fue.
En ese momento ignoraba casi todo sobre el elaphus y su caza; paliaba mi ignorancia con pasión y muchas horas de avistaje. Como las caminatas a ciegas y sin brama (pasé los primeros 11 años sin poder caminar una brama) no daban resultado, adopté la modalidad de sentarme bajo un caldén en las áreas que frecuentaban, en cualquier época del año, cuando podía hacer una pausa en mis estudios. Contar las hembras, cuantos cervatillos por hembra, evaluar características morfológicas, qué machos estaban todo el año y cuales se iban luego en invierno, eran mis actividades principales. Esas incontables horas de observación me brindaron gran conocimiento sobre la especie y fue la base sobre la que luego, con lecturas especializadas, pude conocer y comprender el origen y la historia natural del ciervo colorado argentino.
Obviamente mi interés prioritario era el avistaje de machos. En esa época, como en cualquier campo de brama, la población permanente de machos se limitaba a ciervos de hasta la tercera cabeza; sus cornamentas eran accesibles para mi evaluación ya que contaba con los volteos que encontraba en agosto. Muy rara vez encontraba un volteo de cuarta cabeza y nunca veía a estos ciervos fuera de brama. Era muy evidente que a esa edad se desplazaban a otras zonas. La evaluación de los ciervos adultos era más difícil, ya que estaban en el lugar poco tiempo. Me llevó por lo tanto más tiempo poder analizar este grupo, pero había factores positivos, como la abundante población de machos adultos que venían en la brama.
También, aunque muy lamentable para mí, la “población “de furtivos era muy abundante y luego de la brama era frecuente que encontráramos ciervos muertos que habían huido heridos. Si bien estos hallazgos me producían profundo malestar también me permitieron, inicialmente, conocer las características de los ciervos adultos que concurrían en la época de brama.
Fue así que, en ese paraíso de ciervos, con muchas horas de observación, mucha pasión y poco conocimiento, comencé a notar que la mayoría de las cornamentas se ajustaban a dos modelos principales: un formato en V y el otro en U; algunas eran largas y gruesas y otras más cortas y con más puntas; también llamaban mi atención anomalías, entre ellas la no muy rara ausencia de segundo candil. Cuando comencé a cazar en brama, la cantidad de machos que podía evaluar -no era difícil el avistaje de 3-4 machos por salida-, los dos modelos quedaron bien delineados, al menos en mi experiencia: ciervos de cornamenta con menos puntas, 8 a 10, generalmente gruesas y pesadas, algunas largas -pasando el metro-, no infrecuentemente falladas en sus segundos candiles; algunos de estos ciervos con tamaño corporal mayor al promedio. El otro tipo eran ciervos con cornamentas con mayor cantidad de puntas –presencia de coronas de tres, muy raramente corona de cuatro-simétricas y más finas y cortas.
Cuando comencé a estudiar la historia del ciervo colorado en La Pampa todo comenzó a aclararse.

El Ciervo colorado de los Cárpatos
Ya escribí en mi libro “Hacia una Moral Cinegética”, sobre la magnífica mezcla de ciervos traídos a La Pampa por Pedro Luro: ciervos austríacos y ciervos húngaros de los Cárpatos; hablamos de las ideas predominantes sobre mezcla de ciervos en esa época cuya finalidad era lograr la cornamenta perfecta; hablamos de la participación e influencia de Roberto Hohmann en el extraordinario proyecto de Luro.

Pero ahora es necesario repasar, para el fin de este ensayo, una de las variedades traídas: el ciervo colorado de los Cárpatos.
El ciervo colorado de los Cárpatos es el de mayor tamaño de Europa, llegando en ocasiones a los 300 kg de peso total y sus cornamentas, en promedio, se consideran las de mayor longitud y peso, con un promedio menor de puntas que las variantes más occidentales.
