“…No blood; it’s all right. Don’t worry…”. La corta frase de Willem, mientras nos ordenaba regresar al vehículo, me tranquilizó, pero no completamente. Confirmaba que no debería pagar por la presa no cobrada, pero sabía que el animal estaba pegado y eso, alivio económico mediante, siempre mortifica al verdadero cazador. Ciertamente no podíamos entender, mi amigo Jorge y Yo, cómo no habíamos hallado el más mínimo rastro de sangre durante una muy prolongada búsqueda a cargo de Willem, el cazador profesional, Mauser, su perro de rastro rohdesian, y Bernhard, el rastreador profesional que, a lo largo de los días, demostraría su habilidad en el arte del rastreo. También Jorge, con muchos años de experiencia en estas lides, y Yo, habíamos buscado con avidez. El lance había consistido en un corto rececho a pie y un disparo a distancia, con apoyo en un trípode, seguido del conocido “bolsazo” del impacto al orix. La ansiedad de los primeros días en Namibia y la subestimación de una distancia que tal vez no era la adecuada, eran las razones que rumiábamos mientras retomábamos la senda de caza. Realizábamos nuestros iniciales recechos a este bello y fuerte antílope, que fuera de primera elección cuando comenzamos a soñar con África. Mucho habíamos leído de este semiequino animal de color gris azulado y careta blanquinegra, con dos fuertes y largos cuernos anillados; principalmente su resistencia a los disparos y dureza para morir. Estábamos confirmando, en su propia tierra y muy a nuestro pesar, la información que del Orix habíamos investigado. Fallos inverosímiles y gran dificultad para el cobro de la presa era nuestra experiencia inicial. Afortunadamente todo cambiaría con el correr de los días, y regresaríamos felices de Namibia, siendo la única pieza de este safari de planicie que doblaríamos todos los cazadores. No era para menos: estábamos en las originarias tierras del Orix.
INTRODUCCION
El preámbulo anterior, que carece de exagerada emoción aventurezca y del sempiterno lance exitoso con trofeo record, es el adecuado para mi objetivo. Principalmente porque destaca lo importante a describir: las características de la presa a cazar, su ambiente natural originario y las características de la verdadera caza: la incierta, la dificultosa y, más aún, la no carente de errores del cazador.
Pero comencemos desde el principio; es verdad que, con mi amigo y compañero de caza Jorge Martino, cuando comenzamos a imaginar nuestro viaje a África, lo hicimos pensando en los antílopes que más nos atraían. Ambos lectores y apasionados cazadores, ubicamos al orix entre los más deseados. Posteriormente, intuyendo una caza genuina y deportiva, elegimos Namibia, que es la verdadera tierra del Orix.

La Presa y su caza
El Orix pertenece al grupo de los Hipotragos; éste es un grupo de grandes antílopes con cuernos muy desarrollados, que pueden ser rectos o curvados hacia atrás y los poseen ambos sexos. Dentro de los Hipotragos se describen tres géneros: el Género Addax (antílope Addax, cuyos cuernos son la excepción del grupo, siendo espiralados), Género Hippotragus (antílope Roan y antílope Sable) y Género Orix, al cual pertenecen la especie Orix gazella, nuestra presa en cuestión, y Orix dammah, comúnmente llamado Orix cimitarra con sus característicos cuernos curvados hacia atrás.
Tanto Kevin Robertson, autor de “El Tiro Perfecto”, como Antonio Diaz de los Reyes, en su “Guía de la Caza en África”, describen cuatro variantes fenotípicas o subespecies del Orix gazella: el Oryx gazella gazella (Gemsbuck en inglés y Orix del Cabo, en español), el Oryx gazella blainei (Angolan Gemsbuck en inglés y Orix de Angola en español), el Oryx gazella beisa (Beisa Oryx en inglés y Orix Beisa en castellano) y el Oryx gazella callotis (Fringe-Eared Oryx en inglés y Orix de orejas de pincel, en español). Estas variantes morfológicas son mínimas y algunas indistinguibles en el campo a las distancias habituales de caza; cobran valor dentro del ámbito del coleccionismo de trofeos. Sí es destacable, también de importancia para los cazadores coleccionistas, la diferente distribución geográfica de cada subespecie.
