Camino despacio, disfrutando la brisa fría en la cara; así debe ser. Duma, mi bretona -hija de Berta- zigzaguea, delante mío, extasiada. Va y viene; veo el vapor que exhala su hocico, pegado a la hierba. Al pasar me mira; entiendo su mirada: “prepárate, por aquí hay algo! …”. Todo es tan bello y puro que no puedo evitar distraerme unos segundos: el aire frío, el cielo azul, la laguna -Ojo de agua- a pocos metros, es un espejo plateado donde los coloridos patos y algún cisne cuello negro aún parecen perezosos esta mañana. No es muy temprano; debimos esperar que pase la helada. Ya las perdices están caminando por sus huellas, casi imperceptibles, en la hierba rala. No puedo evitar pensar que camino por las tierras de Pincen; por aquí estarían sus toldos y sus chinas; por aquí habrán andado los hombres del Toro Villegas montados en sus “blancos”. Por aquí lo habrán llevado, rumbo a Trenque Lauquen, cuando fue capturado. Siempre me agradó la figura de Pincen; tal vez sea por su sangre tehuelche; o tal vez por su enemistad con Calfucurá. De pronto algo me saca de estas disquisiciones: Duma está parando una perdiz! Es una estatua majestuosa, cuya nariz apunta a una pequeña mata; el temblequeo de su cola denota excitación; claro, está cazando, y lo hace con más pasión que Yo. Y entonces sucede el “…revuelo bronco, súbito imprevisto de una perdiz tras un matorral…” que me produce el “…sobresalto siempre renovado…” que sigue estremeciéndome, a pesar de haberlo vivido miles de veces, como la primera vez que lo sentí. De eso se trata. Desde ese momento mi cuerpo escapa de la esfera de lo racional y pasa al plano instintivo; y siento que mis brazos cierran la escopeta y llevan la culata al hombro, alineando los cañones con el vuelo de esa maravillosa ave; y mi dedo, que ya tiene vida propia, aprieta el gatillo en el momento exacto, mientras la escopeta continúa el movimiento. No hay viento y cazo con calibre 12; eso me da ventaja y puedo darme el lujo de cazar con la escopeta abierta al hombro. A lo lejos cae la presa y Duma, que observó todo el recorrido del ave, corre frenética en su búsqueda. La miro y me detengo a disfrutar de ese sublime y fugaz momento. Matías, mi hijo, que venía atrás, se acerca y me muestra una foto que tomó. Eternizó magistralmente todo esto en una imagen que guardaré para siempre.
El lugar
El preámbulo narra un momento que sucedió hace años en un lugar especial para mí. Ojo de Agua es una laguna permanente, con variaciones de tamaño según frecuencia de lluvias, localizada en la periferia de Uriburu. Esta permanencia, producto de ser originada por surgente, y su variación de tamaño relacionado a cambios climáticos, deja un terreno circundante de gran extensión poco apto para agricultura, pero muy adecuado -diría indispensable- para resguardo de la fauna salvaje; especialmente para las perdices que son las que aquí interesan. Esto ha permitido una población estable capaz de resistir, hasta ahora, en mayor o menor medidas, los embates al ecosistema que generalmente vienen de la mano del hombre.
Cazo en Ojo de Agua hace más de veinte años. Tener la posibilidad de cazar durante tanto tiempo en el mismo lugar es, para cualquier cazador, un privilegio cinegético. Nos permite observar el transcurrir de los ecosistemas, de sus especies y comprender cabalmente su impensada fragilidad; También evaluar el impacto negativo de nuestros errores -sobrecaza- y el positivo de nuestros aciertos: el mantenimiento estable de las especies que cazamos. Les aseguro que en nuestra actividad, cuando pasan muchos años de práctica, es más gratificante para un verdadero cazador ver una población saludable y en crecimiento de perdices, producto de nuestro cuidado, que una jornada de buena caza con nuestro perro. Alguna vez escribí en otro lado los cambios que experimenta el cazador desde su juventud hasta los últimos años de cacería y su evolución hacia el aspecto más conservacionista, protector y ecológico del mismo; y, paralelamente, la merma del interés en la captura de la presa -y por consiguiente de la presencia de la muerte- en sus últimos años.
Es increíble cuanto puede cambiar un ecosistema en veinte años. No me gustan los cambios -tal vez esto refleje mi edad- pero los acepto. Entiendo que, como en la vida, todo cambia; todo es dinámico.