Claude Chavane en su descripción del Ciervo europeo, tomando la enumeración de Rowland Ward describe las razas del mismo; dentro de estas establece la “raza tipo” que ubica en la Europa Media Continental con distintas ubicaciones geográficas: “…en Alemania, en Austria, en Hungría y en Rumania sobre todo donde se encuentran los representantes más hermosos y potentes de esta raza…”y dentro de estos “…dediquemos mención especial al ciervo de los Cárpatos, este ermitaño, rey de las selvas vírgenes…” y agrega: “… Hablando del magnífico ciervo de los Cárpatos , con sangre asiática, conocido en el mundo entero, Paylffy -conde Paul Palffy escritor de caza-agrega: El animal es particularmente grande y vigoroso y sus trofeos muy importantes…”; al describirlo, Chavane, le atribuye la mayor separación y longitud de cornamenta (hasta 134 cm) de las variantes europeas.
Lo interesante de esta variedad es que el límite oriental de su zona geográfica de distribución se superpone con la del Maral, ciervo asiático que habita también áreas del este europeo; de allí la dificultad en establecer límites entre ambos ciervos; más aún, teniendo en cuenta que, como describimos en otra parte, el tamaño de los ciervos va aumentando hacia el este y su cornamenta se hace más robusta, es más pesada y pierde las coronas, todas estas características del ciervo Maral: mayor tamaño con cornamentas masivas y largas pero de menos puntas -frecuente falta de segundo candil-y generalmente sin coronas, predominando las astas de cinco puntas terminadas en horqueta. De allí que, cuando se hable de ciervos europeos maraloides nos referimos a ciervos que por su proximidad al este y a la zona de distribución de los marales, poseen características de esta especie que es asiática. Ciertamente muchos autores consideran al maral como la transición del ciervo europeo y el wapití asiático. “…Al Este -el ciervo europeo-desborda de manera imprecisa y con una mezcla inextricable con el ciervo maral…” menciona categóricamente Jeab Eblé en su libro “La caza en Europa”.
Volviendo al ciervo colorado argentino, sabemos que fue el resultado de una mezcla pensada para mejorar la cornamenta: un tipo de ciervo del oeste (de Austria: más pequeños, pelaje más rojizo y cornamentas cortas pero mayor cantidad de puntas y coronas) y otro del este (de los Cárpatos: mayor tamaño, cornamentas más largas y con menos puntas), provenientes, según Lyka, “…del señorío condal de Schonborn en los Cárpatos…”. Estos últimos, que son los que aquí interesan, propios de los países europeos orientales, tienen características maraloides bien marcadas como astas largas, con mayor perlado, ocasional falta de segunda luchadera, menos puntas y un color de pelaje más grisáceo (En una de las fotos tomadas durante una de las cacerías realizadas por Luro en San Huberto, fechada en 1922, se evidencian varios ciervos machos cazados alineados para tomar la fotografía. Se destacan dos del centro por sus cornamentas y uno de ellos llama la atención por la longitud y grosor de la misma que, si bien es muy dificultoso evaluar por la calidad de las imágenes, tiene pocas puntas. Sí es perfectamente visible su terminación en fuertes y gruesas horquetas -incluso pareciera ser fallado en su segundo candil-, características todas que se encontraban en el primer grupo de ciervos que describí en mis experiencias iniciales).
En nuestro país ambas poblaciones se hibridaron produciendo una nueva población que, en un medio ambiente único, conformaron el ciervo colorado argentino. Algunos autores, como Lyka, reconocen la presencia de ambas especies en nuestros ciervos. Juan Campomar va más lejos y describe tres biotipos resultantes de esta mezcla: los ciervos austriacos-estos eran los ciervos en los que predominaban las características fenotípicas del oeste: “…la cornamenta de los ciervos austriacos es fuerte, de largo normal ya que oscila entre los 90 cm y el metro de largo, y tiene muchas puntas con fuerte predominio a producir coronas en forma de copa…”, de pelaje más colorado y menor tamaño corporal; los ciervos húngaros: “…con más elevada proporción de sangre asiática, con cornamentas largas , gruesas y pesadas con longitud hasta de 120 cm y con un formato que entra más en el modelo asiático de las cinco puntas rematadas en horqueta aunque muchas veces aparecen coronas preferentemente en escalera…”. Y el tercer biotipo: una amplia amalgama entre ambos “… en los que en algunas ocasiones puede predominar una forma sobre la otra…”.
