Vísperas del Día de la Mujer y como homenaje, David, mi pareja, me invita a que salgamos solos -mano a mano- con los perros detrás de algún chancho. Por supuesto que encantada acepté el desafío, sabiendo que esta vez, el final lo pondría yo y fácil no iba a ser.
Recuerdo que llegamos a la tardecita al campo, mateamos un rato con Pocho y Mari (nuestros anfitriones) y salimos a dar una vuelta en la chata en busca de algún torido, sensación única para quien le gusta esta modalidad, donde uno puede apreciar el magnífico trabajo de los punteros, que inquietos y con sus narices en alto, van venteando más allá de lo que uno puede ver o imagina. Anduvimos 4 hs sin suerte, sin embargo, la noche prometía, por lo que decidimos regresar al puesto, picar algo y prepararnos para salir nuevamente, pero ahora con la luna como nuestra compañera.
La noche transcurrió sin suerte, cuando el canto de los pájaros nos anunciaba un pronto amanecer, resignados y casi pensando en que le habíamos errado al viaje, decidimos dar la última vuelta, pero esta vez lo haríamos de a pie. Llegamos a un cuadro limpio y aunque no teníamos el viento del todo bien, Alí, el puntero y macho alfa de la jauría comienza a agitarse, anunciándonos que algo había presentido, lo que significaba que debíamos estar preparados. Tan o más ansiosa que Alí y ya con la claridad del alba, miraba detenidamente metro por metro, el lugar donde el puntero apuntaba su nariz; caminamos hasta la esquina del cuadro, buscando ponerlos con el viento a favor y fue en ese preciso momento que comenzaron los perros a remolinear pidiendo pista. A lo lejos, muy lejos, logramos divisar un bulto, claramente era el chancho. De inmediato sujetamos la perrada y decidimos acercarnos lo más posible para no darle la oportunidad al chancho que gane demasiado el monte.
Casi al trote, con los perros tirando al punto tal de ya no poder sostenerlos, tuvimos que largarlos y picamos detrás de ellos. Alí, Tenaza y Lucero, corrían a la par como grandes compañeros que son, aunque también notábamos una sana competencia por quien llegaría primero, un recuerdo que siempre llevo conmigo.
El chancho se percata de nuestra presencia y comienza su huida. Tenaza muy matrero le corta camino, y logra pararlo él solo, aunque de inmediato sus compañeros caen a echarle una mano; a todo esto, David me había sacado una ventaja tremenda, pero en su corrida me alentaba a que debía llegar porque la faena esta vez la terminaría yo. Reconozco que la emoción del momento me jugó una mala pasada, aunque pude notar que no eran más que nervios y adrenalina lo que me frenaban, respiré profundo, traté de tranquilizarme, saqué aire y piernas de no sé dónde y llegué a la pelea. Con su ayuda e instrucciones, cumplí mi tarea, dando por terminada la contienda solo con mi cuchillo. Vinieron los abrazos y felicitaciones entre nosotros y por supuesto a nuestros tres gladiadores, que cada vez que la rutina diaria, el tiempo y la vida misma me lo permite, me acompañan fielmente a disfrutar de lo que más nos gusta «Cazar».
Laura Álvarez