De todos ellos el Gemsbuck u Orix del Cabo es el que tiene mejor trofeo; el callotis u orix oreja de pincel es el más distintivo, con un color más intenso y un característico mechón de pelos negros en sus orejas.
Un dato morfológico destacable y útil para el cazador es que los cuernos del macho son más gruesos, pero más cortos que los de la hembra, y tienen mayor apertura en sus extremos. Los machos son ligeramente más grandes y pesados que las hembras, pero no son fáciles de distinguir a largas distancias y en movimiento, más aún para cazadores que los ven por primera vez en viaje de caza. La visibilidad del escroto, cuando es posible, ayuda a distinguirlos.
Kevin Robertson lo incluye en el capítulo “Caza Grande y No Peligrosa”, y comienza su descripción con esta frase: “Estas criaturas extraordinariamente bellas no sólo encabezan la lista de los “antílopes más valientes”, sino que también pueden ser extremadamente agresivos y peligrosos cuando se sienten acorralados, cuando se les hiere, o simplemente cuando se sienten amenazados”. En cuanto al nivel de dificultad de su caza, la describe con un concepto que comparto y cada vez más es aplicable a la caza deportiva moderna en general: el nivel de dificultad depende de la modalidad de caza que elija el cazador; puede ser “o bien tan fácil que en ocasiones puede considerarse hasta poco ética –tal vez desde la parte trasera de un vehículo 4 por 4-, … o tan desafiante y difícil como la del antílope más sumamente preciado de África…”. Comparto esta idea que mantengo desde hace tiempo y creo que es y será el dilema ético clave para la caza deportiva actual y futura. El tema da para un ensayo independiente.
Menciona dos modalidades que se dan con el Orix, basadas en el medio donde se encuentren: en terrenos abiertos –llanuras y praderas-, los preferidos de esta especie, que plantea gran dificultad en el acecho y aproximación por su buena vista, y necesidad de calibres que permitan tiros a distancia; y en segundo lugar, en estepas arbustivas y matorrales espinosos cerrados, donde la dificultad está dada por su capacidad de camuflarse y sus extraordinarios sentidos que complican la aproximación, la valoración del sexo y el disparo.
El maestro John Taylor (“Pondoro”) no es tan elogioso con este antílope en cuanto a su valor como pieza de caza y su dificultad para cazarlo. Lo ubica dentro del capítulo “Otro tipo de caza”, que no sería tan despectivo si no fuera el consecutivo al capítulo “Caza apasionante” -donde describe la caza de rinoceronte, hipopótamo, búfalo, león y leopardo- y, más aún, lo agrupa junto a otros que llama “Animales inofensivos”. Luego de describirlos someramente hace un desdeñoso comentario sobre su caza: “…ofreciendo su caza muy poco interés aparte lo cual no me molesto en ir a buscarlos a sus campos descubiertos, prefiriendo cazar en la selva, medio en el que ha transcurrido gran parte de mi vida y que me proporciona satisfacciones venatorias mucho más considerables”. Conociéndolo a través de sus escritos, no me extraña la modalidad preferida: en la selva y no en las estepas y llanuras que son su hábitat más común.
Un último consejo de Robertson mencionaré porque creo que es muy útil para quien desee cazar este maravilloso antílope, y se relaciona a la colocación del tiro. Robertson explica con gran claridad que la forma especial del Orix, con un cuello y pechos muy anchos y la cruz excepcionalmente alta contribuyen a la confusión a la hora de elegir el lugar donde apuntar; esto produce una tendencia a disparar demasiado alto. Por todo esto recomienda: “Nunca coloques tu disparo por encima de la línea media horizontal del cuerpo. Desde el costado, las vértebras del cuello están situadas en realidad justo debajo de la línea media, donde el cuello se une al cuerpo”.