Coincido plenamente con la descripción de Juan de los tres biotipos resultantes de dicha hibridación, al menos presentes en la época que menciono en este relato -hace más de treinta años-.

El Ciervo maraloide pampeano
Dentro de los tres biotipos descriptos, la variante húngara proveniente de los Cárpatos y, por supuesto, la tercera variante de Campomar, la amalgama entre ambas con predominio húngaro, son las que tienen características maraloides. En La pampa, si bien estos ciervos mantuvieron las características mencionadas, también adquirieron otras propias del nuevo medio donde subsistieron.
Para describir esta variante es indispensable tener en cuenta dos factores clave: el primero es la influencia y la impronta que, sobre estos ciervos, ejerció el medio ambiente en La Pampa (en ciervos salvajes, medio ambiente y alimentación deben ser considerados en conjunto); el segundo factor es temporal (hablo de hace 30 años y probablemente lo que describiré a continuación tal vez haya quedado relegado solo a algunas zonas de la provincia; con el gran desarrollo de la caza comercial en La Pampa, desde hace ya muchos años, los cotos de caza han ingresado, voluntaria o involuntariamente, genética no solo continental europea -más compatible con nuestros ciervos nativos traídos por Luro-sino también genética inglesa y neozelandesa).
Con respecto al primer factor, sabemos que los tres elementos principales que intervienen en la formación de la cornamenta son: medio ambiente/alimentación y genética. No quisiera entrar en el dilema de cuantificar el nivel de importancia de estos en la calidad de la cornamenta. Juan Campomar, en “El Ciervo Rojo Argentino” escribe un excelente y extenso capítulo al respecto: “La base Genética y Nutricional de la Cornamenta”, donde describe el impacto de ambos factores en la formación de la cornamenta. Luego de un extenso análisis, Juan cierra el capítulo con la pregunta que todos nos seguimos haciendo: “…La pregunta del millón que siempre me he hecho es saber en una escala de 1 a 10 cuanto le corresponde a la genética y cuanto es atribuible a la nutrición en la formación del cuerno…”.
Pero es necesario entender cuan fuertemente determinante es este último -medio ambiente-nutrición-en mi provincia, La Pampa, en el fenotipo de las cornamentas que vemos.
Este fenómeno, que aquí llamamos “acriollamiento”, es el impacto que el medio ambiente pampeano tiene en el desarrollo del ciervo como individuo y también como especie. Y delinea un biotipo distinto a los de otras zonas geográficas. Múltiples ejemplos lo demuestran.
El ejemplo más demostrativo es la diferencia evidente del tipo de cornamenta pampeana y patagónica, no obstante ser los ciervos del sur descendientes de un lote transportado de La Pampa (por supuesto me refiero a la época donde la población de ciervos del sur era en su totalidad derivada de los liberados por Hohmann en Collunco).