Cuando comencé a recorrer estos campos escopeta al hombro, aún la revolución agrícola que produjo la soja no había sucedido. La ganadería era una producción habitual en esta zona, por lo cual eran abundantes los cuadros de pasturas para la misma. Existían extensos sembrados de alfalfa, que favorecían enormemente el desarrollo de tinámidos. Eran campos tan abundantes de perdices chicas que se podían cazar “al salto” sin perro, en mano o en solitario. Era habitual levantar, caminando, varias perdices en poco tiempo. Las caminatas por esos alfalfares implicaban finalizar invariablemente con los pies empapados. Tal cantidad de perdices; la cantidad de salidas que el ímpetu y entusiasmo de la juventud generaban; la necesidad de entrenamiento de los perros que, con pasión, criaba, hizo que rápidamente entendiera la necesidad de límites para lograr una población estable y duradera de perdices. La caza deportiva exige y necesita límites para su práctica. El segundo año de caza ya implementamos medidas como: modalidad de caza solo al salto levantada por perro previa correcta marcación; suspensión de la caza en mano (más de un cazador en línea cazando); límite de disparos por pieza (uso de escopetas de dos caños) y límite de piezas por día. Y, por supuesto, registro de perdices abatidas por año y por sector del campo, lo cual permitía rotar los cuadros para cazar según las perdices abatidas en cada uno, preservando los más utilizados. Todo esto me permitió evaluar poblaciones, y resultados de las medidas tomadas. Luego vino la soja, se fueron las vacas y con ellas la alfalfa; y la vida salvaje se replegó a sectores no aptos para la siembra de la nueva estrella agrícola. La zona de caza se redujo drásticamente. Y aquí fue donde Ojo de Agua, brindando protección y resguardo a nuestras perdices merced a sectores aledaños a la laguna, y a nuestra regulación y control de la caza, persistió como coto viable para la caza. Si bien se redujo enormemente la población de perdices chicas, para este momento ya cazaba con normas estrictas de limitación de caza que permitieron mantener una población aceptable para cazar.
Entre estas y para ampliar el concepto destaco en primer lugar la utilización, como única modalidad, la caza al salto con marca correcta del perro. Esto implica tirar solo a la perdiz que el perro, luego de la búsqueda, detección y marca, vuela levantada por el mismo. Las levantadas accidentalmente por nuestro paso o el del perro sin detección previa deben ser respetadas. Lo cual también redunda en mejor educación del can. En segundo lugar, la no utilización de modalidad en mano (dos o más cazadores en línea barriendo el terreno, con o sin perro, y tirando a cualquier perdiz que vuele al alcance de disparo). En tercer lugar, límite de disparos (“…dos; que no son pocos…” escribí hace tiempo). Esto implica la utilización de escopetas de dos caños -o uno- y no utilización de escopetas que permitan más de dos disparos en poco tiempo. Quiero expresar aquí un concepto personal y polémico: no me gustan las escopetas semiautomáticas; no estoy en contra de ellas, pero declaro con total franqueza que no me gustan. Poco tienen que ver con la cacería deportiva y nada en absoluto con esta modalidad aquí tratada. Conozco su utilidad para otro tipo de actividades en donde se destacan por sus cualidades, como tiro a la paloma, pero no entra en la esfera de la caza deportiva.
En cuarto lugar, tal vez la más importante, límite en el número de piezas a abatir por día. Hace años cazo no más de seis perdices por día. Por supuesto, se debe tener en cuenta cantidad de salidas por temporada. Actualmente mis salidas por temporada son pocas, pero igualmente mantengo el número. En un día normal y al comienzo de la temporada, se pueden cobrar en 1 o 2 horas, con siete u ocho buenas marcas del perro, calculando la posibilidad de errar algún disparo. Esto es muy beneficioso para mantener una población estable y saludable, y, además, disfrutar el entorno mientras se pelan, saboreando alguna infusión, antes del regreso.
Y, por último, como ya mencioné, registro minucioso de perdices abatidas por año; esto permite evaluar poblaciones en forma temporal y regular su caza según sectores; en años malos preservar sectores, vedándolos, para repoblar luego de la temporada de caza y no devastar sectores donde las poblaciones eran bajas históricamente.
Las medidas adoptadas fueron tan eficaces que me depararon una satisfacción adicional. En los primeros años de caza en Ojo de Agua no veíamos perdices coloradas; sabía por relatos de empleados rurales que en algún momento habían existido allí; además, las condiciones del lugar eran las adecuadas para dicha especie, por lo cual me extrañaba su ausencia. La extrema cercanía del coto a un pueblo, como todos los cazadores sabemos bien, atenta contra las especies de caza -sobre todo las más codiciadas como la perdiz colorada-. A los pocos años de cazar en ese lugar pude detectar la primera; por supuesto, en el rincón más recóndito de la periferia de la laguna; por cuestiones geográficas existían sectores muy inaccesibles para la enorme cantidad de “peatones rurales” que transitaban por esa zona. Su proximidad a un poblado, el valor de la liebre -que en ese momento era significativo- y otros menesteres, hacían que fuera muy frecuente, en mis cacerías, cruzarme con gente con perros que, imperturbables frente a mi presencia, continuaban su camino. Como anécdota graciosa puedo contar que alguna vez he finalizado alguna jornada de caza mateando, mientras pelaba mis perdices, con dos o tres galgos dóciles echados junto a mi perro y a mi lado que, luego de cruzarme, continuaban conmigo la cacería, y se beneficiaban con los despojos de mis perdices mientras las limpiaba. Así era de concurrida la zona en mis inicios.