NAMIBIA
Decir que en Namibia me sentí en mi casa no es, en esta ocasión, una frase hecha; la similitud del paisaje con el de mi provincia, La Pampa, especialmente con la zona de transición de la ecorregión del Espinal y del Monte de nuestra provincia, es asombroso.
No es casual ya que Namibia y La Pampa comparten características climáticas; gran parte de Namibia está constituida por regiones áridas y semiáridas de la misma forma que mi provincia posee en una gran extensión de su territorio con clima semiárido.
No es un secreto que Namibia, cinegéticamente hablando, es un ejemplo de manejo y conservación de fauna salvaje; con una disminución significativa de la misma e incluso algunas especies casi desaparecidas hace cincuenta o sesenta años, logró recuperarla en pocos decenios. Tan favorable desarrollo permitió el restablecimiento de especies que habían desaparecido como el impala de cara negra y el rinoceronte negro.
Por supuesto que esta política se basó, entre otras cosas, en la promoción del turismo y la caza deportiva, ampliando enormemente los territorios y áreas de conservación, protección y caza, no solo estatales sino privadas.
Específicamente dentro de la actividad cinegética, estableciendo una correcta y estricta regulación de la misma, promoviendo la practica verdaderamente deportiva (desalentando el uso de luz artificial y la caza desde vehículos), haciendo estricto control de poblaciones con conteo y monitoreo que permiten establecer cuotas de abate y estableciendo claramente que animales abatir (priorizando adultos y prohibiendo exportación de trofeos de animales jóvenes).
Namibia constituye para mi hoy el más claro ejemplo de lo beneficioso que resulta la verdadera caza deportiva bien reglamentada para el mantenimiento, cuidado e incluso aumento de la fauna salvaje, con el consiguiente beneficio económico que impacta en la población rural directamente.
No hubo un día de caza en el que no pensará cuantas de estas medidas se podrían aplicar en mi provincia.
NUESTRA EXPERIENCIA
Cazamos en una reserva de sesenta mil hectáreas compuesta por propiedades privadas que funcionaban como unidad en cuanto a conservación, regulación de caza, protección y repoblación de especies disminuidas. La reserva linda en gran parte con el parque nacional de Etosha dividiendo ambas extensiones un cerco muy permeable, que las grandes especies, como elefantes, no respetan demasiado. Esto permite un flujo importante de animales en ambos sentidos. La cantidad y variedad de fauna es asombrosa. El avistaje de especies es permanente por lo cual diría que es imprescindible el largavistas. Pudimos ver manadas de impala cara negra y rinocerontes negros; numerosas manadas de Cebra de montaña, espécimen raro de ver en forma natural y que presenta gran dificultad para su caza y atractivo para los coleccionistas; un grupo de leones que habían pasado, según el guía, del Parque Nacional lindante, con un gran macho de prominente melena, y los habituales: jirafas, avestruces y una gran variedad de antílopes.

Para cazar llevamos nuestras armas que debimos controlar en el polígono que a tal fin disponen, antes de comenzar la cacería. Llevar nuestros rifles, si bien hoy no es indispensable –y tampoco recomendable-, agregó un encanto adicional al hecho de estar cazando en África.
Hicimos una cacería por tasa de abate, no por paquete; esta modalidad nos dio cierta espontaneidad y flexibilidad para decisiones del momento, basadas en lo que vivíamos, y sobre todo libertad de acción. Nada estaba predeterminado y cazábamos dentro de nuestras preferencias y según se iba dando la cacería; no existía la presión de completar una lista de trofeos. Salíamos a cazar temprano y decidíamos sobre la marcha. Finalmente, y siempre bajo esta modalidad, no cobramos algunos de los trofeos pensados inicialmente, lo cual agregó la cuota de incertidumbre de la verdadera caza deportiva; y cobramos algunos que no teníamos pensado; ejemplo de esto fue la decisión de doblar el orix, cuando la intención inicial era cazar solo uno. Todos volvimos con una dupla de trofeos de esta especie.