Juan Campomar, en el citado capítulo de su libro, hace un análisis de las pasturas y sus contenidos energéticos y proteicos tanto de La Pampa como de la Patagonia, así como de la diferencia estacional entre ambas zonas y la relación entre estos factores y el desarrollo de la cornamenta. Una primavera más tardía y prolongada en la Patagonia que en la Pampa, determina un “despegue de la cornamenta” más tardío en la primera. Esto queda constatado, según Juan, por la mayor roseta de las cornamentas pampeanas, y en la Patagonia con un mayor desarrollo desde los candiles para arriba “… dando buenas coronas y desplazando el peso de la cornamenta hacia las partes superiores de la misma…”. Finaliza el análisis de esta forma: “…Si comparamos las cabezas pampeanas con las patagónicas notaremos que algunas de ellas presentan sutiles diferencias. Las cabezas pampeanas como dije recién arrancan con fuerza, pero empiezan a perder calidad en la corona. Con las cabezas del sud pasa lo contrario; ello puede deberse a dos razones: 1) la primavera pampeana empieza antes que la patagónica pero los veranos son más secos reflejando el estrés hídrico que acontece en esa estación del año…. 2) en la Patagonia la primavera aparece casi un mes más tarde, los pastos demoran más en crecer, pero luego se vuelven más nutritivos y tiernos que los pampeanos prolongando este efecto hasta bien entrado el verano…”. En La Pampa, además, Juan menciona un factor que considero clave en el ciervo pampeano, y que da un nivel adicional y significativo de variedad intraprovincial: “… los ciervos pampeanos tienen la posibilidad de acceder en ciertas épocas del año a alguna pastura implantada de esas que no faltan en la periferia del monte. Verdeos de invierno, avenas granadas, alfalfares o maíces aportarían en este caso la cuota de forraje primavero/estival…”. Esto último con gran variedad geográfica dentro de la provincia y gran diferencia temporal (esto es gran variabilidad año a año, según las lluvias de cada zona) lo cual daría una influencia con estabilidad geográfica, pero inestabilidad temporal). Los cazadores pampeanos experimentados bien conocen estas diferencias fenotípicas dentro de la provincia y es común que pregunten, cuando ven una buena cornamenta, de que parte de la provincia proviene el trofeo.
También Esteban Lyka en su libro “El Ciervo Colorado”, menciona diferencias entre los ciervos pampeanos y patagónicos: “…La falta de calcio, sales minerales (sódicas o potásicas) y colágenos es la causa de formaciones porosas y disminución del peso específico de las cornamentas. Estas son más livianas en las cordilleras que en la pampa, por consiguiente, pues sabemos que el suelo pampeano lo constituyen formaciones calcáreas y salinas…”.
Como ejemplo también del gran impacto del medio ambiente/alimentación en el tipo de cornamenta en La Pampa agregaré uno observacional al que otorgo gran importancia: ciervos de genética liberados en sus primeros años desarrollan, de adultos, cornamentas absolutamente distintas a ciervos hermanos, del mismo grupo y de la misma edad, que se mantuvieron en encierros, con alimentación suplementaria. Estos últimos con cornamentas típicas de encierro -fácilmente reconocibles-, mientras los primeros -los liberados-desarrollan cornamentas de buena calidad, pero formato y características distintas a los que se mantuvieron encerrados; sé “acriollan” increíblemente hasta el punto de pasar inadvertidas para el cazador promedio. Repito: cuando se liberan en sus años iniciales.
Es importante entender este factor ambiental, porque cuando hablamos de ciervos maraloides o de “biotipo de ciervo húngaro”, debemos agregarle la influencia medio ambiental/alimenticia de La Pampa; es decir la influencia o el “acriollamiento” al que han sido moldeados por múltiples variables durante su vida: ciclos de sequías -cortas o prolongadas-, años de buenas o abundantes lluvias, sembrados ocasionales nutritivos a los que pudo acceder en su vida o falta total de ellos, años y zonas de mucha presión de caza -antes solo en marzo durante la brama pero ahora durante todo el año por intensa comercialización de carne de ciervo-y otras zonas sin presión de caza, etc.; todas estas variables impactando en distintas proporciones y según la etapa de crecimiento del ciervo.
Entonces, luego de este análisis, comenzamos a comprender y valorar esos ciervos que históricamente han sido denostados como de mala calidad cuando en realidad son ciervos con gran predominio del biotipo húngaro-maraloide que persistió con algún nivel de “acriollamiento” y muchas veces eran matados por supuesta mala calidad y sus trofeos subvalorados.