Luego del descubrimiento de la perdiz colorada, implementamos medidas de protección como la abstención estricta de su caza y la restricción de la caza de perdices chicas en el sector donde la habíamos descubierto, con el fin de brindarle tranquilidad absoluta. Al año siguiente detectamos dos en la misma zona; la esperanzadora sospecha de qué se tratase de un Casal se confirmó al año siguiente cuando pudimos observar cuatro en el mismo lugar y en el mismo día; no había dudas, la población aumentaba. A los cinco años de haber visto la primera, pude contar en una sola temporada catorce paradas de mi perro a perdices coloradas y, lo mejor de todo, se habían dispersado a otros sectores del campo, siempre cercanos a la laguna y pajonales altos. La satisfacción era indescriptible. En pocos años solo con medidas de protección simples habíamos logrado el restablecimiento en Ojo de Agua de esta maravillosa especie.
La presa y su caza
Nuestros inambúes fueron llamados “perdices” por los primeros colonizadores europeos por su parecido externo a las perdices europeas, que en realidad son gallináceas. A su parecido externo agregaría su similar valor cinegético y gastronómico. Tales características explican el éxito del desacertado nombre, que aún hoy es utilizado por cazadores y no cazadores, que continuamos llamándolas “perdices”.
Afortunadamente, los científicos, como siempre, acuden en nuestra ayuda para disminuir nuestra ignorancia, y las han clasificado en un orden llamado Tinamiformes, con una sola familia: las Tinamidae.
En ocasiones, los científicos, al intentar clasificarlas y nombrarlas recurrían a términos aborígenes con los que se las nombraba. Así, la denominación científica en este caso adoptó en forma afrancesada el término inambú de origen guaraní con el cual se las denominaba, pasando a ser la forma científica “tinamou” y por derivación en género Tinamus. El término inambú significaría “que anda sin ruido” (de “Y” que sería “estar”; “na” implicaría negación, y “mbú” o “pu” que denota ruido).
Ya en la clasificación zoológica diremos que, dentro de la familia tinamidae se encuentra el género Nothura integrado por dos especies: Nothura maculosa y Notura darwini, ambas llamadas comúnmente perdiz chica; también en la misma familia, si hablamos de Ojo de Agua, debemos mencionar el género Crypturellus, dentro del cual se ubica a Rhynchotus rufescens rufescens, llamada comúnmente perdiz colorada.
Con respecto a la modalidad de caza sería perogrullesco profundizar en razas de perros, calibres de escopetas y tamaños de perdigones. Sí quiero resaltar, como siempre hago cuando escribo de tinamidos, que para mí, cada vez más, el encanto de esta cacería radica en el trabajo combinado de cazador y perro. Cuando digo trabajo combinado implica una relación especial de convivencia, entrenamiento, pasión por la caza y mucho más; relación que generalmente dura toda la vida del perro y que siempre deja en nosotros, que vivimos más tiempo, recuerdos imborrables. Es increíble que este sentimiento, que se va reforzando con los años, es el que repiten todos los cazadores de pluma añosos que he conocido. Lo cual me confirma su importancia. Por último, y citando a Ortega, debemos decir que en esta caza, en la cual “…el hombre descansa de los hombres…”, “…hombre y perro han articulado uno en otro su sendo cazar, y esto representa la cima de la venación, que se hace cinegética. De tal modo es la caza con perro la perfección y dechado de la cacería, que el sentido propio del término cinegético ha llegado a aplicarse a todo el arte venatorio, cualesquiera que sean sus formas”.
Reflexión Final
Mi experiencia en Ojo de Agua fue determinante en mi forma de pensar. Aprendí cuánto podemos hacer de bueno y de malo en un ecosistema y también cuantas cosas pueden suceder, independientes de nuestro accionar individual, en los mismos.
Creo que en este tipo de cacería estoy en la última etapa; múltiples signos me lo demuestran.
En primer lugar, mis salidas hoy, como escribí hace años describiendo al cazador en su madurez, priorizan “el disfrute de la pericia y amistad de mi perro, del sobresalto siempre renovado de la perdiz y de la belleza natural del entorno en esta modalidad”; ya no tanto de la multiplicidad de marcas y presas obtenidas, ni de buenos disparos.
En segundo lugar, y más importante aún, es la satisfacción que siento al levantar con mi perro una colorada, bajar la escopeta y disfrutarla hasta verla descender a lo lejos, percibiendo la mirada confundida y resentida de mi perro ante la ausencia del disparo, luego de su marca impecable y el vuelo de un blanco tan voluminoso. La felicidad que me da ver una perdiz colorada luego de años de cuidarlas y promover su proliferación es para mí, superior a la de un regreso con el morral lleno, luego de múltiples buenas marcas.
Hemingway escribió, reflexionando sobre la muerte en el contexto de actividades como las corridas de toros y la caza deportiva, que uno de los mayores placeres que existen, asumiendo atributos divinos, lo da el sentimiento de rebelión contra la muerte que experimenta el que la administra. Sin duda una reflexión inquietante y osada. Para muchos pecaminosa. Pero, ¿qué nos importa? Después de todo, los verdaderos cazadores somos paganos, desde el amanecer de los tiempos.