Dentro de la reserva se aplicaron normas de caza propias que debimos cumplir: no se permitía cazar desde vehículos ni al acecho en los bebederos artificiales que abundaban. La modalidad habitual era: salidas al amanecer en vehículos hasta lugares predeterminados y recechos a pie hasta las presas a obtener. Se llevaban alimentos y bebidas, y se cazaba hasta el atardecer; luego regresábamos al lodge, donde nos reencontrábamos con el resto del grupo y disfrutábamos del atardecer africano intercambiando las experiencias del día, saboreando un excelente vino sudafricano, para luego cenar, a veces al aire libre junto a una clásica fogata.
Otra característica a destacar es el nivel de profesionalismo de los guías, que dan cuenta de un alto nivel de conocimiento de las especies y seguridad en la elección de las presas; al respecto, era notable su esfuerzo en hacernos abatir animales viejos de buenos trofeos, demorando a veces hasta lo impensable la evaluación previa a la orden de tiro (a lo cual no estamos muy acostumbrados en La Pampa, donde la mayoría de las veces la interacción con la presa es fugaz y la toma de decisiones debe hacerse en segundos). La prueba de su capacidad quedó demostrada en la calidad de los trofeos obtenidos por el grupo, todos adultos y varios dentro de la categoría de medallables.

Al final de la jornada de caza, por la noche y al viejo estilo africano, el trato de los guías se hacía más ameno y amistoso, compartiendo las alegrías del día y las dosis de bebidas habituales en esos ambientes. Solo se retiraban a descansar cuando sus correspondientes cazadores se iban a dormir. Al amanecer del día siguiente, retomaban el trato profesional impecable y respetuoso, para iniciar la nueva jornada. Tradiciones africanas que se mantienen…
Es maravillosos estar cazando y avistando permanentemente fauna desde el amanecer hasta el atardecer; llegar al lodge y disfrutar una copa de vino, intercambiando experiencias del día, mientras el ocaso solar, tan similar al pampeano, va oscureciendo el cielo, permitiendo que las mismas estrellas que aquí vemos –Cruz del Sur incluida-, iluminen la oscuridad. Y, lo mejor de todo, poder disfrutarlo con un amigo como compañero de caza.
REFLEXION FINAL
Cazar en África es una experiencia inolvidable. Tiene una poderosa mística que invade al cazador desde el primer día de caza. La similitud geográfica con mi provincia le dio, para mí, un plus de satisfacción y bienestar; pero sin dudas lo mejor de la experiencia fue vivir todo esto junto a mi querido amigo Jorge Martino. Diría que es el tipo de cacería que mejor combina todos los ingredientes de la caza en iguales proporciones: caza genuina, ambiente cinegético soñado y la posibilidad de vivirlo plenamente disfrutando de la amistad.
Hemingway describió breve y esencialmente en “Las verdes colinas de África”, la sensación que obligatoriamente se tiene cuando el final del viaje se acerca: “Todo lo que deseaba ahora era volver a África. Todavía no la habíamos abandonado, pero cuando me despertara durante la noche estaría acostado, escuchando, nostálgico ya por ella”.
Tal vez el mejor consejo que pueda dar para finalizar no sea cinegético sino más bien personal. Si en los vaivenes de la vida, alguna vez se les presenta la posibilidad de realizar una cacería en África, no lo duden. Este consejo es el único que deben recordar de este artículo.
Es la única cacería donde no importan demasiado los resultados, la cantidad de presas, la calidad de los trofeos; lo que verdaderamente importa es estar cazando, junto a un amigo, bajo el cielo africano.