Son esos ciervos que yo observaba en mis comienzos, con no muchas puntas, generalmente terminados en horquetas, algunos largos -superando el metro-y otros no tanto, pero no infrecuentemente fallados en sus segundos candiles, generalmente gruesos y, en general, de color más oscuro. Incluso algunos autores establecieron un formato condenado a eliminación por supuesta “mala calidad”, que llamaron “eterno diez puntas”. Hoy aseguro que dentro del formato diez puntas existieron -y existen-múltiples variantes: ciervos de buena calidad con años de mala alimentación a cuestas, ciervos bien maraloides de buena calidad con formato de asta de cinco puntas terminada en horqueta y de 8, 9 o 10 kg de peso y también diez puntas de mala calidad. Todos fueron englobados en la bolsa de “eterno diez puntas” y considerados eliminables y “selectivos” y, lo que es peor, no valorados por gran parte de los cazadores que practican la trofeo/cultura y creían (y aún creen) que la calidad del trofeo es proporcional a la cantidad de puntas. Esta creencia, mantenida durante muchos años, fue muy perniciosa porque promovió la caza prioritaria de todo ciervo que tuviera corona, independientemente de la edad. No es casual que los europeos del este, que son los de mayor tradición cinegética y los que más saben de ciervos colorados, establezcan como sistema de medición de los trofeos su peso. Vaya a cazar a Austria, Hungría, Rumania y verá que el trofeo que cace será valorado y presupuestado según su peso. ¡Y aquí en La Pampa solo se considera trofeo al de “más de once puntas”, aunque tenga 3 o 4 años de edad!

No sé ustedes, pero para mí un trofeo de 8 o 10 puntas y de 10 Kg de peso es superlativo (¡para los europeos del este también, y estos de ciervos algo saben!).

CONCLUSION
Con la descripción de esta variante de ciervo, que probablemente aun pueda verse en algunos bolsones de población de ciervos nativos sin influencia de las líneas genéticas que han ingresado en La Pampa, no intento revindicar ciervos de pocas puntas. Como dicen los que saben el formato de la cornamenta es un gusto muy personal. Pero describiéndola y haciéndola conocer intento contribuir a su mayor valoración; e indirectamente apunto a un cambio cultural de los cazadores deportivos. Creo que es hora de comenzar a cambiar viejos conceptos errados a la hora de evaluar cornamentas de ciervo y comprender que juzgar una cornamenta por el número de puntas, sin tener en cuenta edad o peso, puede llevarnos a errores con consecuencias negativas para la especie y por consiguiente para la caza y los cazadores.
Creo que, en La Pampa, ya estamos en un nivel cultural cinegético que nos permite dar ese paso.
Es absolutamente incoherente que, en una provincia como La Pampa, con la mayor historia cinegética del país -aquí nació la caza deportiva en Argentina-, un ciervo de 14 puntas, de tres años de edad y un peso de cornamenta de 4kg sea considerado por Fauna de la provincia un “trofeo”; y un ciervo de 8 puntas, 12 años de edad y un peso de 9-10 kg sea considerado un selectivo.
En Europa del este al primero no lo matan -y probablemente lo sancionen de alguna manera si Ud. lo hace-; al segundo lo consideran un buen trofeo y lo cotizan muy bien -en euros-.
Es una gran verdad que nadie valora -ni cuida-lo que no conoce. De allí el objetivo de este ensayo: hacer conocer la variante maraloide de nuestro ciervo y su fenotipo acriollado a nuestros montes de caldén, con la intención de que, conociendo esta variante y su adaptación a este medio ambiente, sea valorada más justamente. Esto influirá en los cazadores para que adopten una forma más coherente de valoración de nuestros trofeos de ciervo colorado. Debemos ir hacia una valoración que contemple solo dos variables a la hora de evaluar una cornamenta de ciervo; la primera, general: la edad del ciervo; y la segunda, especifica de la cornamenta: su peso.